La lucha por el sentido

«No creo en la historia, solo existe el hombre». Que se rebela por el deseo de ser auténtico. Pedro Cuartango, colaborador de ABC, explica la idea central del movimiento juvenil de entonces y su pervivencia hoy
Fernando de Haro

Pedro Cuartango es una rara avis del periodismo español. Lo ha sido casi todo en la prensa escrita (fue director del diario El Mundo y ahora es colaborador de ABC). Lector ávido de la mejor literatura, alma libre en los tableros del poder, en sus columnas se ha atrevido a salir de los caminos trillados para hablar de lo que nadie habla: de las cuestiones sobre el sentido de la vida. Educado durante algún tiempo en París, defiende la pervivencia de Mayo del 68.

Has escrito recientemente que «visto con perspectiva, Mayo del 68 fue un clamor de los jóvenes contra un mundo que solo les ofrecía un nivel de vida confortable con tal de aceptar los valores de un régimen caduco y sin grandeza». Al leerte me he acordado de lo que decía Luigi Giussani en esas fechas a un grupo de estudiantes: «El primer factor que nos llamó la atención fue la aspiración fundamental a una mayor autenticidad (...). La insatisfacción humana brota siempre de la necesidad de autenticidad». ¿La autenticidad es la clave del 68?
En ese artículo decía que Mayo del 68 era una “revolución de los lectores", una frase que es una boutade, pero sí es verdad que los estudiantes que salen a la calle en mayo eran lectores de libros y gente que tenía una idea de la sociedad que chocaba con la realidad, chocaba con el régimen gaullista. En cierta forma, he dicho que era una generación asfixiada. En los años 60 asistimos a un cambio brutal: la liberación sexual, los Beatles, la droga, la cultura hippy... Surge un nuevo paradigma. En los jóvenes hay una serie de inquietudes que evidentemente no se ven plasmadas en la sociedad en la que viven: para ellos es una sociedad muy materialista, esclerotizada. Surge un rechazo del poder y un deseo de cambio, que si quieres es un cambio en favor de la autenticidad, como decías. Entendiendo autenticidad como otra manera de vivir. La idea central de Mayo del 68 es la felicidad, la utopía de la felicidad, el deseo de autenticidad. Es evidente que el movimiento no buscaba tomar el poder, de hecho a finales de Mayo del 68 las instituciones se desmoronan y hubieran podido tomar el poder. La intención de Mayo del 68 era plantear una forma de vivir más coherente con la idea utópica de la satisfacción del deseo. Había un rechazo -como dice Guy Debord- al espectáculo. La gente no quería ser espectadora sino vivir su vida, y creo que eso es lo que hay detrás de este movimiento. La palabra autenticidad es muy ambigua, pero se podría hablar del deseo de ser auténticos, de ser coherentes con la vida que uno ha elegido y eso comporta un rechazo de las estructuras sociales y de la hipocresía social dominante.

¿Ese deseo ha perdurado?
En cierta forma sí. Creo que esa es la gran herencia de Mayo del 68. Para los analistas fue un fracaso porque no se tradujo en un cambio estructural del poder. Un mes después, De Gaulle convoca elecciones y las gana. No hubo ningún cambio político, pero sí quedó en la sociedad la idea de que bajo el pavés está la playa. Queda en la sociedad, al menos en las generaciones más jóvenes, la importancia de vivir conforme a una serie de valores, la importancia de poder autodeterminar tu propia vida.
Es un legado que nos ha marcado a todos en nuestra generación. En ese sentido Mayo no fue un fracaso.

Junto a este deseo de coherencia, de autenticidad, hay otro aspecto que probablemente cambia el momento, que es la voluntad de romper con cualquier forma de tradición, ¿por qué crees que se produce ese rechazo y qué consecuencias tiene?
Todas las generaciones han rechazado, en cierta medida, la tradición. Todas las personas jóvenes en cierto momento perciben el pasado como una especie de atadura, como algo opresivo.

Pero hubo una época en que se consideraba normal recuperar la tradición occidental. El legado de los mayores se veía como algo positivo...
No lo sé. El Romanticismo es una reacción contra el Neoclasicismo, el Renacimiento acaba con el mundo feudal. Siempre todas las generaciones han sentido un deseo de cambio que no sé si es rechazo de la tradición. Cuando la gente madura, ve el pasado con otra perspectiva, se empieza a comprender la importancia del legado de las anteriores generaciones, y al final -yo creo que es una cuestión de edad- uno se da cuenta de que sin el pasado no se puede construir el futuro. En las generaciones jóvenes hay generalmente un rechazo de la tradición que luego acaba realmente con una reconciliación.

Lo nuevo del 68 sería que falta esa reconciliación.
Sí. Era un movimiento muy radical. Pretendía una ruptura total, es ver¬dad. Pero fue algo tan efímero, que duró tan poco tiempo, que es muy difícil interpretar en qué medida era un rechazo absoluto al pasado. Más que un rechazo al pasado, era un rechazo al presente.

Parte del 68 se hace en nombre del deseo de liberación, la superación del hombre "unidimensional” denunciado por Marcuse. ¿Seguimos necesitando superar al hombre "unidimensional” en este momento?
Eso se ha agudizado.

¿Por qué?
Porque el discurso de la rentabilidad y las leyes de los mercados cada vez son más imperativos, cada vez nos condicionan más. Marcuse tiene razón cuando habla del hombre económico, el hombre unidimensional que al final solo piensa en términos de productividad. Eso se ha ido agudizando con el paso del tiempo. Hoy más que nunca es necesario volver a reivindicar lo inútil, lo que decía Nuccio Ordine. Cuando hablo de lo inútil evidentemente estoy hablando de actividades relacionadas con el espíritu: el arte, la cultura, el disfrute del tiempo... todo eso que la lógica de la productividad rechaza, al final es lo que nos puede hacer felices y nos puede hacer captar otra dimensión de la vida.

En ese artículo del que hablaba antes, decías que el 68 es la lucha por un relato que diera sentido a la vida. Me parece que el relato es la acción, la revolución. La respuesta a la pregunta por el sentido de la vida se encuentra en la aceleración de las fuerzas que mueven la historia.
Yo no estoy en esos términos, yo no creo ni en la historia, ni en el progreso. Me parece que son entelequias. Cada hombre tiene que reinventar su vida. Tengo muy metida la idea de Albert Camus del hombre rebelde, del mito de Sísifo. Al final la vida no tiene sentido, salvo que uno sea creyente. La vida carece de sentido en principio. Cuando uno nace, la vida no tiene sentido, es un cheque en blanco. Pero es verdad que la vida adquiere sentido cuando se lucha por algo, cuando te rebelas contra algo, es la idea de Camus del hombre rebelde, que viene a decir que el sentido de la vida es la solidaridad con el prójimo, algo que no se aparta para nada del cristianismo. Yo creo mucho más en eso. Yo no creo en las grandes tendencias de la historia, al final el relato de la historia es la suma de relatos individuales.

Precisamente el Meeting de Rímini de este año tiene por lema «Las fuerzas que mueven la historia son las mismas que hacen feliz al hombre». ¿Qué te sugiere este lema?
Le daría la vuelta: las fuerzas que mueven al hombre son las mismas que hacen la historia. No es la historia la que hace al hombre, sino que es el hombre el que hace la historia. La historia no tiene conciencia, no
hay una especie de inteligencia colectiva que dirija los procesos. Al final la historia se va haciendo en función de la suma de los esfuerzos individuales, de las peripecias personales. La historia es una entelequia, lo que sí existe es la lucha individual por buscar un sentido. Existe la rebeldía, la necesidad que todos tenemos de encontrar nuestro relato.

Las fuerzas de la historia son las fuerzas del hombre que busca su felicidad.
Sí, en cierta forma sí. No creo en la idea marxista de la determinación, no creo que la conciencia sea un producto de las condiciones materiales, no creo que la historia se mueva a través de las relaciones de producción. Tampoco defiendo la tesis contraria. Volviendo al lema de Rímini, estoy de acuerdo si quiere decir que lo que mueve la historia es el afán humano por la libertad, por la solidaridad, por la igualdad. Si lo que se quiere decir es que la vida sin unos valores trascendentes no tiene sentido, estoy de acuerdo. Al final, exista o no la historia, exista o no la razón, exista o no el azar o la necesidad, lo central es lo que dice Camus de la rebeldía, de la lucha por el sentido, de un sentido que solo puede venir de la relación con el otro, de la búsqueda de la justicia. En ese aspecto estoy de acuerdo con el lema de Rímini y lo puedo suscribir.