Francis Collins © Saul Loeb/Mondadori Portfolio/Zuma Press

Francis Collins. «Hay dos libros sobre Dios»

Consultor científico de la Casa Blanca, estuvo al frente de una de las aventuras que hicieron historia en genética y ha sido uno de los protagonistas de la lucha contra el Covid. Hablamos con él durante el New York Encounter
Luca Fiore

Francis Collins es un hombre alto, delgado, ojos azules, bigote y pelo blanco. Al estrecharle la mano, pienso que durante los meses de pandemia fue uno de los hombres más importantes de Estados Unidos. Hasta el pasado mes de noviembre estuvo al frente del National Institute of Health, el sistema sanitario nacional norteamericano. Fue nombrado por Barack Obama y confirmado en el cargo por Donald Trump y Joe Biden. Para entendernos, era el jefe del doctor Anthony Fauci, el asesor médico del presidente de EE.UU. Recientemente le han nombrado asesor científico de la Casa Blanca. Aparte de un hombre de instituciones, es sobre todo un hombre de ciencia. Dirigió una de las aventuras que hicieron historia en genética, el Human Genome Project, el mapa del genoma humano, que contribuyó al conocimiento de gran parte del funcionamiento del ADN de nuestro organismo.

Nos encontramos con él en el Metropolitan Pavillion mientras se celebraba el New York Encounter, donde Collins participó en un diálogo con el columnista del New York Times David Brooks. Cristiano evangélico, no pierde una ocasión para contar cómo abrazó la fe sin renegar del método científico. A los veinte años era ateo, pero después de unos meses en la facultad de Medicina y en las plantas hospitalarias, cara a cara con el sufrimiento y la muerte, se dio cuenta de que nunca se había planteado la existencia de Dios. «Fueron dos años de tormento, tratando de entender si realmente la idea de Dios era aceptable. Luego me pregunté qué tipo de Dios sería y al final, para mi sorpresa, me acabé haciendo cristiano». Para entonces ya era médico. «La gente que me rodeaba pensaba que acabaría enloqueciendo si pensaba conciliar mi profesión con la fe. Hasta ahora no me ha pasado».

¿Por qué?
La ciencia es la manera de entender cómo funciona la naturaleza. Es un enfoque muy potente. Pero hay preguntas que la ciencia no puede responder. ¿Qué había antes del inicio del universo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué hay después de la muerte? Son preguntas en las que la ciencia calla y a las que no quiero renunciar. Si se presta atención a qué tipo de pregunta estamos tratando de responder, no hay conflicto entre ser creyente y dedicarse a la ciencia de manera rigurosa. Francis Bacon nos dejó una metáfora maravillosa: se nos han legado dos libros, el de la palabra de Dios, que es la Biblia –que yo leo casi todos los días– y el de las obras de Dios, que está en la naturaleza, con el que yo trabajo como científico. Ambos son libros de Dios y si pensamos que en cierto modo entran en conflicto, tal vez es que los estamos leyendo mal y debamos volver atrás para intentar entender qué se nos ha escapado.

No todos piensan así.
Hay una especie de choque cultural que viene de muy lejos. Pero en este momento histórico se ha enrarecido por la forma en que nos hemos dividido en tribus. Por razones totalmente irracionales, la ciencia parece más vinculada a la izquierda y la fe a la derecha. ¿Qué sentido tiene? La polarización política parece infectarlo todo.

¿Hasta lo referente a la pandemia?
Los expertos pensaban que harían falta años para que llegara la vacuna y la tuvimos en once meses, salvando así millones de vidas. Pero es muy preocupante que haya tanta gente que la rechace. En Estados Unidos son casi 50 millones. Han oído historias, conspiraciones, desinformación, que les hace temer que pueda haber algún riesgo.

¿Qué implica eso?
Es una acusación terrible a la naturaleza destructiva del tribalismo del que hablaba antes. Hay quien, sin ningún pudor, difunde información totalmente falsa mientras la gente se muere por no vacunarse.

Francis Collins en el encuentro con David Brooks en el New York Encounter

Esto lo dice como científico, ¿pero como hombre de fe?
Siento decirlo, pero muchas personas de fe se han visto arrastradas por este tipo de mentiras que, en general, demonizan a la ciencia. En Estados Unidos, el grupo más resistente son los cristianos, blancos y evangélicos. Y yo soy cristiano, blanco y evangélico. No doy crédito.

¿Tiene algo que ver con el uso de la razón?
Hubo un tiempo en que era bastante ingenuo porque pensaba que si alguien se enfrentaba a unos hechos objetivos, siempre respondería tomando una decisión racional. Estaba convencido de que la razón siempre saldría ganando. Pero David Hume dice que la razón es esclava de las pasiones. En una sociedad polarizada, donde la información está militarizada, las pasiones de todos se inflaman y la capacidad para usar las herramientas de la razón queda gravemente debilitada.

¿Dónde lo ve?
La gente rechaza informaciones que no coinciden con la postura que en ese momento defiende su grupo tribal. Se llama “distorsión cognitiva”.

¿En qué consiste?
Si intentas decirme algo que es efectivamente cierto pero no se adapta a mi marco ideológico, rechazaré esa verdad. En cambio, me llevarán a aceptar algo absolutamente falso si entra en consonancia con lo que yo ya creo. Es un fenómeno cada vez más frecuente.

Ha estado durante doce años al frente del sistema sanitario nacional de Estados Unidos. ¿Cuál fue su momento más complicado?
Fue una época emocionante. Tuve la posibilidad de dirigir la organización de investigación médica más grande del mundo. Establecimos programas nuevos de inmunoterapia para el cáncer, dimos pasos para entender el funcionamiento del cerebro, encontramos soluciones para ciertas enfermedades raras y mucho más. El mayor desafío fue el Covid. Teníamos que asegurarnos de que todos los recursos científicos estuvieran disponibles para no desperdiciar ni un solo día. Mi tarea consistía en convencer a la industria, a las instituciones académicas y al Gobierno para que se sentaran en una mesa a colaborar. El resultado fue sorprendente, aunque el proceso fue más largo de lo que habríamos querido. En todo caso fue una historia de éxito pero al final nos encontramos con mucha gente que nos dijo: «pues no quiero la vacuna». No me lo esperaba.

Ha estado usted en el punto de mira de las teorías del complot. ¿Qué le ha ayudado a afrontar estos ataques?
La oración. Si fuera una crítica merecida, intentaría entender cómo corregirme. Pero si me acusan, como es el caso, de trabajar con Bill Gates para meter microchips en las jeringuillas, me duele por la gente que difunde informaciones de este tipo. Evidentemente, son muy confusas. Creo que la mayoría de la gente es buena, tiene buena intención y trata de entender cómo actuar en un momento de pánico, pero ciertas noticias sin fundamento ponen en peligro la vida de la gente.

¿Es posible hacer frente a la polarización?
En Estados Unidos hay un grupo llamado Braver Angels, que reúne a gente de tribus opuestas, “rojos” y “azules”, derecha e izquierda. En encuentros de un par de horas les animan a hablar en serio, sin insultos, sin ataques personales, sino explicando por qué piensan de una manera o de otra. Cada grupo debe escuchar y luego explicar cómo se sienten. Al final, preguntan a los participantes, de manera confidencial, lo que han aprendido y casi todos responden: «Me he dado cuenta de que no somos tan diferentes». Eso me da esperanza porque al final la gente se sigue preocupando por los aspectos fundamentales de la vida: fe, familia, libertad, amor, belleza, verdad, bien. Los pilares sobre los que construimos nuestros fundamentos son sólidos como rocas. Lo que construimos encima, con una arquitectura no demasiado atractiva, es lo que nos impide ver cuánto nos parecemos en realidad. Hay que favorecer que sucedan encuentros de este tipo. Está claro que no se pueden recrear a gran escala porque también son conversaciones muy íntimas. Pero esa es la dirección.

Hace poco habló de su relación con el polémico Christopher Hitchens, que dijo varias veces que «la religión lo envenena todo». ¿Qué le ha enseñado esa amistad?
La primera vez que nos vimos, le pregunté si un ateo riguroso como él podía reivindicar un estatus real para el bien y el mal, o si estos deberían considerarse en cambio como frutos de la selección natural, sin ningún significado real. Calificó la pregunta de «infantil» y no respondió. Pero me dio la sensación de que era una persona interesante. Uno siempre mejora cuando habla con alguien que dice cosas diferentes. Con el tiempo, efectivamente surgió una relación y nos fuimos conociendo mejor. Luego él cayó enfermo y le ayudé para agilizar ciertas pruebas que creo que le pudieron dar seis o doce meses de vida. Al final nació una amistad afectuosa, aunque sobre fe teníamos opiniones contrarias.

Pero si la amistad no consiste en estar de acuerdo, ¿qué es?
Es tener una especie de revelación de sí ante otra persona, sin defenderse ni ocultar lo que uno es realmente. Y recibir ese mismo don del otro, enriquecerse, aunque esto pueda desafiar ciertas opiniones que tienes. Con Hitchens fue así. Cuando no hablábamos de fe, le escuchaba hablar de historia americana o de su querido George Orwell. Aprendí mucho de él y lo agradezco. Y sigo buscando ocasiones parecidas. Conozco a otro ateo famoso, Richard Dawkins. A veces nos invitan a debates públicos para representar bandos opuestos. Siempre es un placer discutir con él. Nos conocemos desde hace casi veinte años y cada vez que voy a Oxford siempre pregunto si está por ahí para ir a verlo.

Tanto la fe como la ciencia buscan la verdad. A usted, ¿qué es lo que le empuja con más fuerza?
Es difícil responder. En ambas se mueven preguntas que tocan distintas partes de lo que soy. Durante dos años, traté intensamente de entender si Dios existía y, en caso afirmativo, si me interesaba. Luego descubrí la persona de Jesús, que pensaba que era un mito, y vi que había más pruebas históricas de su existencia –y de su resurrección– de lo que podía imaginar. Pero todavía tengo dudas en ciertos aspectos de mi fe, sobre todo cuando suceden cosas terribles. ¿Cómo es que un Dios del amor puede permitir el sufrimiento? Son momentos de lucha, de búsqueda de la verdad, donde te preguntas qué respuestas da Dios. Al mismo tiempo, la búsqueda de la verdad que desarrollo en mi laboratorio tampoco es muy diferente. Cuando un científico descubre algo por primera vez –y a mí me ha pasado– no solo se trata de un descubrimiento científico, sino de la posibilidad de mirar a la mente de Dios. Es un momento de adoración. Estar en un laboratorio es como estar en una catedral, en ambos lugares puedes vislumbrar al Omnipotente. De un modo distinto, pero te enfrentas a lo mismo.

¿Quién es la persona de Jesús para usted?
Jesús es Dios y hombre. Jesús es la manera en que, con todas mis imperfecciones y defectos, puedo acercarme a Dios. Por medio de su sacrificio, soy salvado. Cuando era niño no tenía ni idea de lo que querían decir los cristianos cuando decían estas cosas. Ahora es la verdad más increíble en la que creo. Tengo con Jesús esa relación que siempre había deseado tener sin saberlo. Jesús es también el siervo que sufre. Cuando me topo con el dolor de alguien querido, me gustaría decirle a Dios: «¿Por qué permites que pase esto? ¿No te das cuenta?». Luego me paro y pienso: «Sí, te das cuenta, has sufrido más de lo que yo nunca podré conocer».