Marco Martinelli (foto Lidia Bagnara)

Marco Martinelli. «Justo de ti estoy hablando aquí»

Ha llevado a los escenarios a los chavales del slum de Kibera para una Divina Comedia memorable que hoy se ha convertido en una película. En esta entrevista habla de sí mismo, de Dante, de un amor que le impidió perderse…
Anna Leonardi

«Cuando caminas por Kibera tienes que estar atento a dónde pones los pies. A lo largo de un sendero de tierra rojiza, kilómetros de escombros y basura entre los que se mueven las gallinas, los perros callejeros y pequeños vendedores ambulantes. Cuesta levantar la cabeza y mirar al cielo». Marco Martinelli, cineasta, dramaturgo y director artístico del Teatro de Rávena, describe así el impacto que recibió al entrar en el gran slum de Nairobi, en Kenia. Pero él no solo fue capaz de levantar la cabeza y mirar al cielo; también lo acercó a la tierra. Su espectáculo The sky over Kibera (El cielo sobre Kibera, ndt.), que en noviembre de 2018 llevó a 150 niños a recitar La Divina Comedia por los polvorientos callejones entre los barracones, es un auténtico viaje desde las entrañas del mundo hasta la luz del firmamento.

Ese espectáculo, que nació gracias a un proyecto de AVSI en algunas escuelas de la ciudad, se ha convertido ahora en un film, un mediometraje de 50 minutos donde Martinelli nos permite saborear «una experiencia que ante todo me ha cambiado a mí». Incluso después de cuarenta años en el Teatro delle Albe, compañía que dirige junto a su mujer, Ermanna Montanari, y otros treinta de no-escuela, una práctica teatral que da a conocer los clásicos a los adolescentes y que le ha llevado a conocer múltiples realidades educativas. «Kibera es una gran trinchera humana donde he podido volver a ver el motivo por el que empecé en este oficio: la posibilidad de captar el corazón, el misterio que somos. En el fondo, nunca quisimos hacer un teatro de sobremesa. Siempre es un riesgo. Pero con el tiempo he aprendido que allí donde está el peligro, está también lo que nos salva».

En el Festival de Rávena con Ermanna Montanari (foto Silvia Lelli)

A propósito de riesgos, usted llegó a Kibera sin un guion, sin un proyecto. A los profesores y directores de colegio que le esperaban les decía: «No preparen nada, solo voy para ver»…
Ese es nuestro método: debemos hacernos pequeños para poder mirar. Solo después de un año de conversaciones e inspecciones empecé a intuir que quizá La Divina Comedia fuera el texto adecuado. Así que un día, reunido con profesores y alumnos, empecé a contar la historia de un hombre que se pierde en un bosque. Estaba confuso, asustado y al ver a tres bestias que se acercaban empezó a tener miedo. Entonces pregunté: «En vuestra opinión, ¿qué le pasará a este hombre?». Me respondieron a coro: «¡Se lo comen las fieras!». Les dije: «¿Estáis seguros? ¿No podría pasar otra cosa?». Un pequeñajo de diez años levantó la mano y dijo: «Sí, ese hombre podría llamar a su madre». Aquello despejó todas mis dudas. «¿Es que sabes que eso es justo lo que pasa en esta historia? Su madre le manda un amigo que le saca de aquella selva».

Este es el punto que usted llama “puesta en vida”, es decir, el teatro no “pone en escena” sino “resucita” los clásicos, les hace vivos y encontrables.
Ezra Pound decía que Dante es el everyman, es decir, representa a la humanidad entera. Los chavales de Nairobi, que nunca habían leído un verso de la Comedia, entendieron inmediatamente que la experiencia de Dante habla de la suya. Saben mejor que nosotros qué es el Infierno. De hecho, hicieron los grupos ellos solos: ladrones, asesinos, políticos corruptos, falsos amantes… Hasta el noveno círculo, donde Dante mete a Lucifer, el mayor de los males: allí ellos quisieron meter el mal causado a los niños.

La escena final de The sky over Kibera cuenta el momento en que la enorme riada humana sale del slum y llega a las puertas del Purgatorio. ¿Cómo les guio en ese paso?
El Purgatorio es el canto del volver a empezar. La noche ha pasado, se vuelve a clase, se aprende un lenguaje nuevo. Para esa escena utilizamos los versos de Majakovski: «¿Qué sentido tiene si te salvas tú solo? Quiero salvación para la tierra entera, para toda la raza humana privada de amor». Y añade: «Si las estrellas brillan, significa que alguien las necesita, que alguien quiere que estén». A gritos lo decía por el megáfono Kingsley, de once años, que dirigiéndose al patio lo arrastraba por el camino. Mirando su cara y oyendo cómo vibraban estas palabras en su boca, me di cuenta de que no estaba recitando. Aquellas cosas él las vivía, y se las anunciaba al mundo.

Reinventar la Comedia dentro y fuera de los teatros se ha convertido en vuestro sello de marca. También en Rávena y en Rumanía se han llenado las calles de vecinos convertidos en protagonistas. ¿Lo que hacéis es teatro popular?
Me encanta la idea de un teatro de pueblo. Como se usaba en cierto modo en las representaciones sacras medievales y en el teatro masivo de la revolución rusa, donde los artistas se mezclaban con el pueblo y juntos infundían vida a la creación. En las ciudades a las que vamos hacemos “llamadas públicas” a las que acuden muchos, cada uno con su deseo de convertirse en Virgilio, Beatriz, Pablo y Francisca. Durante el Festival de Rávena, para el Canto XIII del Infierno presentamos el coro de las “arpías” como figuras no sometidas al varón y se presentaron cientos, las sacamos a todas a escena. Es un papel que capta la intimidad de muchas mujeres. La más sorprendente, la que emitía un grito que te traspasaba el corazón, fue una señora de 82 años. Yo necesito mucha humanidad, no me basta con mi yo.

¿Cómo nacen sus ideas?
Las ideas llegan cuando ellas quieren. Son como la gracia, son una gracia. Puedes esperar durante días y semanas y no pasa nada. Pero en esa nada aparente tú, mientras, sigues trabajando. Mantienes tu disciplina, activa y vigilante, llena de intentos milimétricos. Las ideas siempre llegan porque Ermanna y yo en cierto modo las invocamos, las rogamos. Luego, en el trabajo de producción que sigue, también llegan momentos dramáticos donde te preguntas por qué has decidido ir detrás de esa intuición… Es el momento de la crisis, de la selva oscura.

¿Y cómo sale al final?
En la oscuridad, después de días de escenas erróneas, hay que quedarse mudos, fiarse de una posible epifanía. Cuando Ermanna y yo teníamos que inventarnos un trabajo en que queríamos mostrar a Dante en el umbral de su paso definitivo nos pasamos meses en el limbo. La narración nos costaba mucho y al final nos encerramos en casa. Yo me puse a leer a Eliot y ella, a ver Netflix. Unos versos de Cristina Campo fueron los que rompieron la costra en que nos habíamos quedado encerrados. Ermanna saltó: «¿Y si hablara la niebla?». Rompí todo lo que había escrito hasta entonces y empecé a dar voz a la niebla, protagonista desde la primera escena de ese proyecto, Fedeli d’Amore, donde Dante muere en la noche entre del 13 al 14 de septiembre de 1321.

¿Sucede igual en la vida, en la oscuridad existencial?
Para salir de la selva, Dante necesita una cadena de manos que, para mí, son sobre todo las de mi padre y luego las de Ermanna. Yo tenía 24 años cuando perdí la fe. Fue el momento más trágico de mi vida. Ya no encontraba a ese “Tú” amoroso con el que solía hablar desde pequeño. Me pasé dos años pensando que tal vez todo había sido un engaño de mi mente. Era una herida, una pérdida que me sacudía hasta el punto de hacerme sentir impulsos suicidas. Me salvaron Ermanna y el teatro.

¿Cómo?
Ermanna y yo nos casamos a los veinte años con el gran sueño de hacer un teatro que fuera “nuestro”. Todavía íbamos a la universidad y todos nos tomaban por locos. Un año después nació nuestra primera compañía, “Maranathà”. Cuando, poco después, atravesé aquel momento de oscuridad, el amor de Ermanna me impidió naufragar en la insensatez. Yo lo defino como un amor “dionisiaco”, porque la figura de Dionisio, dios del teatro para los antiguos griegos, me mantuvo enganchado a la esencia sagrada. Gracias a Dionisio, poco a poco, recuperé a ese Cristo que tanto me conmueve. El gran engaño era la insensatez en la que me había hundido. «Y luego salimos a contemplar otra vez las estrellas», como dice Dante al cerrar el Infierno. En realidad, ya en el primer paso que te saca de la ceguera, brilla la luz del Paraíso.

En su último libro, Nel nome di Dante (En el nombre de Dante, ndt.), habla de su padre, Vincenzo, que todas las mañanas le despertaba con versos de Dante, Esopo, Totò, Guareschi…
Mi padre, aunque procedía de una familia campesina, por una serie de coincidencias llegó a ir a un liceo clásico. Luego fue funcionario de la Democracia Cristiana de Rávena. Desde pequeño me alimentó con su pasión, no solo por Dante sino también por la política, en su sentido más alto. Todas esas cosas entraron dentro de mí como una música. Él nunca ocupó una cátedra, pero yo tenía delante a un hombre feliz que mezclaba cosas serias y divertidas. Como dice san Agustín, «el alma se alimenta realmente de aquello que le procura alegría».

¿Cómo se sirve de esa herencia?
Vincenzo fue mi maestro sin pretenderlo, desde aquellas mañanas que se sentaba en mi cama y me contaba historias siempre nuevas hasta que murió en 2009. Todavía lo llevo dentro y me doy cuenta de que deseo estar así con los adolescentes que participan en nuestra no-escuela. A pesar de que es un proyecto formativo, hemos querido llamarla así precisamente para indicar dos condiciones imprescindibles: deseo y libertad. Nadie está obligado: vienes porque algo en ti lo desea. Es una “llamada” a la que, en primer lugar, debo responder yo.

La no-escuela ha dado frutos en los terrenos más diversos, desde Nairobi hasta Scampia, pasando por los liceos clásicos de grandes ciudades…
En todas las latitudes los jóvenes tienen sed de adultos que tengan el coraje de hacer lo que dicen. Conmigo no buscan a un cineasta sino a alguien dispuesto a responder de lo bueno y lo malo. Alguien que se haga cargo. En Scampia, los trabajadores sociales me pidieron implicar a Simone, doce años, ya no iba a clase y tenía a toda su familia en la cárcel. Cualquier pretexto era bueno para provocar peleas y disputas. Así durante meses, con él que se ponía a dar patadas en el escenario y con los demás intentando representar Ubú rey, de Alfred Jarry.

¿Qué pasó?
Un día Simone se me acercó como un gato salvaje. Estábamos sentados en grupo trabajando en la escena en que los matones de Ubú querían matar a su rival. Me susurró al oído: «Yo tendría alguna idea de cómo hacerlo fuera, pero solo te lo digo a ti». Nos fuimos a un rincón y empezó a describirme un crescendo de violencia y tortura. Una pieza hecha y derecha. Extasiado le dije: «¡Tenemos que escribirlo, dicta!». Antes de ir con los demás, me agarró del brazo donde tenía el folio escrito y me dijo: «Marco, ¿lo puedo firmar?». Había empezado a sentir que las cosas, la vida sobre aquel escenario podía empezar a hacerse suya.

Entonces la no-escuela es en parte como la “selva oscura”, un lugar donde poderse encontrar y empezar un camino…
El teatro es un “hacerse sitio”. En una época donde no existen lugares, donde normalmente uno está condenado a vivir en una masa anónima como un personaje sin espesor, el teatro es el reino de las personas donde mis ojos se encuentran con los tuyos. “Tú y yo juntos” es el gesto más subversivo para el mundo de hoy. El teatro puede tocar el corazón de cada uno porque dice: «Justo de ti estoy hablando aquí». Y abriéndose a los demás, uno se abre a Otro.

¿Con mayúscula?
Sí, porque el teatro, como cualquier experiencia verdadera, mientras te desarraiga de la mentira te arraiga en el Misterio. ¿Qué te permite “ver” de verdad? Tal vez sea necesaria una mirada estrábica: un ojo en lo que sucede aquí y el otro tendiendo al cielo. La dimensión del “trabajo cotidiano” se centra en la polis y en el Misterio a la vez. Me conmueve pensar en Antoni Gaudí, que en su taller de la Sagrada Familia estaba con los pies en el fango mirando el trabajo de cada uno de los canteros y no dejaba de pedir: «Señor, ¡háblame!».


Marco Martinelli (Reggio Emilia, 1956), cineasta y dramaturgo, fundó en 1983 el Teatro delle Albe. Desde 1991 es director artístico del Teatro de Rávena. Desde hace 25 años se dedica al proyecto de la no-escuela, que acerca los clásicos teatrales a los adolescentes. En 2017 comenzó un curso sobre la Divina Comedia durante el Festival de Rávena, que terminará en 2021, séptimo centenario de la muerte de Dante. En 2019 recibió el premio de la Presidencia del Senado italiano por su participación en el proyecto de AVSI “Dante en Kibera”.