En la casa de las Hermanas de la Caridad, en Monrovia

Misión. El valor de lo que hacemos es un amor en el presente

Desde pequeña lleva dentro el deseo de vivir con un “horizonte grande”. Luego fueron llegando las sugerencias de la realidad: el Cottolengo en Buenaventura (Colombia) y una aventura que sigue creciendo a raíz de la epidemia del ébola
Inmaculada Navas

Creo que hay cosas, deseos, que el Señor pone en el corazón de cada uno casi desde toda la vida, y poco a poco las va haciendo crecer, las hace grandes, si uno les da espacio. Así ha sido en mí con el tema de la misión. Yo desde niña he tenido el deseo de hacer algo útil para el mundo, y me llamaban mucho la atención las historias de los misioneros que iban a estar y dar la vida a otros países, con quien más lo necesitara. Eso en buena parte determinó mi decisión de estudiar medicina. Luego la vida tiende a llevarte por otro lado, casi sin darte cuenta te vas metiendo en las estructuras que te son más cercanas, te empiezas a preocupar por problemas de plazas, de estabilidad laboral, de formación y el ideal inicial de dar la vida, de “horizonte grande” parece que cada vez es algo más lejano, queda en un segundo plano. Durante mucho tiempo mi único mérito ha sido no dejar de buscar a aquellas personas con las que en mí permanecían vivos estos deseos y estar en mi trabajo y en mi vida cotidiana diciendo sí, buscándolo todo allí, consciente de que allí mismo era donde se me llamaba a estar y a darlo todo, sin dar mucho espacio a otras imágenes. Fue como una larga espera, y llegué a estar incluso un poco tranquila.

En el año 2013 me llegó como un regalo la ocasión de ir a la misión del Cottolengo de Buenaventura (Colombia), donde cuidan a niñas y mujeres con grave discapacidad. Yo llevaba tiempo haciendo la caritativa en el Cottolengo, primero en Barcelona y después en Madrid, y asumía ya el papel de neuróloga en la casa. «Tu disfrutarías mucho, y allí no hay médico», me dijo la hermana Mercedes. ¿Cómo podía decir no a una sugerencia así? Era como si por toda la vida me hubiera estado preparando para aquello. Fui dos años seguidos durante dos semanas, aprovechando días de mis vacaciones, y repetí algunos años después.

De camino a la consulta, en Sister Chantal Memorial Center, en Monrovia

Después de empezar esta historia de Colombia vino la epidema de Ébola en Liberia. La situación sanitaria era terrible y algunas misiones estaban sufriéndola de primera mano. A mí y a otros amigos nos alcanzó todo aquello a través de una familia con fuertes vínculos en el país que conocimos en una cena en la que ellos nos contaban su experiencia. Yo acababa de venir de Colombia, había sido testigo del bien que puede hacer una casa donde se atiende a enfermos discapacitados en un lugar muy, muy pobre, y no podía quedarme indiferente ante todo lo que ellos nos estaban contando. Todo mi deseo de ponerme a disposición de las misiones allí donde hiciera más falta despertó enormemente, empezamos a cuidar la amistad con ellos desde aquí y en unos meses nos animamos a ir para Liberia a conocer la situación y ver qué respuesta podíamos dar. Empezamos a intentar comprender la situación, los problemas más urgentes, establecer relaciones con los que pueden ser de ayuda y sobre todo nos empezamos a dejar cautivar por la belleza y la novedad que suponen las misiones allí. En un mundo como aquel –devastado por la pobreza, la falta de estructura social, etc.– la presencia de las misiones es como un oasis en medio del desierto. Para nosotros cuando vamos se han convertido en nuestra familia.

Antes de seguir, tengo que aclarar quiénes somos “nosotros”. La cuestión es que desde el primer viaje, nunca he estado sola en esto. Siempre ha habido alguien que ha dicho «me voy contigo», y ha sido una compañía estupenda. Algunos son del ámbito del movimiento de Comunión y Liberación, otros del ámbito de mi trabajo, en general profesionales de la salud. Desde el primer viaje hemos empezado a organizarnos para viajar periódicamente a Monrovia con la idea de llevar profesionales y ayuda sanitaria a las misiones, o a través de las misiones –fundamentalmente Misioneras de la Caridad, Misión del Cenáculo, Hermanas Hospitalarias–, procurando sobre todo apoyar su presencia y su trabajo local. Hemos llegado a montar una asociación cuya principal función es ponernos al servicio de las misiones en los sitios en los que están presentes (www.eoco.es).

Inma con José e Inés (a la derecha, enfermeros de Madrid), con el doctor Longine y otros colaboradores

Con todo lo que estoy viviendo en estos años, me parece entender que el Señor tiene un proyecto bueno y quiere construir algo grande con la vida de cada uno, que te llama “a filas” en cualquier momento, aunque tú creas que no estás preparado y te veas lleno de defectos, e incluso uno puede intentar esperar a corregir todos esos límites antes de tomar según qué decisiones (lo cual no siempre es posible). Pero lo importante es entender que el Señor te quiere y construye incluso a través de la propia torpeza, y echar cuentas con su misericordia y con la providencia, no solamente con la propia capacidad. A veces pienso que en la vida estamos siempre como preparándonos para la línea de salida, cuando en realidad lo que nos toca es ponernos en marcha confiados en la promesa de lo que hemos encontrado. Cuando estoy en esta posición, vivo mucho más feliz y de nuevo la vida se llena de esperanzas e ilusiones.

También me parece entender que la misión de la Iglesia, especialmente en los países más pobres, no es una cosa solo de curas o monjas, sino también de laicos. De hecho, me parece que los laicos desde el punto de vista profesional podemos aportar mucho, por ejemplo la posibilidad de construcción social que sería tan necesaria en algunos países. Este verano, viendo la escuela de Sant Pedor en Cataluña no podía dejar de pensar en los niños de Liberia, ¡cómo me gustaría tener una escuela igual para ellos! Y desde el punto de vista de la sanidad es indudable que poder estar como médicos y enfermeras cuidando desde una perspectiva de caridad cristiana tiene un valor impresionante.

Aspecto de las calles y de los pequeños puestos de venta en la periferia de Monrovia

Uno de los sitios a los que más vamos cuando estamos en Liberia es a la casa de las Misioneras de la Caridad, porque es donde atienden a más enfermos graves y tienen menos recursos. Las hermanas enseguida nos hacen partícipes de su vida al servicio de los más necesitados. Tienen una sala donde atendemos a bebés con sus madres, y también una sala de mujeres muy enfermas. Hace unos meses, allí conocimos a una chica, Jebeth, de 24 años, muy grave por una hepatitis, y durante algunos días estuvimos pendientes de ella, la llevamos a hacer una ecografía y después, una aventura tremenda para conseguirle la medicación. Cuando la conseguimos y se la llevamos, la monja le decía: «¿ves, Jebeth, cómo te quiere Dios?», y ella estaba muy feliz. Nosotros entendimos que habíamos sido el cauce, así de concreto, de ese amor de Dios hacia ella. A los dos días ella murió de repente y ni siquiera nos pudimos despedir. Llegábamos a la casa y vimos salir su cuerpo en una caja pobrísima hecha de tablones… Entonces te preguntas: ¿qué valor tiene todo lo que hemos hecho por ella? Y entiendes más que el valor de lo que hacemos es un amor en el presente. Cada día que hemos estado, que la hemos cuidado, que la hemos querido, tiene un valor en sí mismo, que ella ha podido reconocer, con claridad, en sus últimos momentos.

Cuando vuelvo a Madrid y a mi hospital después de estos viajes, no es fácil readaptarme a mi “vida normal”, porque no puedes olvidarte de todo lo que has visto, de las dificultades de acceso de medicación que tienen ellos, incluso los niños, de los problemas para escolarizarles, de la precariedad de sus viviendas, etc… Y te hace daño ver la cantidad de cosas con las que vivimos nosotros y la insatisfacción tan grande que existe en nuestra sociedad. Y la soledad.



Me parece que la necesidad primera que tenemos todos, aquí y allí, es la necesidad de ser abrazado y ser querido. El otro día, en la consulta, haciendo una prueba rutinaria, un paciente me decía que lo que más le había sorprendido de la prueba era el modo en que yo se la había hecho, «la ternura», que hacía tiempo que nadie le había tratado así. Y te das cuenta de que mientras le hacía la prueba había otro factor, que no era yo sola. Hacer las cosas por amor, con amor. Estar en el presente, darte en el presente. Esto es lo que yo quiero: en Liberia, en Colombia, en Madrid y donde me toque. Sé que no es posible si no es por Cristo, por su iniciativa en mi vida, por su presencia que acontece una y otra vez.