Eshkol Nevo (Foto Leonardo Cendamo/Getty Images)

Eshkol Nevo. Coincidencias impensables

Hoy que «solemos limitarnos a un punto de vista único», la literatura nos hace el regalo de «sentir cerca lo más lejano, el más extraño se nos hace familiar». Un diálogo con el escritor israelí que canta al deseo y a la vulnerabilidad
Anna Leonardi

«Hay personas de las que te fías tanto que podrías jugar con ellas a “cara o cruz” por teléfono». Las historias del autor israelí Eshkol Nevo parecen salir de su generosa pluma en busca de hombres y mujeres así. Los personajes que pueblan sus novelas siempre se mueven hacia los demás, buscando un punto estable en medio de la volatilidad del mundo. Como sucede en La simetría de los deseos, una de sus novelas de mayor éxito, donde cuatro amigos que aún no han cumplido los treinta, durante la final del Mundial del 98 deciden escribir sus mayores deseos en un sobre que abrirán cuatro años después, en la siguiente final de la Copa del Mundo. Ninguno llegará a cumplir sus sueños pero la vida, con su carga de dolor, les cambiará hasta el punto de llevar a cada uno de ellos a realizar el deseo del otro dentro de un juego de coincidencias impensables.
La narrativa de Nevo, discípulo de Amos Oz y nieto de Levi Eshkol, primer ministro de Israel durante la Guerra de los Seis días, sabe ser tierna y brutal a la vez. No quita nada al dolor, no alivia los tormentos, pero deja que esta materia prima de sus historias sea irrigada por una fuerza que empuja a sus personajes a ir más allá de la superficie, en busca de una continua resurrección. En Tres pisos, novela que el cineasta Nanni Moretti adaptó en una película del mismo nombre, Hani –una joven madre machacada por una inmensa soledad y acechada por la sombra de la psicosis– se da cuenta de que se «está haciendo pedazos». Será su conciencia quien le sugiera el camino hacia una posible recomposición. «Siento que algo dentro de mí me dice: “haz algo equivocado”». Porque para encontrar nuestro lugar en el mundo a veces hay que correr riesgos. Para Nevo también fue así. Cuando tenía 28 años, después de graduarse en psicología y matricularse en un máster, de pronto se dio cuenta de que ya no le interesaba ser psicólogo, que quería dedicarse a la escritura. «No fue una decisión intelectual, sino una lucha dentro de mí que me llevó a dejar la universidad y empezar a escribir. Me sentía arrastrado por algo más grande que me llevó a cumplir mi vida de una manera distinta a como yo, y los demás, habíamos imaginado. Me decían que estaba loco por dejarlo todo, pero intuía que ese era el destino que me esperaba».

¿Por qué precisamente la escritura?
De pequeño cambié muchas veces de casa y de ciudad. Mi familia tenía que mudarse por trabajo y me tocaba volver a empezar siempre en un colegio nuevo, con compañeros nuevos. Por eso era muy tímido y silencioso. Escuchaba mucho y hablaba poquísimo. Mi casa era mi maleta. Luego, a los 15 años, durante una excursión con los scout, me pidieron que me encargara de contar una historia de miedo alrededor del fuego antes de que los niños se metieran en sus sacos de dormir. En el trayecto, mientras caminábamos, en mi cabeza empezó a tomar forma una trama que resultó un éxito. Esa noche, en los ojos de aquellos niños abiertos de par en par en medio de la oscuridad, empecé a intuir que se me daba bien contar historias y que podía dedicarme a eso en la vida.

¿Qué es la escritura para usted? Invención, introspección, confesión, sanación…
Escribir significa todas esas cosas juntas. Para que nazca un relato, siempre tiene que suceder algo, un desencadenante, que puede ser algo que has leído en el periódico o una historia que has husmeado en el tren. Hechos que atraviesan el filtro de mi yo. La escritura es un movimiento continuo entre ese dentro y fuera que se va desentrañando a lo largo de todo el libro. Creo que es algo que también pasa en la lectura. El lector está en continuo movimiento entre dentro de sí y fuera de sí. Pero lo más importante es saber mirar. A mis alumnos les pongo como tarea ir al mercado y mirar a la gente, observar la anatomía de sus emociones y relaciones. No quiero que tomen notas, quiero que vuelvan a clase con estas observaciones dentro. Para escribir debes salir en busca de esos matices que hacen únicas las situaciones y a las personas.

En sus novelas siempre hay varias voces, varios protagonistas. Como si la historia estuviera contada desde diversas perspectivas. Dice que sus relatos son muy “democráticos” y que hace un gran esfuerzo por no ceder a la “dictadura del narrador” porque quiere «rehumanizar la forma de mirar la vida de esas historias». ¿Qué quiere decir?
Mis padres, ya octogenarios, siempre tienen opiniones distintas sobre la casa, sobre una película, sobre las vacaciones, sobre mí mismo. Siempre han estado juntos y se quieren mucho. Me he criado así, con esta mirada ampliada hacia las cosas y cuando me hago una idea precisa de algo, enseguida veo que entra otra manera de mirar, no necesariamente antitética sino como una sugerencia que me invita a salir de mis esquemas. Hoy solemos limitarnos a un punto de vista único, usamos etiquetas que nos encasillan, a nosotros y a los demás. Buscamos una especie de acuerdo dentro del cual construir nuestro recinto. Basta ver cómo es la vida en las redes sociales. La literatura, en cambio, nos regala un momento mágico que hace que a veces sintamos cerca lo más lejano, donde el más extraño se nos hace familiar. Me emociono cuando los lectores me dicen que se han identificado con el personaje más distante: el ortodoxo con el ateo, la mujer con el hombre, el rico con el pobre…

Procede usted de una sociedad que siempre ha estado marcada por el conflicto y la separación, es un aspecto que siempre aparece, sobre todo en sus novelas más políticas, pero la constante sigue siendo la relación, la amistad y los vínculos. ¿Qué permite mantener vivo este “nosotros”, incluso en las polarizaciones más fuertes?
Por mi trabajo como profesor de escritura creativa, he viajado por casi todo Israel y en mis charlas siempre he notado que cuando varias personas que proceden de contextos muy diferentes escriben juntas y se abren mostrando su vulnerabilidad, el conflicto se suaviza. Porque todas nuestras heridas se parecen. Ya no importa si eres árabe o descendiente de un superviviente de la Shoá. Cuando estás dispuesto a mostrarte vulnerable, ahí es donde te encuentras con el otro.

Pienso ahora en Débora, la protagonista del tercer relato de Tres pisos. Es jueza y está jubilada, igual que su marido pero, a diferencia de él, intenta recuperar la relación con su hijo a pesar de su desprecio y su rechazo. Tal vez porque ella no reniega de su necesidad de amar y ser amada. Usted tiene tres hijas, ¿qué significa ser padre?
Dos de mis hijas ya viven fuera de casa. La tercera tiene 12 años y vive con nosotros. Con cada hija ha sido distinto, he tenido que descubrir con cada una de ellas lo que significa ser padre. Y no habría podido descubrirlo sin mi mujer. Su mirada es diferente de la mía. Y las soluciones también son distintas. Yo tengo un enfoque demasiado analítico y pragmático, que heredé de mis padres, ambos muy atentos pero influenciados por su profesión como psicólogos laborales. Mi mujer siempre me sorprende, hace lo contrario de lo que yo haría, ella no se mueve según sus esquemas y eso parece ser lo que mejor “funciona”.

Muestra usted cierta simpatía por sus personajes, nunca culpabiliza su insatisfacción, que de hecho es el carburante que les mueve hacia los demás, a buscar su lugar en el mundo.
Cuando doy clase en Turín vivo en un apartamento que está cerca de una iglesia y un día entré. Vi allí a cinco personas en fila y me di cuenta de que estaban esperando para entrar en el confesionario. Era la primera vez que veía algo así. En ese momento pensé que la distancia entre querer y poder, entre imaginación y realidad, entre ideal y lo que nos pasa en la vida, nos desvela quién es una persona.

¿Qué es lo que sucede en esa distancia?
No es algo negativo. Creo que alguien que va confesarse percibe la grieta que se abre entre lo que desea hacer y lo que luego acaba haciendo tantas veces. Es algo que nos hace sentir culpables, nos provoca dolor. Pero también es algo que nos hace sentir humanos y no pequeños dioses. Mirando a esas cinco personas que esperaban para confesarse pensé que, si yo hubiera sido el cura, los habría perdonado a todos.

En la confesión todo puede ser perdonado.
¿De verdad? En el judaísmo es mucho más complejo pedir perdón. Yo soy ateo, pero creo que la escritura brota de esas heridas que se abren en el alma humana y por las que entra una luz inesperada.

La escritora americana Flannery O’Connor decía que «si la vida nos dejara satisfechos, la literatura no tendría ningún sentido». ¿Usted también vive como los jóvenes de La simetría de los deseos, esperando que suceda algo que le satisfaga en la vida?
Recuerdo que cuando era joven, en torno a los veinte años, me consumía por dentro una especie de nostalgia e infelicidad que me llevaba a rumiar mi pasado en vez de vivir el presente. Cuando empecé a escribir, me di cuenta de que esa melancolía que sentía podía volcarla en mis personajes, y fue realmente liberador. Por ejemplo, cuando nacieron mis hijas y ya no podía viajar a Sudamérica, empecé a fantasear y escribí Neuland, y cuando ya no tenía tanto tiempo para estar con mis amigos escribí La simetría de los deseos. Escribir es una manera de vivir la vida que me falta y eso me ha bastado durante mucho tiempo, pero ahora siento que debo atreverme a entrar también en la realidad.