Obras educativas Padre Giussani en Belo Horizonte

Brasil. «Solo importa el amor recibido»

Un profesor viaja a Belo Horizonte para un curso de formación con de las “Obras educativas Padre Giussani”. Esto es lo que ha aprendido en las favelas
Domenico Tallarico

En octubre recibo por Whatsapp un mensaje de Rosetta Brambilla desde Belo Horizonte. Me pregunta si estoy disponible para tener unos momentos de formación con la comunidad de las Obras educativas Padre Giussani con motivo de la Retomada, «un gesto dirigido a todos nuestros colaboradores para recordarles que han sido elegidos y que solo quien es amado es elegido», me explica. Suena precioso… ¡pero creo que se ha equivocado de número! De hecho, yo solo la conozco de oídas por los muchos amigos que han pasado por Brasil para colaborar con su obra. Pero ella había escuchado un testimonio que di con un grupo de educadores italianos y estaba segura de que yo era la persona adecuada.

El caso es que Fernanda, una estrecha colaboradora suya que pasó seis meses en Italia, acabó yendo casualmente a mi Escuela de comunidad. Todo surgió de una forma un tanto extraña e inesperada: un hueco libre en la comisaría para hacerme el pasaporte (cuando normalmente hay hasta siete meses de espera), la disponibilidad de mis directores para darme permiso… todo iba encajando perfectamente.

Uno de mis jefes me dijo: «Espero que le paguen bien para ir a Brasil y volver en ocho días». Yo, que ni me había planteado esta cuestión, respondí: «La verdad es que creo que tengo que pagarme el billete, pues voy a una favela…». Me miró aún más extrañado, pero me respondió diciendo que sería bonito que al volver contara mi experiencia en el colegio.

Rosetta y Domenico

Partí el 20 de enero. Rosetta me esperaba en el aeropuerto. Por fin la conocía, me daban ganas de decirle: «¡Estás loca! ¿Por qué me has invitado?». Pero esperé, cada vez más lleno de curiosidad ante esta mujer de mirada firme y fulminante. Se me olvidó el cansancio y me llamó mucho la atención el nuevo mundo que me rodeaba, esa tierra rojiza que tiñe las calles del estado de Minas Gerais, con alambradas por todas partes y cables de alta tensión. Y la pobreza extrema de hombres, mujeres y niños abandonados por las calles. Algunos de ellos –ignorados por la gente que pasa– duermen en las aceras o sobre el asfalta, aún más ennegrecido por la suciedad.

Por fin llegamos a casa de Rosetta en la favela Primeiro de Maio. Aquí la alegría de los niños descalzos jugando en plena calle parece contrastar con todo lo demás, pero es el primer signo de un deseo de felicidad que parece complicado en un lugar así. La favela es un lugar donde se oyen las voces, los ruidos y los pasos como si fueran dentro de tu casa. Alegría, llanto, juegos y dolor siempre acompañan la jornada. Como es domingo, me llevan a misa con la comunidad. La iglesia es una de las nueve que hizo Pigi Bernareggi. Construida por los habitantes de la zona de una forma muy original, está casi siempre abierta. Se trata de un espacio para acoger a todos. Al acabar la celebración, un grupo de bachilleres venden helados para financiar sus actividades.

Rosetta, mientras me lleva a visitar algunos lugares de la región, se para a hablar con todo el mundo: un vendedor saltarín de objetos variados, un mendigo que come en la calle, una madre con su recién nacido. Observándola, da la impresión de que está buscando a Cristo en el rostro de cada uno. No entiendo nada del portugués, pero miro y aprendo. Todos cruzan con ella palabras y sonrisas como si fueran amigos de siempre, algunos incluso se ponen a hablar de Jesús y yo cada vez estoy más asombrado.

Obras educativas Padre Giussani

En la cena empezamos a conocernos mejor. Me impresionan ciertas frases de una verdad cristalina. «Dios me ha amado muchísimo, don Giussani me amaba muchísimo». Pienso en cuántos de nosotros tenemos a veces miedo a hablar de amor en un mundo donde las relaciones afectivas no resisten demasiado tiempo, y ella en cambio sigue estando definida por el amor de Cristo que reconoció a través de don Giussani, un amor tangible que marca cada instante de su vida.

Repasando la jornada que hemos pasado juntos, le pregunto por el vendedor alocado y saltarín, y me dice: «Ese hombre me ha dicho que mi mirada es igual que la de Jesús. Me lo dicen muchas veces, ven algo que no es mío». Y añade: «Yo estoy aquí para servir». Pienso en las palabras de don Giussani en el congreso de Viterbo en 1977, el texto que estamos trabajando los educadores del movimiento: «El seguimiento es por una presencia, para a través de nuestra presencia ese ímpetu alcance a todos los hombres y llegue a todos los ambientes».

Lo que veo es un lugar cargado de historia del movimiento. En las iglesias, en los cantos, en los gestos, en las casas desgarradas por la pobreza, en las obras y en los rostros de la gente, en todo se ve la huella de esta experiencia. Las obras no son tanto el fruto del ser humano sino sobre todo del amor de Dios hacia don Pigi, Virgilio, Rosetta y tantos otros. Me doy cuenta de que la cuestión no es tanto irse de misión o ayudar a los pobres, sino sencillamente vivir y si estás marcado por ese Amor, resulta imposible no darlo a conocer. A quien se asome por la ventanilla del coche para ofrecerte unos caramelos o lavarte los cristales, a quien salta y canta por la calle aunque parezca un loco, a los niños de familias desestructuradas. Solo importa el amor recibido, pues el que das no es más que una simple consecuencia natural.

Un día fuimos a recoger al aeropuerto a Luisa Cogo, una Memor Domini como Rosetta que venía de Italia para colaborar en la dirección de estas obras. Nada más jubilarse decidió irse a Belo Horizonte. Cuando le pregunto por qué, me dice: «Lo único que he hecho es decir sí». Mientras charlamos en el coche y en la cena me habla de sus amigos, de su comunidad y de su historia, y veo que también en este caso el amor recibido tiene un peso muy significativo en el “sí” que ha dado a esta aventura.

Obras educativas Padre Giussani

En la Retomada participan más de 150 personas que trabajan en las obras educativas, en la adopción a distancia, en las guarderías, pero también en la portería, la limpieza o la cocina. El lema de la jornada es «¿Por qué educar?». Empiezo a contar mi experiencia y varios videos me ayudan a entender lo bello y complicado que es educar a los jóvenes de hoy, y que solo una mirada como la que percibo aquí puede educar en la positividad de la vida. Surgen muchas preguntas. Algo está pasando.

Al día siguiente hay un encuentro con los responsables de las obrsa educativas en casa de Rosetta. Una profesora cuenta que su padre la abandonó cuando era pequeña y ahora trabaja con niños que están en esa misma situación. Explica que con esta decisión no pretendía tapar un agujero, sino devolver la mirada de afecto y la paternidad que ha vivido de pequeña en estas obras donde ahora trabaja. También está Mary, que a sus 19 años ha salido de Europa para vivir en Belo Horizonte, pasando de la comodidad a la favela. Hablando con ella sobre la vocación me sorprende su deseo de saber más de mí. Me doy cuenta de que todavía tengo mucho que aprender. Luego está Luiss, con cara de duro, el cuerpo lleno de tatuajes y… una sonrisa que envidio. Cuenta su historia, parecida a la de mi juventud. «Cuando me invitaron a ir a Bachilleres, no quería: silencio, horarios… Estaba a gusto en la calle, pero después de las vacaciones fui a un encuentro y me quedé». Ahora acompaña a los adolescentes de las familias del programa de adopción a distancia. Las historias se suceden.

Conquistados por la mirada de Rosetta y de otros amigos, trabajan juntos apoyándose mutuamente, parecen una familia. Rosetta me habla de los colaboradores que ya no están con ella a causa de los recortes u otros motivos, pero muchos de ellos han ido a la Retomada. La amistad entre ellos es como un pegamento y se ayudan como pueden para que todos tengan trabajo, pues esta mirada lo abraza todo, especialmente las dificultades.

Mientras todos los colegios católicos de la ciudad están destinados a la gente rica, ellos siguen trabajando con los últimos, con los niños que viven las peores situaciones. Como les dije, ellos no están construyendo simplemente una obra, sino los nuevos monasterios, lugares abiertos a educar. En un mundo poscristiano, son el punto donde renace la esperanza para el ser humano, para todos, hasta para los más olvidados.

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He vuelto agradecido sobre todo por el amor que me ha dado Rosetta. Me preparaba el desayuno por las mañanas, me enseñaba la belleza de Belo Horizonte, ha apostado por mí sin conocerme… Solo importa el amor recibido. Vuelvo a mi normalidad con el corazón lleno por la Presencia que nos ha puesto juntos.

Mis alumnos me han seguido con curiosidad por redes sociales y me han mandado un montón de preguntas. Será hermoso contarles lo que he visto. Las periferias existenciales de las que habla el Papa están ya por todas partes y nos piden a todos una mirada llena de amor como la que he visto en Belo Horizonte.