Fabio Volo y Franco Nembrini (Foto Archivo Meeting)

Fabio Volo. «Mi responsabilidad es ser feliz»

Es locutor de radio y ha estado en el Meeting de Rímini, invitado por su amigo Franco Nembrini para compartir su pasión por Dante. Pero también las preguntas que se plantea sobre la vida y la educación de sus hijos
Paolo Perego

No era su primera visita al Meeting. «Estuve a mediados de los 90, cuando trabajaba en Radio Capital y me mandaron al antiguo recinto ferial de Rímini». Este año ha vuelto, acompañado de Franco Nembrini, «con el que comparto mi pasión por Dante».
Fabio Volo nació en 1972, es una voz conocida en el panorama radiotelevisivo italiano y enseguida aceptó participar en un encuentro con Nembrini dedicado al poeta de la Divina comedia.

Dijo en Rímini que Dante era como su «compañero de pupitre» ya desde los catorce o quince años…
Bueno, yo ya tenía un poco la vida hecha. Mi padre tenía un negocio y desde pequeño siempre decía que de mayor me iría a trabajar con él. Es decir, tenía un destino más o menos establecido, al menos desde el punto de vista de las expectativas familiares. Pero llegó un momento en que aquello se me empezaba a quedar estrecho.

¿Y entonces?
Empecé a pensar que la vida que llevaba no era la que realmente quería. En una situación así puedes intentar adaptarte y no está mal, pero sentía una especie de llamada a salir de ahí. Era complicado porque además no tenía las ideas nada claras. No era como para Valentino Rossi, que al subirse a una moto enseguida vio que era lo suyo. Solo sentía que lo que estaba haciendo no era para mí, aunque no era nada fácil de explicar. Yo soy de Brescia, donde existe una cierta cultura del trabajo, y va uno y dice que quiere ser cantante… Era difícil poder hablar con alguien de las preguntas que me había: “¿quién soy, qué es lo que quiero, que deseo realmente?”. Ante las expectativas de los demás, me sentía solo y empecé a leer. Dante pero también Dostoievski, Hesse, García Márquez… Hablaban de mí, me comprendían. «Entonces no soy tan raro, no estoy solo».



¿Qué hizo salir a la luz esta conciencia?
No hay un momento preciso. Ha habido un recorrido, a medida que iba conociendo también a estos “amigos”. A partir de esa intuición de no estar solo, empecé a ir dando pasos. Pequeños, temblorosos, porque siempre da miedo defraudar las expectativas de los que te rodean. “¿Quieres irte? ¿Qué se te ha metido en la cabeza?”. Es como el Ulises de Dante. Ahí lo vi clarísimo, cuando dice que le disgustaba irse por su padre, por su madre, por su mujer, por todo. Pero ninguna de esas cosas logró paliar esa sed que sentía dentro. No tenía nada claro, tenía un montón de dudas, pero ahí estaban estos amigos, como los versos del Paraíso donde Beatriz explica a Dante el orden del universo. «Al orden que te he dicho tiende / toda naturaleza, de diversos modos, / de su principio más o menos cerca; / y a puertos diferentes se dirigen / por el gran mar del ser, y a cada una / les fue dado un instinto que las guía». Yo confiaba en esto, en alguien que vivió hace setecientos años.

Esas preguntas no son solo tuyas, todos los hombres las llevan dentro. De hecho, tal vez lo que hemos vivido este último año las haya sacado aún más a la luz, ¿no crees?
No soy la persona más apropiada para hablar del Covid. No lo he tenido, no he perdido a mis padres ni mi trabajo… En cierto modo soy un privilegiado. Ciertamente, me ha impedido hacer una serie de cosas, las mascarillas, las clases online, limitaciones diversas, pero nada de eso es comparable a quien ha perdido un ser querido o un empleo. Sin embargo, creo que para muchos, yo incluido, también ha sido un año que nos ha permitido parar un instante, ralentizar el ritmo y reflexionar. Antes no era posible hacer eso sin correr el riesgo de que ser arrollado por otro que nunca dejaba de avanzar. Pero llegó este hecho, único en la historia de la humanidad, y todo el mundo se vio obligado a parar, a bajarse del coche, que visto ahora ya tenía las ruedas pinchadas. Fue el momento de mirarse uno mismo, su relación con el trabajo, con los hijos, con los padres. Para ver qué quiere uno en la vida, qué desea, qué es lo que importa.

¿Y el mundo de “antes”?
No creo que pueda volver. Yo he cambiado. Soy más consciente de cosas que antes había olvidado, arrastrado por la costumbre y la rutina. Los latinos decían que la costumbre es una segunda naturaleza porque mientras la naturaleza “la secundas”, como dice Dante, la segunda naturaleza en cambio “la llevas a cabo”. Salir de la costumbre nos ha dado la posibilidad de volver a ver las cosas, de pensarlas antes de hacerlas. Luego uno puede ser que uno vuelva a elegir la vida de antes, porque no haya aprendido nada, porque para él el Covid solo ha sido enfermedad y muerte.

¿Y tú qué has descubierto?
El tiempo, para mí, para mi familia, para mis hijos, para mis relaciones. Mi hijo tenía casi seis años al empezar el confinamiento y no le había enseñado a montar en bici sin ruedines. Esa ha sido la ocasión, los dos en casa, él sin tener que ir al colegio ni yo al trabajo. Tenía tiempo, cuando antes me devoraban los engranajes de la rutina. Cuando uno tiene que trabajar mucho fuera de casa porque necesita el dinero tiene menos libertad, es una opción obligada, pero yo no tenía justificación en ese sentido. El uso de mi tiempo se ha convertido en una responsabilidad, y si lo uso mal es una opción que yo elijo.

Entre todas las preguntas humanas que han surgido, ¿está también la pregunta sobre Dios?
Fui monaguillo hasta los catorce años y tengo la casa llena de imágenes del Sagrado corazón de Jesús. Me gustan, las colecciono. Evidentemente, mi idea de Dios es distinta de los que me escuchaban en el Meeting y de Franco Nembrini. Yo soy un pecador.

Como todos.
Bueno, pero yo provoco. Digamos que soy muy espiritual. Todos los días dedico tiempo a lo que yo llamo el contacto con Dios. De la mañana a la noche, medito y rezo, pero no soy religioso. El Dios que yo he encontrado no es un Dios en el que “crees” o “no crees”. O lo sientes o no lo sientes. Yo lo siento. Siento su presencia, que no lleva un diccionario de reglas.

¿Qué quiere decir?
Es como cuando estás en medio de la naturaleza. Yo llevo a mis hijos porque no quiero tener que decirles que no tiren la botella, que no arruinen los bosques o el mar. No es una cuestión de reglas. Es estando delante de ella donde uno aprende su lenguaje, siente que hay una conexión entre uno mismo y lo que le rodea. Y entonces no va tirando las botellas. No porque haya una regla que prohíba hacerlo, sino por lo que la propia naturaleza le comunica. Para mí, con Dios pasa lo mismo. Si sientes su presencia, automáticamente genera en ti ciertos comportamientos. Claramente, no es que uno lo haga todo bien siempre, y la gran crítica a esto es que cada uno se convierte en su propio dios, pero las reglas y preceptos… no sé si todos los que veía en misa de pequeño tenían una conciencia verdadera de la divinidad, aunque cumplieran las reglas.

Tú prefieres por tanto “buscar a Dios” sentado delante del mar, como cuentas a veces en Instagram.
Para mí es como ir a misa. Eso no significa que uno no pueda sentir lo mismo yendo a la iglesia. Pienso en Nembrini, cuando explica la relación entre Dante y Beatriz, que siempre dice que todo lo que nos atrae es algo que debemos atravesar, pero tiene la finalidad de acercarnos a Dios. Él dice que cuando consigues a Beatriz, si la tuvieras todos los días de tu vida, podría resultar que no era tan hermosa, ¿no? Por eso Nembrini pone siempre el ejemplo de Leopardi: «Oh, tú, naturaleza, / ¿por qué no das después / lo que un día prometes? ¿Por qué tanto / engañas a tus hijos?». Como diciendo que todo lo que deseas es una llamada a otra cosa. Porque lo que agarras se te muere entre las manos. Creo que cada uno tiene su llamada, y responde de distintas maneras. Sin la pretensión de tener la respuesta correcta, nada de eso. Yo vivo así, esto es lo que me pasa a mí.

En el Meeting también habéis hablado de educación. Se hablaba de una cultura que apuesta por rebajar, apagar esas preguntas. En cierto sentido, como rostro público, ¿puedes tener alguna responsabilidad en este sentido?
La televisión a veces es desoladora. Yo hago un programa de radio en hora punta, cuando la gente va de camino al trabajo. Quiero decir que no tienes a un público demasiado concentrado, además estás en una radio popular, de entretenimiento. Pero yo nunca he querido limitarme a entretener a la gente durante la hora que dura el programa. Me gusta reírme, hacer alguna chorrada, pero entre todas las bromas y diversión siempre debe haber algo serio. Aunque solo sea una cosa, unos minutos. Nembrini con Dante por ejemplo, o un profesor hablando de educación. Pero no lo veo como una “responsabilidad”. Simplemente sé que la gente me escucha y por eso lo comparto, pero no como un intelectual o experto, que no lo soy, sino por compartir lo que he visto, leído o vivido, y me ha gustado. No se trata de sentar cátedra ni tampoco de llenar el tiempo. Lo que yo hago siempre es algo ligero, pero muchas veces la ligereza ayuda a abrir a la gente, a generar empatía. Si te pones en plan profesor, la gente apaga la radio.

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¿Y la responsabilidad con tus hijos? En Rímini hablabas de tu padre…
Yo siempre intento decir a mis hijos lo bien que me lo he pasado durante el día. Pero no puedes mentirles. Si estás triste y les dices que estás contento, se darán cuenta de que no es verdad. No puedes estar todo el día en tensión con tu mujer y fingir en la cena con una sonrisa. No les vas a engañar. Quizá no lo entiendan todo, pero lo notan. Esa sí es nuestra responsabilidad. Telémaco decía ser hijo de un hombre infeliz. Mi padre, que era una buenísima persona, tenía problemas que no resolvió. Y yo veía el mundo con sus ojos. Su tristeza era una medida que me comprimía mucho. Era su medida, no la mía. Si la superaba, me sentía culpable. Entender esto ha supuesto un trabajo muy largo. Por eso este punto me parece fundamental con mis hijos. Es un desafío y la responsabilidad que tenemos es la de ser felices.