Stefano Luca

El fraile actor y los cachorros del Isis

La academia de arte dramático, la vocación franciscana, el estudio del islam y el teatro con niños soldados. Fray Stefano Luca cuenta la historia que le llevó a conocer a los combatientes islámicos
Alberto Perrucchini

Un sueño hecho realidad: ser actor profesional. Ahora se dedica al islam y a la atención en contextos de gran emergencia. «La Providencia ha hecho que se encuentren el pasado y el presente de mi vida». Stefano Luca tiene 35 años y es hermano menos capuchino, pero antes de entrar en los franciscanos se graduó en la academia de arte dramático de Milán. Después de filosofía y teología, estudió árabe y teología coránica en el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islamismo de Roma. Desde 2018 coordina el Servicio Nacional de Diálogo Interreligioso de los hermanos y desde 2019 dirige el departamento internacional de Teatro social Capuchin Social Theatre – Caring for Life Through Arts. El año pasado publicó su segundo libro, Los cachorros del Isis. La última degeneración de los niños soldado (Ediciones Terra Santa, 2020), donde cuenta quiénes son los niños criados en el Estado islámico.

¿Cómo se pasa del sueño de actuar al trabajo con los “niños del Isis”?
Durante mi primer año en la academia de arte dramático, recibí una invitación al “año nuevo para jóvenes en Asís” organizado por los frailes franciscanos. El último recuerdo que tenía de la parroquia a la que iba cuando hacía la catequesis era precisamente un viaje a Asís, un recuerdo precioso, así que decidí ir. Durante esos dos días me quedé especialmente impresionado por la felicidad con que vivían los frailes. Lo primero que pensé fue: tiene que haber algo detrás, algo que pudiera explicar esa felicidad que veía en ellos y que yo quería para mí. Hablé con uno de ellos que sencillamente me propuso que empezara a tomarme en serio las preguntas que estaban surgiendo en mí.

¿Cómo llegó la decisión de ser fraile?
Mientras hacía el segundo año de academia, me llegó una importante oferta de trabajo en Inglaterra. Si aceptaba tenía que dejar mis estudios. Indeciso sobre lo que tenía que hacer, acepté la invitación de una amiga a participar en una convivencia con otros jóvenes para preparar el Adviento. Recuerdo que pensé: pasar dos días en la montaña me ayudará a decidir. Pero ahí llegó la “crisis”. Empecé a notar que no me bastaba con el trabajo y la novia que tenía. Al volver busqué al fraile que había conocido en Asís y empecé a hacer un camino con él. Seguí adelante con mi trabajo hasta que al final tuve que rendirme. El 14 de septiembre de 2007 actué en la última representación de un espectáculo y a principios de octubre entré en el convento. Después de los dos primeros años, el Señor me llevó a descubrir el teatro social: intervenciones que ponen en marcha procesos de asistencia para responder a fragilidades de diversos tipos mediante elementos de trabajo teatral. Era un mundo que no conocía, pero que casaba muy bien con las acciones misioneras y pastorales de mi familia religiosa. De esta intuición, nacieron con los frailes capuchinos muchas intervenciones por todo el mundo desde 2009, hasta que en 2019 fundamos el departamento internacional del Capuchin Social Theatre (Teatro social capuchino, ndt.).

¿Cómo surge la relación con el islam?
Tenía que seguir con mis estudios de especialización en traumas y fragilidades de diverso tipo pero, como el Señor hace lo que quiere, sucedió algo inesperado. Mis superiores me pidieron que empezara a estudiar el mundo musulmán y que formara un equipo que pudiera ayudar a nuestras sedes en Italia a relacionarse con las entidades islámicas presentes, y así lo hice. Empecé a profundizar en los ámbitos de árabe y teología coránica estudiando en Italia, norte de África y Oriente Medio, y a raíz de ahí empecé a coordinar el Servicio Nacional de Amistad Ecuménica e Interreligiosa de los Frailes Menores Capuchinos, con la que desarrollamos actividades de formación y sensibilización por toda Italia.

¿Qué te llevó a escribir el libro sobre los cachorros del Isis?
Se puede decir que el libro nació ya en 2016 cuando, en colaboración con Unicef, pusimos en pie un proyecto de teatro social dirigido a los niños soldado de la República Democrática del Congo. De esa experiencia nació la hipótesis de acompañar a los hijos de yihadistas de matriz Isis. En nuestra labor de estudio del universo musulmán habíamos visto que nadie se había preocupado nunca por entender quiénes eran estos niños que se habían criado en el Estado islámico y cómo se podía intervenir de manera eficaz e intentar relacionarse con ellos. Entonces mis estudios sobre el islam se entrelazaron con el teatro social. Por un lado, mis investigaciones me han llevado a conocer con más profundidad el universo yihadista hasta escribir el libro, y por otro empezamos a proyectar una intervención de teatro social en este contexto. Había que formar a los trabajadores locales de manera que luego fueran ellos, que conocían la cultura y el entorno en que estaban trabajando, quienes continuaran este proceso de asistencia. Un proyecto que, debido al Covid, se ha ralentizado.

¿Quiénes son esos niños?
La mayor parte de ellos nació o en su tierna edad empezó a vivir en contextos yihadistas de matriz Isis. Lo que define su vida es la inexistencia de antecedentes. No han sido arrancados de sus familias para ser niños soldados ni han sufrido violencia. Han conocido de pronto el mundo yihadista por su educación familiar. Solo cuentan con la mirada que el Isis les ha transmitido. Aunque normalmente los extremistas destruyen escuelas, el Isis las abre, ha impreso numerosos libros de texto, con el objetivo de filtrar la realidad por la ideología yihadista. Esto sucede a todos los niveles, incluido el teológico. Estos niños han visto una de las múltiples formas que el islam puede adoptar pero creen que es la única posible.

¿Qué hace que te preocupes tanto por estos niños? ¿Cómo te ha impactado su historia?
Pude conocer personalmente a combatientes islámicos y es algo que me provocó muchísimo. Llevo muchos años colaborando con la comunidad Kayros de Claudio Burgio y he conocido a dos de sus jóvenes que decidieron partir para luchar con el Estado islámico. Aquello me causó un gran impacto, no solo por estos dos chavales a los que yo apreciaba especialmente, sino también porque me preguntaba qué sería de los tres hijos de uno de ellos que habían nacido bajo la bandera del califato. A esos tres niños quise dedicar mi libro. Ese hecho me hacía evidente que, si no se interviene para acompañar y mostrar otra cosa a estos pequeños, será cada vez más difícil detener esta cadena de odio.

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Occidente parece haberse olvidado de Siria y del Isis. El caso afgano, que durante varias semanas llenó los informativos, parece haber quedado “obsoleta”. ¿Qué podemos hacer nosotros por todo lo que está pasando en estos lugares?
No hace falta que nos vayamos todos… Lo que hace falta es informarse bien. No hay que quedarse en los titulare. Sobre todo nosotros, los cristianos, tenemos el deber de buscar y escuchar a nuestros hermanos que viven en esos lugares y hablar a diario de lo que está pasando. Si no les escuchamos a ellos, ¿de quién nos vamos a fiar? Ellos son nuestra fuente, ya sean laicos o eclesiásticos. Eso es lo que debemos hacer: informarnos, escuchar a los cristianos que están presentes sobre el terreno. Así aprenderemos a no generar falsas noticias y podremos llegar a ser realmente “artesanos de la paz”, como dice el papa Francisco. Es la única manera de desactivar la misma retórica yihadista que tiende a ofrecer una versión sesgada de la realidad.

Aquella felicidad que percibías hace años entre los frailes de Asís, ¿la sigues viendo?
Por supuesto que sí. Mi vida se cumple porque soy feliz en Cristo. Claro que es un camino, de hecho estoy convencido de que hay que perseguir cada día la felicidad cristiana, pero gracias a Él puedo decir que me siento plenamente hombre, fraile y padre.