Foto Unsplash/Jorel Zapata

Brasil. Entre estrellas y lasañas

Siete años de matrimonio, el último inmerso en los problemas causados por el Covid. Pero también con el descubrimiento de algo que permite estar en pie. Filippo cuenta la historia de su familia
Filippo Matteo Cavaleri

Nos conocimos en 2010 en Foz do Iguaçu, en unas vacaciones del movimiento donde, por primera vez, se juntaron las comunidades de CL de América Latina. Yo soy italiano, pero estaba allí porque por aquel entonces trabajaba en Argentina, y Débora fue con la comunidad de Sao Paulo.

El pasado 2 de mayo celebramos nuestro séptimo aniversario de boda. Estos días hemos estado en la plaza con unos amigos y uno de ellos nos propuso escuchar la Novena sinfonía de Beethoven en la cima de un promontorio frente al mar en el atardecer. Para llegar tuvimos que pasar por varios escollos muy difíciles de escalar, algunos resbaladizos o con picos puntiagudos, y con Débora embarazada, el camino nos daba un poco de miedo. Al final, cuando llegamos a la cima nos sentamos en una piedra enorme y, con el rumor de las olas chocando contra el acantilado, escuchamos en silencio la sinfonía contemplando el horizonte.

Cuando un amigo me señaló un punto donde el cielo empezaba a enrojecerse, me quedé fascinado con el vuelo de las gaviotas, que iban altísimas. Entonces me pregunté: ¿qué tengo yo en mi vida que sea como el aire sobre el que estas aves apoyan sus alas con tanta confianza para atreverse a volar así? Al acabar la música, un amigo abrió su mochila y sacó, por sorpresa, una botella de champán para felicitarnos por nuestros siete años de matrimonio. Débora, emocionada y con un hilo de voz, dijo: «Qué hermoso estar acompañados».

Realmente, una compañía es lo que nos ayuda a percibir sin miedo nuestra pequeñez, fragilidad y necesidad, y de qué modo nuestro deseo infinito nos permite interceptar la certeza de ser amados en cada instante. Para nosotros, nuestra vocación consiste en ayudarnos a estar disponibles para dejar entrar esa belleza que puede sorprendernos en cualquier momento.

Cuando nos enamoramos, o en los momentos de duda, Débora siempre repetía como una promesa: «¡Estamos hechos para amar las estrellas!». Como tantos otros, nuestro trabajo y nuestros ingresos se han visto afectados por la pandemia. La cantidad de trabajo de Débora en el sector artístico ha caído drásticamente, y el restaurante donde yo trabajaba me ha despedido en una reducción de personal. Al mismo tiempo, nuestras dos hijas se han tenido que quedar en casa porque los colegios suspendieron las clases. Después de tantos años en que mi trabajo me obligaba a estar fuera de casa, sobre todo los fines de semana, ahora la familia estaba reunida día y noche en el mismo espacio. Una nueva vida por descubrir. Después de varias necesidades familiares, me di cuenta de que este periodo requería de una creatividad nueva para poder sostenernos y decidimos producir y vender lasañas artesanales. ¡Me encanta cocinar!

Recuerdo una noche en que me senté y escribí en un folio «Las lasañas de Filippo», dibujando flechas alrededor para identificar las acciones que debíamos emprender a corto plazo para poner en marcha la actividad. Al día siguiente le pregunté a Martina, nuestra hija de cinco años, que dibujara algo que pudiera representar la imagen de las “lasañas de Filippo”. Y ella, sin pensarlo ni un momento me corrigió: «¡No! ¡Las lasañas de papá!». Le pregunté por qué y ella, aún más convencida: «¡Así todos saben que no estás solo!». Guardo estas palabras como un tesoro que han dado nombre a estas lasañas. Pero sobre todo como una misteriosa hipótesis de trabajo que me sostiene aún hoy porque nos ayudan a descubrir una vez más que no estamos solos y que la vida es en definitiva una relación que no depende de nosotros. Que la vida es un don.

Así, esta tímida iniciativa doméstica se ha transformado en una gran aventura de agradecimiento por el gesto inicial de Otro que nos acompaña a través de nuestros numerosos amigos. Viendo la felicidad de nuestras hijas por estar en casa con sus padres, Débora empezó a entender que la casa podía ser un lugar donde vivir de una manera nueva, acompañándonos en las tareas escolares, domésticas y profesionales. Se sintió muy provocada al oír decir a Carrón: «No me quedo en casa para no morir, sino para vivir, para vivir intensamente».

De este modo, con algunos amigos, hemos empezado a reunirnos semanalmente por whatsapp para compartir la semana y contarnos la experiencia que estamos viviendo en nuestras respectivas casas. Así nació la iniciativa “El cielo en casa”, con textos y dibujos realizados a partir de las sorpresas positivas que nos iba brindando la vida en casa. Durante un periodo de preocupación por las dificultades laborales, hemos empezado a vernos más a menudo con varios amigos, y nos hemos dado cuenta de que lo que necesitamos es mucho más grande, algo que no nos podemos dar nosotros solos, y que necesitamos para poder estar delante de las circunstancias.

Durante años nos hemos preguntado si el trabajo estaba en función de la familia o la familia en función del trabajo, y ahora vemos que trabajo y familia están en función de la vida, que es una amiga imprevisible. Al comienzo de la pandemia, una noche un amigo nos invitó a participar en una de las primeras Escuelas de comunidad online y nos preguntó cómo estábamos viviendo aquellos días. Por varios motivos, en los últimos años casi nunca habíamos participado en la Escuela de comunidad, pero aquella invitación inesperada, con un interés gratuito por nuestra propia vida, nos atrajo. Hemos descubierto que la Escuela de comunidad es un lugar que nos permite no perder las cosas que estamos viviendo, y ahora no dejamos de conectarnos todas las semanas. Con el tiempo hemos empezado a entender que ese era el lugar donde no solo no se pierden las cosas que suceden, sino que se gana el ciento por uno, porque allí sucede algo que no se puede perder. Sucede Alguien que no tiene miedo a nada y que abraza la vida de cada uno. Se hace evidente en lo que cada uno cuenta que la propia humanidad se ve transformada por ese abrazo.

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La Escuela de comunidad se ha convertido en una compañía estable, un signo de la preferencia del Misterio por nuestra vida, que nos ayuda a ser más protagonistas y a vivir mejor lo que sucede. Nunca hemos hecho planes para tener hijos, y han llegado. Débora se quedó embarazada de nuestra primogénita, Martina, nada más casarnos, así que no tuvimos mucho tiempo “solo para nosotros”. Luego llegó Rebecca, muy deseada, y ahora tenemos otro don en la barriga. Los hijos han sido desde el principio una presencia y una revolución particular. Como dice la canción de Milton Nascimento, «toda la vida existe para iluminar el camino / de otras vidas (...) Ve y abre / las puertas de la nave». Alguien nos espera en el muelle.