Luigi Maria Epicoco

Fuego dentro

«La inquietud es hoy una de las claves de nuestra vida. Giussani la tocó de una manera muy cristiana, como tocaba Jesús a los leprosos». En el Meeting de Rímini estuvo hablando del fundador de CL. Hablamos con Luigi Maria Epicoco
Paola Bergamini

«No estamos de acuerdo, pero estamos contigo y te vamos a ayudar. Hagamos un trato: si ves que no es tu camino, vuelve inmediatamente a casa». Esa fue la reacción de sus padres cuando, a los quince años, les comunicó su decisión de entrar en el seminario. «Siendo cristianos, pero no practicantes, hicieron un voto de confianza ante una decisión que no comprendía. Fue una lección de vida a la que vuelvo muchas veces en mi relación con los jóvenes». Y es que Luigi Maria Epicoco, nacido en 1980, se relaciona mucho con los jóvenes. Teólogo y escritor de éxito, su perfil de Facebook y sus videos de YouTube tienen miles de seguidores. En el Meeting de Rímini, en la presentación de la antología Alle radici di una storia (En las raíces de una historia, ndt.), publicada por Rizzoli, contó de manera vibrante quién es hoy para él don Giussani, al que conoció «por la contaminación de sus amigos».
Nos encontramos con él en su despacho del Dicastero de la Comunicación vaticana, donde el Papa le ha nombrado asistente eclesiástico, y enseguida se refiere al Meeting. «Era la primera vez que iba y ha sido como estar dentro de un gran abrazo. Un encuentro que deja huella».

Sacerdote con 24 años. ¿Cómo nació su vocación?
Desde niño siempre me atrajo la vida parroquial sencilla, sin pertenencias particulares. En casa nadie me ponía problemas, pero tampoco secundaban mi interés. Para que se haga una idea, fue una mujer de la parroquia la que me enseñó a rezar y a leer el evangelio. Pero el mensaje evangélico tenía un eco existencial, en el sentido de que era recurrente la pregunta: ¿qué tiene que ver conmigo? Poco a poco, el Señor fue respondiendo. Hasta que en la adolescencia me “estalló” un agradecimiento a Jesús que me empujaba a querer hacer algo por Él. Y entré en el seminario.

Siguió estudiando en Roma Filosofía y el doctorado en Teología moral. Su primer destino después de la ordenación fue en las montañas de los Abruzzos y luego llegó la propuesta del obispo…
Sí. Monseñor Giuseppe Molinari me pidió ir a la parroquia que él fundó para los universitarios de L’Aquila, donde conocí a varios estudiantes de CL, entre otros. Estando allí viví el terremoto, un momento decisivo en mi vida. No sabía cómo llegar a los universitarios que habían quedado tan marcados por aquella tragedia, así que tomé una decisión. Al acabar la celebración de la misa en una iglesia vacía, me senté en el ordenador y me puse a escribir en mi perfil el comentario del evangelio. Empezaron a escribirme desde toda Italia, dándome las gracias y contándome sus historias personales.

Podríamos decir que la escritura y la educación han estado cada vez más presentes.
Forman parte de mi vida sacerdotal. Yo soy cura. Que eso se traduzca en enseñanza, en conferencias o en libros, es algo accidental. Digamos que sigo lo que la Providencia me indica. Debo añadir que mi formación filosófica me orienta mucho hacia la pregunta, hacia las inquietudes propias del ser humano. Este enfoque existencial ha generado algo que se podría llamar simpatía, en el sentido de “sentir juntos”, con los lectores. En este sentir reside también una cierta sed editorial.

«Inquietud» es una palabra recurrente en su libro La decisión de Eneas.
Cada época tiene sus tabús. En tiempos de Jesús eran los leprosos, los extranjeros, no es casual que ellos sean los protagonistas de sus parábolas. La inquietud es hoy una de las claves de nuestra vida. El propio don Giussani captó su importancia: una herida que nos atraviesa a todos. Giussani dio voz a algo que ya estaba presente, pero de lo que nadie tenía el valor de hablar. Diría incluso que tocó la inquietud de una manera muy cristiana, como tocaba Jesús a los leprosos.

¿Qué quiere decir «de manera cristiana»?
Ser capaz de arrojar luz es una gracia. Para Giussani este dato existencial, la inquietud, lleva dentro un bien que aún no se llega a percibir. Por ello, en la pregunta por el significado de cada aspecto de la vida hay un Dios escondido pero presente. En eso consiste para mí la experiencia cristiana: entrar dentro de cualquier situación, cualquier condición que la vida plantee.

En este sentido usted ha escrito: «Parto de la convicción de que el mensaje del Evangelio y sobre todo la persona de Jesús son la mirada más realista y al mismo tiempo positiva que se pueda tener sobre el mundo».
Una persona realista sin Cristo está desesperada, la presencia de Jesús es la que concede una postura que te salva del vacío. Sin Él solo queda el vértigo. Imaginemos a un niño de pie en una mesa: si está solo tiene miedo, pero si tiene a su padre al lado sabe que nada malo le puede pasar.

¿Puede explicarlo mejor?
¡La respuesta es Rose! Su testimonio del 15 de octubre en la plaza de San Pedro (Rose Busingye, enfermera en Uganda con mujeres enfermas de Sida, ndr). No es la explicación en términos filosóficos, sino la mediación concreta de personas que ofrecen con su vida una materia sacramental. La presencia de Rose en medio de la tragedia donde ella vive hace que hasta alguien que no tenga fe pueda experimentarla.

Volvemos a la palabra «experiencia».
La experiencia es el antídoto al gnosticismo, que junto al pelagianismo es la gran herejía que ha atravesado la historia de la Iglesia. El Papa ha señalado muchas veces el peligro del gnosticismo, es decir, de encerrarse en los razonamientos. Sin embargo, la experiencia solo es tal si es relación con un hecho. Desde este punto de vista, el mal es muy astuto y quiere apartarnos de los hechos. Además, hay una forma sagrada de vivir la experiencia, es decir la fe, en la que subsiste un vínculo de sentido con la realidad. Por ejemplo, se puede ser padre como hecho biológico o según los clichés de la moda; o bien los términos “padre” y “madre” indican una vocación que va más allá de traer un hijo al mundo. La experiencia de fe supone una profundidad nueva que nace del encuentro con alguien que la encarna. Entonces el testimonio, la misión, es solo eso: nuestra manera de vivir.

Que no tiene nada que ver con el “ansia evangelizadora”, como usted la llama.
En este sentido, la pandemia ha sido una gran prueba de realismo, poniendo en crisis la “pastoral del entretenimiento”, que significa: si me quitas los hechos, no queda nada. Pero como dice san Pablo, ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿La espada, la tribulación, la muerte, el Covid? Este es el gran desafío: dejar de contentarse con “seguir teniendo” gente. Ser uno mismo da fruto, lo demás es marketing, es decir, convencer de que lo mío es lo correcto porque soy una buena persona, tengo valores, etcétera. Los jóvenes, sobre todo, se dan cuenta cuando alguien les habla con verdad. Lo he visto en mi propia experiencia.

¿Cómo?
Cuando daba clase en un instituto de L’Aquila, un chaval que estaba exento de mi asignatura me preguntó si podía quedarse en mis clases. Se declaraba ateo y siempre me bombardeaba a preguntas, un fuego ardía en su interior. Murió durante el terremoto. Sus padres vinieron a verme y me contaron que un día su hijo les había dicho: «Estoy seguro de que Epicoco no me engaña. Hoy le he preguntado una cosa y me ha dicho: “No lo sé”. Solo alguien que no quiere llevarte a su bando puede responderte así».

Ese “fuego dentro” implica la pasión por vivir.
Sí, que yo vincularía sobre todo al deseo, entendido como el motor de la vida, algo muy humano. Lo definiría así: lo que me realiza tal como soy. El encuentro con Cristo lo reaviva, hace ir hasta el fondo del propio yo como alguien único, irreductible, a semejanza de Dios. Cristo pide a cada uno ser él mismo y caminar hacia la verdad de sí. Por eso, personas muy diferentes –pensemos en los apóstoles– pueden estar juntas. Es el milagro de la comunión. Hoy, el verdadero problema es que si le preguntas a un chaval: «¿qué deseas?», no sabe qué responder, confunde el deseo con las expectativas que tienen los demás o con las “tripas”. El verdadero educador es aquel que ayuda a hacer este trabajo si dar la respuesta.

¿Y la pasión?
Hay un pasaje del Evangelio que me la explica. Cuando los discípulos de Emaús hablan del resucitado exclaman: «¡Era él! ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?». Hay momentos en la vida en que el corazón arde. A mí, por ejemplo, me pasa delante de La vocación de san Mateo en la iglesia de San Luis de los Franceses. Caravaggio era un bellaco, un asesino, pero estaba atravesado por un fuego que estalla en las formas y colores de sus cuadros. Del mismo modo, cuando leo a McCarthy, en su nihilismo encuentro más cristianismo, como pasión por el hombre, que en muchos autores melosos que escriben sobre Dios. La pasión es el paso de Cristo por la vida de una persona, a veces sin que se dé cuenta. Creo que podía pasar igual con Giussani: uno podía no entender todo lo que decía, pero tenía la convicción de estar oyendo algo verdadero, verdadero para su vida. Yo veo cuando un profesor, un cura o un padre no tienen pasión: formalmente lo hacen todo, pero falta el apego. Se limitan a las reglas. Pero eso a los jóvenes de hoy no les basta.

¿Qué necesitan?
Para mí son un gran recurso. Claro que están atravesando un momento complicado en términos de fragilidad, pero no está dicho que sea una condición tan negativa, es una manera de estar en el mundo. Lo que me preocupa es que veo muchas “madres” y pocos “padres”, y entonces ¿quién te empuja? Giussani fue un padre.

Durante la audiencia del 15 de octubre, el papa Francisco dijo: «Don Giussani fue padre y maestro, fue servidor de todas las inquietudes y las situaciones humanas que iba encontrando en su pasión educativa y misionera».
Ya antes de ser papa, Francisco conocía a Giussani a través de sus libros, y sobre todo a través de algunos amigos. Siempre ha estado convencido de su genialidad, era un hombre traspasado por una gracia favorable a todos. Yo añado esta idea. Después del Concilio, el Espíritu regaló experiencias únicas: los movimientos. Podemos hablar de un don de Pentecostés que renovó la Iglesia. Ahora estamos en una fase –y esto lo ha captado Francisco– en la que se debe pasar del tiempo carismático de la persona a una etapa de asentamiento. Corremos el riesgo de caer en el error de la “repetición”. Sin embargo, para ser como Giussani hay que hacer como hizo él: no parecerse a nadie. El coraje de hacer algo completamente inédito.