La entrevista a Salvatore Veca en Huellas de noviembre 2013

La verdad es una relación

Ha fallecido a la edad de 77 años el filósofo celebre por sus reflexiones sobre la justicia. Huellas le entrevistó en 2013 en ocasión de un diálogo entre Francisco y Eugenio Scalfari, donde el Papa afirmaba que «la verdad es siempre una relación»
Martino Cervo

«En primer lugar», ha escrito el Papa Francisco el pasado 11 de septiembre en La Repubblica, «yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de verdad “absoluta”, en el sentido de que absoluto es solo aquello que está desligado, lo que está privado de toda relación. Ahora bien, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios por nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! […] Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva». En primer lugar, ha escrito; quizás ni siquiera él podía prever dónde habría acabado este asunto: cuántas reacciones, pensamientos, discusiones, intentos misioneros e, incluso, instrumentalizaciones se han generado después de que esa flecha cayera en una “periferia” alejada del pensamiento cristiano, La Repubblica fundada por Eugenio Scalfari.
La onda expansiva también ha llegado a la orilla de un destacado filósofo italiano, Salvatore Veca, profesor de Filosofía política en Pavía, quien desde hace décadas razona – desde una posición no religiosa – sobre la verdad y la certeza. Ha querido responder en Huellas al desafío lanzado por Bergoglio.

¿Qué ha pensado usted cuando ha escuchado hablar al Papa de la verdad como relación?
Me ha impresionado mucho que el Papa hable de la verdad como algo que no tiene vida si no es en función de una relación. Para él es una verdad que se sitúa en el ámbito de la fe, pero me llama la atención cómo subraya la dimensión de la experiencia. Es muy coherente con su forma de afrontar el diálogo y las ideas y opiniones que salen a su paso. Las razones por las que Bergoglio acepta esta confrontación no son independientes de su experiencia. Hay una superación respecto a la defensa de ciertas razones ligadas a la interpretación, institucionalmente autorizada, de una doctrina. Me parece que todo el método con el que Francisco se dirige a los otros implica poner en el centro del debate su propia experiencia sobre el sentido de la vida. El tono de su sincera y generosa carta muestra que la verdad es algo que sólo tiene sentido si está “encarnada”.

¿Cómo se sitúa esta concepción de la verdad en el recorrido de la filosofía contemporánea?
Es difícil intentar responder brevemente. La filosofía contemporánea afronta el tema de la verdad a partir de proposiciones y enunciados: establece nexos de verdad con lo que se dice. «Ahora llueve» es verdad dependiendo de cuándo pronunciemos la frase. Es fácil experimentar cómo, en realidad, nos relacionamos con la verdad también según interpretaciones: cuando decimos de una moneda, por ejemplo, que es “verdadera”, en realidad estamos diciendo de ella que “no es falsa”. En definitiva, el método con el que atribuimos valor de verdad varía según el campo del que tratemos. El Papa se pone a sí mismo en cuestión uniendo el contenido de su mensaje con su dimensión experiencial, es decir, poniendo el problema de la verdad de Dios como algo crucial para la vida del hombre. En una de las últimas conversaciones que he tenido el honor de mantener con Ronald Dworkin (1931-2013, ndr), un gran filósofo que nos ha dejado hace pocos meses, me anticipó el sentido de su libro póstumo (que todavía no ha llegado a España) Religion without God (Religión sin Dios). Sostenía que existe un «temperamento religioso» que no exige el encuentro con lo divino. Esta profunda diferencia entre él y Bergoglio me llena de preguntas. Por otro lado, soy fan de otro jesuita, Matteo Ricci (1552-1610, ndr): percibo una gran sintonía en el modo en que ambos se ponen en juego. En China, en un contexto totalmente “otro”, supo encontrar el modo de hablar, aprovechando incluso la iconografía, estando atento y siendo leal consigo mismo y, por ello mismo, en escucha. En el prefacio de Feng Yingjing al De Amicitia del jesuita, Ricci es llamado «aquel que viene de muy lejos», expresión parecida a la del «Papa venido casi de la otra parte del mundo» utilizada por Francisco en la tarde de su elección…

¿La verdad como relación puede ser también un método válido fuera de las certezas de la fe? ¿No implicaría caer en el relativismo?
Para mí es válido. No significa ocultar las diferencias de grado, sino reconocer que no se puede defender ni “decir” la verdad sin relación con los otros. Para aferrar lo importante, el elemento de la relación es fundamental, y la verdad misma se ofrece al reconocimiento de otro sujeto. Esta dinámica es ajena al relativismo: el hecho de que los hombres hagan experiencias distintas y vivan acentos distintos de la verdad es una simple consecuencia del acto mismo de la variedad. El relativismo o el nihilismo acontecen cuando el puro gusto subjetivo se convierte en criterio. Pero la existencia de la diversidad es el presupuesto que salva la confrontación de la simple diplomacia.

Y, sin embargo, en ocasiones los presupuestos de esta misma confrontación son negados. Reinhold Niebuhr escribió que «no hay respuesta más absurda que la que se da a una pregunta que no se plantea». ¿No puede suceder que la verdad misma se considere innecesaria, indeseable, inalcanzable?
Sin generalizar, sí: hay un sentido muy difundido por el cual la realidad no importa, como si su consistencia no fuera un valor intrínseco. Esto convive en el hombre contemporáneo con un hambre brutal de veracidad en forma de “control”. Pensemos en cuánto nos interesa la verdad de un diagnóstico médico o de las características de un coche, o de las cláusulas de un contrato. Es un tema intermedio entre la obsesión de la veracidad y el descrédito de la verdad. John Lennon decía que la vida es lo que sucede mientras estás ocupado en otros planes. Es verdad que las personas se plantean el problema del sentido de la vida cuando sucede algo, pero sería necesario más entrenamiento “reflexivo” para activar esta dinámica.

Hoy Bergoglio es criticado “por parte de la derecha”, sobre todo dentro de la Iglesia, y defendido “por parte de la izquierda”, no sólo en la Iglesia. ¿Percibe un salto real respecto de Ratzinger, a quien le tocó una suerte opuesta?
No a nivel doctrinal. Veo en Bergoglio la preeminencia de una idea de movimiento en la Iglesia, percibida como una realidad en continua reforma, y una fuerte y plena actualización y reelaboración del Concilio. Las interpretaciones y las muchas críticas vistas hasta aquí me parecen cortas de mira y, desde luego, no me empujan al seguimiento típico de los hinchas de estadio. Es más interesante ver qué sucederá después de esto, que es sólo el inicio del Pontificado.

Usted ha dedicado décadas de estudio al tema de la certeza y de la incertidumbre y, por lo tanto, al problema de la verdad. ¿Cómo se sitúa respecto del problema de la verdad de la pretensión de Cristo, la de ser hijo de Dios, muerto y resucitado?
Mi investigación se encuentra en una frontera escurridiza entre lo cierto y lo incierto. El cristianismo sitúa esta frontera en el límite de la metànoia, de la conversión de la que Saulo/Pablo es el protagonista más impresionante. Para mí el problema de Cristo tiene que ver fundamentalmente con la verdad y la identidad. La pregunta bimilenaria sobre la que nace la única religión que afirma la encarnación («Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?») se juega por completo respecto de la identidad. Jesús no ha dicho: «Yo conozco la verdad», sino «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Estamos ante un giro que, para poder ser comprendido, necesita que el hombre se confíe a una relación. Sin ésta, el significado de la verdad sobre Él cambia. Para mí, que no creo, el origen de Cristo y de su pregunta sigue siendo como la banda sonora del discurrir de la vida.


«Yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad “absoluta”, en el sentido de que absoluto es aquello que está desligado, lo que está privado de toda relación. Ahora bien, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! Hasta tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”?»
(de la carta del Papa Francisco a La Repubblica, 11 de septiembre)