María y David (agachados, a la derecha) con la comunidad de CL en Dominicana

República Dominicana. Un sí y basta

Nunca se lo hubieran imaginado. De hecho, la primera oferta de trabajo la rechazaron, recién casados y esperando su primer hijo. Pero algo había cambiado ya en el corazón de David y María...
David Pizarro

La misión es para todos los cristianos y se hace allí donde cada uno está, no es necesario irse lejos para experimentar lo que significa ser misionero. Nosotros tuvimos el privilegio de poder vivir cuatro años en la República Dominicana pero en realidad nuestra experiencia misionera comenzó mucho antes de irnos, desde el instante en que Señor nos salió al encuentro y nos conquistó de tal manera que toda nuestra vida empezó a girar a Su alrededor. De hecho, si algo queremos dejar claro es que no tenemos ninguna característica especial, ni madera de misioneros ni nada por el estilo, de hecho no deja de sorprendernos que el Señor nos haya elegido a nosotros, con toda nuestra torpeza e incapacidad.

Esta “aventura” empezó literalmente con una llamada, la de una conocida que me ofrecía trabajar con la ONG CESAL en un proyecto de cooperación al desarrollo en la República Dominicana y Haití. Nos habíamos casado hacía poco más de un año y nuestro primer hijo ya se encontraba en el vientre materno, cuando todo parecía que se asentaba en nuestra vida el Señor vino a agitarnos un poco, esto ha sido una constante en nuestra vida, gracias a Dios. Al principio dijimos que no, sobre todo por lo que suponía afrontar la nueva paternidad en el extranjero, tan lejos de la familia. Pero dentro de nosotros se quedó algo que no nos dejaba tranquilos y al cabo de unos meses, cuando ya había nacido nuestro hijo, el Señor volvió a tocar a la puerta, esta vez a través de un aviso de CESAL en la Escuela de Comunidad. No podíamos mirar para otro lado; bueno, en realidad sí que podíamos, pero teníamos claro que si decíamos que no perdíamos una oportunidad extraordinaria, así que después de hablar con amigos, familia y ponerlo en oración, decidimos dar nuestra disponibilidad.

Y allí aterrizamos, en octubre de 2008, entre mosquitos y una humedad sofocante, en casa de unos desconocidos que nos acogían y que después se convertirían en algunos de nuestros mejores amigos. La conciencia que teníamos de ir allí por Él, con Él y en Él, dejando trabajos, familia y la “comodidad” de Madrid, era muy fuerte y eso permitió que estuviéramos muy abiertos a todo y a todos. María, mi mujer, siempre recuerda una conversación con unos amigos que nos decían que era importante que ambos, personalmente y como matrimonio, estuviéramos convencidos y con esta conciencia de la que estamos hablando, para que las circunstancias no nos arrastraran ni nos aplastaran si luego surgía la duda de que la decisión tomada fuera la correcta; ese «y si…» que a veces nos ronda por la cabeza.

Con los niños del Hogar Vida y Esperanza

En realidad, no fuimos allí con una conciencia de ser misioneros, simplemente íbamos a trabajar y a vivir, la idea era colaborar en construir un mundo más humano, pero sobre todo, como dice un lema de CESAL, a compartir las necesidades de los demás para compartir el sentido de la vida.
A los pocos días de llegar nos fuimos a las vacaciones de Comunión y Liberación en República Dominicana. Descubrimos allí a un pequeño y variopinto grupo de personas sencillas y con mucha fe. La relación con esta pequeña comunidad fue signo de la ternura y del amor del Señor con nosotros. La experiencia de comunión, aun con todas las diferencias que eran evidentes, fue el primer regalo del Señor. Comunión que perdura en el tiempo y en la distancia porque seguimos estando unidos por nuestro sí personal a Dios.

El contraste cultural, que en ocasiones nos dejaba algo descolocados o desconcertados, no nos llevó a encerrarnos en el gueto de los españoles, o en el de los cooperantes, o en el de los extranjeros. Al contrario, nuestros esquemas y barreras iban cayendo poco a poco, y nos fuimos dando cuenta de que atravesando lo superficial y fijando la mirada en lo esencial nos descubríamos totalmente identificados con ellos hasta tal punto que ya no nos sentíamos ni extranjeros ni extraños.

Nuestra casa se convirtió en un hogar lleno de vida, esta fue una de las razones por las que quisimos que nuestro segundo hijo naciera allí. Por casa pasaron y se hospedaron muchas personas. Amigos de Dominicana y de Haití, amigos y familiares de España, amigos de Italia, amigos de Venezuela, antiguos amigos y amigos nuevos, conocidos y desconocidos, nunca como entonces nuestra casa había sido un lugar de acogida y abrazo tan grande. Seguramente esta experiencia tenga algo que ver con nuestro deseo actual de acoger.

Algunas de las amistades que el Señor nos regaló allí se convirtieron en relaciones fundamentales para nuestra vida, como Rogelia, una de nuestras amigas del movimiento, primera profesora de nuestro hijo mayor y madrina de nuestro tercer hijo. Personas tan especiales como doña Margarita o doña Dulce, en las que ves una relación con el Señor sencilla y real que determina su vida más allá de lo que tienen o de lo que no tienen, o de lo que les toca vivir.

Con la hermana Marcella

En este tiempo también tuvimos la suerte de conocer y relacionarnos con la hermana Marcella Catozza, una religiosa misionera que lo había dejado todo por irse a vivir con los más pobres. Estar con ella y verla en acción nos hacía ponernos en movimiento, decir un sí que puede parecer más pequeño y frágil pero que descubres que tiene el mismo valor que el suyo. Su carisma y su vida apasionada nos llevó a implicarnos con ella en un proyecto en los bateyes –comunidades rurales muy empobrecidas y con gran presencia haitiana que surgieron alrededor de la industria azucarera– y, posteriormente, tras el devastador terremoto de Haití, en la reconstrucción de Waf Jeremie, una de las zonas más hostiles de Puerto Príncipe.

Han sido muchas las personas, los lugares y los gestos que nos han acompañado y ayudado en esta preciosa etapa de nuestra vida: los amigos de Comunión y Liberación, los amigos del condominio, los compañeros de CESAL y de AVSI, la parroquia Jesús Maestro y la misericordia del Señor a través de los sacramentos, la caritativa con ancianos y en el Hogar Vida y Esperanza –lugar de acogida de niños heridos y perdidos tras el terremoto–, la relación con Ernesto –un amigo haitiano que tras perderlo todo en el terremoto descubrió su vocación al sacerdocio–, la Escuela de comunidad y los amigos sacerdotes españoles que nos acompañaban anualmente en los Ejercicios espirituales, los Via Crucis en el parque frente a nuestra casa, la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid en la distancia, e incluso el Mundial de fútbol de Sudáfrica que pudimos vivir apasionadamente junto a tantos amigos en un país de peloteros (béisbol).

Volvimos a Madrid con las maletas cargadas de ron, de regalos y, sobre todo, de experiencias y de relaciones que nos han construido y que nos construyen, deseando vivir con la misma frescura y pobreza aquí o allá, donde el Señor quiera que estemos.