Maurizio Maggiani. Cambio de vida
Hacerse preguntas como el «principal bien» en este tiempo inaudito y dramático. Ahora que la realidad ha irrumpido, después de una época en la que parecía que no podía haber nada “más” ni “mejor”, nos encontramos en una encrucijada«Agradezco a la vida que me haya puesto ante esta encrucijada. Ante esta crisis, que es la mayor pregunta que se me plantea desde que nací». Así describe el momento presente, sin precedentes, el escritor Maurizio Maggiani. La realidad ha irrumpido como un seísmo en la «explanada inmutable» en que vivíamos, en una época que, según dice, «parecía acabar ahí», como si desde ese fondo nos estuviera preguntando: «¿pero qué más puedes querer?, ¿qué hay mejor que esto?».
Ahora, al considerar lo que hemos aprendido tras el derrumbe de nuestras seguridades e ilusiones, si es que hemos aprendido algo, y cómo podrá durar, cree que la primera ayuda viene del hecho de que ante esta encrucijada, «en esta situación extraordinaria, impensable», no podemos estar eternamente. «Por tanto, debemos elegir». En este diálogo explica cuál es la opción. Huellas lo ha encontrado inmerso en su «privilegio», una gran casa aislada en medio del campo, donde cada día su vecino Giorgio sale en tractor y le saluda desde lejos, en silencio, preocupado por un coleóptero que está dañando sus viñas.
Premio Strega, autor alérgico a los ambientes literarios, Maggiani escucha, mira la naturaleza que vuelve a respirar, «la creación que ha roto su cuarentena y ha salido de las múltiples prisiones en que la habíamos relegado». Podría hablar largo y tendido de la nutria que vio ayer, «timidísima», del bullicio de los patos, del almendro florecido antes de tiempo. «Nosotros somos el virus dominante de este planeta», dice. «Pero a diferencia del virus que hoy amenaza nuestro dominio, el hombre decide destruir a su anfitrión. Hemos consumido la creación hasta agotarla. Ahora hemos sido devueltos a la antigua historia de quién domina a quién...».
La brecha abierta por el coronavirus afecta a todo, y cree que nos invita a preguntarnos quiénes somos, ante la inmensidad y ante nosotros mismos, a entender qué queremos por encima de todo lo demás. «¿Salvar nuestros cuerpos?». En este tiempo, su actividad se ha convertido en pregunta, algo que considera el «principal bien».
¿Por qué interrogarse –ese «hábito de la razón» como ha escrito en La Repubblica, o ese «cuidado de lo inconsciente»– es ahora más necesario que nunca?
Qué mejor momento que este para preguntarse. Puesto que solo hay una soberbia y estúpida selección de soberbias y estúpidas respuestas. En su opinión, ¿Cristo fue al huerto de Getsemaní a buscar respuestas o a hacerse preguntas? En el momento de mayor crisis y en la más terrible soledad, fue a preguntar. Las respuestas vienen si se hacen las preguntas adecuadas. Ninguno de nosotros puede compararse a Cristo, pero estamos en una crisis, en un Getsemaní. No digo que haya que aceptarlo, pero sí tomarlo en consideración.
¿Usted cómo lo considera?
Para mí es la mayor crisis, y por tanto supone la mayor pregunta que se me plantea desde que nací. Tengo 68 años, he vivido varias crisis. Pero esta es la mayor pregunta, porque es ineludible. Mire, es un momento que aparentemente nos obliga a una sola acción: retirarse, defenderse. Se habla, con razón, de una “guerra”, pero los virus no declaran guerras, no saben qué es la guerra. Un ser minúsculo, con su comportamiento natural, me obliga a una posición inaceptable, inaudita, nunca vista, de retirada. Solo que, si nos fijamos, la restricción la ponemos nosotros. Según la psicología de masas, que se forma fácilmente, nosotros nos quedamos en casa para no propagar la enfermedad, como debe ser, pero es como si ya estuviéramos todos enfermos.
¿Se refiere a la «penetrante idea de una enfermedad general»? No le ha gustado la propuesta que le han hecho de leer, junto a otros autores, libros para la gente que está en su casa. ¿Por qué?
Es una “generosidad” a la que temo tanto como al contagio, dar apoyo para sostenernos, un ansia por alimentarnos… Es típico del enfermo “darse ánimos”. ¿Pero es que no puede uno leer un libro solo? ¿Qué ha pasado, ha habido una mortificación de la voluntad y de la capacidad? Para mí, esta es la cuestión, si la crisis implica una minusvaloración del espíritu y de la inteligencia…
O si en cambio sirve para provocar nuestra razón.
Una crisis es un cambio que pide cambios. Es una pausa, como en una ruta, un buen momento para pensar en todo. Por ejemplo, yo tengo que pensar que tengo una edad en la que, si acabo en el hospital, puedo ser de los que se quedan al margen, y es bueno que yo lo sepa. Es bueno saber que no tengo derecho a todo. En todo caso, tengo miedo a esta enfermedad. Aunque luego está la enfermedad del ser.
¿En qué sentido?
Perdone, no quiero meterme en su “casa”, pero esa idea escandalosa de los santos que tocan a los leprosos… No se trata de un cuento ni del relato de una perversión. Es la idea de que el mal se cura, se vence, no retirándose. Con todos los riesgos que eso implica. Los riesgos que hoy corren médicos y enfermeros. Algo que para nosotros es metafórico para ellos no lo es, pero vale igualmente: “tocar”, afrontar… Lo que quiero decir es que no nos salvaremos huyendo, con la mera protección. Si todo lo que tenemos que hacer es salvar nuestros cuerpos y basta, ¿qué haremos? ¿Qué haremos con nuestro cuerpo?
A las preguntas que usted plantea, que son muchas y que a veces censuramos –como, por ejemplo, ¿de qué tengo miedo?, ¿por qué hasta ayer daba la vida por descontado?, ¿y por qué mañana tendría que valer algo?–, ¿a estas preguntas es posible dar respuestas y «respuestas razonables», como usted desea?
No nos responderemos solos. ¡No debemos respondernos! A Cristo las respuestas no le llegaron estando solo, sino por el camino que hizo, con la cruz a cuestas, hasta el final. Del mismo modo, nosotros, que nos consideramos adultos, podemos juntarnos, buscarnos para responder juntos… como estamos haciendo usted y yo ahora. No quisiera salir de este “estado de alarma” sin saber que somos mejor de lo que creemos ser. O de lo que parecería conveniente ser. Por tanto, es necesario que cada uno se haga esas preguntas, porque nos sitúan en un espacio menos restringido, nos quitan los barrotes de la prisión en la que estamos confinados. Preguntarse es poner orden. ¿Cómo? Pues justamente preguntando, haciendo preguntas. Así la “bestia”, no en sentido negativo sino entendida como la fuerza caótica, puede aplacarse. Toda nuestra protervia y soberbia se aplaca delante de las preguntas.
¿Y la respuesta?
Está ya en la pregunta.
¿En qué sentido?
Pienso en cuando realizo un gesto que me causa incertidumbre, en una sucesión inesperada de acontecimientos, un gesto que no me explico. Y me pregunto por qué, ¿por qué lo he hecho? El hecho de preguntármelo ya lo redimensiona, lo restringe a un espacio mío, de mi alma. Preguntarse, “pararse”, “detenerse”… no es la respuesta, no. Pero es el inicio del camino de la respuesta.
Preguntarse si basta con estar sanos, con salvar nuestros cuerpos, le lleva a escribir que «la vida no es lo contrario de la muerte». La realidad actual, que nos pone ante el dolor, la muerte y el miedo a ella, nos empuja a buscar el significado, abre “la” pregunta sobre el sentido de vivir.
Así es. Mire, yo no quiero morir, yo tengo una genética campesina. Vivo firmemente entregado a la vida, ajeno al mal de vivir, porque procedo de generaciones que han luchado hasta el extremo por no morir. Pero pongamos el caso de que, cuando acabe, me pidan cuentas. El Viejo abrirá su enorme libro y dirá: “Maggiani... Maurizio Maggiani. Veamos...”. No me pedirá cuentas de las novelas que he escrito.
¿Y de qué le pedirá cuentas?
De cuánta vida he generado a cambio de la que he consumido. Mis padres, campesinos analfabetos, no solo lucharon por salvar el pellejo, también me enseñaron algo: que lo que es bueno, lo ves. Porque es vida. Genera vida. Usted sabe qué es la vida… Y no es levantarse por la mañana, despertarse vivos. Es dar la primera mirada del día, el primer gesto. O es un gesto para la vida o es un gesto para la muerte. Pienso en la Gehena, el infierno de Jerusalén donde acaba el “malvado”, aquel que no se puede distinguir en medio de la basura. Le parecerá una expresión vulgar, pero el que se distingue es el “buen hombre”. Aquel que nunca se confunde con un material cualquiera, consumado y acabado.
Sobre lo que decía de “pararse”, “detenerse”, ¿qué le para a usted en la experiencia de este momento?
La sorpresa, ser sorprendido. He tenido una vida extremadamente afortunada, he vivido épocas interesantes, se me ha concedido vivir experiencias importantes, hermosas, desagradables. Pero agradezco a la vida que me haya llevado a una encrucijada, a esta encrucijada actual.
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¿Por qué?
Estábamos en una época que parecía acabar ahí, como si ya no pudiera suceder nada más, todo tenía su propia lógica, intacta. El sistema parecía intocable. Vivíamos como diciendo: ¿pero qué más se puede querer?, ¿qué hay mejor que esto?, ¿dónde puede haber más y mejor? Era el fin de la historia, el orden universal constituido. Un páramo infinito, una tierra llana. Y de pronto un movimiento telúrico ha sacudido esa explanada inmutable provocando un paisaje turbador. Y ahí estamos, en la cima de esa cresta. Por un lado está lo que había, por otro lo que no sabemos.
¿Qué es lo que permite no “volver atrás”, y sobre todo mantener abiertas las preguntas? ¿Dónde mira usted?
Lo que me ayuda es no poder fingir como si no pasara nada. No estaremos sobre esa cresta eternamente, la fuerza de gravedad empuja hacia abajo, por un lado o por otro. En esta posición extraordinaria, inimaginable, no nos podemos quedar. O miramos hacia lo que creíamos que estaría presente hasta el infinito, o miramos hacia lo que no sabemos. Puedes decidir entre dejarte arrastrar hacia atrás o lanzarte hacia adelante. Si sigo vivo, desde esa cresta no solo podré ver sino también decidir. Decidir adentrarme en lo que no conozco. Contribuir a la navegación en medio de un mar desconocido. Si Ulises llegó hasta allí no fue solo porque atravesó una masa de agua sino porque la transformó. Si existe una razón por la que estamos aquí, aparte de lo que usted llamará pecado original, tendremos también una tarea, podremos turbar esta extensión de agua. Y turbar es vida.
Cuando tiene miedo, ¿cómo logra vencerlo?
Mirando a mi mujer.