Clara Caselli (en la primera fila, a la izquierda), <br>en una visita de Julián Carrón a la casa de Memores <br>Domini en Perú.

Clara Caselli: siempre en carrera, siempre en tensión… hacia el Destino

Elena Rossato

13 de agosto de 2013: «Hola Elena, ¿cuándo vienes a dar clase a Lima? Te propongo unas fechas...».
15 de agosto de 2013: «Estoy regresando urgentemente a Italia, me tengo que operar: tengo un tumor».
Dos días para cambiar todos los planes: de prisa, casi sin aliento, porque toda su vida ha sido siempre un estar en carrera, siempre en tensión, y también en el último viaje hacia el Destino, no hubiera podido ser de otra manera, no hubiera sido Clara Caselli...
Falleció un mes y medio después, el 30 de septiembre, a los 66 años.
Yo la conocí en el año 2000, al inicio de la gran aventura de la Universidad Sedes Sapientiae en Lima, Perú. Me habían pedido que le echara una mano, y yo había ido a conocerla a Chiavari. Me impresionó… Era una efervescencia de ideas: la facultad de Economía, el Centro de Consultoría para PYMES, la Compañía de las Obras; cuanto pensaba, lo pensaba a lo grande, ¡quería lo mejor!
Era una revolucionaria. Nacida en Chiavari en el año 1947, conoció el movimiento durante la Universidad gracias a su hermano Lorenzo, también él economista, el cual, preocupado por la inquietud de su hermana, le propuso conocer a “esos muchachos” que se encontraban en One Way, un Centro Cultural guiado por los primeros universitarios de CL del lugar. Pero el corazón quería más, y en su sencillez no tardó mucho en reconocer a Quien podía cumplir los ideales que se agitaban en ella. Se dejó conquistar, y se entregó toda entera en los Memores Domini.
La vocación, inesperada y aceptada con inmediatez, hizo su humanidad más equilibrada, magnánima y alegre, siempre agudamente inteligente e irónica.
En los años 70 participó en la experiencia de ISTRA, un intento cultural que nació con la idea de verificar cómo la mirada católica permite un juicio sobre la realidad más profundo y verdadero. Se partía de las distintas dimensiones del conocimiento (económica, filosófica, política, artística, etc.), para llegar a una síntesis que permitiera intervenir en la realidad con una posición más adecuada a lo humano.
Clara participó en este grupo de trabajo con una sencillez y dedicación que evidentemente no nacían de los resultados que veía, sino de la conciencia de que el movimiento era algo determinante para ella y, como consecuencia, también aquella compañía, con sus intentos irónicos y con los riesgos que corría, era esencial para su vocación.
De la experiencia de aquellos años aprendió la determinación que siempre la caracterizó en su trabajo, el coraje del riesgo y la conciencia de que, como cristiana, estaba llamada a arar la tierra para hacerla más fértil. Para ella, lo que había encontrado era grande y potencialmente fructífero, y por eso nunca se echó atrás ante los desafíos que le fueron propuestos.
A mediados de los años 70 colaboró con Carlo Secchi en la Fondazione Giordano dell’Amore, y viajó a África (Etiopía, Tanzania, Egipto…) para estudiar los sistemas bancarios de algunos de estos países.
Mientras, en la Universidad de Génova, se fue generando en torno a ella un grupo fiel de colaboradores: escribía libros, publicaciones, participaba en congresos… siempre dando testimonio de su anhelo por encontrar la única mirada capaz de abrazar la realidad entera.
El interés por entender la realidad también la llevó a colaborar en el nacimiento y en la vida del Centro cultural Charles Péguy de Génova, a implicarse en política (Democracia Cristiana, Movimiento Popular) y en el ámbito de la formación (en particular con la CISL – Sindicato católico), tejiendo una red de relaciones estables y “afectivas”.
Con gran caridad cuidó a su madre, que falleció en el año 1998. Dos años después, con 53 años, ante la petición de la disponibilidad para la misión, tampoco se echó atrás: la ofreció, pensando que, dado su curriculum académico y su óptimo conocimiento del inglés y el francés, seguramente la enviarían a Estados Unidos o Canadá.
Sin embargo... Lima, Perú. Idioma oficial: ¡español!
Aceptó enseguida, y se lanzó a este nuevo reto toda entera.
Aceptó estar viajando continuamente entre Lima y Génova: seis meses en un lado del Océano, seis meses en el otro, 18 horas de viaje y seis viajes al año, pero sobre todo... una universidad entera por pensar, nacida de la intuición de Mons. Lino Panizza, obispo de la diócesis de Carabayllo, en el Cono Norte de Lima, una de las áreas más pobres de la capital.
Viajaba, y mientras, tejía relaciones, creaba posibilidades de encuentro, empezaba procesos: Universidad de Génova, Universidad del Sacro Cuore de Milán, Universidad de Trento, Universidad de Florencia, Universidad de Alicante, Universidad de Valencia, Universidad de Murcia, Región de Liguria, Provincia de Génova, Región de Lombardia…
Pero, sobre todo, enseñaba. La relación con los jóvenes le gustaba, y se entregó totalmente. Sus clases nunca eran aburridas, y tampoco banales. Utilizaba de todo para hacer sencillos hasta los conceptos más difíciles: imágenes, fragmentos de películas, testimonios... Eran un acontecimiento.
Y lo que más impactaba era la lectura que daba a los términos empresariales y económicos. Sin perder rigurosidad, los llenaba de humanidad, y por tanto de dramaticidad.
«La economía – enseñaba – tiene que ver con el drama, porque es la gran ciencia del límite. Todos los contenidos económicos nacen de una gran contradicción: la desproporción entre necesidades y deseos infinitos y la imposibilidad de realizarlos todos, por lo cual hace falta decidir, establecer prioridades, de acuerdo a evaluaciones no puramente económicas, sino que involucran la esfera de los afectos, el sentido de pertenencia, la identidad, la historia, la cultura, las esperanzas, los ideales...».
Hablaba de la belleza, del corazón, de la amistad, y construía siempre dentro de una relación, nunca sola.
Para ella, verdaderamente, Cristo no era algo ajeno a su trabajo, no era un sombrero que añadir, lo que hacía en su vida profesional no era el lugar de una última autonomía suya.
En la UCSS fue primero Decana de la Facultad de Economía, Administración y Contabilidad, luego Directora de la Escuela de Postgrado, pero siempre con atención al desarrollo del tejido económico del Cono Norte, contribuyendo al nacimiento de toda una serie de Institutos de investigación y consultoría dentro de la propia Universidad.
Lo que impactaba era la humildad con la que discutía, escuchaba y aceptaba cambios, incluso el último cambio radical que se le pidió: dejar todo y entregar su vida hasta el final.
¡Y lo hizo de verdad! Los últimos días repetía a menudo: «¡Quiero dar la vida por el Grupo Adulto y por Italia! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!», tratando de levantarse.
Quería estar, mirar a la cara a Aquel que siempre había buscado, e hizo un pacto con Amabile, su amiga enfermera, Memor Domini también, que la acompañó más de cerca: cada vez que el cansancio y el dolor crecían, se decían alternativamente: «¡Veni Sancte Spiritus! ¡Veni per Mariam!». Esto era suficiente para volver a decir Sí y confiarse.
A la doctora de la terapia del dolor que le preguntó como podía estar tan serena, le contestó: «Mi vida está en las manos de Otro que no me ha engañado nunca. Por eso, estoy segura de que también lo que me pide ahora es para mi bien».
A menudo hablaba en español, y ese idioma que tanto le costó aprender fue el idioma con el que se expresó en los últimos días, hasta el punto de que al padre Gianni, que le preguntó si deseaba recibir la Unción de Enfermos, si deseaba recibir a Jesús, le contestó en perfecto español: «Tengo ganas».
También en esto testimonió hasta el final que, más fuerte que el origen biológico, es el origen en Cristo, en esa parte de pueblo y de mundo que amó y por el cual dio su vida. Verdaderamente, como dijo Julián Carrón en la homilía, «en ella vemos el cumplimiento de la vocación, porque en su sencillez y en su profundidad nos atestigua qué quiere decir ser de Cristo, ser Memor Domini, donde todo lo que domina en la vida es propiamente Él…».