Don Giussani con Juan Pablo II (©Fraternità di CL)

«¡Qué será ser tocado por el Ser!»

Asombro y deseo se abrían paso en los ojos y el corazón de Jone Echarri, fisioterapeuta que trató a don Giussani durante los momentos más duros de su enfermedad. A pesar de los límites, nada le impidió mostrar la potencia de la memoria de Cristo
Jone Echarri

Luigi Giussani fue un hombre sorprendido, seducido y atrapado para siempre por el Acontecimiento de Cristo. Este encuentro dominó toda su vida y fue el motivo de todo su existir: vivir y testimoniar la Belleza que le había llamado y a la que él con tanta pasión respondió. Esta pertenencia recorría trasversalmente toda su existencia.

Lo que más agradezco de mi relación con él es ver delante de mis ojos el espectáculo poco común de un hombre unido, que es la característica más importante de lo que prometió Jesús: «el ciento por uno aquí». Unido en todo, hasta en las situaciones más dramáticas, donde se manifestaban la debilidad y el dolor, de las que luego hablaré. Pero antes quiero mostraros algunos aspectos de su vida cotidiana que muestran con claridad lo que él era, es decir, su autoconciencia. Porque en el momento de la enfermedad se pone de manifiesto cómo y por qué uno vive.

El tratamiento de fisioterapia de don Giussani empezó gracias a una amiga, Carmen Giussani. Ella vino a mi clínica y vio el tratamiento que seguía con mis pacientes neurológicos. Cuando fue a Milán le explicó lo que había visto y le dijo: «Creo que esta terapia puede ser buena para ti». Don Giussani a los pocos días me llamó y me dijo: «¿Por qué no vienes a tratarme un fin de semana?». Era el año 1994.

Las primeras veces quise que le tratara mi profesora de Londres, que era una gran profesional reconocida a nivel internacional. Ella le dio una sesión de fisioterapia y don Giussani experimentó un fuerte alivio de sus síntomas. Con toda la naturalidad, dijo: «Si una persona experimenta un beneficio tan grande cuando es tocado por las manos de otra persona, ¡que será ser tocado por el Ser!». Todos los allí presentes nos quedamos en silencio, porque la enfermedad ya manifestaba en él su duro rostro, y sin embargo, decía: «¡Qué será ser tocado por el Ser!». Desde aquel día yo quise saber qué significaba eso que él decía, qué significaba en su vida cotidiana.

Hace muchos años Marx dijo que «la religión es el opio del pueblo». Sin embargo, don Giussani decía siempre que el hombre religioso es quien vive intensamente la realidad, y yo decía: «Yo quiero observar cómo tú vives intensamente la realidad», porque ahí es donde se entiende todo. Y observando atentamente, día tras día, empecé a ver cosas sorprendentes.

Jone Echarri con su marido, Jesús Carrascosa, en el 78° cumpleaños de don Giussani

Lo primero que me sorprendió fue cómo se levantaba por la mañana. Era conmovedor. Se levantaba por la mañana a la espera de los hechos que iban a suceder y de los cuales, a pesar de su ancianidad, podía aprender. Me decía: «Jone, abre la ventana porque tenemos que entender qué es lo que tenemos que aprender hoy». Después de varios días de oír aquello, un día le pregunté: «Pero, ¿qué es lo que tenemos que aprender?», y él me respondió: «que todo este día se nos ha dado para conocerlo y amarlo».

También ahí me quedé en silencio y comprendí que él quería vivir la realidad descubriendo cada mañana no solo lo que pasaba en ella, sino Quién estaba en el fondo de la realidad. Ese “Quién” es el que daba valor y significado a todas las cosas; se percibía una relación personal y familiar con el Misterio, que le hacía vivir la realidad como don, como algo donado a él, a su propia vida, a lo que él deseaba adherirse con corazón de niño. Ahí entendí el significado de la vida como vocación en acto.

El momento de la comida. Estábamos comiendo espaguetis con aceite, ajo y guindilla, y exclamó: «¡Qué sabroso!», que en italiano se dice con la expresión «che bontà!». Después se quedó pensativo y dijo: «Pero, ¿cómo podría yo decir “qué bondad” si no existiese una bondad en el origen? Por eso, para adherirnos al Señor, Él nos ha dotado de una característica fundamental, el gusto, el placer. Quien no tiene una educación al gusto y al placer, es decir, a la correspondencia de adherirse al Misterio, no puede ser libre».

Lo que más me llamaba la atención es que todo esto sucedía con una gran espontaneidad, se veía que estas consideraciones surgían de su autoconciencia, de algo que yo diría que casi no podía contener… hasta en la comida se percibía que, además de nosotros, para él existía otro Huésped, con mayúscula, y esto le hacía gozar todavía más de la mesa.

Un día se despertó y le dijo a su secretaria: «reúne a todos los que están en la casa». Nos juntamos alrededor de su cama y nos dijo: «Nosotros estamos aquí porqué cuidáis de mi salud, y eso está bien, pero no solo por eso. Nosotros no solo estamos juntos por lo que hacemos sino para ayudarnos a escuchar la voz que está dentro de lo que hacemos. Cuando esto sucede cambia el aire, es como cuando yo voy al mar, cambia el aire porque está el mar». Desde aquel día tomé más conciencia de que el mar era el Señor del universo presente allí, allí, dentro de lo que hacíamos. Esta conexión con tal Señor me abrió de par en par a la relación con las personas que teníamos la tarea de cuidarle y me abrió también las puertas al mundo. Dentro de aquellas cuatro paredes me di cuenta de que lo que hacía tenía que ver con el bien del mundo, gracias a un testigo que nos manifestaba que el Mar estaba allí.

Cómo aprendía de la enfermedad. Un día, dirigiéndose a mí con una mirada muy aguda, me dijo: «¿A que no sabes lo que estoy aprendiendo de la fisioterapia?». Me quedé sorprendida y siguió. «Estoy aprendiendo la relación de la fisioterapia con la moralidad. Cuando Marco Bersanelli –un amigo astrofísico– me habla, percibo que me habla de un macrocosmos. Sin embargo, cuando tú tratas mi cuerpo, percibo un microcosmos, compuesto por partes minúsculas, donde cada parte funciona en una armonía perfecta con las demás. Cada parte del cuerpo actúa para cumplir su función, en función del todo. Si se mira parcialmente puede parecer que es justo lo que es desordenado, se considera el cuerpo como algo mecánico. Sin embargo, el punto de vista moral de la fisioterapia es el orden de cada parte, en función de la totalidad. El principio del valor del cuerpo y del espíritu es idéntico, es una analogía perfecta con la moral, consiste en la unidad de todo el hombre físico y su conciencia. Estoy viendo cómo puedo trasmitir lo que estoy aprendiendo en la fisioterapia».

Yo me quedé atónita viendo cómo ese hombre vivía todo, hasta las cosas más pequeñas, en relación con la verdad última. Era un hombre cuya razón no se quedaba en la apariencia sino que se abría de par en par al descubrimiento último que daba significado completo a todo lo que vivía. Yo, siendo fisioterapeuta desde hacía varios años, no me podía imaginar ni por lo más remoto lo que el percibió.

Viendo todos estos aspectos de su vida, un día me armé de valor y le hice una pregunta decisiva: «¿Cómo puedo vivir yo con la intensidad con la que tú vives?». Él me miró muy seriamente y me dijo: «Tú tienes que tomar la iniciativa, tienes que tomar la iniciativa, que tu vida sea relación personal con Cristo, es decir, debes vivir la memoria y que Él invada todos, todos y cada uno de los aspectos de tu vida, y te aseguro que si vives la memoria tendrás la misma intensidad de vida que tengo yo». Quiero resaltar que don Giussani muy pocas veces utilizaba el verbo “debes”, pero en esta ocasión, para indicarme la seriedad y gravedad de lo que me estaba diciendo, usó decididamente esa palabra: “debes”. «Mira, Jone, que el pobre de espíritu es el hombre decidido y tú debes decidir».

¡Madre mía, al oír estas cosas…! A partir de aquel momento se dio un paso en mi vida, deseaba vivir la misma belleza de vida que estaba viendo en él a pesar de su enfermedad, y aceptar el reto que don Gius me había lanzado.

Cambió mi forma de trabajar. Como sabéis, soy fisioterapeuta neurológica, trataba a pacientes que han sufrido problemas muy serios, como parálisis de un hemicuerpo o de los dos. Algunos recuperaban bien sus capacidades funcionales y podían desarrollar una vida bastante normal. Esto comportaba por parte de pacientes y familiares un agradecimiento enorme, te veían casi como un semidiós y, viendo la importancia que mi trabajo tenía para la persona, Giussani un día me hizo una pregunta radical: «Oye Jone, ¿tú quién piensas que es más agraciado, tú que realizas este trabajo o uno que está 8 o 10 horas en una cadena de montaje?». Me quedé en silencio y me dijo: «Te he puesto en dificultades, ¿verdad? Pues es más agraciado el que está en la cadena de montaje, porque si no hiciera memoria se pegaría un tiro».

Para don Giussani la memoria era una cuestión de vida o muerte, quería decir que la memoria no es una opción sino una vocación, quería mostrarme que el valor del trabajo no está solo en hacer sino en pertenecer: el pertenecer precede al hacer. Por eso, me decía: «La satisfacción de la jornada no empieza cuando iniciamos el trabajo, sino un minuto antes de entrar, cuando uno toma conciencia de lo que le ha sucedido, del Acontecimiento que le ha atraído, y es solo entonces cuando uno toma conciencia de sí mismo».

Desde entonces, antes de abrir la puerta de mi clínica me decía: «entro en un lugar sagrado». Era consciente de que, a través de la memoria, Él entraba en ese lugar y percibía con claridad que Su presencia tenía que ver con todo lo que ocurría en mi lugar de trabajo, aquellas cuatro paredes se dilataban al mundo. Esto, que quizá pueda parecer poco concreto, para mí fue concretísimo. Imaginaos personas jóvenes, padres que nunca tendrán un hijo como el que tenían antes del accidente… Sin embargo, yo podía estar delante de ellos, hacer un camino con ellos, sosteniendo su esperanza, porque sabía que también aquello había sido redimido por Aquel que estaba presente. Cuántas desilusiones, cuántas frustraciones, cuántas noches sin dormir me ahorró aquello.

Él siempre me recordaba: «Para estar con pacientes como nosotros, hace falta mucha fuerza para sostener la esperanza de los hombres y esta fuerza no procede de ti, ¡no te hagas ilusiones! O tú vives de la memoria de Cristo, o no podrás mantener la mirada frente al enfermo. Al principio lo harás, pero poco a poco empezarás a bajar la mirada, después a dar un paso atrás, luego a quejarte y al final perderás el entusiasmo de servir a la obra maestra del Creador, que es el hombre, y trabajar por la gloria humana de Cristo».

El valor del instante. Cada vez afinaba más, su conciencia se iba haciendo más profunda. Un día Giussani estaba hablando del valor del instante: «Todo instante es para la eternidad». Le pregunté: «¿Cómo se vive eso si, por ejemplo, veo a una persona una sola vez o la persona con la que me cruzo es precisamente con la que tengo más dificultades, la que me provoca más dolor?». Puede ser en el trabajo, en la familia… Él me contestó: «La persona que está delante ti tiene tu mismo corazón y tu mismo destino. El Destino se te ha manifestado a ti porque te ama, pero ama también a la persona que te encuentras, aunque te produzca dolor. Si tu mirada abraza a esa persona con esta conciencia, cuando os encontréis en el Paraíso vendrá corriendo a tu encuentro y te abrazará, porque en un momento determinado de su vida tú la has mirado como Cristo la mira ahora».

Quedé muy impresionada. Verdaderamente hace falta mantener vivo el deseo de ser educados para mirar de esta manera, porque así nada se pierde: ni el instante aparentemente banal de una mirada, ni el dolor provocado por una persona. Él me enseñó a mirar a las personas con respeto, que no es tratarlas con educación; es mirar a una persona teniendo presente a Otra, con mayúscula.

Aparecen los límites en la expresión. Era el año 1997. Don Giussani siempre predicaba los Ejercicios de la Fraternidad en directo, pero empezó a tener dificultades de dicción y decidió grabarlos en video. Estábamos allí delante un pequeño grupo de personas, pues no le gustaba hablar solo delante de la cámara, quería ver nuestros rostros para saber si sus palabras nos llegaban. Al terminar su exposición nos preguntó: «¿Cómo ha ido?». Nosotros, estusiastas, le dijimos: «Fenomenal», pero antes de que pudiéramos seguir adelante nos dijo: «No podéis entender, no podéis entender». ¿Qué era lo que no podíamos entender? «Que Dios en este período me está dando mucho, mucho, pero me quita la expresividad y hace bien, porque si no me convertiría en un hombre orgulloso».

Su itinerario en el dolor. La enfermedad seguía su curso y comenzó a aparecer el síntoma más temible: el dolor. Sin embargo, Giussani decía: «Dios permite el sufrimiento para que la vida sea más vida. La vida sin sufrimiento se empequeñece, se encierra». Pero en algunos momentos el dolor era fuerte y duraba mucho. A veces me entristecía porque no sabía cómo ayudarle, pero él me decía: «No estés triste porque esto también es positivo, creo que es la manera de participar en la pasión de Cristo. Él también era un hombre como yo».

La vida se hacía cada vez más dura: perdía movilidad, expresión de la palabra, tenía momentos dolorosos… pero nunca rebajó su estatura humana. Las exigencias de su corazón seguían estando vivas, quería vivir intensamente las circunstancias, diciendo “sí” al Misterio. Sabía que Él las había atravesado y las había vencido. Por eso decía: «Dios no solo muestra su amor cuando nos da cosas buenas, sino también cuando permite cosas desagradables», y esta certeza del amor que Dios le donaba se percibía en su estado de ánimo. Un día que estaba mejor dijo: «Es como si la Virgen María, san José y san Ricardo Pampuri me dijeran: “Te apreciamos, ¡adelante, que nosotros ponemos todo de nuestra parte!”». Pero un día descubrí que vivía también otro tipo de dolor. Estaba muy triste y le dije: «¿Te pasa algo, estás mal?». Me respondió: «No me pasa nada físico, pero no puedo soportar la idea de que tantos hombres no conozcan a Cristo».

Cómo vivía por Cristo y en Cristo pude comprobarlo el día de su último santo, san Luis Gonzaga. Ya estaba bastante mal y me dijo: «Ya tengo poca vida, pero hasta el último respiro mi primer sentimiento seguirá siendo la gratitud, porque esta vida proviene de Él». Me dejó pensativa. Lo normal en estas situaciones es oír: «Esta vida no es vida, para vivir así mejor morir…». Sin embargo, su primer sentimiento era la gratitud, el reconocimiento de Dios como la fuente que comunicaba vida a su ser.

Otro momento clave para entender quién era Cristo para él fue cuando tuvo un periodo de off, algo bastante común en el Parkinson. Sucede de repente, sin previo aviso, se quedan como si no tuvieran batería, completamente estáticos. Cuando salió de ese trance, le dije: «Cuando estás así te tienes que sentir muy solo». Me contestó: «Yo nunca estoy solo porque Cristo es el compañero indivisible de mi yo». Quise custodiar en mí, todos los días de mi vida, estas palabras que me dijo.

Llegó un día decisivo, que a me marcó mucho. En octubre de 2004, pasó un día muy duro y por la tarde, cuando pasó todo, me dijo: «¡Qué jornada tan horrible!». Él era así, un hombre realista, pero inmediatamente después añadió: «pero si esta jornada la vivo con la tensión de atravesar estas circunstancias viviendo las ocasiones que el Misterio permite, tengo la certeza indomable de que caminaré mejor y más deprisa hacia el Destino que un día veré, mucho más que con todos los proyectos que yo pudiera programarme para este día. Por eso esta jornada es bella, porque es verdadera».

Cómo podéis imaginar, tras oír esto después de un día tan terrible –y no era el único– pude verificar cómo vivía la vida como ofrecimiento, con una confianza ilimitada en el designio del Padre. Intuía que el encuentro definitivo estaba ya cerca, y mientras tanto aceptaba Su voluntad sabiendo que todo era para su bien, y deseando ardientemente colaborar con la redención de Cristo.
Fragmento de la ponencia de Jone Echarri en las II Jornadas Internacionales dedicadas a Luigi Giussani en Madrid del 31 de marzo al 2 de abril de 2022, publicado en la revista Huellas n.5/2022