Inundaciones en Argentina.

Tres preguntas y un Amor (la historia de Fanni)

Horacio Morel

El 2 de abril, La Plata se llenó de agua, miedo y desolación. Durante la noche y la mañana que siguieron a esa tarde inclemente, hubo personas que supieron cómo responder a ese mar de necesidad en que se convirtió la ciudad. Fanni Molina, nuestra amiga de la parroquia San Roque del Barrio Norte de La Plata, es una de las que supo reaccionar: “¿cómo te llamás?, ¿dónde vivís?, ¿qué necesitás?” fueron las preguntas con las que recibió a cada uno de los que, desesperados, acudieron a pedir ayuda adonde sabían que podían encontrarla, a la parroquia. No por nada las catedrales de La Plata y de Buenos Aires se convirtieron en esos duros días en el epicentro de la colaboración espontánea de un pueblo solidario, bajo el signo de la elección del Papa Francisco.
No se lo había inventado Fanni: lo había aprendido de viejos amigos (el Padre José, Jorge Barragán, Marisa Rodríguez) en la época en que hacían la caritativa en Gonnet, una “catequesis mutua”, como nos explica. Visitaban las casas, conocían a los vecinos y sus historias, preguntaban por sus necesidades. Cuando cada sábado éstos iban a la parroquia a buscar la ayuda, se encontraban con una bolsa con su nombre conteniendo exactamente lo que cada familia necesitaba, no había dos bolsas con el mismo contenido. “Atención personalizada” diría la ciencia del marketing, mirar con amor al prójimo decimos los cristianos. El paquete del sábado era apenas el inicio de un vínculo que pronto se volvió amistad y compromiso: un caso de trata de persona, aquella mujer con seis hijos y el marido en la cárcel, una manguera que se prolonga para hacer llegar agua potable al vecino que no la tenía. “El dolor es para compartirlo, no para que yo te ayude”, dice Fanni, y derriba con sencillez cualquier intelectualismo construido a base de soberbia sociológica.
La mañana del día siguiente, cuando iban llegando los autos y camionetas con la ayuda de la gente de Buenos Aires, no permitió que nadie bajara automáticamente lo que traía y se fuera, sino que siguiendo la lista cuidadosamente confeccionada con nombres, direcciones y pedidos, proponía a los solidarios llevar ellos mismos las cosas a quienes las necesitaban, “para evitar una caridad sin rostro”, explica.
En los días posteriores, una noche se quedaron sin nada para repartir, aunque la ayuda había sido abundante. De pronto, llegó un camión que nadie esperaba desde muy lejos, desde Goya (curiosamente de su propia tierra: Fanni nació en La Cruz, provincia de Corrientes, y a los trece años se mudó con su familia a La Plata). “¿Qué traen?”, preguntó Fanni. “Colchones”, le respondieron, y ella pensó: “justo lo que necesitamos”. Mientras bajaban los colchones del camión, repasó la lista de pedidos, y totalizaban 170 colchones: en el vehículo venían 171, Providencia Divina y uno más, de yapa, no sea que alguien diga que el Señor es amarrete.
Unos domingos después, Fanni iba caminando a la parroquia para la Misa, cuando al levantar la vista con sorpresa vio a un vecino que había sufrido las consecuencias de la inundación bailando con una escoba en el techo de su casa: había terminado de poner la membrana nueva en el techo reparado, que la tormenta y el viento habían estropeado. En el momento de la angustia, nos cuenta, ese hombre no estuvo solo, fue acompañado por la comunidad cristiana, y estaba feliz – pese a todo lo sufrido – de tener la casa en condiciones nuevamente. Como suele repetir Juan Carr cada invierno, “lo que mata no es el frío, es la indiferencia”. Se puede recomenzar a partir de la certeza de una compañía.
Aprender a amar gratuitamente es un camino – dice Fanni – que en su historia tuvo un hito importante cuando junto a sus amigos del movimiento hacían la caritativa en Gonnet. Además de las visitas a las casas y la preparación posterior de la bolsa de los sábados, pasaban juntos la Navidad en la parroquia con quienes estaban solos, y con aquellos que aunque tenían familia se quedaban en el barrio lejos de los suyos por no tener cómo regresar por falta de transporte. Un año, un señor de 90 años le contó que era la primera vez que festejaba la Navidad y una vecina que siempre se quejaba de todo, repetía: “Inolvidable, inolvidable”. Fue así, creciendo todos los días en la atención a los otros, que un día se cruzó Huguito, 61 años, un personaje célebre de la ciudad – el mendigo más famoso de La Plata – que hasta entonces había pasado toda la vida en la calle. En realidad, Hugo siempre había estado ahí, pidiendo en la puerta de la parroquia, pero la gente lo evitaba, olía mal. En una homilía, el padre José dijo: “Hay que hacer algo por Huguito, podría ser el hermano de cualquiera de nosotros”. Esa noche, el padre José apoyó la cabeza en la almohada y pensó: “no podría ser mi hermano, es mi hermano”, y se lo comentó a Fanni. Ahora, Hugo hace tres años que vive en la casa. Se asea, aprendió a comer con cubiertos, recibe la mirada de amor de Fanni cada vez que la busca para preguntarle las cosas más elementales. Hugo ya no está pidiendo en la puerta de la iglesia, sino que sirve en el altar durante la Misa. Escuchando a Fanni, uno intuye que la caridad, el total acogimiento de los otros, es su forma de vida, y se pregunta cuál es el secreto, qué hay detrás de una personalidad desbordante de amor como la suya. “La vida es servicio, y el milagro es servir. No puedo esconder lo que vivo; no se trata de contar episodios de los inundados, es vivir y ver lo que Jesús nos muestra: rostros con nombre, y dirección…”, concluye Fanni. Por un momento, estoy a punto de pedirle que nos lo explique mejor. Pero pienso en Huguito, y creo haberlo entendido.