Eric Varden durante el encuentro en Nueva York (Foto NY Encounter)

Erik Varden. Llevar la fuente de la vida

Un diálogo con Erik Varden, monje cisterciense y obispo de Trondheim, en su primera visita al New York Encounter. De "Huellas" de marzo
Luca Fiore

«Es un ambiente cálido, con una energía muy sana y un espíritu de acogida y de amistad. Se nota que las intervenciones y las conversaciones tienen un contenido sustancioso». Erik Varden pasea por el Metropolitan Pavillion con su hábito blanco y negro de cisterciense y una sonrisa que ilumina su rostro. Noruego de 48 años, bautizado luterano con padres no practicantes, estudió en Cambridge y tuvo una conversión que recuerda un poco a la de Paul Claudel. En él, lo que hizo “clic” no fue, como en el caso del escritor francés, por la majestuosidad medieval de Notre Dame, sino por la solemnidad romántica tardía de la Sinfonía n. 2 de Gustav Mahler. Desde 2020 es obispo de la diócesis de Trondheim, en la costa norte de Noruega, a pocos kilómetros de los lugares en los que se ambientó la novela Cristina, hija de Lavrans, que le valió el Premio Nobel a Sigrid Undset. Esta ha sido su primera vez en el New York Encounter, invitado a un diálogo con el nuncio apostólico de Estados Unidos, Christophe Pierre, sobre el lema de esta edición, “¿Quién soy yo para que me cuides?”.

Este año el Encounter ha querido reflexionar sobre la exigencia –debida a las complicadas circunstancias de nuestro tiempo, desde la pandemia hasta la guerra– de encontrar una respuesta visible, un hecho palpable, que responda con su presencia a los interrogantes y heridas que llevamos dentro. ¿Qué significa esto para usted?
No es fácil generalizar. El encuentro, por definición, es una realidad personal. El cristianismo, desde sus inicios, se comunica por contagio. ¡Bendito contagio! Lo que importa es ser portadores del fuego de la presencia de Cristo. La imagen clásica son los discípulos de Emaús, que se preguntan: «¿Es que no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?». Ese fuego va en función de Su presencia. Esto es lo esencial. Me ha impactado mucho lo que dijo John Cavadini, profesor de teología en Notre Dame, durante la presentación de El sentido religioso en el Encounter. Citando la frase de Franz Kafka en el último párrafo del libro –«Aunque la salvación no llegue, quiero ser digno de ella en todo momento»–, habló de su deseo de ser digno de la redención que Cristo ha obrado en nosotros. Es decir, vivir en esta lógica de espera, de apertura. Una vida que se cumple de esta manera tiene consecuencias en otras vidas. Dice Serafín de Sarov, monje y starets de la Iglesia rusa: «Si encuentra en ti un espíritu de paz, miles a tu alrededor encontrarán la salvación». Y no es así porque yo aporte algo, sino porque se me confía la tarea de ser signo, indicación. Esta es una provocación para todos, pues podemos ser signos creíbles, coherentes, capaces de orientar a otras vidas hacia la fuente de la vida.

En el mundo poscristiano, ¿qué significa ser “signo”?
Hay una broma atribuida a san Francisco dirigiéndose a sus hermanos: «Predicaréis el evangelio en todo momento y cuando sea realmente necesario usaréis también palabras». Vivimos en un tiempo que está cansado de palabras y harto de promesas porque hemos visto muchas promesas incumplidas. Pero una vida coherente es una vida santa. Me impresiona mucho lo que decía a sus sacerdotes el beato Ildefonso Schuster, gran arzobispo de Milán, una figura que habría que recuperar porque es un testimonio inmenso: «Al mundo no le interesa mucho lo que tenemos que decir, pero en presencia de la santidad todavía se arrodilla».

¿Sigue siendo cierto?
Sí, claro. Pienso en uno de mis hermanos que murió a los 99 años. Era un hombre sencillo, en el sentido más sublime del término. Entró en el monasterio en 1935 y murió en 2013. Era sencillamente una persona luminosa, no tenía demasiadas cosas que decir, no daba muchos consejos, pero era alguien que sabía acoger, escuchar y llevar en la oración. Tuvo un ictus y le costaba hablar, pero en los últimos tres meses de su vida había una palabra que repetía insistentemente: «Tha...tha…tha…thank you». Después de cien años de vida y ochenta de monasterio, lo más esencial que quería comunicar era su gratitud. Es un hombre que tocó a mucha gente.

En la audiencia general del 15 de febrero (texto que abre esta revista, ndr), el papa Francisco hablaba de cómo Cristo enseña a los apóstoles la misión. Decía que «hay un aspecto que parece contradictorio: los llama para que estén con Él y para que vayan a predicar. Se podría decir: o una cosa o la otra, o estar o ir. En cambio, no: para Jesús no hay ir sin estar y no hay estar sin ir».
Son inseparables. Estar con Cristo es el imperativo necesario en cualquier esfuerzo misionero. Y ser misioneros no es ir a la fuente un rato y luego hablar a los demás de lo que he bebido. Significa llevar la fuente dentro de mí y hacerla accesible a los demás. Se trata de ser, como les gustaba decir a los padres, christophoros, alguien que lleva a Cristo a los demás. Creo que es la tentación de concebir la misión como una instrucción para los demás. La educación tiene su papel necesario, inconfundible, pero se trata en primer lugar de ser, en cierto sentido, tabernáculos encarnados, portadores de una presencia real. Eso es lo que causará impresión también en el mundo de hoy.

La posibilidad de estar presentes en un contexto descristianizado puede pasar por censurar lo que más nos importa…
«¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?». El criterio es nuestra conciencia. Si sigue un poco despierta, nos dirá si estamos traduciendo o traicionando lo esencial de lo más valioso que tenemos. Sin duda, debemos estar presentes, como una presencia de fe. Cristo así lo hizo. Fue a todas partes. Es alguien que estaba a gusto en contextos muy diferentes porque era un hombre “de una pieza”. En el evangelio se dice que Jesús hablaba con autoridad, la palabra griega es exousía, y quiere decir ser. No es una etimología rigurosa, pero tener autoridad significa comunicarme de un modo que corresponda a la verdad esencial de mi ser. Aun sin decir muchas cosas, incluso sin hablar, quedándome acaso callado, a la espera… aun así puedo ser un testimonio. En el sentido de esa virtud olvidada que es la mansedumbre. En nuestro mundo violento, ser una presencia que no siente la necesidad de defenderse.

La exigencia de “defender” nace de la certeza de haber recibido algo muy valioso…
Sí, pero no se trata de defender un territorio. Esa es la tentación eclesial del mundo poscristiano: querer reconquistar el territorio perdido para intentar demostrarnos a nosotros mismos que conservamos nuestra influencia, que seguimos siendo una presencia importante. Pero eso no es lo esencial. Estamos llamados a permanecer fieles a la totalidad de la herencia recibida. Cuando Pío XII nombró al cardenal Montini arzobispo de Milán, al terminar su audiencia se despidió con un consejo: «Depositum custodi». Es decir: conserva el depósito que te he confiado. Es una cita de la Primera carta a Timoteo. Esto es importante: llevar con nosotros, para ofrecerlo a los demás, la totalidad del tesoro, aunque aceptando que este tesoro no lo hemos acogido del todo. Pero debemos llevarlo de todas formas.

¿Cuál le parece el aspecto más importante de la dimensión misionera a la que estamos llamados?
Hoy parece que está de moda pretender resumir el Concilio Vaticano II en una línea. Ha habido varios intentos y no estoy de acuerdo con todos, pero a menudo me pregunto qué queda de aquella fuerte llamada del Concilio a la vocación universal a la santidad. De esto no se habla tanto. Estamos llamados a dejarnos transformar correspondiendo a la intención original de Dios, que es una intención gloriosa.

¿La santidad convence?
Sí. La verdadera misión solo podrá hacerse así. En los dichos de los padres del desierto se dice de Antonio el grande, amigo de Atanasio y fundador del instituto monástico en Occidente, que la gente se le acercaba solo para verlo. Bastaba mirarlo. Hasta tal punto se hizo completamente transparente la presencia del Señor en él. Era un sacramento presencial. Creo que esta será la misión que cambiará el mundo.