La vida feliz de Jean

EL AÑO DE LA MISERICORDIA
Maurizio Vitali

«La Misericordia es un encuentro». Su primer encuentro fue con dos enfermos mentales. De ahí nació una historia «que nunca hubiera podido imaginar». JEAN VANIER, teólogo y filósofo, guía de las comunidades del Arca, diseminadas por todo el mundo, y del movimiento Fe y Luz. Hemos ido a visitarle para descubrir qué ha aprendido en su largo recorrido hacia el corazón de la caridad

Jean Vanier es un testigo privilegiado de la caridad cristiana de nuestra época. Nació en Ginebra, en una familia canadiense, en 1928. Su padre, un general héroe de la Primera Guerra Mundial, fue embajador y más tarde gobernador general de Canadá. Siendo aún muy joven, Jean fue oficial de la Royal Navy británica y, luego, de la Marina canadiense. Después, fue profesor de filosofía en París y Toronto. Finalmente dejó sus carreras para crear una pequeña comunidad con dos enfermos mentales graves. Se fue a vivir con ellos a Trosly-Breuil, un pueblecito de la Picardía, región situada al noreste de Francia. Era el año 1964 y nacía el Arca, que ahora es una red de 140 comunidades repartidas por los cinco continentes, donde gente marginada socialmente convive a jornada completa con otras personas que las acogen. Jean dio vida también a Foi et Lumière, un movimiento que comparte los mismos ideales del Arca y promueve encuentros, retiros espirituales, vacaciones comunitarias. Actualmente, cuenta con 1.500 grupos en todo el mundo. En 1998, habló delante del Papa San Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, justo antes de don Giussani, con ocasión de aquel encuentro mundial de los movimientos.
A sus casi 88 años, el viejo león de la caridad sigue alto e imponente como un roble, tan solo ligeramente encorvado por los años, amable y afectuoso –me gustaría decir, verdaderamente misericordioso– como un anciano padre bueno.
«¡Comunión y Liberación!». Es su forma de abrazarnos al recibirnos en el umbral de la puerta de la misma casita en la que lleva viviendo medio siglo. Vanier ha dado la vuelta al mundo, se ha reunido con Papas, santos, jefes de Estado y ha sido galardonado con prestigiosos premios. Pero sigue habitando en dos habitaciones, cocina y estudio, que tanto recuerdan al lugar donde vivió toda su vida don Luigi Giussani, en Vía Martinengo, en el extremo sudeste de Milán. «Le père Giussani! ¿Qué año era?». «1998». Vanier guarda indeleble el recuerdo de aquel testimonio cuando el mendigo del corazón de Cristo apareció como el protagonista de la historia delante del Papa. «Ya estaba enfermo, ¿verdad?». Será que esa figura, el mendigo, “lee” su vida y su obra.
Para hablar de la Misericordia, «tengo que hablar forzosamente de mi experiencia», dice. «Una experiencia absolutamente sorprendente, que nunca hubiera podido sospechar». Todo sucedió en 1963, cuando el joven profesor tuvo la ocasión de visitar una “institución” donde estaban ingresados 80 enfermos mentales. En resumen, un manicomio. «Un lugar horrible, lleno de violencia, donde no se trataba a esos seres humanos como personas». Se le abrieron los ojos y quería liquidar aquella situación tan vergonzosa. Pero el mar de necesidades era tan inmenso que se perdió en él. Fue entonces cuando sorprendentemente llegó el encuentro imprevisto: Raphael y Philippe le abrieron el camino. Decidió compartir su vida con ellos. «Así es: la Misericordia sale a tu encuentro, se muestra en un encuentro. Es un encuentro».

Dónde y cómo. Jean nunca supo contentarse con su trabajo que tanto amaba y que desarrollaba con provecho. «Yo quería seguir a Jesús, pero todavía no había encontrado mi camino. Tenía la sensación de que Jesús quería algo más de mí, pero no sabía ni qué ni dónde ni cómo». ¿Y cómo supo que aquel encuentro era la Misericordia, era lo que estaba buscando? «Porque éramos felices. Ellos dos felices por verse libres de los muros del manicomio y de la inhumanidad, por verse tratados como personas y descubrir que como tales tenían un valor único; y yo feliz porque el Señor me mostraba el camino por donde ir y confirmaba mi vocación».
La de Jean es una revolución generada por una fe que coincide con una concepción, un sentimiento y un abrazo de todo lo humano. En aquella época, en el mundo entero, los enfermos mentales se recluían en los manicomios. «Eran marginados y aislados porque se les consideraba un peligro, una vergüenza para sus padres y un fastidio para la sociedad. Sus hándicaps se veían como una suerte de castigo de Dios», explica Vanier. ¿Y por qué precisamente en Trosly? Allí vivía un sacerdote amigo de Jean y había un ambulatorio que unos psiquiatras muy buenos y voluntariosos habían puesto en marcha. «Ahí podía encontrar lo que necesitaba: apoyo espiritual y apoyo sanitario».
La vida extraordinaria y feliz de Jean es la vida humilde de quien comparte los pequeños gestos cotidianos, como hacer la compra, mantener limpia la casa, cocinar, organizar las tareas, aprender, leer, descansar, mantener buenas relaciones con los vecinos. Y, naturalmente, seguir los tratamientos. «Descubrí la verdad de las palabras de Jesús recogidas en Lucas 14: cuando deis un banquete no invitéis a los familiares, a los vecinos ricos, a los amigos, sino a los pobres, los mutilados, los enfermos y los ciegos, y seréis felices. La alegría fue el primer síntoma, la primera documentación de la Misericordia». Llegaron también personas muy difíciles, violentas; no ha habido nada fácil en la historia del Arca. «Pero la Misericordia me ha acompañado a lo largo de toda mi vida y ha permitido que la obra saliera adelante».
Jean Vanier piensa en el Papa Francisco, por el que siente una admiración enorme, en su reiterada invitación a salir a las periferias de la existencia, estar en contacto con los pobres, «ir a su encuentro y aprender de ellos». ¿Y Jean qué ha aprendido? «Que los pobres, los humildes, los marginados o desviados, tienen un corazón que permanece sano y abierto. Su necesidad absoluta es saber que hay alguien que les ama. Solo esto puede contrarrestar el desánimo, cambiar la sensación de no valer nada, sanar el odio contra Dios y contra sí mismos».
Encuentro es una palabra que aparece una y otra vez en el relato y reflexión de Vanier. Es la palabra que diferencia el hacer algo por los demás del compartir. Lo explica con un episodio muy reciente. «Anoche el director de una comunidad nuestra en Australia me contaba que, mientras cruzaba un parque, se encontró con un hombre que estaba muriendo por una sobredosis. Se detuvo para socorrerlo. Y le reconoció, porque tiempo atrás había tenido relación con la comunidad local del Arca. Le tomó en brazos y el otro le murmuró: “Tú siempre has querido cambiarme, pero nunca has querido conocerme”».
¿Qué es lo más opuesto a la Misericordia en el mundo contemporáneo? Vanier no lo duda: el miedo que levanta una barrera, un muro, una distancia que parece infranqueable. Como el muro que encierra a la ciudad de Belén, o las barreras que rechazan a los refugiados, o la distancia que nos separa de los desesperados y de la extrema pobreza humana y social. Como los que vio en Santiago de Chile: «El camino del aeropuerto a la ciudad pasa entre suburbios miserables situados a la izquierda y barrios de gente bien protegidos por la policía al otro lado. Casi nadie cruza ese camino». De nuevo piensa en el Papa Francisco. «El muro de la separación es lo que más preocupa al Santo Padre. Tanto que su Pontificado, igual que el de Juan Pablo II, es un empeño constante en favor del encuentro entre personas, en bien de la unidad, una incansable labor por construir puentes».
A la pregunta sobre si no le parece que la Iglesia actual necesita redescubrir la Misericordia, el anciano patriarca responde con un suspiro: «¡Ay!, no es nada fácil». Y habla del prior de un convento al que habían educado para ser siempre el primero en todo: el mejor scout, el primero de la clase, el monje de la orden religiosa mejor considerada. Todo perfectamente alcanzado en clave tristemente clerical, «pero el mandamiento de Jesús es otra cosa. Él dice: sed misericordiosos como el Padre».

La doctrina y el error. En la Iglesia actual hay quien opone la Misericordia a la Verdad, y considera que ser “compasivos” –por ejemplo con los homosexuales, los divorciados, los estafadores y cualquiera que se haya equivocado– es negar la recta doctrina y, de alguna manera, ser conniventes con el error. «Pretenden ser perfectos porque proclaman una doctrina perfecta», comenta Vanier. «Pero, ¿le han hablado alguna vez a la prostituta, al ladrón, al enfermo mental, al homosexual? ¿Se han acercado alguna vez a ellos? ¿Los han escuchado? Lo sé, muchas veces no se encuentra una solución a los problemas. Pero solo se puede partir del encuentro entre tú y yo, entre un yo y un tú».
Vanier en absoluto pone en discusión la recta doctrina. En materia sexual, por ejemplo, ha escrito un libro cuyo título no deja lugar a dudas: Hombre y mujer los creó. Ni mucho menos infravalora la necesidad de respetar la Ley. «La Misericordia no quita un ápice de la Ley». Habla de una chica acogida por el Arca, precisamente en Trosly, con una discapacidad mental grave, un brazo paralizado y con comportamientos siempre muy violentos. «Ella es así porque toda su vida ha sido rechazada y marginada: por sus padres, por la escuela, por sus compañeros. Habría podido caer en una depresión en lugar de hacerse violenta, dicen los psiquiatras, y así no molestaría tanto. Pero es violenta. Su violencia es una invocación extrema para que alguien la quiera incondicionalmente. ¿De qué sirve que alguien le proclame la doctrina y la Ley sin mirarla y entender algo de ella?».

La gente “normal”. Entonces, ¿la Misericordia tiene, de alguna forma, incidencia social? ¿Puede ser incluso un criterio adecuado para la actividad política y la diplomacia internacional? «Por supuesto. En el mundo hay comunidades del Arca donde conviven israelíes y palestinos, cristianos y musulmanes. Y son un signo valiosísimo y el comienzo de un cambio social. ¿Y qué decir de la acción del Papa y de la Santa Sede? ¡Qué espectáculo el encuentro entre el Patriarca Kiril y Francisco! Sé que no faltan las críticas, pero ese es un fruto de la Misericordia que cambia claramente la historia».
Jean, usted siempre habla de los más desafortunados, de los que necesitan Misericordia. ¿Y los demás, los que están bien? «Esos creo que necesitan todavía más, porque se han vuelto indiferentes y cínicos. Conocí a un banquero que era así. Un hombre de éxito en todos los sentidos. Hasta que su hija manifestó una grave enfermedad mental y entonces se derrumbó por completo. Solo cuando conoció a otros que tenían problemas parecidos al suyo encontró en ellos un apoyo amistoso, empezó a descubrir la Misericordia. Es decir, la verdad de sí mismo».
Además, ¿quién dice que la gente normal es feliz? Cuántos están heridos por dentro y fingen estar bien… «Ocultan su herida. En cambio, la herida hay que acogerla. Entonces se convierte en un don que nos ayuda a reconocernos tal como somos, pobres y necesitados de todo. Y Dios escucha siempre el grito del pobre que levanta sus ojos hacia él».


FE Y OBRAS. Jean Vanier (Ginebra, 1928). Entre sus libros publicados en español: La Comunidad. Lugar de perdón y de la fiesta (Ágape Libros, 2011), Al Encuentro del Otro (Lumen, 2008), Acceder al Misterio de Jesús a través del evangelio de Juan (Sal Terrae, 2005), Acoger Nuestra Humanidad (Editorial PPC, 2005).
1964. Año de fundación del Arca, dedicada a personas con discapacidad mental, es?una federación internacional de comunidades, constituida cada una por una o más casas.
1998. A la izquierda, Vanier junto a don Giussani en la Plaza de San Pedro, durante el encuentro de los movimientos con Juan Pablo II.