Franz y Franziska Jägerstätter (Foto Archivio Meeting di Rimini)

Por qué vale la pena dar la vida

Franz Jägerstätter fue condenado a muerte por los nazis a causa del testimonio público de su fe. La exposición más visitada del Meeting narraba su historia. Nos la cuenta Emmanuele Silanos
Paola Bergamini

«Creer como niños y actuar como hombres», escribe Franz Jägerstätter en 1941. Al año siguiente, este campesino austriaco que vivía en una pequeña aldea fronteriza con Baviera, al que la Iglesia declaró beato en 2007, se negaba a combatir con los nazis sabiendo que le costaría la vida. Su fe sencilla, de niño, le lleva a tomar esta decisión. Una fe que brota y se nutre de la relación con su mujer, Franziska, que acepta la decisión de su marido y le acompaña en su Via Crucis. Un testimonio extraordinario y al mismo tiempo sencillo que ilustraba la exposición más visitada del Meeting de Rímini. Hablamos con uno de sus comisarios, Emmanuele Silanos, de la Fraternidad sacerdotal misionera de san Carlos Borromeo, de la que es vicario general desde 2023, tras seis años de misión en Taiwán.

¿Cómo nace tu interés por Franz y Franziska?
No conocía su historia hasta que, durante la pandemia de Covid, vi la película de Terrence Malick Vida oculta, que la cuenta de una forma extraordinaria. Se la recomendé a muchos amigos, entre ellos varias familias de Padua que el año pasado, tras la muerte del papa Benedicto XVI, me propusieron ir de peregrinación por las localidades donde nacieron los esposos Jägerstätter y Ratzinger, pues hay pocos kilómetros entre una y otra. En St. Radegung tuvimos el regalo de poder estar con Maria, una de las cuatro hijas de Franz. Tanto la visita como la conversación con ella nos impresionaron tanto que decidimos proponer una exposición al Meeting.

¿Por qué fue tan importante esa visita?
Sobre todo por la conversación con la hija. Cuando le preguntamos si ella o sus hermanas habían dudado alguna vez de la decisión de su padre, respondió: «No, porque nuestra madre nos decía que hacía bien. Y tenía razón. No habría podido vivir contento si no hubiera actuado así». Entonces me di cuenta de que la historia que había que contar no era solo la de Franz, sino la de Franz y Franziska, su matrimonio. Con otros santos me ha pasado algo parecido. La sencillez del contexto en el que vivían confirma que la santidad va estrechamente ligada a la cotidianidad de una vida normal.

Se podría decir que ese es el corazón de su testimonio.
Retomo lo que decía Davide Prosperi en la Asamblea internacional de responsables, titulada «Llamados, es decir, enviados: el inicio de la misión», como la Jornada de apertura de curso del movimiento. Dios realiza un cambio en la historia a través de la persona, de un yo cambiado por una experiencia de comunión, que en el caso de Franz fue su relación con Franziska. Durante los días del Meeting, entre la mucha gente que salió conmovida de la exposición, un gran amigo, Adriano Dell’Asta, hablando con uno de los comisarios, captó el punto del que nace el testimonio de Franz: «El corazón de esta historia es la experiencia de misericordia que le invadía». Y eso sucedió a través de un encuentro: el que tuvo con Franziska. Hasta ese momento llevaba una vida desordenada, pero el encuentro con ella le salva la vida. Podríamos decir que la misericordia tenía para él el rostro de su mujer.

¿Qué ha significado para ti el encuentro con Franz?
Me llamaba la atención lo que decía Erna Putz, biógrafa de Franz, en el video que grabamos para la exposición: «Leyendo las cartas de estos esposos me daban ganas de ser santa». Toparme con su historia ha reavivado mi deseo de santidad, que es a lo que estamos llamados todos los bautizados. A Franz le pasó algo similar. Su camino desde la fe hasta la decisión que toma no fue lineal. Él también tuvo dudas, y una gran presión externa. Pero pocas semanas antes de la ejecución, el capellán de la cárcel le confiesa que un sacerdote, el padre Franz Reinisch, había sufrido el mismo martirio que él. Esa noticia le tranquiliza y le lleva a decir: «Estoy en el buen camino». Cuando te encuentras con una persona que encarna lo que tú sientes, que vive más profundamente que tú lo que estás viviendo, dices: entonces también es posible para mí. Es lo mismo que nos pasa a nosotros al encontrarnos con Franz y Franziska. Erna Putz también decía que «su historia nos enseña que dar la vida por Cristo es la realización de nuestra vida y fuente de alegría». Dar la vida por testimoniar a Cristo da alegría: ese también es el sentido de la misión. Para mí, que soy misionero, es un reclamo fundamental.

La exposición del Meeting «No hay amor más grande» (Foto Archivio Meeting di Rimini)

Como decías, dudas y conflictos no faltaron. Durante el interrogatorio, el funcionario austriaco le dice que su gesto es inútil, que no cambiará el rumbo de la guerra. Sus paisanos son de la misma opinión, incluso después de su muerte.
El funcionario le pregunta el porqué de su gesto, puesto que no iba a cambiar nada en el contexto de la guerra. ¿Lo hace por afirmar sus principios? No. Franz da la vida por una persona, Cristo, que se ha hecho presente en su encuentro con Franziska. Ofrece su vida a Aquel que se la ha salvado.

También le sugieren que puede guardar en su corazón su firme objeción al régimen nazi. ¿Por qué su conciencia cristiana le empuja a hacer pública la decisión que ha tomado?
En el film de Malick, el párroco que quiere disuadirlo le dice: «A Dios no le importa lo que digas, sino lo que hay en tu corazón». Es una frase terrible, la última tentación que sufre en la cárcel. Es terrible porque sugiere un dualismo entre la fe y la vida. Jesús envió a sus discípulos a testimoniar públicamente su fe, sin temer las posibles injurias. Claro que puede haber ciertas circunstancias históricas que inviten a la prudencia a la hora de exponerse públicamente, pero esa “prudencia” no puede comportar la colaboración con el mal y el rechazo explícito al testimonio, de lo contrario entraría en contradicción con lo que Jesús nos pide, que no nos avergoncemos de él y que no tengamos miedo «porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir». En este sentido, hay un factor importante que se ve muy bien en la exposición.

¿Cuál?
Franz no busca el martirio, no querría abandonar a su familia, de hecho pide prestar el servicio militar en el equipo médico, pero se lo niegan. El testimonio público no es una ostentación o un ejercicio de músculo, sino una respuesta al Amor de nuestra vida. A cada uno, dentro de su vocación, se le pide darlo todo en aquello que hace cotidianamente. A mí, por ejemplo, en este momento se me ha pedido quedarme en Roma para servir a la Fraternidad a la que pertenezco. En eso consiste ahora mi “misión”, aunque parezca algo muy distinto de cuanto estaba en Taiwán.

Un punto neurálgico es la dramática relación de Jägerstätter con la Iglesia. El capellán de la cárcel lo acompaña en su decisión, mientras que el párroco y el obispo hacen todo lo posible por disuadirlo.
Doy algunos datos para entenderlo mejor. En 1937, Pío XI en la encíclica Mit brennender Sorge dejaba claro que era imposible ser al mismo tiempo cristianos y nazis. Al año siguiente, el 99% de los austriacos vota en referéndum popular la anexión al régimen nazi. Pocos días antes, la Conferencia episcopal austriaca había publicado un documento donde invitaba a votar afirmativamente. Franz se opone desde el principio a este posicionamiento. ¿De dónde le viene este coraje para contradecir a sus pastores? Ante todo, de una extraordinaria capacidad de discernimiento, de ir al fondo de su corazón y de su conciencia. Pero eso es posible porque vive profundamente arraigado a la fe de la Iglesia, obedeciendo al Papa y a su magisterio. Sería un error decir que Franz no obedeció a la Iglesia… en cierto sentido, ¡es uno de los pocos que obedeció de verdad! Añado una frase que se encuentra en sus escritos: «Si no fuera por la Gracia y la fuerza que Dios me ha dado, probablemente habría actuado como todos los demás». El martirio es una gracia: es una gracia que se te pida y también es una gracia aceptarlo. Al salir de la exposición oía a mucha gente exclamar: «Yo habría sido incapaz, no lo habría hecho». Pero, en el fondo, la misión y el testimonio no son más que eso: decir sí a lo que Cristo te pide ahora. Como le pasó a Franziska.

Don Emmanuele Silanos all'Arena Tracce (Foto Archivio Meeting Rimini))

En el prólogo del catálogo, el cardenal Zuppi define el caso de Franziska como un «martirio blanco».
Cuando muere su marido solo tiene treinta años. Durante setenta años sufre las incomprensiones e injurias de sus paisanos, ni siquiera le conceden la pensión que se le daba a las viudas de guerra, pero además tiene que soportar el silencio que cae sobre la historia de su marido. El Estado austriaco no restablece la figura de su marido hasta 1997, el mismo año que comienza el proceso de beatificación. En 2007, el día de la beatificación, Franziska besa la urna donde están las cenizas de Franz y se la entrega al obispo de Linz. En ese gesto es como si devolviese a la Iglesia austriaca a ese hijo olvidado durante años que solo ella había custodiado en su memoria.

¿Cómo?
Siguiendo todo lo que le había escrito Franz en sus cartas desde la cárcel: sin guardar rencor a nadie, perdonando a todos, incluso a los que le habían hecho daño. Siendo campesina toda su vida, educando a sus hijas y yendo a misa. Una vida sencilla. Franziska vivió custodiando la memoria de su marido y aprendiendo con el tiempo las razones que le habían movido. Para nosotros es igual. Se aprende a dar un paso cada vez, con los pequeños síes de cada día a la esposa, el marido, los hijos…

Mucha gente salía de la exposición con los ojos brillantes. ¿Qué encuentros te han impactado más?
Muchísimos. Recuerdo un hombre que dijo: «Siempre he estado preocupado por garantizarle a mi familia una vida perfecta, y ahora me doy cuenta de que lo único que importa es mostrarles por qué merece la pena vivir». En este sentido, es sorprendente el comentario de Paul Kahn, jurista judío americano, ponente en uno de los encuentros del Meeting: «El corazón de esta exposición no son los detalles sociológicos, sino una pregunta: ¿por qué tiene sentido dar la propia vida?».