Jenny en el centro, en la Asamblea de responsables de CL de América Latina

Venezuela. La caridad se aprende en clase

En un país herido por la pobreza y la violencia, el sistema educativo también ha colapsado. Jenny y sus amigos de El Tocuyo hacen caritativa dando clase. «Construir la paz pasa también por compartir las necesidades»
Maria Acqua Simi

Hay una canción latina muy popular titulada Samba Landó cuyo estribillo dice: «¿Qué tienes tú que no tenga yo?». Esas palabras, que surgieron como denuncia contra los esclavistas, podrían ir dirigidas hoy a cada uno de nosotros. «El individualismo es algo que mata más que la pobreza o las crisis políticas. Pero si miro la experiencia que yo vivo, todavía es posible descubrir el valor de la comunión y la caridad, identificarse con la necesidad del otro». Lila vive en Venezuela, un país violento y frágil. Conoció el movimiento en Mérida, su ciudad natal, situada en los Andes. Allí hace caritativa con sus amigos en una residencia de ancianos. Dicen que lo hacen «para educarnos continuamente en la gratuidad». Jenny, en cambio, vive en El Tocuyo, una pequeña localidad venezolana de las más antiguas. «Antes de la pandemia, nuestra comunidad hacía obras de caridad en la parroquia de San Francisco. Preparábamos la llamada “olla solidaria” para repartir comida a casi mil personas afectadas por la crisis económica y social. Pero el Covid lo cambió todo al no poder entrar en las casas ni llevar comida. Así que, un poco por distracción, un poco por la dificultad de la situación, dejamos de hacerlo». Durante un tiempo siguieron cocinando para varios ancianos y algunos voluntarios de la parroquia hacían reparto a domicilio, pero llegó un momento en que «ya no había nadie que lo preparara y dejamos de hacer caritativa».

Pero Jenny y sus amigos estaban inquietos, les faltaba ese gesto, tan gratuito y comunitario como pocos. Había muchos motivos para no seguir: el precio de la gasolina era prohibitivo en todo el país, no había seguridad en las calles… Además, hay emergencias por todas partes, los hospitales están al borde del colapso por falta de personal y medicinas, los colegios cerrados por falta de profesores, mientras el desempleo, la inflación y la emigración masiva están descontrolados. La vida cotidiana es agotadora. Cuesta mucho encontrar pasta, arroz, la carne es un lujo con el sueldo medio, así que pagar la educación o la sanidad es imposible.

«No debe sorprendernos que tanta gente piense solo en sí misma. La tentación es muy grande –cuenta Jenny– pero a mis amigos y a mí nos ha sucedido algo. En la asamblea de responsables de CL de nuestro país contamos la nostalgia que sentíamos de la caritativa y, cuanto más lo expresábamos, más claro veíamos que este gesto debe partir de nuestra propia necesidad. Decidimos tomar en serio esta pregunta: ¿qué es lo que necesitamos nosotros? ¡Fue una gran provocación! Nuestra mirada se hizo más atenta y a principios de este año, viendo la crisis escolar –los niños dan clase una o dos veces a la semana porque los profesores ganan menos de 20 dólares al mes y ya no van a trabajar– pensamos que quizá debíamos mirar ahí. La mayoría de nuestra comunidad está formada por educadores y profesores… así que nos pusimos en marcha. Uno de nosotros trabaja en un colegio de El Tocuyo, donde hay una tasa de abandono muy alta por la pobreza y la falta de profesores, y además hubo una tempestad que destrozó el edificio. Así que nos dijimos: vamos a empezar por ahí».

Hicieron llegar a toda la comunidad local una propuesta educativa en esta zona y la respuesta fue positiva. «Fuimos a ver a las autoridades de la zona y a los representantes del gobierno para presentarles nuestro deseo de dar clase a los niños de allí. Enseguida nos apoyaron. Ahora hacemos la caritativa cada quince días e intentamos preparar las clases de forma creativa y lúdica. El primer encuentro con los niños fue muy especial porque era la fiesta de la Virgen de Lourdes, patrona de la capilla que nos acoge mientras reforman el edificio. Recuerdo que ese día, para llegar hasta El Molino, pedimos prestado un coche y a la hora de volver éramos nueve personas y tuvimos que meternos todos… unos encima de otros. Yo ahora no tengo coche, así que siempre tenemos que buscar alguien que nos lo preste para ir a la caritativa. Pagamos la gasolina de nuestros sueldos, hacemos una colecta o, si no, pedimos ayuda al fondo común. ¿Por qué lo hacemos? Porque ir allí, retomar la caritativa, nos ha devuelto la alegría de estar disponibles para servir a otros. Nos conmueven las duras circunstancias que sufren varios niños, pero en sus caras podemos reconocer el rostro de Cristo que nos sale al encuentro». Construir la paz pasa también por compartir las necesidades, y también nos ayuda a reconstruir un tejido social herido por la violencia y la crisis.