Silvano Petrosino

Vientre de alquiler. «Somos un no-todo»

Para el filósofo Silvano Petrosino, el debate sobre la maternidad subrogada no se puede limitar a un juego de fuerzas para aprobar una ley en vez de otra. Hay que entender lo que está en juego. Y no ha cambiado tanto desde los tiempos de Abrahán
Luca Fiore

«Ha pasado siempre a lo largo de la historia. Aristóteles hablaba de mujeres por poderes. Cuando un hombre no lograba tener hijos con su mujer, estaba justificado que tuviera uno con su esclava. Reconocía al hijo como propio y recompensaba a la esclava con la libertad. También pasa con Abrahán». Hablamos con Silvano Petrosino, filósofo experto en el pensamiento de Emmanuel Lévinas y Jacques Derrida, profesor de Antropología filosófica en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán, partiendo de una historia bíblica: una pareja que no puede tener hijos, Abrahán y Sara, una madre de alquiler, Agar, un hijo que no sabemos qué destino tendrá, Ismael, e Isaac, nacido como un milagro. La condición que plantea Petrosino para hablar del vientre de alquiler –o maternidad subrogada– es que no se reduzca todo a tres respuestas cerradas. «Si se simplifican las cosas, no se entiende nada». No se entiende no solo porque esta práctica lesiona la dignidad humana, sino también porque está en juego la grandeza de la experiencia afectiva, el deseo de generar y la relación entre derechos y deberes.

Agar entonces es una madre subrogada.
La diferencia con lo que sucede ahora es que en su caso el óvulo era suyo, mientras que ahora normalmente no es así. Pero la cuestión de fondo no creo que cambie. Hay que entenderlo, no puede reducirse a un juego de fuerzas para aprobar una ley en vez de otra. Ese es un error que se cometen tanto los que están a favor como los que están en contra.

Hace falta tiempo para entender.
Nuestro mundo occidental, aunque también vale para China y Rusia, se realiza en tres aspectos: la tecnología, el consumismo y la globalización. El supermercado es hoy el lugar ideológica y cultural más significativo. Internet también es un supermercado que se rige por la lógica publicitaria del todo ya. Yo añado una palabra más: todo ya siempre. Es interesante porque estos son los términos de la magia.

¿Magia?
En clase pongo este ejemplo. Para conquistar a una chica, consulto a una amiga bruja que me dice: «Ponle estos polvitos en el café». Y la magia funciona: consigo a la chica. Pero me pregunto: ¿es esto lo que quería? En realidad no, porque lo que deseaba es que ella se enamorase de mí. Pero para que eso suceda tendría que aceptar que pasara un tiempo, no puede ser todo ya, ni tampoco siempre, porque el cortejo no siempre acaba bien. En la hipótesis bíblica este Dios desea que seamos nosotros quienes nos enamoremos de Él. Por eso decide manifestarse dentro de la historia. Se da tiempo. La magia siempre ha estado ahí para buscar atajos, pero hoy se nos ha metido en el ADN porque parece que la tecnología nos lo puede dar todo ya siempre.

Incluso la vida.
La hipótesis religiosa consiste en acoger la vida. Lo cual no significa que suceda nada más recibirla. Por el contrario, la hipótesis actual consiste en medir la vida, controlarla, dominarla. El mapa del ADN supuso un momento clave. Hasta ese momento, solo quedaban fuera de esta lógica el nacimiento y la muerte. Poder generar vida sin amor siempre ha sido posible pero ahora, por primera vez en la historia de la humanidad, también se puede generar sin sexualidad. Pero yo todavía creo en la “profecía hormonal”.

¿Qué quiere decir?
Dios es un genio, porque ha creado las hormonas. La sexualidad es una apertura al mundo, al otro que es diferente a ti. Pero después de hacernos esta maravillosa invitación, Dios da un paso atrás: el efecto hormonal se desvanece. Y cuando pasa la atracción instintiva que no depende de nosotros, nos encontramos delante de ese otro. Entonces debemos decidir quién es. Ahí entra en juego nuestra libertad. Hasta para un no creyente es importante comprender esta estrategia de Dios. Es el tema de la diferencia entre necesidad y deseo. En la vida aprendemos a desear a partir de necesidades. Luego nos damos cuenta, si uno es mínimamente serio, que el goce, que es bueno, no lo es todo. Pero esto se aprende. Podría poner un ejemplo, aunque temo que puedan acusarme de machismo.

Vamos a probar.
Veo a una mujer que quiero conquistar, pero no puedo conquistarla a toda costa sin caer en la cuenta de que ella no es solo un cuerpo, sino una persona. Leí en una revista católica una carta que decía: «Me casé porque quería formar una familia». ¡No! Te casas porque te enamoras. En el caso de que ella no me dé hijos, ¿qué hago? ¿Cambio? La intervención de Dios es al nivel de la promesa de Abrahán.

¿La de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo?
La promesa no es una certeza, es una hipótesis que habrá que verificar. Hay que acoger la vida, no solo recibirla. San Pablo nos enseña que hay dos formas de traicionar la ley: desobedecer y limitarse a obedecer. Jesús reprocha a los discípulos de Emaús diciendo: «Vosotros leéis las escrituras pero no entendéis». En el momento en que te limitas a obedecer, en realidad estás traicionando.

De acuerdo, pero Abrahán quiere un hijo que no puede tener. Y encuentra una solución que en general parece aceptable.
Pero Abrahán no entiende lo que está pasando. Se va con Agar, aconsejado por Sara, porque siendo rico tiene el problema de quién heredará su legado. Sara y Abrahán quieren un hijo por el bien de la familia y la intervención de Dios es asombrosa porque dice: yo te doy el hijo, no tienes que dártelo tú. La hipótesis bíblica es que la generación implica pasar por una relación: «Serán un solo cuerpo y una sola alma».

Se dice también que el vientre de alquiler es una práctica altruista.
Es un engaño publicitario. Es la lógica del supermercado extendida a todos los ámbitos. Para mí es una batalla muy dura y casi perdida. Hay dos cosas que hay que hacer. La primera es lo que hacen el Papa y la Iglesia: enunciar los principios y decir “no se puede hacer”. Pero también está el papel de los intelectuales, que no se pueden limitar a decir “no se puede hacer”, también deben decir por qué. Hay que reconocer y aceptar, y esto implica una antropología, que no todo es un derecho. Un hijo no es un derecho, pero el otro me dirá: ¿por qué?

¿Qué responde usted?
Digo que si tú ensanchas la cuestión del derecho, no puedo entender por qué yo no soy como James Joyce. ¿Por qué Joyce sí y yo no? Lo humano, y esta es la gran hipótesis bíblica, para ser humano debe aceptar que es un no-todo. Tienes que aceptar que no eres Joyce.

Eso quiere decir aceptar el límite.
Vale para todos, homosexuales o heterosexuales. Aquí vemos el límite del todo ya siempre: la verdad es que el hombre es un no-todo. Y tiene que aceptar esto pero no como una ofensa. El límite no es una limitación, es una condición que no debe convertirse en objeción. Porque si transformo el hecho de no ser Joyce en una objeción, empiezo a ser violento. Si no acepto el hecho de no ser Joyce, mi vida se convertirá en una condena, en una justificación para cometer el mal.

¿Puede explicarlo mejor?
Lacan, el gran psicoanalista, dice algo conmovedor: en el fondo de todo verdadero destructor late una pulsión creacionista. Es decir, como no acepto ser criatura pero quiero ser creador, y como no soy creador, entonces soy destructor. En la película Amadeus, que muestra la envidia de Salieri por Mozart, hay un momento en que el compositor italiano le habla al crucifijo y dice: «Tú me has dado el don de la música, pero no me has dado este don para que la cree, sino para que reconozca la grandeza que tiene la que escribe otro». Él entendió perfectamente quién era Mozart. Y añade: «Este don es dañino y a partir de hoy destruiré tu obra». Entonces agarra el crucifijo y lo tira por el camino. Pero uno podría llegar a preguntarse: ¿acaso no es hermoso poder reconocer la música de otro?

¿Usted qué cree?
Creo que debemos estar muy atentos porque no reconocer que somos un no-todo nos puede hacer violentos.

Decía que la batalla está casi perdida, ¿de qué batalla se trata?
De la batalla antropológica. El hombre de la sociedad de consumo es ficticio. El todo ya siempre es una tragedia porque el hombre es así. Hay que decirle a los jóvenes que no ser Joyce no es un fracaso. Que el goce, que no es malo, no lo es todo. La Iglesia sacraliza la sexualidad, ¿pero qué precio histórico ha pagado? Una reducción que ha llevado a demonizar el sexo. La virginidad, que es un valor sublime, no es eso. Es mucho más. Es un precio carísimo porque ahora se da la razón a esa reducción y se propone renunciar a la sexualidad. En vez de habitarla, en vez de entender su sentido, su sentido de promesa, se renuncia mediante la “magia tecnológica”.

El debate actual sobre estos temas parece un diálogo de sordos.
Estamos en una dictadura cultural. En las tertulias siempre suelen hablar los mismos.

¿Qué se puede hacer entonces?
A mí no me gusta la “opción benedictina” de Rod Dreher. No podemos retirarnos de la confrontación con el mundo. Una filósofa católica francesa, Chantal Millon Delsol, en su libro Fin de la cristiandad y retorno al paganismo, sostiene que los cristianos debemos ser testigos mudos, los agentes secretos de Dios. ¿Agentes secretos de Dios? Tenemos que hablar al mundo. Es muy difícil porque no nos dejan, pero hay que encontrar la manera.

Acaba de publicar un libro titulado Los cuentos no cuentan cuentos. En defensa de la experiencia.
Sí, es una nueva edición de un texto que recogía los comentarios a Caperucita Roja y Blancanieves, donde ahora añado Cenicienta. Hay también una versión teatral que se representa en teatros y parroquias. Por ejemplo, Blancanieves es el drama de una mujer, la madrastra, que no ha tenido hijos. Esta mujer, cuando se da cuenta de que no ha podido eliminar a Blancanieves, justo antes de pensar en la manzana envenenada, dice: «Blancanieves morirá, aunque me cueste la vida». Sobre esta frase se puede escribir un libro de 800 páginas, sobre el tema del “a toda costa”. Intento decir estas cosas. Es difícil porque no hay palabras mágicas, ni siquiera la palabra “Dios” es ya suficiente.