Gus Powell (©Archivo Meeting)

Gus Powell. «Aún sigue mi viaje»

El fotógrafo neoyorquino, autor de las imágenes de la exposición “Family Car Trouble”, cuenta en Huellas su encuentro con el pueblo que conoció en Rímini
Luca Fiore

Conocí a Gus Powell en 2019 gracias a su libro Family Car Trouble. Tres años después, he coordinado el trabajo de la exposición que le ha dedicado el Meeting de Rímini. Él estuvo por allí una semana, primero montándola y luego explicándola. «Family Car Trouble es la historia de un viaje on the road. Un recorrido cuya única aspiración era, sencillamente, que toda la familia llegara al final de la jornada», dice. Los protagonistas son su mujer, sus dos hijas, su padre enfermo y Jimmy, un Volvo Polar de 1993. La vida cotidiana. La energía de la infancia y el dolor de ver apagarse lentamente la vida de su padre. «El Meeting ha sido una experiencia impresionante. Desde el punto de vista del número de visitantes, sin duda. Pero, cifras aparte, me ha llamado mucho la atención la respuesta del público», cuenta a su regreso, ya en Estados Unidos. «Todavía me sorprendo cuando pienso en esa nueva manera de hablar de mis fotos, a pesar de que la exposición haya acabado. Afortunadamente tengo a mis hijas que me vuelven a poner los pies sobre la tierra. Cuando Maude, la pequeña, me oyó contar que todo el mundo me paraba para preguntarme cosas, me dijo con una mueca: “Claro, como tú eres tan abierto y amableeee…”. Me toman el pelo, y hacen bien».

¿Cómo han sido estos días en Rímini?
El día antes de viajar, me sentía un poco como Boriska, el joven que en la película Andrei Rublev de Tarkovski tiene que construir una campana y hasta que no la prueba está en vilo porque no sabe cómo sonará. Pero creo que Family Car Trouble ha sonado bien en el Meeting.

La exposición de Gus Powell en Rímini (©Archivo Meeting)

¿Por qué?
El objetivo de esta serie de imágenes era generar una discusión y he tenido cientos de conversaciones con gente que venía a darme las gracias o que no entendían algo y querían preguntarme. Por lo que parece, muchos salían llevándose algo a casa. Los visitantes han colaborado en el éxito de la exposición, así como los maravillosos voluntarios que me han ayudado a montarla y los guías que la presentaban conmigo.

¿Qué quiere decir que los visitantes han “colaborado”?
Estas fotografías representan momentos de la vida de mi familia, pero no están concebidas como un diario que uno guarda en un cajón. Trabajando primero en el libro y luego en la exposición, he elegido las imágenes que mejor podían comunicar algo a personas que no saben nada de mi vida. Luego la gente empezó a venir para compartir lo que sentían y muchos querían contarnos su historia. Hemos visto a algunos salir conmovidos hasta las lágrimas. Pero no tengo ninguna duda de que ninguno de los que salían llorando lo hacían por la muerte de mi padre. Es como si la exposición les hubiera dado acceso a un lugar concreto de la memoria y les hubiera permitido revivir en público ciertos sentimientos. También estoy bastante seguro de que, entre los que se conmovían, ninguno había vivido la muerte de un padre. En ese sentido digo que han colaborado: si cuentas tu historia a una piedra, no vas a ninguna parte. Una historia necesita ser escuchada y compartida.

Decía que algunos no entendían…
Sí, pero preguntaban. Yo doy clase y sé lo difícil que es suscitar preguntas. Hubo un momento en que, durante un breve lapso de tiempo, se acercaron tres jóvenes entre 19 y 23 años que me preguntaron por qué había tres imágenes de la lluvia cayendo en el parabrisas. Para mí es bastante obvio que –después de la foto de mi padre en el ataúd– esas imágenes representan las lágrimas y el dolor. Pero con los chicos de esa edad es más fácil hablar de coches. Sin embargo…

¿Sin embargo?
Cuando acompañaba a los visitantes por la exposición, mi momento preferido era ese. Tras la imagen de la muerte de mi padre, llegan las fotos de la lluvia. En ese momento veía que la gente asentía con la cabeza. Es una idea poética, pero también una situación muy real y cotidiana. Cuando aparcamos el coche, apagamos el motor y nos quedamos ahí, sin salir. Estamos nosotros y nuestra conciencia. Son momentos de meditación. A veces de dolor. Es algo que creo que nos ha pasado a todos. Estás ahí y te preguntas: «¿Y ahora?».

¿Qué encuentros son los que más le han impactado?
Un día llegó una mujer, una abuela. Tenía los ojos azules y el pelo blanco. Quería contarme lo que había visto en mis fotos. Ella hizo de guía para mí. Lo había entendido todo. ¡Todo! Te encuentras con una persona que tiene mucha más experiencia que tú y que al leer tu trabajo lo entiende perfectamente. Fue un regalo. En otra ocasión llegó un niño de once años que se puso a hablarme de la foto final de la exposición, con mi hija abriendo los brazos, como abriéndose al futuro. Se notaba que quería practicar su inglés, un tanto rudimentario, pero al mismo tiempo hablaba de esa imagen con verdad. ¡Qué ternura!

¿Ha aprendido algo nuevo de su trabajo?
Normalmente, cuando acabas un proyecto ya no puedes más. Lo dejas atrás y sigues adelante. El libro se publicó en 2019 y ya ni siquiera recordaba muy bien la secuencia de imágenes. Pero mientras iba hablando y respondiendo a las preguntas, me di cuenta de que todavía estoy elaborando ese periodo de mi vida. No sé cuántas veces he recorrido la exposición y cada vez me parecía que estaba en la película Atrapado en el tiempo, con Bill Murray: siempre repetía las mismas cosas, pero cada vez había unas caras distintas con las que hablar. Nunca había mirado mis fotos de esta manera. El hecho de haber publicado un libro sobre este tema no significa que mi dolor haya desaparecido. Es algo que sigo llevando dentro. Hacía años que no oía el nombre de mi padre tantas veces: «La foto de Peter la ponemos así…», «Empezamos con Peter…». Me ha conmovido mucho volver a oírlo nombrar de nuevo.

¿Qué le ha parecido el Meeting? Cuando le invité, se lo describí a grandes rasgos, pero no al detalle.
Sabía que iba a encontrarme con gente con cierto background religioso, pero no sabía lo que me iba a encontrar.

Pensaba que quizá sus amigos italianos ya le habrían hablado de CL.
Sí, cuando dije que iba al Meeting de Rímini a muchos les brillaron los ojos. Son gente de izquierdas que suele situarse en las antípodas de vuestro movimiento. Pero Giulia Zorzi, mi galerista, estaba segura de que era una gran oportunidad para compartir y dar a conocer mi trabajo.

¿Qué vio al llegar a Rímini?
En Estados Unidos, un evento de este tipo, donde el motor es la pertenencia a un grupo cristiano, en mi cabeza –que es solo mía, pero es el único punto del que puedo partir– habría sido algo con un tono mucho más encendido, también desde el punto de vista de la expresión estética: camisetas donde pudiera leerse “Jesus saves” o grandes cruces por todas partes… En el fondo es comprensible, como cuando vas a un estadio. Lo que llevas puesto te ayuda a sentirte cerca de los que son como tú. Es algo natural. Sin embargo, en Rímini, tanto los jóvenes como los sacerdotes, no mostraban su posición religiosa con su aspecto. Haciendo escala en el aeropuerto de París, de vuelta a Nueva York, estuve en un lugar parecido al recinto ferial de Rímini y la gente que vi allí no era muy diferente al pueblo del Meeting. Tuve que preguntarme qué tipo de conexión había entre la gente del Meeting.

¿Y qué respuesta se dio?
Se nota que no es algo dogmático ni reductivo, sino algo más sofisticado y sutil. Tal vez una forma de expresarlo es precisamente el lema de este año: una pasión por el corazón del hombre. Y el hecho de hablar de todo: ciencia, religión, política, economía, arte… Ha sido una auténtica sorpresa. Pero cuando preguntaba a los jóvenes qué era lo que más les gustaba del Meeting me respondían que encontrarse con los amigos, volver a ver a gente que llevaban años sin ver, sentarse a tomar algo y charlar al acabar la jornada. Aparte de las exposiciones y las conferencias, lo más interesante es el encuentro entre la gente.

¿Y qué ha aprendido de don Giussani?
De vez en cuando, en alguna discusión, salía su nombre. En una ocasión, estaba hablando con una persona y estaba conmigo una de las guías para traducir. Antes de irse, esta mujer me dio las gracias diciendo algo así: «Gracias porque nos ayudas a ver la realidad» o «a vivir la realidad». Y Chiara me dijo: «Es una frase muy de CL…». En los días siguientes traté de entender qué quería decir y me he dado cuenta de que es una especie de mantra tomado del primer libro de don Giussani, El sentido religioso.

«Vivir intensamente la realidad»…
Exacto. Es una frase con la que me identifico mucho. El fotógrafo observa intensamente la realidad y al mismo tiempo trata de verse a sí mismo dentro de lo que mira. Es un aspecto fundamental de Family Car Trouble. Y es hermoso que la gente haya podido ver en mi trabajo algo que la conecte con la enseñanza religiosa que ha recibido o, al menos, con una parte. Además, para mí, la relación con la realidad es algo totalmente subjetivo, así que no sé si será exactamente lo mismo que quiere decir Giussani. Pero ha sido un punto de encuentro entre la gente, mi trabajo y yo. El Meeting me ha regalado un ejemplar de El sentido religioso. Lo leo y volvemos a hablar.