Bocatas. Ante un tsunami

El coronavirus ha traído una avalancha de necesidades pero también de sobreabundancia de ternura en corazones que se abren y buscan un lugar en el que poder dar la vida. Con un programa que no deja de ensancharse
Jesús de Alba

Parece que después del tsunami sanitario nos enfrentamos al segundo tsunami que provoca la emergencia del coronavirus. Tsunami quiere decir que toda la infraestructura que hasta ahora existe para responder a una necesidad va a sufrir lo mismo que ya ha sufrido la infraestructura sanitaria, nos pasará a todos por encima y colapsará todas las obras que ahora están en pie. Es muy difícil predecirlo, pero lo cierto es que el Banco de Alimentos ha llegado a estar desabastecido, y Cruz Roja también. Después de cerrar durante un mes, mucha gente ha entrado en el umbral de la pobreza. Además, estamos hablando de gente que no está acostumbrada a recurrir a los servicios sociales y van a preguntar a la parroquia o a Cáritas, y están un poco despistados.

En Cáritas empieza a ser una avalancha. Cuando hablamos de tsunami hablamos de que se bloquea todo. Eso genera mucha tensión pero también está siendo muy bonito porque nosotros lo primero que hemos propuesto ha sido el método de Bocatas, es decir, poner en el centro de atención a la persona e intentar que la respuesta sea humana, que no sea una máquina expendedora de alimentos. Dicho así suena muy bonito pero es muy difícil hacerlo y continuamente hay que redefinir procesos porque la tentación es que la realidad entre en tu proceso y no que tengas que rehacerlo una y otra vez para responder tú a la realidad concreta.



El resumen es una avalancha increíble, de necesidades pero también una sobreabundancia para el corazón. Por ejemplo, hemos tenido a altos cargos de rodillas clasificando la fruta, directivos que se están moviendo y que nos consiguen, por ejemplo, cinco mil litros de aceite, donativos de mil euros de gente que sabemos que no es rica. Entre los muchos voluntarios que han venido, pienso en alguno de mi colegio, que hace 25 años que no veía, que ha hecho todo un recorrido en la vida, que lo tiene todo resuelto pero ha querido venir y está ayudando. Un día hablaba con él mientras repartíamos comida a las familias y le decía que la vida es para darla. Es un drama porque, por un lado, la vida está para darla porque si no la das se generan todo tipo de ansiedades y depresiones, pero si la das se pueden aprovechar de ti. Es impresionante cuando la gente detecta un sitio donde poder dar la vida porque es transparente, porque no hay gente que se quiera poner medallas, porque todo es transparente en el sentido de que en el centro está el más necesitado, la gente necesita sitios donde poder darse, donde dar su dinero, su tiempo, esto lo veo cada vez más. Hemos recibido desde un donativo que voy a enmarcar, de un marroquí que ha dado cinco euros, hasta donaciones de tres mil euros. Ver esto es conmovedor, de repente se ha desatado una pasión por lo humano, como un corazón que se transmite, que se va trasmitiendo por televisión, por amigos de amigos, por el boca a boca, y resulta que todo el mundo quiere ayudar. Esta situación es preciosa por esto, porque ante una situación difícil se ha hecho más evidente todo lo que nosotros habitualmente decimos, que si no salimos juntos de esta no iremos a ninguna parte, como decía el Papa el domingo de Resurrección.

No sé qué pasará después pero ahora estamos conectando con muchísima gente que está feliz de poder estar con nosotros. Ellos saben que somos cristianos, intuyen incluso que toda la fuerza viene de ahí porque siempre rezamos con los voluntarios antes del reparto, en todos los turnos, y ves cómo la potencia de Dios se derrama a través de esta respuesta que nos ha sorprendido absolutamente a todos, por la generosidad, la gratuidad de la gente y este corazón sano, que parecía enfermo cuando lees las noticias o ves cómo se pelean en los debates políticos, y sin embargo, todo el mundo necesita un sitio donde poder darse. Esto es lo que más me está impresionando y no logro acostumbrarme, no logro no conmoverme cincuenta veces al día, yendo a recoger patatas fritas, chucherías, todo lo que se nos da.



Hemos llenado el almacén, pero tenemos la sensación de que no habrá alimentos suficientes y va a ser un poco dramático. Si esto dura, va a ser dramático y de una belleza increíble a la vez. En principio nuestro programa es para cuatrocientas familias y dos mil personas, hasta ahí llegamos; pero luego llega la familia 401, que no tiene ni idea de que es la 401, llama a la puerta y ves a una señora que me despierta una ternura que me muero, ¿cómo le vas a decir que nuestro programa es para cuatrocientas familias y que ya se acabó? Entonces hablo con mis amigos y les propongo adaptar los procesos, y los estamos haciendo en escala. No sé hasta dónde llegaremos pero estas son las instrucciones que nos damos, porque lo que nos decimos nosotros es lo que dice el capítulo décimo de El sentido religioso de Luigi Giussani, que no es lo mismo ver un problema desde una posición del corazón que desde otra y la Iglesia te pone en las condiciones idóneas, te pone el corazón en la posición idónea para que puedas ver verdaderamente el problema. Y cuando te dejas tocar el corazón, por lo que dice el capítulo décimo o por las lecturas de los Hechos de los Apóstoles de estos días, por esta ternura por lo humano que tenía Dios, ¿cómo no vas a incluir al 401 y al 402? Actualmente ya vamos por la familia 1.100 y 3.500 personas con 360 voluntarios en el programa. Luego a lo mejor se aprovechan y hay que mandarlos a casa pero cuando te mueves por una ternura así es impresionante, y cuando llega un grupo de más de 150 voluntarios con directivos de todo tipo es impresionante, un pueblo en marcha.