Padre Aliaksei Ason

Bielorrusia. El discernimiento de Aliaksei

Nació bajo el régimen soviético en un pueblo donde las iglesias estaban cerradas. Un día su novia le pregunta: «¿Por qué cuando vas a la parroquia estás más contento?». Luego, el seminario, el encuentro con los universitarios de CL...
Luca Fiore

«Nunca me habría imaginado que acabaría en el seminario de Piacenza, que allí conocería Comunión y Liberación y tantos amigos». La historia del padre Aliaksei Ason, hoy párroco de Nowy Pahost y Baradzenichy en la región de Vitebsk, en el noroeste de Bielorrusia, sin duda, no es una historia cualquiera. Cuando cuenta el recorrido que le llevó a la ordenación sacerdotal el 16 de julio de 2011, se entiende muy bien qué es el “discernimiento vocacional”, tema del Sínodo de Roma. Sin embargo, como la vocación no es una decisión a tomar sino la fibra de la vida de un cristiano, merece la pena contar la historia del padre Aliaksei desde el principio.

«Nací en 1987 en un pequeño pueblo en el campo que se llama Karaby», cuenta. «La URSS todavía seguía en pie y mis padres, él ortodoxo y ella católica, no tenían una iglesia adonde llevarme para bautizarme. Sin embargo, para ellos era importante y consiguieron bautizarme ortodoxo, pero luego fue mi abuela católica quien me educó en la fe.» De pequeño, iba a la parroquia católica que, en ese periodo, había vuelto a abrir sus puertas tras la caída del régimen comunista. Con 15 años empieza a estudiar en el Instituto técnico de Vitebsk y se va a vivir a un colegio. En ese momento, hay solo una iglesia y, para alcanzarla, tiene que atravesar la ciudad. Por este motivo, durante un año entero, dejó de ir a misa los domingos. «Aunque, cuando volvía a casa de mis padres, iba a la iglesia de mi pueblo y me daba cuenta de que echaba algo en falta».

La iglesia de Nowy Pahost

Con 17 años empezó a salir con una chica de Vitebsk. En el camino entre el colegio y la casa de la chica ve un centro deportivo sin terminar y ve entrar a un cura en sotana. Le sigue y se da cuenta de que habían abierto una nueva parroquia a cinco minutos de su casa. Empieza a ir a misa todos los domingos y asiste a los encuentros con decenas de jóvenes de la comunidad. Hace amigos. Con ellos, está a gusto. Sin embargo, ve que su novia empieza a ponerse nerviosa. Un día le para y le dice: «¿Por qué, cuando hablas de lo que haces en la iglesia, es evidente que estás más contento que cuando estás conmigo?». Recuerda Aliaksei: «No me había dado cuenta de esto antes; fue ella quien me lo hizo notar. Desde entonces, empecé a prestar más atención, a darme cuenta de que la relación con ella no era lo que realmente necesitaba».

A partir de ese momento, en él se enciende una pregunta que antes no tenía. Dios mío, ¿qué quieres de mí? «Ya no estaba tan tranquilo como antes. Empecé a pedir ayuda a un sacerdote, a rezar más».
Aliaksei cuenta que, en las semanas siguientes, él, que formaba parte del grupo litúrgico de la parroquia, empezó a participar en los momentos de adoración eucarística. Normalmente, explica, se leían las preces. «Estaban escritas en las hojas que se repartían. Yo prefería que las leyeran los demás, pero una vez me tocó justo a mí una oración donde se pedía por las vocaciones sacerdotales. Una casualidad, pensé. Sin embargo, a lo largo de las semanas, esa “casualidad” volvió a pasar otras dos veces: siempre una petición por las vocaciones». Podría haber pasado por encima de ese hecho. En cambio, le da crédito. «Una vez, por el cumpleaños de mi novia, le preparé una tarta y cuando se la estaba llevando, al pasar delante de la iglesia, tropecé y la tarta se cayó... Son cosas sin importancia, pero cuando uno tiene una pregunta abierta, todo acaba hablándote.... ». En un momento dado, todas las gallinas vuelven al gallinero. «Fue ella quien me dijo: “En mi opinión, deberías hacerte cura”. Lo dijo sin cinismo, de verdad había visto algo en mí».

Con los amigos de Piacenza, el día de la ordenación

Cuenta el padre Aliaksei que el profesor de Teología de los Fundamentos le enseñaría después que «Cristo se impone», en el sentido de que nos muestra de forma evidente lo contentos que podemos estar con Él. «En esos meses, esto es lo que pasó. Y cuando por fin tomé la decisión de entrar en seminario es como si todo volviera a su sitio. Finalmente, estaba verdaderamente tranquilo».
Sin embargo, en la diócesis de Vitebsk no hay seminarios y el obispo manda a Aliaksei a estudiar al Colegio Alberoni de Piacenza. «Los primeros dos años van sobre ruedas, pero al final del tercero me doy cuenta de que todo estaba perdiendo sentido. Aunque no era un sentimiento muy bien definido. Pasé aquel verano en Bielorrusia con muchas preocupaciones en la cabeza. Trabajaba con los jóvenes y una chica empezó a mostrarme cierta simpatía. Le dije: “Regreso a Italia, si entiendo que ese no es mi camino, vuelvo aquí y luego vemos...”».
Un día, tras la comida, escucha a un seminarista contar que había ido a la escuela de comunidad de los universitarios de Comunión y Liberación en la Universidad Católica de Piacenza, cuya sede se encuentra justo enfrente del seminario. «Hablaba en tono muy crítico. No sabía muy bien de qué se trataba. Pero me llamaba la atención que mis compañeros quedasen a la hora de comer para hablar de Cristo».
Aliaksei pide los contactos y un día acude a uno de los encuentros. Se trabaja sobre “¿Se puede vivir así?”. «En ese periodo, estaba muy apático, pero leyendo aquellas páginas volví a encontrar lo que había vivido años antes y que me había convencido de entrar en el seminario. Allí se describía mi experiencia. No me lo esperaba».
No faltaban las discusiones sobre aspectos teológicos. Pero prevalece la curiosidad. Hasta el punto de que, después de dos semanas, empieza a ir a la caritativa que los chavales del CLU hacen después del colegio. «Empecé este camino sin hacerme demasiadas preguntas. Me interesaban el libro, la caritativa, el fondo común y la posibilidad de hablar libremente de la vida con ellos».

Después de unos meses, vuelve a Bielorrusia por las vacaciones de Navidad y su ánimo se ha totalmente despejado de las preocupaciones que tenía tras el verano. Aliaksei empieza a seguir la vida del CLU y, cuenta, su vocación vuelve a florecer.Y cuando, tras dos años de vida muy intensa con los nuevos amigos, fallece su padre, se da cuenta de que dentro de un grande dolor vive una grande tranquilidad y paz: «Me pareció la verificación de que Cristo me custodiaba a su lado a través del movimiento y el método que había empezado a seguir».

La oración en un pueblo

Hoy el padre Aliaksei Ason, con 31 años, hace vida de cura rural. Las dos comunidades de Nowy Pahost y Baradzenichy, de 1.200 y 700 feligreses cada una, están a 27 kilómetros. Viaja mucho en coche. Los domingos hay cuatro misas. A finales de septiembre, con vistas al 2 de noviembre, arrancan las bendiciones de los 43 cementerios de la región. A las parroquias acuden sobre todo adultos y mayores. Los jóvenes están en la ciudad para estudiar. Las personas a quienes llevar los sacramentos a casa son 120, a las que intenta visitar tres o cuatro veces al año. «El riesgo es que todo se vuelva mecánico, que se reduzca la relación cura-feligreses. Sin embargo, las provocaciones continuas del movimiento me permiten apostar por el hecho de que con todo el mundo es posible establecer una relación humana, que es connatural a la tarea que se me ha encomendado. El método de Giussani, hoy que los amigos del CLU ya no están conmigo todos los días, me está ayudando a vivir la familiaridad con Cristo en mi día a día. Me ayuda a estar más atento».

Con una pareja de recién casados

Hasta hace un par de años, el padre Aliaksei era responsable de la pastoral juvenil de la Diócesis de Vitebsk. Y las preguntas de los jóvenes sobre la vocación no faltaban. «Me pedían ayuda para entender lo que Dios les estaba pidiendo. Lo primero que decía, pensando en lo que me había pasado a mí, es que el signo de una vocación a la virginidad tiene que venir desde fuera. De otra persona; de lo contrario, el riesgo es que sea fruto de un proyecto tuyo. Merece la pena verificar cuando hay un signo exterior. También es así para la vocación al matrimonio, sin embargo, en ese caso es más sencillo porque el primer signo es la libertad del otro: que una persona corresponda a nuestro amor es un dato fuera de nosotros. Sin embargo, para la vida religiosa, tiene que haber algo con lo que te topas, tropiezas. El segundo criterio es la paz que nace de la disponibilidad a la llamada de Cristo. Si vives una apertura hacia lo que la vida te pone delante, significa que merece la pena profundizar».

Hoy el padre Aliaksei piensa en esos años pasados en Bielorrusia tras la experiencia del CLU y sonríe. «Es imposible alejarse de la amistad. Cristo nos ha puesto juntos y nos mantiene en contacto. Esto no es un menos para las amistades tan bonitas que vivo aquí. La vida del movimiento ha empezado a formar parte de mí. Y me ayuda en mi vida como cristiano. Cuando uno está en sintonía con Dios, luego consigue ver el bien en el prójimo. El mundo se hace más claro. No es un simple sentimiento o emoción; es una nueva manera de conocer, porque estás más atento a lo que te ocurre durante el día».