Argentina. El silencio imponente de un abrazo

La exposición “Gestos y Palabras: Jorge Mario Bergoglio, una presencia original” se ha expuesto del 11 al 14 de julio en el Espacio Cultural UOCRA-ECU de Buenos Aires
Viviana Sito Henderson

Todo comenzó cuando, con un grupo de amigos, nos tomamos en serio el deseo de conocer (y dar a conocer) en profundidad al papa Francisco, ya que queríamos ayudarnos a seguir su mensaje. Hemos “peregrinado” con la muestra Gestos y palabras: Jorge Mario Bergoglio, una presencia original por varios lugares, y en cada uno nació una serie de encuentros providenciales.

La historia de cómo llegamos a hacerla en el espacio de la UOCRA en Buenos Aires merece ser relatada. Buscábamos, con poco éxito, lugares donde presentarla aquí, en su tierra natal. Una amiga nos presentó a personas de la UOCRA, que se mostraron interesadas, y tuvimos nuestro primer encuentro. Mientras les contaba de qué se trataba, les dije que en el entorno de la muestra queríamos que hubiera mesas de diálogo sobre distintos temas, pero todos enfocados a sanar la grieta que vivimos en nuestra sociedad. Este comentario no pasó desapercibido. Además, manifestaron su deseo de dar a conocer las obras que hace el sindicato para educar y dignificar el trabajo a través de la cultura, obras que se conocen poco a raíz de la fama que tiene el sindicato en nuestra sociedad. Así fue como se encontraron nuestras necesidades, ambas partían de un deseo profundo de cambio y de la búsqueda del bien de las personas.

La UOCRA no solo ofreció el espacio y los medios para poder exponer la muestra, sino que se comprometió como parte del equipo a desarrollar el evento. Así fue como comenzaron las reuniones: por un lado el “comité organizativo” –en el que buscábamos la forma más adecuada para presentar la propuesta– y por otro, y en paralelo, un grupo de personas que se preparaban para ser guías. En este último grupo había jóvenes de la UOCRA, jóvenes adultos de CL y otros amigos, la invitación fue muy abierta.

Fue un desafío trabajar juntos, dos realidades tan distintas en muchos aspectos. Sin embargo, el deseo humano compartido y el que fuéramos tan distintos fueron datos importantes; este encuentro se convirtió, sin pretenderlo, en una tarea evangelizadora para ambas partes. Nos nutríamos mutuamente de una evidencia: tenemos el mismo corazón. Esta evidencia bastaba para arriesgar. Fue para nosotros un ejemplo de este “cuerpo a cuerpo” que nos propone ahora Francisco, y que propuso ya siendo Bergoglio.



Luego de pensar juntos quiénes participarían de las mesas de diálogo, comenzamos una “gira” de encuentros en los que se dieron momentos profundos y enriquecedores. En cada reunión estábamos siendo educados en la escucha y en la sinceridad. Era necesario implicarse humanamente con cada uno, sin rehuir al desafío, miedo y esperanza que ello pidiera.

El día de la inauguración y de la primera mesa de diálogo vivimos un gran acontecimiento, un momento de importancia histórica para nuestro pueblo. Hay varios hechos dignos de señalar. Monseñor Ojea aceptó presidir la inauguración. Previo a ese día, Gerardo Martínez invitó a colegas de varios sindicatos a un encuentro con Monseñor. Quienes acompañamos ese momento quedamos conmovidos, estábamos siendo testigos de la «ocasión de un hecho superador» –citando una expresión que usara Bergoglio para otras ocasiones– ya que fue un encuentro ajeno a toda formalidad institucional. Además, se veía una evidente paternidad por parte de monseñor Ojea para con todos nosotros. No cabe duda de que las palabras de la inauguración del secretario Gerardo Martínez fueron consecuencia de este encuentro: afirmó que en su lucha por los derechos del trabajador encontraron en la Iglesia un lugar de paternidad, y por esta razón pueden llamar “padre” al papa Francisco. En ese momento recordé la bienaventuranza: «Bienaventurados los que buscan la paz, porque serán llamados hijos de Dios»; fuimos instrumentos de un encuentro en paz. Me conmovía pensar que todos podemos ser llamados hijos de Dios.

En la primera mesa, moderada por el responsable de CL, Fernando Giles, dialogaban el periodista Sergio Rubín y el presbítero Marcelo Figueroa. El título fue “Gestos y palabras: conociendo a Jorge Mario Bergoglio”. Fuimos testigos de dos vidas tocadas por la relación con Jorge Bergoglio. Sergio Rubín nos confiaba que para él Bergoglio es una persona que lo indaga personalmente a través de sus gestos, y que la característica con la que lo podría definir es la de ser alguien «profundamente humano». Marcelo Figueroa, por su parte, nos contó que aprendió junto a Bergoglio a dialogar, y que el secreto del diálogo es la escucha. Ambos nos compartieron algunas anécdotas simpáticas en sus encuentros con Bergoglio, que nos ayudaban a descubrir más su personalidad.

El segundo día se presentó la mesa “El desafío de construir, aportes para el bien común”. Los invitados fueron Enrique del Percio, doctor en Filosofía Jurídica, y Juan Carlos Smith, titular del sindicato de Dragado y Balzamiento. Moderaba Horacio Morel, comisario de la muestra. En esta mesa se buscaba profundizar, a través de los cuatro principios del bien común que formuló Bergoglio, qué aportes podemos dar a la sociedad. Juan Carlos Smith hizo un recorrido socio-histórico sobre el decaer de la dignidad de la persona en el trabajo y subrayó la enorme tarea educativa que hay por delante, tarea en la que tiene una profunda esperanza, ya que –afirmaba una y otra vez– el hombre está hecho para trascender.

Enrique del Percio nos habló del bien común y nos ayudó a identificar qué nace de un sentido de comunidad. De ahí la necesidad de vivir la pertenencia a un lugar, ya que para que exista el bien común es necesario reconocer al otro como un bien para nuestro desarrollo humano. Estas palabras son apenas un esbozo de lo que fueron esos cincuenta minutos de diálogo y aprendizaje continuo. En la experiencia podíamos verificar lo que se dijo allí: la comunión que se daba entre los que trabajábamos para el gesto (de la UOCRA y de CL) era posible gracias a la educación que recibíamos desde nuestro lugar de pertenencia. Descubrimos en esos días que el hombre es relación, que no nos corresponde estar solos, y esta experiencia comunitaria nos ayudaba a redescubrir la dignidad del trabajo.



El tercer día estábamos invitados a la última mesa de diálogo, “El cristianismo, ¿puede ofrecer hoy alguna novedad al mundo y a nuestra sociedad?”. Participaban el obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Enrique Eguía Seguí y Graciela de Antoni, profesora titular de la Facultad de Ciencias Exactas de La Plata. Fue moderada por Alejandro Bonet, comisario de la muestra, quien introdujo el encuentro para ayudarnos a entender que la novedad cristiana no surge de nuestro “hacer” sino de un encuentro que cambia la vida porque corresponde a las exigencias de nuestro corazón. Graciela fue contando su recorrido de encuentros con personas que, movidas por la fe, marcaron en ella una nueva forma de estar ante su responsabilidad como decana en la Facultad. En primer lugar descubrió que todos aquellos que consideraba en la «vereda de enfrente» son un bien para su vida, y que con ellos puede tener la experiencia concreta del abrazo de la misericordia.

Monseñor Eguía recordó su experiencia personal junto a Bergoglio, cuando era cardenal. Nos ayudó a identificar que el cristianismo es fundamentalmente un hecho atractivo, un encuentro atractivo. La propuesta de Bergoglio, en este sentido, es ayudarnos a descubrir que, partiendo de la periferia como centro, uno puede descubrir ese atractivo a través de la misericordia del Señor. Los pobres y más necesitados nos enseñan lo esencial de la vida, que se manifiesta a través de su fe, aquello que más corresponde a la espera que cada uno tiene. Al finalizar la mesa Alejandro nos interpeló: «algo nuevo sucedió si de aquí salimos cambiados», palabras que ayudaron a identificar con sencillez a muchos de nosotros que lo escuchado había introducido una novedad en nuestra vida, ya que gracias a estos testigos nos veíamos cambiados, con esperanza.

Durante la mañana y en las primeras horas de la tarde, durante los cuatro días que duró la muestra, se destacaron como protagonistas tanto los guías –que explicaron los paneles a las más de quinientas personas que la visitaron– como los jóvenes de la UOCRA que estaban atentos a todos los detalles del lugar. La alegría con la que se presentaban frente a cada persona y cada tarea era parte importante del corazón de lo que se estaba generando allí. Los que entraban podían identificar con sorpresa que había «algo diferente» en quienes los recibían, era llamativo el hecho de que, siendo de realidades tan distintas, estuvieran juntos como si fueran una sola cosa.

El último día fue bendecido con la presencia del padre “Pepe” Di Paola, quien vino a oficiar la misa de clausura a las más de doscientas personas presentes ese día. Una misa sencilla pensada para gente sencilla y que no concurre habitualmente a la iglesia, pero que ese día quiso estar presente para acompañar a los suyos. El padre Pepe, en su homilía, hizo referencia a su amistad con Bergoglio y al mensaje que siempre tiene para los más necesitados. Los cantos de la misa también fueron pensados en especial para ese momento: que fueran sencillos pero con un contenido profundo sobre el Misterio, que todos pudieran cantarlos.

Antes de terminar la misa, y previo a la bendición final, Fernando Giles, responsable de CL, intervino con palabras de profundo agradecimiento por los días vividos. Conmovido, lo hizo con una gratitud tan sincera en nombre de cada uno que, cuando le ofrecieron al secretario Gerardo Martínez decir unas palabras –merecidas por la envergadura de su persona y ser el anfitrión– decidió hacer silencio y salir al encuentro de Fernando con un abrazo que puso de manifiesto la profunda unidad de esos días.



Puedo decir que fui testigo de un Encuentro (con E mayúscula), de ver a dos personas con autoridad que a través de un abrazo borraron de un soplo cualquier diferencia social y humana y tiraron por tierra cualquier autorreferencialidad.
Estos días han sido un acontecimiento de otro mundo en este mundo, y el signo evangélico más claro que tuvimos fue la alegría inmensa de estar juntos. Ese último día, luego de rezar juntos a la Virgen, se vivió una fiesta de humanidad, nos abrazábamos y mirábamos sin dejar de pensar que había «Algo dentro de algo» en esa sobreabundancia, era el ciento por uno que se nos regalaba, era la Evangeli Gaudium en acción.