Jesús Carrascosa (Fraternità CL)

Un niño de 84 años

El testimonio de una amistad con Jesús Carrascosa en la última Asamblea de Responsables de América Latina, donde Carras dejó huella… hasta en los camareros (de "Huellas" de mayo)
Ettore Pezzuto

«La vida se nos ha dado para conocer a Aquel que es su significado: Cristo. Y nuestra tarea es darlo a conocer a todo el mundo. Nuestros mayores pecados no son nuestras miserias sino el olvido y la distracción de su Presencia: sin memoria de Cristo perdemos la aurora nueva». Estas palabras de Carras describen bien hasta qué punto su vida se convirtió en una aventura apasionante desde que conoció el movimiento de Comunión y Liberación.

Hasta ese momento él vivía muy involucrado en movimientos anarquistas, dio la vida por ello, pero el impacto con el carisma de Luigi Giussani le cambió hasta tal punto que siempre lo llamaba la «aurora nueva», que no era otra cosa que el ciento por uno. ¡Cuántas veces le oímos decir que el ciento por uno se lo había comido y se lo había bebido! Porque si algo testimoniaba Carras al mundo entero era esa alegría de recibir constantemente el ciento por uno. Hasta un camarero nos preguntaba por él estos días en Brasil: «¿no ha venido ese tipo que siempre llevaba los licores y siempre sonreía?». La imagen de un hombre que disfruta de la vida, con sus licores y su sonrisa.

Yo llegué a Madrid en 1989 y le conocí inmediatamente porque me lo presentó Enrique Arroyo. Lo primero que vi fue su humildad. Para él la persona que tenía delante era la más importante al mundo. Cuando fuimos a Roma por el centenario de don Giussani, hace un par de años, estuvimos caminando una hora para recorrer 300 metros desde la plaza de San Pedro hasta el sitio donde íbamos a comer porque gente de todo el mundo le paraba y él los abrazaba uno a uno, como había hecho toda su vida. Les preguntaba cómo estaban y tenía una palabra para cada uno.

Su prioridad siempre fue el seguimiento. Para él el carisma era el don de Dios a su vida y siempre, siempre, vivió la pertenencia al movimiento como un seguimiento sencillo y fiel, dentro una obediencia de corazón a quien guiaba, no solo con don Giussani sino también con Julián Carrón y Davide Prosperi. Carras había dado a conocer el movimiento a los amigos de Nueva Tierra pero cuando se trató de seguir a Julián lo hizo sin problemas y de todo corazón. Y lo mismo cuando nombraron a Prosperi presidente de la Fraternidad; no se detuvo ni un minuto en añorar el pasado, sino que se puso como un niño a seguir a Davide, que era mucho más joven que él.

Cuidaba especialmente lo que él llamaba la educación recibida en el movimiento, es decir, que para seguir hay que cuidar el propio yo. Así lo había aprendido de Giussani, y siempre hablaba del cuidado del yo, no por un amor propio sino por una atención al propio destino. El cuidado del yo consistía para él en vivir la memoria. El verano pasado estuvimos diez días en la playa y se pasaba las mañanas enteras leyendo los Ejercicios de la Fraternidad. Y luego nos leía trozos enteros conmocionado por lo que estaba descubriendo, ¡a los 84 años como un niño!

Era uno que te abrazaba siempre. Su lema era «gana siempre –no alguna vez sino siempre– quien abraza más fuerte». Y esto lo aplicó en su vida. ¡Cuántos hemos sido vencidos por su abrazo! Y no lo decía por un entusiasmo ingenuo. Pocas personas he conocido con su realismo. Era un abrazo que nacía de la conciencia de que Cristo está en el origen de nuestras relaciones y, por tanto, la verdadera comunión solo puede nacer de la memoria de Cristo presente. Siempre ha querido a las personas que encontraba sobre todo porque eran un don del Señor a su vida. Y esto se percibía de inmediato en su mirada y abrazo.

Recuerdo lo que me dijo ante mi nueva tarea como responsable internacional: «no te enaltezcas por la función que tienes o por los logros que obtengas, piensa siempre que eres un humilde servidor en la viña del Señor y que nuestra tarea es construir el movimiento como colaboración a la obra de Dios». Para Carras la misión era la construcción de la obra de Cristo en el mundo «para Su gloria, no para nuestra vana gloria». Y eso es lo que pido siempre cada vez que tengo que hablar en público o en privado.

Sus últimos años como responsable del movimiento en España ha sido precioso cómo nos ha devuelto el valor de la Escuela de comunidad, que para él era sagrada. Siempre decía que ir a Escuela era como ir a la “quinta higuera”. Era una imagen que él se había hecho de Juan y Andrés volviendo a casa después de conocer a Jesús. Al despedirse, seguramente se dieron las buenas noches y Andrés diría a Juan: «Yo mañana voy a ver a Jesús». «Ah, yo también he quedado con él». «Y ¿dónde te ha dicho?». «En la ladera derecha del río, bajo la quinta higuera». «¡A mí también!». «Pues vamos juntos». La imagen que tenía de ir a Escuela de comunidad era la de ir juntos a la quinta higuera, donde Cristo te está esperando.

Hasta sus últimos días, nunca dejó de repetir a todos los que iban a verle: «Cuidad de la unidad del movimiento porque esta es la tarea que se nos ha dado».

Concluyo diciendo algo sobre su muerte. Fue muy rápido. Después de las pruebas y del diagnóstico terminal, cuando se lo comunicaron él se quedó mirando un instante con su sonrisa y dijo: «¡estoy listo para el despegue!». No se preocupó ni un minuto por el dolor que podría pasar. Carras nos enseñó cómo vivir y nos ha enseñado también cómo morir.