El ex juez Elvio Fassone

Elvio Fassone. Ese plus del alma

Hacer justicia supone mucho más que una condena. La correspondencia de un ex juez con un condenado a cadena perpetua que, después de treinta años, ha llegado a formar parte de su vida
Paola Bergamini

Otoño 1988. Desde la cocina, la señora Annamaria observa a su marido vagar por casa. Algo va mal, una inquietud que no es suya, como si algo lo atormentara por dentro. Justo ahora que todo ha acabado. De hecho, el día antes había concluido, después de dos años, el macrojuicio a la mafia de Catania. Y él, Elvio Fassone, presidente del Tribunal penal, había leído los cargos y las penas a los 242 imputados. Se le acerca: «¿No estás contento?». «Me siento liberado de esta carga enorme, pero triste por las cadenas perpetuas que he tenido que dictar. He “quitado” la vida a muchos chicos, sobre todo a Salvatore (nombre ficticio, ndr). Me acuerdo de las palabras que me dijo durante una visita: “Si hubiera nacido donde nació tu hijo...”». «Escríbele. Entre vosotros ha nacido algo que va más allá de la relación normal entre juez e imputado». Y el juez le escribe.
Así empezó una correspondencia que continúa desde hace más de treinta años. En 2015, tras un intento de suicidio de Salvatore, el magistrado jubilado decidió contar esta historia, a través de cartas, en un libro, Fine pena: ora (ed. Sellerio) (Final de la pena: ahora, ndt). Una historia particular, empapada de humanidad, que ha suscitado un movimiento de opinión en los periódicos y en otros ámbitos sobre la utilidad de la condena perpetua en el sistema judicial y el valor de la prisión. Es decir, sobre el hecho de que la persona, en el tiempo, a través de un recorrido reeducativo, pueda cambiar. No por casualidad en el apéndice del libro hay una larga y detallada reflexión sobre la cadena perpetua y su validez.

En agosto, junto al exfiscal de Manos Limpias Gherardo Colombo, Fassone fue ponente de uno de los encuentros más abarrotados del Meeting de Rímini. El éxito fue tal que algunos chavales quisieron conocerle al final del encuentro. En noviembre, en el Piccolo Teatro de Milán, se puso en escena la función teatral de Paolo Giordano, inspirada en el libro. La asistencia de público fue tal éxito que tuvieron que ampliar la programación durante cinco días. Una historia especial entre dos personas que desde el día de la condena casi no se han vuelto a ver, pero que ha cambiado a ambos. Un plus de humanidad que interpela a todo el mundo. Hemos hablado de este tema con el juez Fassone en su casa de Pinerolo, cerca de Turín, donde sigue con sus estudios de experto jurista con una gran pasión.

Empecemos con la frase de Salvatore: «Si hubiera nacido donde nació su hijo, quizás habría sido abogado». Usted ha dicho y escrito que en esas palabras ha visto como el deseo de un lazo espiritual.
Así lo he entendido yo. Sin embargo, para entenderlo de verdad es necesario recorrer los fotogramas de esta historia. En primer lugar mi decisión, al principio del proceso, de ofrecer mi disponibilidad a visitas pos-juicio con los imputados, para hablar y, si fuera necesario, afrontar los problemas más prácticos. Mis jefes estaban informados y pedí la presencia de los abogados para garantizar la máxima transparencia. No quería para nada que surgieran rumores sobre un juez que sacaba declaraciones por la fuerza. Para mí, todo ha sido siempre secundum legem o, mejor dicho, praeter legem, nunca contra legem. Quería mitigar el ambiente de guerra que se vivía. Era una forma de no meterme en la trinchera contra ellos. Durante una de las conversaciones, Salvatore dijo esas palabras sobre la “lotería de la vida”, como yo la llamo. Y llegó la respuesta a mi primera carta: «Sé que usted, en su corazón, no quería condenarme a cadena perpetua, pero ha cumplido con la ley. Por esta razón, yo haré lo que usted me aconseje». Vuelve a emerger el lazo espiritual. Delante de su lamento por no haber sido mi hijo, yo tenía que hacer todo lo posible para ser su padre. Desde la primer carta, mi mensaje fue: tú estás más allá del abismo, me has lanzado la cuerda, yo la sostengo firme, tú agárrate y empieza a andar. Te espero. Esto es lo que ha pasado durante treinta años. Es como un pacto tácito: «Tú aguanta, yo te acompañaré». Incluso antes, durante el juicio. Para mí quería decir seguir las cosas con un plus de alma.

«Vuelve a emerger el lazo espiritual. Delante de su lamento por no haber sido mi hijo, yo tenía que hacer todo lo posible para ser su padre»

¿Qué quiere decir?
El juicio, según su origen latino, es un proceder en el delito hacia la imputación o exclusión de responsabilidad. Sin embargo, este “proceso” no es lineal en el tiempo, puede surgir algún contratiempo. Es suficiente que un abogado tenga que estar presente en otro juicio o pida un aplazamiento del juicio en curso y todo se para. Durante aquel macrojuicio, por ejemplo, los imputados, casi todos sicilianos, ya que tenían muchos otros juicios abiertos, estaban también citados a juicio en otras ciudades. Esto implicaba detener el juicio y esperar a que volviesen a Turín. Gracias a esas conversaciones y a las relaciones humanas que nacieron, pude presentar esta propuesta a los imputados: cuando no estéis, yo me comprometo, y los abogados presentes darán fe, a que durante el juicio no se hablará de nada que os ataña. Ellos renunciaron a poner obstrucción a la justicia y el juicio siguió en un ambiente mucho más relajado. Tengamos en cuenta que yo era responsable de la vida de los jueces populares, que no tenían la escolta. Bastaba una pequeña chispa para acabar con un derramamiento de sangre.

El espectáculo ''Fine pena: ora'' de Paolo Giordano, basado en un libro de Elvio Fassone

¿Podemos llamarle un plus de alma y de humanidad?
Y de responsabilidad, añado. Es algo que no siempre se ve en el mundo carcelario. El ejemplo lo tenemos en la historia de Salvatore. En un momento dado de su prisión, después de meses de observación, consiguió tener un juicio positivo para poder empezar un trabajo externo. Justo en esos días hubo un cambio en la dirección de la cárcel. ¿Qué hizo el nuevo director? A pesar de tener a disposición un considerable dosier resultado de una observación llevada a cabo en la cárcel, pidió que se volviese a repetir y de esta forma el preso tuvo que esperar otros meses para disfrutar del beneficio.

Durante uno de los primeros encuentros, Salvatore pidió permiso para ir a visitar a su madre enferma. No solo eso, quería presentarse sin esposas y sin guardias. Usted se lo concedió. ¿Que le llevó a confiar en él?
Me acuerdo perfectamente de aquel día. Nos miramos a los ojos un largo rato. Incluso el hombre más racional sabe que hay formas de comunicación que no pasan a través de las palabras. Pensé que ese hombre, que había sido capaz de crímenes atroces, tenía un código de honor tan riguroso como el mío. En aquella mirada, cada uno pedía al otro salir de su papel: yo, si hubiese tenido que cumplir con la legislación de la cárcel, habría tenido que negarle el permiso; y él, por otro lado, podía aprovechar para escaparse. Era una petición de honor para ambos. Además sabía que el riesgo que corría servía para garantizar un clima de no beligerancia, de más respeto hacía la Corte.

¿Por qué, tras la carta de Salvatore donde le comunicaba su intento de suicidarse, decidió usted escribir esta historia?
Contar una historia de sufrimiento es una forma de rescatarla. El hecho de que alguien que está cerca de ti sepa que sufres no quita ni una pizca de tu dolor, pero hace que sea más llevadero. Existe alguien que participa de tu historia, que tiene compasión en el sentido etimológico de la palabra, “sufre contigo”. Eso es lo que pasó. Después de aquella carta mi compasión no era suficiente. Le había ofrecido mi piedad, mis consejos jurídicos, pero hacía falta una compasión comunitaria que pudiera convertirse en un estímulo para superar esa situación. Y así nació un movimiento de opinión.

«El hecho de que alguien que está cerca de ti sepa que sufres no quita ni una pizca de tu dolor, pero hace que sea más llevadero»

La función concluye con esta frase a Salvatore: «Me sentiría más solo sin ti». Una frase que no aparece en el libro...
Agradezco a Paolo Giordano que la añadiera. Para mí es más fácil expresar mis pensamientos que mis sentimientos. Después de treinta años, de una manera muy atípica, cada uno ocupa una pequeña parte en la vida del otro. Quizás más yo en la suya. Una vez Salvatore me escribió: «En mi vida solo me han pasado dos cosas bonitas: Rosy (la novia, ndr.) y usted». A mí, por la buena voluntad de la vida, me han pasado muchas cosas bonitas. Sin embargo, su historia ocupa sin duda un lugar importante en mi existencia. Mi mujer dice que cuando recibo las cartas de Salvatore me brillan los ojos, estoy más contento. Ha habido un momento en el que pensé que se dejaría llevar por la desesperación, temía que intentara suicidarse una segunda vez. Si hubiese pasado, para mí habría sido un profundo sufrimiento, habría tenido una gran carga de conciencia, el remordimiento por non haberlo ayudado, por la esperanza de que pudiese pasar algo bueno.

Precisamente usted, que es quien le condenó. ¿Qué significa esperanza o, mejor dicho, «la levadura de la esperanza», como usted ha escrito?
Es lo que nos permite vivir. Incluso en la situación más desesperada la esperanza es confiar en que las cosas puedan tener un final positivo. Para que esto pase necesitamos que alguien esté con nosotros, que nos ayude.

La esperanza es una virtud cristiana. Sus estudios no se centran solo en el Derecho, sino también en la Biblia, en particular en los Evangelios. ¿Cuánto han influido en su actividad como juez?
Desde hace más de veinte años estudio los Evangelios desde una perspectiva histórico-crítica. Son muchas las preguntas que me he planteado y que siguen surgiendo. ¿Qué quería decir Jesús cuando dijo cierta frase? ¿Por qué Mateo lo presenta de una forma y Lucas de otra? Es una investigación continua. Aunque no me defina católico, me considero creyente. Hablando de cómo influyó en mi trabajo, creo que afectó el “trato”, es decir mi manera de relacionarme con las personas. Una vez, después de un juicio, me dijeron: «Me ha condenado, pero me ha tratado como persona, me ha respetado».

«Es una investigación continua. Aunque no me defina católico, me considero creyente»

¿Cual es la opinión de Salvatore sobre el movimiento que ha nacido a raíz del libro sobre su historia?
Desde el principio, y sigue siéndolo, Salvatore, ha sido bastante escéptico sobre los efectos concretos del libro. Sin duda, está satisfecho por la popularidad que ha conllevado y se declara contento por mi éxito. Sin embargo, me deja entender que todas estas cosas para él no tienen ninguna importancia, porque está convencido de que ya no se puede hacer nada para rectificar su condena perpetua revisable. Desafortunadamente la reciente reforma Orlando confirma su idea. Mientras tanto, sigo estando en contacto con su abogado por una petición de gracia que quiere presentar en breve (¡son 34 años y medio de cárcel!). Finalmente, reúno material para reforzar el movimiento de opinión que se está formando en el mundo académico.

¿Qué es lo que ha suscitado este libro?
En primer lugar, se ha hablado de esta temática de la cadena perpetua. Recientemente estuve en la cárcel de Opera en un encuentro donde estaban presentes abogados y magistrados. Algunos presos con cadena perpetua, después de hacer un trabajo sobre el libro, decían: «Nos hemos manchado de crímenes graves, pero en estos años de cárcel hemos cambiado. Hemos hecho un recorrido. Solo pedimos que nos pongan a prueba». Se está formando una opinión publica que empieza a respaldar esta petición.