El encuentro con Francisco De Roux (en el medio)

Colombia. El camino a la verdad

El temor a las preguntas, la necesidad de reconocer cómo han ido las cosas, el perdón...Diálogo con el padre Francisco de Roux, uno de los protagonistas del proceso de paz en un país devastado por un conflicto que parece interminable.
Doris Soraida Barragán

«Cómo voy a juzgar yo a una niña que a los 9 años se la llevaron las FARC, que a los 10 aprendió a matar gente, a los 11 años la violaron y la obligaron después a abortar? ¿Quiénes somos? Si uno hubiera estado metido en las mismas, ¿dónde andaría? Eso con respecto a la verdad». El padre Francisco de Roux, jesuita, preside desde 2007 la Comisión por la verdad, el organismo clave para el proceso de paz en Colombia. Enseguida aclara: «Con respecto a la verdad, nosotros afortunadamente no somos la Comisión de la Verdad sino la Comisión del Esclarecimiento de la Verdad. Tratamos de ayudarnos a aclarar qué fue lo que nos pasó en este país». Se refiere a un conflicto armado, que dura desde hace cincuenta años, entre los guerrilleros, las FARC, los paramilitares, los cárteles del narcotráfico y el Ejército de Liberación Nacional. El balance de esta guerra es de 265.000 muertos y 8 millones de afectados, entre atentados, secuestros, homicidios, mutilaciones, reclutamiento de menores y expropiación de tierras. Las negociaciones de paz empezaron en 2012. Han sido años de intensas negociaciones, hasta el 23 de junio de 2016 cuando se firmó en La Habana un acuerdo de paz. El 2 de octubre siguiente, el acuerdo fue sometido a referéndum popular y, con gran desconcierto, ganó el “no" a la paz. El día después, De Roux escribió: «Este resultado puede abrir un camino para superar el mayor de nuestros problemas, que somos nosotros mismos: nuestra incapacidad de encontrar una unidad acerca de las cuestiones importantes, conscientes de que nuestra animosidad y agresividad, que se manifiestan en la política, en los medios y en las familias tienen consecuencias letales. (...) Hay que aceptar con realismo y humildad que tenemos que cambiar. Formamos parte del problema y la crisis actual acrecienta nuestra responsabilidad de formar parte de la solución».

Bogotá. Una de las manifestaciones pacifistas de este año

Hoy, cuando el delicado proceso está amenazado de nuevo por la violencia y los atentados, en vísperas de las elecciones regionales, el padre Francisco no se desanima. Ha estudiado economía en París y Londres y ha dedicado su esfuerzo para llevar a cabo proyectos de desarrollo económico y social en su país, pero está convencido de que «el problema de Colombia es espiritual. Es una fractura del ser humano. Si no se trabaja a ese nivel, no habrá nada que hacer».

Padre De Roux, ¿cómo se puede afrontar una situación tan compleja y dolorosa como la de nuestro pueblo?
Yo siempre he pensado que los grandes problemas de Colombia -como también en cualquier país, pero en Colombia son particularmente notorios- son problemas muy profundos. Pongo el caso del narcotráfico, la violencia y finalmente el conflicto armado. El problema de las tierras, la forma en que la titulación de la propiedad nunca se quiso arreglar con claridad; la expropiación a los campesinos que fueron despojados de sus tierras, la entrada de grandes terratenientes, y la violencia o el problema del narcotráfico; la manera en la que llegamos a ser el primer productor de cocaína en el mundo; la vinculación del narcotráfico con la economía y con la sociedad y el mal que esto nos hace. En nuestra sociedad, cada uno de estos problemas tiene la profundidad de un kilómetro. Nosotros comenzamos a trabajar el problema y cuando hemos bajado 100 metros, nos da miedo y decimos: «No. Dejemos eso así. No sigamos ahondando en ese problema porque es muy complicado». Entonces, las cosas no se arreglan nunca. Como decimos en español «eso no se queda así, eso se hincha». Entonces, el problema vuelve a crecer. Yo creo que una de las cosas que habría que hacer en la parte educativa es enseñarles a los niños que cuando hay un problema, hay que entrar en el problema hasta el fondo.

¿Por dónde tirar?
Nosotros vamos a hacer una serie de conversatorios públicos en varias etapas, para tratar de que realmente el país vaya al fondo del problema. Vamos a llevar preguntas, que es como uno realmente debe hacer. No vamos a llevar respuestas porque nosotros queremos ir estudiando y escuchando mucho. Para nosotros este es un periodo de escucha. Esperamos poder dar algunas respuestas en diciembre de 2021, que es cuando tenemos que entregar un relato sobre cómo estamos viendo las cosas. Por ahora queremos preguntar y que el país no le tenga miedo a las preguntas, ir cada vez más a fondo. Esta es una primera cosa a la que yo invitaría: a que miremos los problemas con coraje y sin miedo.

¿De qué manera cada uno de nosotros puede contribuir a la reconciliación?
Con esta pregunta planteas, justamente, que la paz no es asunto solo de los gobiernos sino de la sociedad. Creo que tenemos que empezar con ser muy veraces con nosotros mismos. Es decir, reconocer la historia personal de uno, con sus aciertos y sus errores, con sus luces y con sus sombras. Ser veraces con nosotros mismos y tener el coraje de ser como un libro abierto: «Este soy yo, con mis virtudes y mis defectos, con mis ilusiones y mis fracasos. Este soy yo que he tenido el coraje de perdonarme». Todos tenemos cosas que perdonarnos... Mientras no tengamos el coraje de reconocernos como somos, eso tiene dos efectos. Primero, es muy difícil pedirle la verdad a otra persona si uno no reconoce su propia verdad. Segundo, es muy difícil que uno sea compasivo con otras personas si uno no aprende a tener compasión de uno mismo y si uno no aprende a reconocerse y a perdonarse. Todos tenemos el dilema moral que plantea san Pablo cuando dice: «Por qué soy yo así, que sé lo que no debo hacer y lo hago, y sé lo que debo hacer y no lo hago». Eso es humano. Hay que ayudar a que la gente comprenda esto educativamente y nosotros vivirlo también. Somos seres humanos falibles, que nos equivocamos, que cometemos errores, pero que tenemos una dignidad absoluta. Lo bello es que esa dignidad está en una fragilidad humana sumamente grande, que no se destruye cuando cometemos errores. Yo me lo digo todos los días (que soy un ser que he cometido muchos errores) «pero ¿quién soy yo para juzgar a otra persona o para atreverme a considerar que el otro es malo, si yo sé lo que he sido?». Si tengo que tener compasión de mí, ¿cómo no tener compasión de un hermano que ni siquiera sé en qué circunstancias tuvo que actuar, en qué dificultades?

¿De qué modo recuperar la memoria de lo ocurrido contribuye a construir o reconstruir la identidad colombiana? ¿Reconstruir los hechos no acrecienta los odios y la violencia?
Este país ha querido negar esa memoria y, cuando las cosas acontecieron entre nosotros, la gran mayoría de la gente en el país miró para otro lugar, como si esto no estuviera pasando. Se tiene mucho miedo a que la verdad vuelva a polarizarnos más, a acrecentar entre nosotros los odios y los apetitos de venganza. Por eso hay que tener sabiduría en cómo se maneja la verdad de lo que somos. Tú puedes utilizar esa verdad para propiciar el odio y la venganza, por supuesto que sí, es fácil. Es fácil decir: «Miren qué malos son ustedes y cómo se merecen ser odiados y repugnados por esta sociedad y excluidos. Ustedes no tienen por qué ser parte de nosotros». Tú la puedes usar para eso, para dividir. Pero si la entiendes bien, tú la puedes usar para que comprendamos mucho mejor quiénes somos nosotros. Incluso para que nos tengamos compasión unos y otros. Qué bonito aceptarnos como somos y construir juntos. Aceptemos la responsabilidad diferencial de unos y de otros, y la responsabilidad colectiva, y construyamos juntos.

¿El camino de la paz solo es posible si se llega al perdón? ¿Qué significa hoy perdonar? Usted también perdió muchos amigos y colaboradores...
Me preguntas por la reconciliación. Perdonar es un papel que, a mi juicio honradamente, requiere fe y requiere una compresión muy profunda de la fe para ponerse en ese camino. Estoy convencido de que pedir perdón es un don de Dios. No emerge naturalmente que uno pida perdón, y perdonar también es un milagro. Las dos cosas son un milagro, son un acto de gracia. A lo largo de estos años, me tocó enterrar a muchos amigos, y aprendí que pedir a las víctimas que perdonen puede ser hasta una falta de respeto. Uno a las víctimas lo que tiene que hacer es acogerlas en su dolor, recibirlas en su dolor, rodearlas, escucharlas profundamente, meterse dentro del dolor de las víctimas y acompañarlas. Si tú das mucho reconocimiento y mucho amor puede que dentro de la víctima emerja la decisión de perdonar, que siempre es un acto absolutamente gratuito. Cuando perdonas, tu perdón es gratuito, tú lo regalas. Si es un verdadero perdón, tú no esperas nada del victimario. Tú le das el perdón y no esperas nada, como hace Dios con nosotros. En nuestra tradición cristiana, Dios nos regala el perdón completamente. En el Antiguo Testamento el pecado siempre tiene castigo. El pecado conlleva una culpa, y se paga por ello. Dios hace que los pecadores paguen en su propia vida el error que cometieron, nada queda impune. En el Nuevo Testamento, cuando se manifiesta en Cristo la misericordia de Dios, el perdón quita el castigo: Dios es absolutamente libre y es misericordia. Lo único que te pide el Señor son dos cosas: que realmente te arrepientas y que entres dentro de la misericordia de Dios. Porque Dios no puede perdonar en abstracto, Dios perdona a través de nosotros; y perdona reconstruyendo a la persona que nos ha hecho daño; nos reconstruye, rescatándonos como seres humanos. Por eso la justicia restaurativa y la justicia transicional son tan propias del perdón cristiano.

¿Cómo lo experimenta usted?
Julián Bolívar, comandante del bloque central Bolívar, mató a mi amiga Alma Rosa Jaramillo. La mató con sus hombres y la manera en que la mataron fue serruchándole los brazos y las piernas con una motosierra y tajándole la cabeza. Yo le he dicho públicamente a Julián Bolívar: «Yo te perdono». Y perdonar es trabajar para la transformación de Julián Bolívar en el hombre que Dios quiere que sea, que se rescate como ser humano. Porque lo que ha hecho lo ha destruido como ser humano. Pero eso ya es una cosa de Dios. «Perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Nosotros luchamos para que los que nos han hecho mal puedan transformarse como seres humanos. «Hagan el bien a los que les han hecho el mal, oren por los que les han golpeado». Eso es meterse en el camino de la reconciliación, que son cosas muy hondas. Con eso ya estamos en el perdón cristiano: «Ama a tus enemigos», que es llegar a hacer lo mismo que hace Jesús: «Yo sé que la situación de usted es muy difícil, es arriesgada. Sabe una cosa, yo he decidido dar mi vida por usted». Eso es, mi vida por la suya. Eso tú no se lo puedes pedir a un político, ni lo puedes poner en un ambiente meramente social, porque no te entienden. Pero ese es el testimonio cristiano del perdón, llegar hasta allí. La justicia transicional tiene mucho de eso.

¿Puede explicarnos mejor qué es la justicia transicional que caracteriza este proceso de paz?
A las personas que van a la JEP (Justicia Especial por la Paz), lo que se les pide es que empecemos por la verdad. Por eso yo les decía al principio que tenemos que ser unos apasionados por la verdad. La verdad no tiene que ser simplemente asumir responsabilidades. Sino decir: «Yo voy a contar qué fue lo que hice. Yo voy a contar, en el caso de Alma Rosa, cómo y por qué la secuestramos a ella, dónde la llevamos, cómo la forzamos y la desnudamos y trajimos la motosierra para que viera el arma con que la íbamos a atacar, cómo le cortamos el primer brazo, y el segundo brazo... contar cuáles eran las razones por las cuales lo hacíamos, porque sabíamos que ella era una abogada que ese día venía a poner un juicio contra nosotros y se murió en nuestras manos de esa forma; por eso la tiramos en un barrial, en un lodazal, en el Magdalena Medio. No se hundió y por eso ustedes la encontraron.». Así empieza la JEP, usted tiene que decir una verdad. Pero usted tiene que mostrar, además de esa verdad, que está dispuesto a reparar. Que está dispuesto a no volver a repetir eso jamás. Si usted hace esto, usted es aceptado en justicia transicional. Usted no va a ir a la cárcel. Usted va a tener una libertad restringida y usted tiene que restaurar. Pero no soy yo como juez quien le voy a decir cómo usted restaurará sino que voy a llamar a la familia de Alma Rosa y su familia es la que va a decir cómo restaura usted, cuáles son las cosas que a ellos les restaura mientras usted tiene la libertad limitada.

¿Puede poner un ejemplo?
Tomemos el caso de las familias del Valle del Cauca cuyos familiares estuvieron cinco años secuestrados, y los mataron la semana en que los iban a entregar. Ya hubo un acto en que las FARC pidieron perdón y las familias perdonaron. Pero esto tiene que pasar por la justicia transicional para que tenga un desarrollo realmente de reconciliación. Las familias ya tienen pensado lo que les van a pedir. Las familias quieren que ellos se restrinjan a vivir en un terreno en Pradera, Valle del Cauca y durante los 8 años que van a estar ahí, con sus propias manos, comprando con sus recursos los materiales (cemento, ladrillos, hierro, etc.), van a construir un colegio para 2.500 alumnos. Ellos van a ser los albañiles y los pintores. Ellos tienen que hacer el colegio. Eso es una de las cosas más bonitas de la JEP, que las víctimas deciden. A mí me llamaron la atención las víctimas de la operación Génesis en un río en el Chocó. Esa operación -que fue de lo más duro del Chocó, muchas familias fueron masacradas y se produjo un desplazamiento inmenso- la hizo el general Rito Alejo del Río (él está muerto del susto, por supuesto). Las familias ya le manda-ron una carta diciendo: «General, le invitamos a que se venga aquí. Vamos a ser sus amigos. Véngase para acá. Usted va a vivir con nosotros, va a ser uno de nosotros, va a trabajar con nosotros. Lo tendremos entre nuestras familias».

¡Que una persona pueda reconocerse culpable y, a la vez, haya recibido el abrazo de la misericordia en su historia, es algo del otro mundo!
Es el trabajo más importante que hay que hacer, que la gente pueda reencontrar la fe. Creo que vosotros, como movimiento de Comunión y Liberación, por vuestro compromiso educativo en la fe podéis aportar una contribución importante a este proceso de reconciliación que requiere una comprensión muy profunda de la fe. La fe no es un problema de religión, es un problema de «quién soy yo», «cuál es la consistencia de mi yo». Julián Carrón habla de un cambio de época, se están perdiendo precisamente las evidencias que teníamos antes. Imagínate, si un hombre pierde sus propias evidencias, ¿cómo hace para construir? Es necesario volver a empezar. Volver a trabajar sobre esto, reconociendo la humanidad que cada uno tiene.

Nosotros hacemos cada uno, con mucha libertad, una acción caritativa. Por un amigo militar, surgió la idea de ir a visitar a los militares que están en el batallón de sanidad que queda en Puente Aranda. Ahí hay un pequeño centro de rehabilitación. Nos ha impactado conocer a estos muchachos que, desminando, terminan sin miembros y en una gran soledad, porque las familias, obviamente, son de otras partes de Colombia. Ellos están aquí literalmente solos. Nos hablan también de la cantidad de compañeros que están en el Hospital Militar. Para nosotros ha sido un modo de tocar el país, tocar a esta gente y a sus historias. También en esas circunstancias, son amados y su vida sigue. Realmente nosotros terminamos muchas veces en silencio viendo el drama en el que están y la fuerza humana que todavía mantienen a pesar de sus circunstancias tan terribles.
Recuerdo lo que hizo el Papa aquí, cuando vino en 2007. Hay un trauma cultural muy grave entre nosotros. Por eso hay tanta polarización y tanto odio. Hay un mundo simbólico que nos polariza inmediatamente. La afectación fue tan grande, la victimización fue muy grande en todas las clases sociales. Desde el secuestro y el asesinato personal en las clases sociales altas, y sobre todo la extorsión, hasta el asesinato colectivo, las masacres, los desplazamientos en los sectores populares. En todas partes, mucho dolor. Eso generó en todas partes indignación, rabia, deseos de venganza. Todo eso pasa por WhatsApp, por Twitter, por Facebook, por televisión, por los periódicos y, a veces, hasta por las palabras de los curas en las misas. Todos somos presa de ello. Es algo que nos envuelve, es un verdadero trauma. El Papa se dio cuenta de eso, y entonces pronunció un discurso para ayudarnos a salir de este trauma.

¿Cómo?
Algunos obispos no usaron ni una sola vez la palabra paz en sus discursos dirigidos al Papa; no podían. El Papa la usó 60 veces en sus discursos. Ellos no se atrevieron. El Papa, de los cuatro días, tres nos habló y dedicó un día entero a las víctimas, solo a las víctimas, dando un mensaje de lo que ustedes deben hacer cuando hacen esa caridad. Luego dijo a los obispos: «Hermanos obispos, déjense de hacer discursos bonitos y de dar normas, pensando que dando normas para que la gente se mejore, van a sacar al país de esta situación. Pongan sus manos en el cuerpo ensangrentado de su pueblo: las víctimas. Váyanse allá, si no, no van a entender». Eso es lo que ustedes hacen cuando van a ver a los soldados.


(de "Huellas" n.10/2019)