Solo lo que aparece ante mí
Aprendió a trabajar mirando a los maestros del pasado: aquellas imágenes que se sustraían al régimen y con los que se sigue midiendo. Hoy es uno de los autores más solicitados. En Huellas de junio, el sorprendente recorrido del artista albanésLa primera herencia que tuvo que volver a ganarse Adrian Paci fue la de su padre, Ferdinand. Él también fue artista en la Albania aplastada por el totalitarismo. Murió joven, con 35 años, cuando Adrian, que había nacido en 1969, solo tenía seis. El estilo de Ferdinand es sencillo, con una impronta realista y casi ruda, pero sin atisbo de ideologismos. Adrian pertenece a un mundo completamente distinto. En su labor artística, el dibujo y la pintura son bastante residuales, la gama de los lenguajes posibles se amplía enormemente y la génesis de su obra tiene lugar mediante elaboraciones conceptuales.
Cuando Adrian era pequeño, Escútari era una ciudad aislada y para un chaval era difícil entender qué pasaba en el mundo, aunque solo fuera al otro lado del Adriático. Por eso fueron muy valiosos los libros que su padre Ferdinand le dejó en herencia. «En sus libros aprendí a conocer el arte clásico. Allí es donde empecé a contemplar a Giotto, Masaccio, Caravaggio. Hoy comprendo la importancia de lo que para mí fueron auténticos hallazgos, en una situación cerrada al arte contemporánea. En cierto sentido, puedo decir que he aprendido mirando».
Cuando Adrian era pequeño, Escútari era una ciudad aislada y para un chaval era difícil entender qué pasaba en el mundo, aunque solo fuera al otro lado del Adriático
Luego Adrian Paci recorrió un largo camino. En 1992 llegó a Italia gracias a una beca de estudio en la Escuela Beato Angélico. Curiosamente llegó para estudiar arte litúrgico viniendo de un país que, como él dice, «era el único del mundo donde la religión no solo era rechazada por el Estado sino que estaba prohibida por la Constitución. Y no solo estaba prohibida la institución religiosa, sino también la expresión religiosa y la experiencia espiritual». Él no iba a estudiar esa materia, sencillamente aprovechó al vuelo una oportunidad para trasladarse a Italia y relacionarse con las novedades que iban surgiendo en el ámbito creativo. «Lo que me interesaba de verdad era el arte contemporáneo». Pero aquel interés siempre tuvo que medirse con las imágenes que había heredado de su padre, como podremos ver de primera mano en el próximo Meeting de Rímini, en la exposición dedicada a la relación entre el arte de hoy y el pasado (“El paso de Eneas”), donde Paci estará presente con un Vía Crucis. Una obra de impronta caravaggesca, filtrada por la mirada contemporánea de Pasolini.
Actualmente, Paci es uno de los autores más admirados y buscados. Da clase en la NABA (Nueva Academia de Bellas Artes) de Milán. Tiene éxito en el mercado y sus obras ocupan ya un lugar en museos importantes. Hasta el 25 de junio se puede ver en Milán una exposición muy emocionante, en los magníficos y emblemáticos espacios de la Capilla Portinari (donde dialoga con las grandes obras de Vincenzo Foppa) y del Museo Diocesano, signo de una leal apertura a la cuestión religiosa que Paci vive de una manera muy personal. «No tengo una relación devocional», explica, «sino de atracción, curiosidad, a veces nostalgia de una vivencia personal. Tengo en la memoria a mi abuela, que me bautizó, o a tantas personas ancianas de la familia que participaban en la Eucaristía a escondidas». La nostalgia y también la atracción hacen referencia a una de las obras más hermosas presentes en la exposición y que además le da título, The Guardians. Es un video rodado en un cementerio de Escútari que fue abandonado durante la dictadura. En aquel cementerio tuvo lugar el primer acto en contra del régimen: una simple misa católica celebrada el día de difuntos. «Después, con la caída del régimen, aquel lugar cambió de cara por la invasión entusiasta de grupos de niños que iban a limpiar las tumbas con el fin de ganarse un dinerillo. La desenvoltura y la energía de aquellos niños representaban para mí la fuerza de la libertad». De hecho ellos son los “guardianes” protagonistas del video rodado ahora, donde Paci sabe recuperar toda la poesía, el asombro y la vitalidad de aquella situación.
«Las historias me han llamado mucho la atención, así como esa necesidad del hombre de dejar siempre una huella de lo que ha vivido, aun en condiciones de terrible privación, como en este caso»
El video se proyecta en el cementerio paleocristiano de la basílica de San Eustorgio, en Milán. Antes de llegar nos encontramos con otra obra reciente, las fotos (realizadas con sus alumnos) de los grafitis pintados en las paredes de un convento franciscano que durante el régimen se usó como prisión. Trazos gruesos y signos casi imperceptibles a través de los cuales las víctimas testimoniaban su sufrimiento y también su insaciable necesidad de expresarse. «Las historias me han llamado mucho la atención», afirma Paci, «así como esa necesidad del hombre de dejar siempre una huella de lo que ha vivido, aun en condiciones de terrible privación, como en este caso». A pesar de todo es, no por casualidad, el título de esta obra.
Sin patria. Paci es albanés, y por tanto un artista migrante. Era inevitable que el fenómeno humanitario más impresionante de nuestro tiempo se convirtiera en objeto de su reflexión artística. Una obra suya de 2007, Centro de permanencia temporal, se ha convertido en una especie de icono que documenta las condiciones en que viven los migrantes “sin patria”. Pero en los últimos tiempos su atención a este tema se ha intensificado. «No me atribuyo una tarea social. En mi opinión, corremos el riesgo de construir categorías dentro de las cuales se pierde la dimensión personal, que me parece fundamental, tanto en la concepción de la obra como en su construcción».
«Rasha es una mujer siria que llegó a Italia con sus tres hijos gracias al corredor humanitario organizado por San Egidio. Es ciega, porque cuando estaba en el campo de refugiados recibió el impacto de la metralla de una bomba»
Es lo que sucede con Rasha, un video extraordinariamente sugerente rodado en 2016. «Rasha», explica, «es una mujer siria que llegó a Italia con sus tres hijos gracias al corredor humanitario organizado por la Comunidad de San Egidio. Es ciega, porque cuando estaba en el campo de refugiados recibió el impacto de la metralla de una bomba. Quería contar su historia y, por mi parte, también quería presentar a través de Rasha algo más grande, algo que afecta a la condición humana. Buscaba en su rostro una expresividad que mostrara el problema que le afectaba, es decir, su condición de refugiada». Para ello Paci utilizó la cámara fija en el rostro de Rasha y la dejó hablar. Luego, en la fase de montaje, puso sobre su voz solo imágenes de ella en silencio, en las pausas, mientras ordena las ideas de lo que va a decir o mientras espera a que el intérprete traduzca sus palabras. El efecto es sencillo y poderoso a la vez. Rasha narra y al mismo tiempo escucha su propio relato. «El problema que tuve que abordar era cómo hacer que una experiencia llegara a ser también una expresión. Para ello me di cuenta de que tenía que separarme de la singularidad de la historia, darle una apertura más amplia que el horizonte dramático ya de por sí de los problemas que Rasha ha tenido que afrontar en su vida». Luego estaba la cuestión de qué enfoque elegir para Rasha. «En estos casos hay que ser simples. Yo solo soy testigo de algo que aparece ante mí. No hay nada que construir, hay que seguir la inmediatez de lo que aparece y preservar esa inmediatez. Cuando vi el resultado de la grabación descubrí en el rostro de Rasha unos claroscuros que me recordaban a los de Masaccio. El mismo Masaccio que conocí en los libros de mi padre». Los caminos para volver a ganarse la herencia de los padres son verdaderamente imprevistos y sorprendentes…
Impronta. «La gracia creativa es una dimensión importante en la labor artística», continúa. «De hecho, el trabajo no es fruto de un cálculo sino de un encuentro capaz de despertar un asombro, primero en mí, como artista, y luego en quien se ponga delante de la obra que nace de ahí. Así es como la obra consigue generar un verdadero diálogo. No puede haber nada programado. En todo caso, es necesario dejar que emerja y se comparta una intencionalidad implícita. El rostro de Rasha es como una ventana a través de la cual leemos algo menos explícito de lo que podríamos esperar». Menos explícito e, inesperadamente, mucho más profundo.
Podríamos definirlo como un enfoque religioso, aunque Paci prefiere calibrar las palabras. «Mi relación con la religión nació de una gran falta, es decir, de la ausencia impuesta de la dimensión religiosa en la Albania donde crecí. Eso ha hecho que yo tenga una percepción de la religión diferente de la de tantos intelectuales a los que admiro, porque en mi historia la religión nunca ha representado la opresión o el moralismo, sino al contrario, apertura y vínculo con un mundo del que nos habían apartado». Recuerda el impacto que suscitó en él ver El Evangelio según san Mateo de Pasolini, donde descubrió «la atracción por una humanidad en la que el cristianismo había impreso una huella indeleble». Quiso trabajar sobre aquella película, hasta el punto de replicar algunas escenas con sus alumnos en su gran estudio en Stezzano, un pueblo de Bergamo. Un intento de volver a ganarse esa relación no mediada con la historia de Cristo, que fue la gran y conmovedora intuición del film de Pasolini.