Giacomo Poretti (foto Serena Serrani)

Poretti. Aprendiendo a aceptar el imprevisto

Ha estado enfermo y ha experimentado el miedo y la incertidumbre. El famoso actor italiano cuenta su camino personal y se mide con los desafíos del libro de Julián Carrón. La fe «hay que conquistarla todos los días, es como un experimento amoroso»
Paolo Perego

«El virus ha salido a llamar aquí y allá a puertas y jambas, borracho de paracetamol». No puede faltar la ironía en un actor cómico como Giacomo Poretti. Él también encerrado en casa, con las persianas echadas en los teatros. «En marzo estuve enfermo, y mi mujer conmigo. He tenido miedo, mucho», cuenta ahora, una vez superado. Charlamos por internet, como debe ser, sobre el último libro de Julián Carrón, El despertar de lo humano, publicado hace unas semanas. «Ya había seguido algunas de sus intervenciones últimamente y me he identificado mucho con estas páginas». Empezando por lo que parece una idea común ya establecida: «de todo esto saldremos cambiados».

¿A qué cambio se refiere?
Carrón menciona el hecho de que los hombres tienden a olvidar lo que les ha pasado en momentos de dificultad. Tal vez sea cierto también en esta tragedia. Sin embargo, plantea la pregunta de qué podrá quedarse de este tiempo. Creo que en mí quedará algo. Y no solo en mí. He estado enfermo, me ha pasado. Durante varios días, semanas, he temido por mi salud y la de mi familia. Pensaba en la muerte. ¿Qué pasaría con mi hijo?

Una experiencia dramática…
Me ha llamado la atención una expresión reciente del filósofo Silvano Petrosino, a propósito de este tiempo, cuando habla del «escándalo de lo imprevisible». Como si un terremoto hubiera sacudido el edificio donde vivo, cómodamente, con mis cosas, mi vida, mis contradicciones, donde claro que existían el drama y la muerte, pero en el fondo afectaban más a los demás, eran algo lejano. Es la burbuja de la que habla Carrón. Eso imprevisible ha puesto las cosas en su lugar, pero no como un castigo.

¿En qué sentido?
Ha permitido volver a enfocar la realidad. Estas semanas era posible que mi vida acabara. De todas formas, acabará antes o después. En CL habláis mucho de «volver a la realidad». Así es, quiere decir volver al sentido de la vida, de todo.

¿Por miedo a la muerte?
No. No estoy hablando del tópico de que cuando uno está cerca de la muerte se arrepiente y esas cosas. El virus ya se ha ido de mi casa, pero su sombra permanece, dentro de mí y dentro de mi casa. No es que antes nunca hubiera pensado en ello pero ahora es diferente. Y muchos amigos me dicen lo mismo.

¿Qué?
Que estos dos meses les han hecho pensar en las cosas superfluas que tenemos en casa, por ejemplo. Hay quien ha tirado ropa vieja, libros, algunas estupideces del tipo: «mi mujer me ha sacado las cajas». Parece tan solo una práctica de limpieza, pero en realidad es mucho más. Es la necesidad de ir a lo esencial. Como si el virus nos estuviera diciendo: «¿pero qué es lo que verdaderamente necesitas?». Tal vez se nos olvide y volvamos a comprarlo todo igual que antes, pero esto nos ha marcado. ¿Tener fe por miedo? Ciertamente, cuando uno está mal tiene que agarrarse a algo, pero lo importante es el paso siguiente.

¿Qué es entonces la fe?
Para mí la fe es algo que conquistar todos los días. Nunca llega a ser una certeza. Me la imagino así, como un experimento amoroso. Como en la vida con mi mujer, con mis hijos, con mis amigos. Es una batalla cotidiana.

¿Y su trabajo? Ahora que está parado, ¿cómo inciden este cambio y la fe de la que habla?
Después del miedo, también piensas en el trabajo desde esta perspectiva. Todos estamos en un momento complicado, excepto los señores Zoom y Amazon. Acababa de abrir un teatro en octubre con Luca Doninelli y Gabriele Allevi. Al principio era difícil, no sabíamos qué hacer, pero luego empezamos a hacer proyectos online, como tantos. Cuando sea posible reabrir, retomaremos el espectáculo que había hecho un par de veces y que habría tenido que repetir estos días en los hospitales, con una parte añadida sobre lo sucedido estos meses.

Pero decía que ya no será como antes…
Igual que en la vida íntima y privada, también en el trabajo uno de los intereses principales, si no el principal, se ha convertido en el descubrimiento del sentido de la vida y su misterio. Todo ello ligado a Él, a Dios. Muchos, sobre todo en el ámbito de la fe, han hablado de esto. Si el presupuesto de todo es este vínculo, entonces el hombre no está hecho para sus propios proyectos sino para amar y ser amado.

¿Qué quiere decir?
Puede parecer la extrema síntesis de un pensamiento absurdo, incomprensible, pero es como si, con lo que ha pasado, uno se encontrara en un desvío con carteles que indican varios caminos. Como en las películas: por aquí Nueva York, por allí Los Ángeles, luego Boston… Ahora esas flechas dicen: “realización personal”, “fascinación”, “trabajo”. Y luego hay una en la que pone: “Estás hecho para amar y ser amado”. Y tú vas ahí, sin saber muy bien adónde vas, tal vez a tientas, pero sabes que es el camino correcto.

¿Y los demás caminos?
Son un poco menos, son la burbuja. Sandro Veronesi hacía unos días un comentario donde subrayaba, sintéticamente, que la cultura católica se está mostrando como más adelantada que la laica. No me gusta demasiado dicho así, es como si dijera: «ellos están ganando, ahora tenemos que recuperarnos». La cuestión es que todos percibimos, con un mínimo de sensibilidad, que esta crisis, este escándalo de lo imprevisible lo ha trastornado todo. Pero no hay un Dios malvado que quiera castigarnos, que haya creado un mundo presa del azar. No, ha creado un mundo donde existe la libertad, donde puede existir hasta un virus. Y ahí, en esa libertad, debemos descubrir qué es lo que resuena tan misteriosamente hermoso.

¿Lo imprevisible como oportunidad, entonces?
Creo que hay cosas que hemos vivido y conquistado que difícilmente caerán en el olvido. Se quedarán ahí, y volverán. Rezar el rosario todas las tardes con amigos es un gesto difícil de contar, pero esa amistad, que parece poco y que dura los cuarenta minutos que te regala Zoom, me ha llevado a los tiempos de cuando era niño y estaba con mis abuelas que, pensaba yo entonces, inexplicablemente todas las noches estaban ahí, cocinando, recogiendo o cosiendo, y recitando avemarías. Aquello se me quedó dentro y hoy percibo un poco mejor su significado. Y ahora puedo decir lo mismo, quedará de manera indeleble la presencia de los verdaderos amigos, que cuando estaba mal me llamaban o escribían todos los días. Esto no es intelectualismo. Son pequeños gestos que también son enormes. Parece absurdo decir que todo irá bien pero es algo que puede decir uno que acepta lo que sucede, el imprevisto. La postura cristiana consiste en decir sí a la vida en cualquier circunstancia, pase lo que pase. Incluso en el drama. En realidad, lo que está en juego es una mirada diferente. El hombre que tiene fe dice sí porque reconoce que la vida –todo, incluso esta situación– se le regala, no es suya. Vives un regalo, pero no es gratis. También depende de ti, tienes que comprenderlo. No puedes guardártelo y limitarte a decir que es «bonito» o «feo».

Un camino, por tanto.
Hay que concebir la vida para disfrutarla. Yo la vivo así. A veces no sabemos qué es este regalo, lo tratamos como si fuera un regalo envenenado o intentamos adaptarlo a lo que nosotros queremos. Ese cartel, esa flecha que uno diría: «¿pero qué estás diciendo?». Sin embargo, ahí está: “Estas hecho para amar y ser amado”. Lo tiene todo dentro para participar, para disfrutar más del regalo.