Margaret y Mauro

Dublín. La semilla de una historia

El encuentro con don Giussani, el matrimonio, el sí a la misión. «Unidos siempre a esta historia, empezaron a suceder cosas...». El testimonio de Margaret y Mauro Biondi
Paolo Perego

«¿Por qué os casáis en Sicilia?», les preguntó don Giussani. «Porque ahí empezó nuestra historia», respondió Margaret. Pero él fingía no entender, recuerda Mauro, siciliano residente en Irlanda desde hace casi cuarenta años. «Don Giussani sabía que había conocido a Margaret en Dublín, y repitió la pregunta. Margaret contestó que todo había comenzado en Sicilia, esa historia que a través de mí le alcanzó también a ella».
Margaret y Mauro Biondi se casaron en septiembre de 1985. Esta historia «tiene un principio misterioso, allí donde vuestro padre y vuestra madre os dieron la vida, con su contenido humano y de fe», dijo Giussani durante la homilía de su matrimonio: «Pero un inicio o una vida se vuelve historia cuando descubre su significado, cuando Cristo, que es el significado de la vida de todos los hombres y del mundo entero, se convierte por gracia y por el misterio del corazón, en una realidad familiar, es decir, comprendida y aceptada. Ese momento en que la vida empieza a tener significado está totalmente en manos del Señor».

Ahora, 36 años después, no pueden imaginar su matrimonio si no es dentro de una historia más grande. «El otro es una "compañía al Destino"», dicen mirándose: «Esa a la que se refería don Giussani en la homilía. Algo que comenzaba allí, en el altar, pero que iba a crecer con los años, verificándose día tras día, teniéndose y constituyéndose cotidianamente».
Mauro recuerda ese inicio como si fuera ayer. «Iba a la universidad en Catania. Al entrar en una sala oí a don Francesco “Ciccio” Ventorino, sacerdote amigo de Giussani, hablando a los chavales del CLU». Fue algo impactante. «Nunca le había visto pero era como si estuviera hablando de mí. ¿Cómo era posible? Pensé que no podía alejarme de alguien que me conocía así sin conocerme. Y empecé a seguir el movimiento». Lo describe como un enamoramiento. «Da igual ir al cine o a comer, solo quieres estar con esa persona y conocerla mejor. Eso es lo que me pasó con CL». Cuando llegó la petición de disponibilidad para la misión, el sí de Mauro fue incondicional. Era el año 1980.

En la isla de Smeraldo no había ninguna comunidad. «Me dedicaba a estudiar inglés y preparar mis exámenes para la vuelta a Italia. Todavía no había Erasmus. Lo vivía todo con otro italiano que había allí». Llegaron los primeros conocidos en un país que entonces tenía mucha presencia católica. «Surgió una amistad con varios de ellos, entre los que estaba Margaret. Lo que más les impactaba era que para nosotros la fe no era algo privado que solo afectase a la misa dominical. Dos años después, un mes antes de volver a Italia, el día de Pasqua de 1982, Margaret y yo empezamos a salir».
«¿Dónde vais a vivir?», les preguntó enseguida don Ciccio. «Le respondí que todavía era pronto para pensar en eso», cuenta Mauro, «pero él contestó que la cuestión era cómo este noviazgo podía servir al movimiento y a la Iglesia, porque si servía al movimiento y a la Iglesia también nos serviría a nosotros, y me dijo: “Escribe a Giussani”». Lo hizo, y esta es la respuesta que recibió: «Seguramente el Espíritu Santo ya te habrá hecho decidir, pero sería precioso que una semilla del movimiento se fundiera con la tierra irlandesa».

Una semilla que germinó con el paso de los años. Hoy los Biondi tienen tres hijos mayores y dos nietos. Y en Dublín y alrededores ha nacido una pequeña comunidad del movimiento. Mauro lidera el Instituto Cultural Emerald, una escuela de inglés para extranjeros que le lleva a viajar por todo el mundo. «Pero no siempre ha sido así. Don Giussani nos lo avisó al partir, sin trabajo ni proyectos: “Llegarán momentos amargos pero os permitirán hacer memoria de la razón por la que os habéis casado y por la que estáis allí”». Las dificultades no tardaron en llegar. Mauro no encontraba trabajo. Margaret fue la primera en tener un empleo estable. «El obispo me propuso poner en marcha un centro pastoral para la familia siguiendo las indicaciones de Juan Pablo II en la Familiaris Consortio. «Por aquella época visitaba las parroquias, hacía encuentros, pero cuando volvía a casa le decía a Mauro: si esta gente no se encuentra con Cristo, ¿de qué sirven tantos discursos? Siempre me decían "qué bonito", pero un discurso no resiste ni cambia la vida».

«Esos años nunca nos faltó la conciencia de qué era lo que llenaba nuestra vida». Giussani no estaba allí, ni nuestros amigos, no había comunidad. «Pero lo teníamos todo, estábamos allí por el encuentro que habíamos tenido». Luego, con el tiempo, «unidos siempre a esta historia, empezaron a suceder cosas». Primero los amigos irlandeses y después los de otros países que, por diversos motivos, pasaban por Irlanda. Ahí se jugaban una cuestión decisiva. «Con el tiempo vimos que la compañía no es ante todo un lugar donde confrontarse sobre los problemas de dinero, familia, trabajo, educación... Para nosotros la compañía o un grupo de fraternidad es un lugar donde se sostiene nuestra relación con Jesús. De ahí nace una nueva forma de afrontar las cosas. No es un problema de lo que hay o lo que falta. Si pienso en nosotros, no teníamos nada más que la historia a la que pertenecemos, y nada nos ha impedido vivir la promesa de la que nos habló don Giussani».

«Hoy, como hace 40 años, tenemos todo lo que necesitamos. Permaneciendo pegados a esta historia, se nos ayuda continuamente a vivir en esa posición de abandono que don Giussani definió en la homilía de nuestra boda como “lo más hermoso, humanamente hablando, de la liberación de Cristo... Igual que de pequeños no teníais miedo a nada estando en brazos de vuestro padre o madre, no tengáis miedo ante el camino que se abre ante vosotros, abandonados a la misericordia de Dios que os ha querido y amado”».