Emanuele Trevi (Foto Rosdiana Ciaravolo / Getty Images).

Emanuele Trevi. La amistad con el otro

El libro con el que ha ganado el Premio Strega es un viaje íntimo por dos vidas que se mezclan con la suya. Hablamos con el escritor romano sobre el «tema dominante» de toda su obra
Davide Perillo

«También hay que tener valor para invertir este tiempo». Él lo hace implicándose en su escritura, eligiendo cuidadosamente, una a una, las palabras que teclea en su pc. Incluso cuando acepta responder a esta entrevista. Preguntas y respuestas viajan por mail. Puede quitar algo a las mil posibilidades que se abren en un encuentro cara a cara, ocasiones para profundizar, tirar de hilos inesperados que surgen en el diálogo; pero es comprensible, visto el momento y las peticiones que ha recibido antes y sobre todo después del 8 de julio, el día en que Emanuele Trevi, 57 años, escritor y crítico literario, ganó el Strega, el premio más importante de Italia.
Se quedó cerca en 2012, con Qualcosa di scritto (Algo escrito, ndt.), ahora lo ha conquistado contando Due vite (Dos vidas, ndt.). Es la historia cruzada de dos amigos comunes, Rocco Carbone y Pia Pera, también escritores. Ambos murieron prematuramente (él a los 48 años en un accidente de tráfico, ella a los 60 enferma de ELA), pero siguen muy vivos en el corazón y en la memoria de Trevi. También representan una clave para describirnos a nosotros mismos y el mundo en que vivimos, si bien es cierto que «por todo destino humano pasa el universo entero», como él mismo dijo en una entrevista de hace algún tiempo.
Así pues, te encuentras con Rocco, con su «fijación por entender», con esa obstinada pregunta, «¿por qué?», esa «peligrosidad obstinada» con que «quemaba la vida», o lees lo que dice sobre Pia, «un alma sensible y prensil» con una «vocación inextirpable para cuidar y proteger», con esos rasgos totalmente suyos, particulares, donde se vislumbra algo universal, capaz de hablar a todos. Porque en el fondo todos buscamos lo que Trevi hace decir a Cristina Campo (una espléndida voz que conviene releer) en la cita inicial del libro: «En cuanto a ser felices, resulta terriblemente complicado, agotador». Sin embargo, eso es justamente lo que ansiamos. Eso, y alguien con quien compartirlo.

¿Por qué llega justo ahora un libro sobre la amistad? ¿Por qué ha sentido la necesidad de contarlo ahora?
En realidad, la amistad es el tema dominante en todos mis libros, aunque en el último se evidencie con más claridad. Para mí, es la posición existencial más ventajosa y gratificante, porque contiene el bien supremo de esta vida: la gratuidad, el tiempo perdido.

¿Ha cambiado usted trabajando en este libro?
Cuando empiezas un libro, eres más joven que cuando lo acabas. Tal vez este sea el secreto de todos los libros.

Hablemos de Rocco Carbone. En todos sus libros, dice usted que encontramos «la impronta del mismo esquema. La aparición del otro no es la epifanía de una alteridad real, sino el emerger de una parte escondida, o suprimida, de la conciencia», es decir, de nosotros mismos. ¿Pero quién es realmente el otro para nosotros? ¿Hasta qué punto es decisiva la alteridad en nuestra vida?
Como sugiero a propósito de Rocco, vivimos entre dos tipos de alteridad: los otros en sentido estricto, y los componentes de nuestra psique que, para bien o para mal, nos hacer parecer dotados de un poder que nos abruma. Rocco siempre confundía estos dos planos en sus libros.

Una de las características de Carbone era su obsesión por encontrar el «sentido exacto de las palabras», eliminando cualquier ambigüedad. Y usted observa que «estaba en juego algo más profundo, necesario y vinculante que un cierto gusto artístico o literario». ¿Qué estaba en juego?
Pensaba que eliminando la ambigüedad sus pies se apoyarían en un terreno más sólido. Tenía razón y estaba equivocado al mismo tiempo, pero cada uno elabora su propia estrategia para soportar la angustia.

Para hablar de la insatisfacción de Rocco, cita en un momento dado a Camille Claudel: «Hay siempre algo ausente que me atormenta». Usted no comparte su testarudez a la hora de «querer entender», de «oponer resistencia». ¿Qué es lo que le fascina entonces en este rasgo suyo?
Creo que el oráculo de Delfos, «conócete a ti mismo», es discutible. Esta pregunta que me plantea es muy penetrante, pues en realidad hay algo que me fascina en la terquedad de Rocco a la hora de querer conocerse. No lo había pensado en estos términos. Me pregunto por qué deseo tan poco conocerme.

Dos vidas también es un libro sobre la felicidad. En la cita inicial de Campo, en la declaración a cara descubierta de que la «infelicidad» era el problema fundamental de Rocco, en la búsqueda final de Pia… Para usted, ¿qué es la felicidad? ¿Qué le hace feliz?
Me hacen feliz los días tranquilos, los paseos por el parque cerca de casa, las veladas con amigos, los amores fugaces y prohibidos (aunque ya estoy envejeciendo…), leer y escribir, y en general todas las rutinas dotadas de duración y dulzura, como ir los domingos a husmear entre los puestos de vendedores ambulantes, ver el partido, sentarme en el bar. He tenido una suerte muy rara: he vuelto a vivir en el barrio donde pasé mi infancia, y eso es algo que me hace feliz.

La otra cara de la amistad que muestra es la soledad. Pia, por ejemplo, sufre mucho por su enfermedad. ¿Qué supone para ella? ¿Hasta qué punto es dolorosa y hasta qué punto es importante?
Digamos que Pia demostró ser una auténtica guerrera. La admiro por cómo afrontó su hora, espero poder seguir su ejemplo cuando me toque a mí. Siempre me digo que, si hasta Jesucristo se sintió solo y desconsolado en el huerto de los olivos, ¿qué será de nosotros? En un momento dado la vida nos deja solos, como niños perdidos en el bosque de los cuentos, es nuestro destino, no podemos evitarlo.

Escribe en el libro: «Las verdaderas revoluciones son transformaciones de lo que ya conocemos, de lo que siempre hemos tenido ante nuestros ojos. Porque solo es verdad lo que nos pertenece, aquello de lo que hemos salido». ¿Puede explicarlo mejor?
Por instinto, no me gustan las transformaciones que comportan novedades externas. Porque todo madura, cambia de sentido. No entiendo, por ejemplo, cómo puede uno abrazar una religión en la que no se ha criado. Yo no creo en Dios, siempre he sido ateo, en mi infancia tampoco creí nunca por lo que recuerdo, pero venero un crucifijo colgado en una pared, me persigno al entrar en una iglesia, respeto a los curas y a las monjas. Todo eso es ventajoso, un orden simbólico que te acompaña en la vida y que puedes transformar a tu gusto. Pero si me hago budista o judío, ¿qué implica? Me faltan antecedentes. No me convence, cada uno debe roer el hueso que le ha tocado.

Decía en una entrevista que «no debemos tener demasiada memoria de las cosas, pero tampoco debemos dejar que se pierdan». ¿Qué peso tiene para usted la memoria? ¿Cómo se la debe custodiar?
La verdad es que la memoria hace solo lo que ella quiere, así que ante preguntas así solo se me ocurre responder: pregúntale a ella.

En aquella entrevista también decía que el arte, sobre todo la literatura, es «la creación de un espacio donde el mundo es inteligible de manera común». Eso es excepcional, porque lo normal es que «nadie nos pueda alcanzar en nuestra identidad (y citaba a Malraux: «Nadie puede oír como nosotros la voz que resuena en nuestra cabeza»). ¿Pero cómo se crea este espacio común? ¿Y cómo es posible fuera del arte?
Fuera del arte no lo sé, y además me da miedo, cuando pienso por ejemplo en la política. En religión hay un fenómeno parecido, y me parece muy interesante un libro de Jung sobre el simbolismo de la misa, pero yo no soy creyente. La belleza nos une de manera poderosa pero inocua. En mi libro tiene una importancia capital el episodio de la visita al museo donde está el cuadro de Gustave Courbet. Quería decir que ese cuadro nos daba la certeza momentánea de estar viviendo en el mismo mundo.

Otra palabra clave es nostalgia. «Recomiendo escribir a quien tenga nostalgia de alguien». ¿Por qué?
Porque escribir es una actividad tan compleja e imprevisible que reduce las prerrogativas del ego, es una forma creativa de nostalgia, en sí misma la nostalgia es algo inerte, indolente.

Pero al final, ese «malestar de la existencia» de Rocco, ¿qué es? ¿Es algo que también identifica en parte en usted mismo?
No, en absoluto, aparte de ciertos periodos de depresión, a mí me gusta existir, quisiera durar diez mil años.

¿Qué efecto le ha causado ganar por fin el premio Strega? Pavese, al volver a casa, escribió: «En Roma, apoteosis. ¿Y qué?». ¿Y usted?
He estado muy bien, mis amigos me han apoyado mucho, me he dejado ayudar. Curiosamente, hace unos días dormí en Turín en el Hotel Roma, donde se suicidó Pavese. Pero yo tengo un carácter muy distinto.

Una vez le oí decir que ser escritor es una especie de inversión a largo plazo, hace falta tiempo para entender hasta dónde puedes llegar y es difícil vivir asaltados por la duda. «¿No estaré desperdiciando mi tiempo?». ¿No le parece una pregunta decisiva, de esas que deberíamos plantearnos todos más a menudo, a cualquier edad?
Bueno, también hay que tener valor para invertir este tiempo. En el fondo, delante de la muerte todo resulta un fracaso.

A propósito de tiempo desperdiciado, o no. Terminé de leer su libro justo después de oír un discurso en el que el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, daba las gracias a la selección de fútbol «por poner de manifiesto el vínculo común que nos ha unido durante todo este tiempo». Claramente, no solo se refería a la Eurocopa… ¿Por qué es tan necesario recuperar la profundidad de lo que nos une al otro? ¿Y por qué lo es especialmente en este momento, después de un año y medio de pandemia?
Yo estoy acostumbrado a estar rodeado de gente, en todos los sentidos, mi puerta siempre está abierta, aunque luego necesito un poco de soledad para escribir y leer. Pero en definitiva, a pesar de mi trabajo, soy todo lo contrario a un solitario, me obstino en salir todas las noches, también estoy bien en compañía de mí mismo pero al final me aburro.

¿Qué nos hemos perdido estos meses? ¿Hemos perdido algo de nosotros mismos?
No, espero que no.

¿Y hemos ganado algo? ¿Usted ha ganado algo?
He fortalecido mucho ciertos vínculos, pero yo vivo solo, no tengo hijos ni padres. Mis amigos y mis vínculos más profundos son para mí lo único real en este mundo, a pesar del riesgo no he podido renunciar a ello ni en los peores meses.

Para usted el confinamiento ha supuesto también pérdidas muy dolorosas, empezando por la de su madre, ¿cómo cambia la vida una pérdida así?
Ha sido un periodo muy difícil para todos, así que no me quejo, creo que la única manera de soportar el luto y la pérdida es hacer algo por los demás, ayudar, escuchar, dar valor. Francamente, no soy ningún santo, pero lo que das luego te vuelve por otra parte.

Última cita del libro. «Cada vez que nos impacta una imagen de la belleza y de la dignidad humana, siempre se produce una discriminación entre lo fútil y lo esencial, por tanto hay una parte de nosotros que no sucumbe, no se deja arrastrar por la nada». Para usted, ¿qué es lo «esencial»? ¿Dónde reside esa «parte de nuestro yo» que es irreductible, que no cede? ¿Dónde la ve?
En la autonomía, que nos lleva a identificar lo que es fútil, y renunciar a ello. El amor por el arte, por la belleza, para mí siempre ha sido una orientación espiritual decisiva, en el sentido de que me libera, me desvincula de la presión del mundo. Me encanta la pintura, quizá me guste más que la literatura, y cuando tengo diez minutos para entrar en una iglesia o en un museo… eso que puedo tocar con mis manos es lo que yo llamo «esencial».