Adriana Mascagni (Foto: Fraternità di CL)

En el origen del canto

«No se usaba ninguna canción sin explicar su significado». Recordamos una conversación con Adriana Mascagni, fallecida hoy, donde cuenta cómo empezaron a cantar los primeros bachilleres y cómo nacieron canciones que marcaron la historia del movimiento
Renato Farina

«Alguna nació de noche, en una de esas noches donde ves la nada que eres y gritas. Alguna fue saliendo poco a poco y nos la encontrábamos ahí delante, más grande que nosotros pero expresando nuestra experiencia, que no era mía ni tuya, pero era mía y tuya, expresaba la belleza de nuestra unidad, como un milagro». Adriana Mascagni habla así de las primeras canciones del movimiento. Se muestra asombrada cuando alguien acude a ella a pedirle explicaciones: son como hijas que han cambiado enseguida por sí solas. Querida Adriana, no lo niegues: tú eres autora junto con Maretta Campi de Povera voce, y tú eres quien nos la ha cantado. Igual que Miserere, Al mattino, Non son sincera, La Pietra, Grazie Signore... ¿De qué vida han nacido? Adriana empieza así: «No sé si son canciones. Son menos y más que eso. Son puntos expresivos de lo que nos pasaba entonces, al principio. Cada inicio lleva todo dentro, como una semilla. Por eso, como las profecías, siguen diciendo la verdad de nuestra experiencia ahora. Pero no quiero teorizar. Prefiero decir que estas canciones nacieron para fijar momentos de experiencia verdadera, eran pasos en mi verificación, que era una verificación común». ¡Qué tiempos aquellos! «Descubrimos que el cristianismo era lo más bonito, lo más grande, lo más verdadero para cada uno de nosotros en un contexto que se estaba desmoronando». ¿También entonces? «Pues sí. Era como una fachada que empezaba a derrumbarse. Había cierto formalismo católico que no ofrecía nada a nuestra desesperación. Todo eran dogmas, verdades y deberes. Al menos entonces sabíamos poner nombre a esa desesperación. Era aburrimiento, por la inconsistencia de todo, nos llamaban “juventud quemada” y eso lo decía todo. Ahora esa desesperación ni siquiera tiene nombre… En todo caso, para mí fue una revolución. El cristianismo era algo nuevo, exaltante».

Adriana narra así sus pasos. Don Giussani era profesor de religión en un liceo clásico, una escuela privada, no el famoso Berchet. «Una amiga me dijo: “Vente conmigo al grupo juvenil”. No sabía que tuviera que ver con don Giussani. Nos cruzamos, ambos sorprendidos, y me dijo: “¿Qué haces aquí?”. Respondí: “¿Y usted?”. Al principio me limitaba a mirar. Observaba y nada más. Sentía curiosidad. Veía que aquello era algo increíblemente distinto a lo que yo estaba acostumbrada, pero me gustaba. Hasta que me invitaron a los Ejercicios espirituales de Semana Santa. Ya había ido a muchos y pensé: estos van a ser los últimos. ¡Fueron los primeros! Tuve una intuición muy clara de que allí había una respuesta total para todo y para siempre. No podía ser de otro modo el sabor de la verdad: todo y para siempre, ¡para mí y para el mundo! Ese fue el momento de la alianza. ¿Puedo decirlo? De la conversión». ¿Y las canciones? «Ahora vamos. Yo vengo de una familia de sólidas tradiciones musicales. Siendo adolescente componía cancioncillas que no estaban mal. A los de GS les gustaban mucho. Hasta que fui a mis primeras vacaciones. Don Giussani se enteró y quiso que yo amenizara a la compañía con mis canciones de amor. ¡Hasta eso se valoraba allí! Luego me pidió que cantara en la iglesia, durante la liturgia». ¿Y tus canciones más conocidas? ¿Cómo nacieron? «Un día escuchamos en clase un disco con canciones del padre Duval, que inauguró, con el padre Cocagnac, una forma distinta de cantar a Dios. Se dirigía a Él tuteándole, básicamente. Esto me dio que pensar. Mientras tanto, nosotros cantábamos canciones de montaña o de los scout, como La traccia. Para la liturgia, don Giussani nos enseñó cantos que había aprendido en el seminario, como Vero amore è Gesù, O Cor soave. También aprendimos la versión musical de los salmos según el padre Gelineau. No se usaba ninguna canción sin explicar su significado. Descubríamos que cada palabra, cada sílaba, estaba impregnada de sentido. Todo era siempre un gran descubrimiento. Cualquier frase musical demostraba ser la expresión de un significado vivido, amado y compartido. Eso es, compartido. Así era nuestra amistad, dentro de un significado. Dentro de esta comunión pudo nacer Povera voce. Se considera casi imposible que una creatividad así pueda nacer de varias personas. Sin embargo, fue posible. Yo ya escribía canciones y sabía que Maretta Campi tenía una manera de escribir muy expresiva y fuerte. Le pregunté si podíamos hacer algo juntas. No fue una colaboración externa. No es que ella escribiera palabras a las que yo ponía música. Era una manera de hablar juntas de lo mismo. Así es como nació esa canción». Pero Povera voce no fue la primera canción. «En las vacaciones del 61 estábamos todos juntos y dije que había escrito una canción. Me puse a cantarla y seguí, a veces sola, a veces con Maretta y Guido Clericetti. No dábamos demasiada importancia a estas cosas. Las hacíamos, era bonito hacerlas juntos». ¿Qué canción era? «“¿Me buscabas, Dios mío? ¿Qué querías de mí? No tengo nada que darte, no tengo nada para Ti… ‘Ofréceme a Mí’”. Se titulaba Comunión. Me habían dado una estampita, como hacían antes, con las palabras de una poetisa francesa y las reescribí».

Pero eras casi una niña… La pureza poética de Il mio volto es extraordinaria. «Recuerdo perfectamente cómo fue. Había un encuentro. Yo estaba pasando una mala época, una crisis. Recuerdo la experiencia de esos momentos, donde aparecieron esas palabras. Así es una canción, así es la inspiración: es como ver, es un momento en el que tú ves. Entonces lo expresas. Pero no expresas algo como si fueran divagaciones tuyas, sino como un testimonio, el reconocimiento de una evidencia».
Cómo fue aquel encuentro. «Fui allí vacía, no tenía nada, no era nada. Oí a don Giussani hablar de Dios, de Cristo. Me di cuenta de que iba tomando conciencia, que mi ser iba tomando forma a medida que mi mirada se posaba allí. Inmediatamente lo escribí: ese sufrimiento, y lo que estaba pasando».
Publicado en Huellas, noviembre 1993