Don Giussani y yo
Don Luigi Giussani (Archivo Fraternidad CL)

La vida de un pueblo

Son muchos los que, con motivo del centenario de don Giussani, han escrito mensajes sobre su encuentro con él. Algunos lo conocieron hace muchos años, otros no lo vieron nunca. Aquí iremos publicando fragmentos de sus contribuciones

«Aquellas lágrimas, detrás del telón»

Hay ciertos recuerdos inolvidables que me unen especialmente a don Giussani, hombre sencillo y extraordinario. Unos ejercicios espirituales del CLU que predicó y que permanecen grabados en mi memoria.
A Giussani le encantaba abrir brechas en nuestra sensibilidad y en nuestra conciencia a través del arte, que le apasionaba y del que era un gran conocedor. Aquel fue el año de Dies irae de Dreyer. Superó todas sus previsiones. La distancia temporal de una película en blanco y negro, la intensidad lírica de sus escenas que, miradas con ojos superficiales, podían resultar ridículas y que al principio provocaron alguna que otra risa que luego acabaron siendo sonoras carcajadas. Hasta que en un momento dado se interrumpió la proyección y apareció don Giussani en el escenario, al principio un poco vacilante pero luego, poco a poco, más impetuoso que nunca. Recuerdo que nos dijo, más o menos: «No sabéis atravesar la apariencia y por eso ni siquiera oléis el significado de lo que tenéis delante. Para vosotros, todo se reduce a imágenes efímeras y evanescentes. Imágenes que fluyen por una pantalla y acaban en nada. No es culpa vuestra, sino de los que os han educado. Pero ahora en adelante, ahora que os lo he dicho, será culpa vuestra».
Don Giussani desapareció y la proyección continuó en el más absoluto silencio. Al terminar, Enzo Piccinini, que esos días no se separaba de don Giussani, me llamó y me llevó a la zona posterior del escenario, donde estaba don Giussani, en silencio y entre lágrimas.
Aquella escena de un hombre –¡un hombre!– llorando “por mí” perforó la costra de mi inconsciencia. Por primera vez pude percibir el pecado no como una infracción moral sino como una condición desoladora que nos hunde en la ceguera del ser, en el no ser.
Aquellas lágrimas de dolor, de compasión y misericordia, fueron tal vez el primer impacto de mi nuevo nacimiento en una percepción cristiana de la vida.
Cristina, Modena


«Como la horma de un zapato»

Siempre he sido cristiano, pero también un joven idealista que, viendo la actitud de la Iglesia me salía una resistencia al mirar de manera pretenciosa las riquezas de la Iglesia. Como expresa Bad Religion "I want to conquer the world, give all the idiots a brand new religion" . Eso hizo que, durante mi juventud, quisiera separarme de la Iglesia, porque en mí había un deseo grande de justicia y de igualdad, que queda expresado en el siguiente texto del mismo grupo "I don't know what stopped Jesus Christ from turning every hungry stone into bread". Se trata de una postura idealista, pretenciosa y que reduce el corazón a una medida que yo tengo.
Pero aunque iba haciendo el paripé frecuentando los sacramentos y la comunidad punk, manteniendo una pose en ambos ámbitos, para no defraudar a todos los que me valoraban no por lo que era, sino por ser como ellos querían, la pregunta cada vez era más profunda. Desde los grupos de la Iglesia y de fuera de ella lo único que recibía eran respuestas prefabricadas que yo, escuchando música y leyendo libros de justicia social, no pensaba seguir, ya que la respuesta tiene que estar en mí, como expresa Greg Graffin, de Bad Religion, en "The answer":
"Don't tell me about the answer
'Cause then another one will come along soon.
I don't believe you have the answer,
I've got ideas too."
Pero el corazón está bien hecho y en la misma canción el autor reconoce que esta pregunta es eterna hasta que se encuentra una respuesta:
"Everyone's begging for an answer,
Without regard to validity.
The searching never ends,
It goes on and on and on for eternity."
Hasta que un día conocí a una persona que en vez de intentar responder a la pregunta me dijo: ven conmigo, a mí me interesa quién eres tú. Me enseñó a darme cuenta de que yo soy, de que yo puedo ser querido por existir, con todo lo que me gusta y mis miserias. Nunca me habían tratado así, solo esta persona usando la definición de don Gius de autoconciencia: “existe algo en mí que es más grande que este cataclismo. Se reconoce y se ama la propia identidad amando a otro, reconociendo y amando a otro”. Es decir, que yo tenía un valor no por lo que podía dar, sino por lo que era y es para el mundo. Esta persona no tenía una respuesta, solo quería que la siguiese para buscar la respuesta juntos.

Se me abrió el cielo, porque me indicó una dirección donde, en vez de querer eliminar mi punk, mis libros, mis coches, mis ordenadores... me decía que mirase todo eso desde esta experiencia que había hecho. Abrazaba completamente y todo se volvía sagrado. Como dice Ben Weasel en su opera punk “Baby Fat”: "It´s like the skies had opened up, what could we do, we never knew. And we belong to the angels now." Esta es la misma experiencia que expresa Dustin Kensrue de Thrice en “Stare at the sun”, que escribió cuando se convirtió al cristianismo retomando esta autoconciencia.
Igual que él, yo no entendía nada, pero sí podía afirmar que “soy debido a un milagro”, de modo que “me quedo mirando al sol hasta que entienda o me quede ciego...” y haciendo el camino las piezas iban encajando como la horma y el zapato, TODAS las piezas, no unas pocas, no tengo que renunciar a nada, como otras realidades pretendían sobre mí.
Santiago, Madrid

«Nunca volví a perderme nada»

Una noche de verano de 1969, mi hermana me invitó a un encuentro con un sacerdote de Milán, don Giussani, a casa de los padres de una amiga. La hermana de esta amiga se casaba y recuerdo a don Giussani sentado en el sillón del salón con un grupo de jóvenes, todos fascinados por el carisma de este sacerdote. Cuando volví a casa, mi hermana me preguntó qué me había parecido. Le respondí que me había llamado la atención cómo hablaba del cielo estrellado, preguntándose “qué tengo que ver yo con las estrellas y con el universo entero”. Tenía 17 años y en aquel momento me preguntaba mucho sobre el sentido de la vida. Llevaba toda la vida en la Iglesia, en Acción Católica, en la parroquia, pero con una pertenencia que ya no me decía nada. Yo vivía en la tierra y Dios en el cielo. Oír hablar con ese entusiasmo y familiaridad a Giussani sobre su relación con Dios me hizo sentirlo todo más cercano y ya no tan extraño. Empecé a ir con los bachilleres al mar, al rezo de las horas, a misa, al raggio, hasta una convivencia de retiro en Pésaro. Luego la vida siguió: los Ejercicios de la Fraternidad, el Meeting, el trabajo en un colegio que nació de la experiencia del movimiento. Nunca volví a perderme nada porque, poco a poco, iba creciendo en mí la gratitud y la conciencia de una pertenencia cada vez más estrecha al Señor dentro de una compañía hecha de carne y hueso, que ya nunca me dejó sola. Mostrándome cómo vivía él, don Giussani me enseñó lo cerca que está el Señor de nosotros, cuánto nos ama y lo valiosos que somos a sus ojos. Es la misma experiencia de continuidad que vivo hoy aunque don Giussani ya no esté. Gracias, don Giussani, porque me has introducido en una profundidad, una conciencia y una responsabilidad con la vida que de otro modo nunca habría alcanzado.
Natalia, Pesaro

«Me acompaña para ser esposa, madre y profesora»

Todavía resuena con nitidez la voz ronca de don Giussani en los Ejercicios del CLU de 1992, cuando le oí por primera vez: «No dejéis que nadie pisotee vuestra razón». Entonces pensé: «¿Cómo es que este hombre, al que nunca había visto, me conoce tanto y me habla justo a mí? ¿Cómo puede saber quién soy yo realmente? ¿Cómo puede ser tan “potentemente” humano?». En aquel instante sentí una sacudida por esa “diferencia de potencial” que, como él mismo decía, caracterizaba el encuentro con una diferencia humana excepcional que corresponde a la espera del corazón humano. La diferencia de Cristo, que tiene unos rasgos inconfundibles. Hoy, para mí don Giussani es una cara, una voz. Un estilo: el de Cristo, que me ha alcanzado y me sigue alcanzando ahora. La mirada de una compañía viva, de hombres y mujeres que tienen una manera de mirarlo todo que no censura nada de lo humano, tal como sucede a partir de las circunstancias más diversas. Don Giussani me educa hoy, me acompaña haciéndome caminar dentro de mi jornada, en mi vocación como esposa y madre, y en mi trabajo como profesora.
Cinzia, Palermo


«No solo inspiración, sino huella»

Mi actividad de creación e interpretación musical no existiría sin la compañía que surgió a raíz de la pasión de don Giussani por lo humano y, por tanto, también por la creatividad artística y musical. Ni siquiera se me habría ocurrido aprender a tocar la guitarra ni escribir canciones si no hubiese experimentado, desde mi juventud, la belleza de una amistad donde estas cosas eran valoradas y acogidas, desde sus primeros brotes juveniles. No puedo considerar a don Giussani solo como una fuente de inspiración. Su presencia está viva porque es fuente continua de educación para mí, todavía hoy, que tengo 67 años. Don Giussani es una huella en mi vida, una humanidad fascinante, aferrada por Cristo, que me guía y me apasiona para identificarme con ella con toda mi pequeñez y mi pobreza, mejor dicho, justo a través de ellas.
Angelo, Rímini

«El camino de una alegría plena en presencia de Cristo»

Mi padre y don Giussani se fueron con un año de distancia y lo que más me impactó entonces fue que sentí el mismo dolor. Puedo afirmar con certeza que para mí don Giussani fue y es un padre, ese que introduce al hijo en la realidad entera. Con su pasión por el hombre, y por tanto por mí, me desveló mi dignidad y mi grandeza, permitiéndome atravesar cualquier circunstancia, fatiga, error o distracción en mi vida con la certeza de ser amada y, por tanto, salvada por Cristo. Salvada sobre todo de mí misma, de mi escándalo por mi propio límite y el de los demás. Cuando me desvío del camino, su testimonio, que me alcanza en la Escuela de comunidad o mediante mis hermanos fraternos, siempre me reconduce al camino de la vida, de una “alegría plena en Su presencia”.
Nicoletta, Seborga (Imperia)

«Ha mantenido con vida mi corazón»

«Yo no quiero vivir inútilmente: es mi obsesión». Desde hace años tengo esta frase de don Giussani enmarcada en mi despacho. Cada vez que la leo suena nueva, me habla y mi corazón responde: «Yo tampoco». Esta frase se enmarca en un póster más grande que es la foto de un soldado de la Alemania del Este en Berlín, durante la construcción del muro, saltando por la alambrada para huir al Oeste y alcanzar la libertad. Siempre he amado la libertad, la justicia, el bien, la belleza… Por eso puedo decir que mi deseo, las exigencias y evidencias fundamentales de mi corazón (los maravillosos tres primeros capítulos de El sentido religioso), es el lugar donde Giussani me sigue acompañando cada día. Puedo decir que esta compañía irreductible dentro de mí los ha mantenido con vida. Muy probablemente, yo los habría abandonado, marginado, relegado a un ímpetu juvenil que al final resulta amarga y burlonamente ineficaz en la vida adulta. ¿Qué sería de mí si hubiera pasado eso? En cambio, verlos vivos y sorprendentemente correspondientes en la experiencia de Carrón y de tantas personas del movimiento ha hecho que despierten en mí continuamente, sostenidos, fascinantes, ofreciéndome la posibilidad de volver a descubrirlos como un factor esencial de mi humanidad. Estoy realmente agradecido a don Giussani por estar presente continuamente en mi vida de esta manera.
Stefano, Pesaro

«Un carisma que hizo hermosa la vida de muchos»

Nunca en mi vida vi a don Giussani. Solo sé que fue alguien grande, capaz de iluminar el corazón de muchos gracias a su experiencia de fe y de amor a Dios. A pesar de que no pude conocerle, todavía hoy puedo reconocer su figura en el corazón y en la manera de actuar de muchos en el movimiento. Es extraordinario cómo este hombre pudo hacer la vida tan hermosa gracias a su carisma y a su experiencia concreta de Dios, que nunca le separó de la realidad sino que le sirvió precisamente para saborearla de una manera aún más intensa. Me alegro de haberlo conocido en mi familia y luego con los bachilleres, porque me han ayudado a reconocer que la vida es un gran regalo, cargado de preguntas que exigen una respuesta y de misterios que debemos aceptar para acercarnos cada vez más a Dios y reconocer su infinita misericordia. Hoy, don Giussani forma parte de mi vida, sin él no habría llegado a ser lo que soy ahora.
Gaetano, Palermo

«Se sabía amado»

Don Giussani era un hombre que se sabía querido, no por los hombres, sino porque Aquel que nos ha querido en este mundo. Nunca despreció este Amor, que le regeneraba cada día y que le permitió amar a todos los hombres. Eso es don Giussani para mí: un padre, un maestro, un amigo que me ayuda a mirar y amar mi vida.
Vanessa, Aulla (Massa-Carrara)

«Cuando me topé con aquella mirada...»

Tuve la suerte de conocer personalmente a don Giussani cuando tenía 15 años. Fui con mi madre y con un grupo de amigos bachilleres a escuchar a don Giussani cuando presentó en un cine de Agropoli su libro La conciencia religiosa del hombre moderno. Al término de la presentación, que estaba abarrotada, rodeado de decenas de personas y autoridades, tuvo la sensibilidad y la atención de dirigirse a mi madre, una desconocida que se acercó a preguntarle, casi quejándose, si era adecuado que yo pasara tanto tiempo con los bachilleres. Hacía poco que había conocido el movimiento y nunca podré olvidar la profundidad de aquella mirada con que se dirigió a nosotros. Ni mucho menos su respuesta: «Déjalo libre. No le impidas seguir el movimiento». Aquel breve pero intensísimo diálogo fue un don imprevisto y una semilla que creció con el tiempo. Hoy estoy doy gracias a don Giussani y al movimiento, a los que han amado, sostenido y entregado su vida para que yo fuera libre para vivir de aquel encuentro que despertó y sigue despertando hoy mi corazón.
Gennaro, Pagani (Salerno)

«El mejor descubrimiento de mí mismo»

Después de un año muy complicado como director de un instituto público, al terminar el último claustro pedí la palabra para decir: «Quiero dar las gracias a cada uno de vosotros por cómo habéis colaborado en el desarrollo de nuestra propuesta formativa. Pero debo decir que este año ha pasado algo grande aquí». Tras un momento de inevitable y curioso silencio, dije mirándoles uno a uno: «Lo más grande que ha pasado este año… ¡soy yo!». Quería comunicarles que, compartiendo tantos aspectos de la vida del centro, el descubrimiento más decisivo y definitivo del curso había sido reconocer mi naturaleza necesitada, totalmente atraída y correspondida en el abrazo de Alguien que está presente. Este descubrimiento de la naturaleza profunda de mi yo en el encuentro cotidiano con Cristo presente, hasta desear mirarla con atención y ternura, representa ese punto donde, mientras la experimento, “escucho” más a don Giussani y reconozco todo lo que ha aportado a mi vida. Giussani –mediante los amigos a los que él contagió y que Cristo ha ido poniendo a mi lado con los años– revive en mí como una ayuda para experimentar continuamente el contragolpe de mi humanidad herida y, al mismo tiempo, preferida, como forma de conocerle e incrementar el gusto de vivir. El seguimiento del carisma que trato de vivir está provocando en mí una familiaridad más intensa con el Misterio y una pasión nueva por todo lo que estoy llamado a vivir a diario: trabajo, amistades, responsabilidad. Citando al rector Vittorino, «si no te hubiera conocido, don Giussani, me sentiría menos hombre».
Ezio, Cuneo


«No hay instante que no esté lleno de Cristo»

Don Giussani es la hipótesis positiva de cada una de mis jornadas. Desde que le conocí, hace 36 años, no hay instante, desde que me levanto de la cama, que no esté dentro de mi relación con Cristo. Esto lo aprendí con él y, por tanto, no hay momento de mi vida, ni el más doloroso, que no lleve dentro una positividad inexorable, y por tanto una esperanza, porque está “aquel que cumple mi vida”, Cristo, presente en la realidad que estoy viviendo ahora.
Giuseppina, Milán

«Nada se perderá»

No podría concebir mi vida, mis decisiones, la historia de mi familia, mi decisión de irme con mi marido a vivir a un país extranjero, la educación de mis hijos, sin reconducirlo todo a ese primer y tímido encuentro con el movimiento en el colegio. Y luego en el instituto, en la universidad, y después… Un encuentro que nunca me ha abandonado. Doy gracias a don Giussani por haberme mostrado, a través de las personas que han sido tocadas por su carisma, que la vida es grande, bella y útil porque todo colabora en el designio de Dios y nada se perderá.
Emma, Leiden (Países Bajos)

«La forma de mi vida»

Mi marido y mis hijos no existirían si no hubiera conocido el movimiento que nació de don Giussani: con el primero habría roto y, por tanto, los otros no habrían nacido. Mi hija dice: «¡El movimiento soy yo! Si mis padres no lo hubieran conocido, yo no habría nacido. Tal vez habría nacido otro, pero yo no». Don Giussani es el rostro de todos los amigos que nunca dejan de desafiarme y de caminar conmigo, como pueden. Es la forma que ha tenido y tiene hoy mi vida.
Barbara, Ascoli Piceno

«Alguien que hablaba de lo que verdaderamente importa»

Para mí, don Giussani sigue siendo el mayor don que los cielos han dado a mi vida, que es lo que es, como forma –Memores Domini– y como esencia de corazón, el mayor signo de que Dios me cuida hasta en los pequeños detalles. Siempre he tenido una inquietud sobre el significado de la vida y, en el instituto, iba a misa todas las mañanas, no solo los domingos. En segundo de Medicina, era el año 1971, conocí unos amigos extraordinarios. Me pegué a ellos y en clase de Anatomía descubría cada día la profunda gratuidad de su vida –a través del estudio, la cultura, la política, la caridad, la vocación…– y su increíble amistad, que aún pervive después de cincuenta años. Un día me llevaron a un encuentro con don Giussani. No recuerdo de qué hablaba, pero recuerdo perfectamente dónde estaba sentada y algo que dijo en un momento dado: «El problema es el significado de la vida porque o todo, aunque sea hermoso, se acabe deshaciendo, marchitando y al final muere y por tanto en último término resulta absurdo… o bien todo tiene sentido, ¡y entonces hay que buscarlo! En eso consiste la vida». Salté de la silla. Correspondía totalmente, por fin alguien que hablaba de lo que verdaderamente me importaba, ¡por ahí podía empezar! Y me lancé por entero.
Paola, Milán

«La posibilidad de seguir a Cristo»

«Hoy, ¿quién es don Giussani para ti?». Reflexionando sobre esta pregunta, me he sorprendido mirando toda mi historia. El domingo, en misa, en el Evangelio de san Marcos Jesús preguntaba a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy? Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro dice: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dio vivo». Aquello me iluminó. Para mí, don Giussani es alguien que, como Pedro, ha reconocido a Jesús y le ha seguido con una alegría y una fidelidad que, cuando lo miro, yo también veo a Cristo. Eso me fascina y me empuja a seguirle, como posibilidad de ser completamente suyo, totalmente feliz.
Tobías Martín, Huánuco (Perú)

«Una vida de trabajo»

Don Giussani es la persona que acompaña hoy el camino de mi vida, mediante sus textos, el seguimiento de la experiencia del movimiento y la memoria de los encuentros con él en mi juventud. Recuerdo nítidamente la respuesta que me dio después de una intervención en una asamblea de universitarios en 1977. Conté un periodo complicado de mi vida universitaria, marcado por dos hechos: la preparación de dos exámenes muy difíciles que afronté con gusto y un ingreso hospitalario vivido con mucha preocupación, pero con libertad. Le pregunté a don Giussani cómo dos momentos así, de una experiencia tan positiva, podían durar en el tiempo para poder vivir siempre con esa libertad. Entre mis apuntes de entonces encuentro esta respuesta: «La estabilidad de dos intuiciones justas, de dos momentos concretos donde descubres algo adecuado, exige un trabajo. (…) Hace falta que lo que nos decimos, los contenidos de nuestros encuentros, sean objeto asiduo de lo que pensamos. Hace falta una presencia que te empuje, te mueva, influya en tu manera de vivir, cambiando tu vida. Hay que vivir en serio la vida del movimiento, ese es el trabajo que hay que hacer». Esta indicación se ha convertido en guía para mis jornadas con el paso de los años, siempre en búsqueda para descubrir una posibilidad de vida más verdadera y más completa.
Enrico, Seregno

«Para ver al Señor que pasa»

En 1991 –llevaba dos años en el movimiento– participé con mi marido y otros amigos de la comunidad de Lugo, en la peregrinación a Polonia. Fue una experiencia que me marcó profundamente. El que guiaba la peregrinación repetía que si teníamos algún problema lo compartiéramos con el de al lado, aunque no fuera amigo nuestro. Desde ese momento, una riada de personas me ha sostenido, acompañado y orientado durante treinta años. Es algo que continúa hoy en los rostros de la compañía humana que ha nacido de don Giussani y ha llegado hasta mí. No solo amigos, sino cualquiera que me despierte y me ayude a ver al Señor que pasa. Tantos rostros, historias y pequeños pasos que me han llevado a ser lo que soy ahora, a la conciencia que tengo de mí misma, acogiendo las circunstancias de la vida tal como llegan. Porque Cristo vence y yo lo he visto.
Marta, Lugo di Ravenna

«Esa promesa que siempre se mantiene»

Una noche, durante una cena con un grupo de bachilleres, uno de ellos, que era nuevo, nos preguntó a los adultos a contrapelo: «Pero vosotros, ¿por qué habéis entrado en este movimiento? ¿Qué os convenció?». Ante esa pregunta, se me hizo evidente que lo que me convenció a los 16 años fue que el movimiento era una propuesta total. Y me correspondía totalmente. Solo le puedes dar todo a alguien que te lo promete todo. Y que mantiene esa promesa.
Con los años, hasta hoy que tengo más de sesenta, esa promesa de totalidad nunca me ha defraudado. Es más, cada vez que vuelvo a oír hablar a don Giussani, aunque sea a través de sus textos, siempre me saca de mis inevitables “reducciones” y me devuelve a este nivel que no censura nada y vuelve a abrirlo todo.
Francesca, Chieti

«Jesús era el protagonista de lo que decía»

Conocí a don Giussani en 1954, en un retiro en Ghiffa, cerca de Varese. Lo predicaba un joven don Giussani que enseguida me llamó la atención por su tono de voz y su fuerza al hablar. Jesús era el protagonista de lo que decía. Viví los primeros años de Bachilleres en Busto Arsizio. En aquel periodo volví a ver a don Gius tres veces. La última fue después de hacer la selectividad, luego dejé los Bachilleres, pero siempre pensaba en él. La universidad me obligó a irme pronto a Milán y tardé en volver. Dejé de tener contacto con él, pero me alegró mucho ver que a mi hermano también le fascinaba el movimiento. Este hecho marcó y reforzó nuestra relación de por vida. Me casé con Diego, un buen hombre, educado en la Iglesia, pero necesitaba tener un encuentro. Le animé a ir a jugar al fútbol con mi hermano y sus amigos. Entró en el movimiento y se dio por entero, sumándose a todas sus iniciativas, fiel a la Escuela de comunidad, hasta un mes antes de su muerte por Covid en 2020. Diego fue un ejemplo para el personal hospitalario, Decía que solo se entregaba a Jesús, a ese Jesús que había aprendido a amar tanto. Nuestros tres hijos viven ese abandono a Jesús, una gran gracia y don de don Giussani, para mí un faro y fuente de alegría.
Mariantonietta, Busto Arsizio

«Sus regalos para mi vida»

Quiero expresar mi profundo agradecimiento y unirme desde aquí a las celebraciones por el centenario del nacimiento de don Giussani. Fue para mí un padre fiel que “conocí” después de su muerte, pero con asombro y alegría descubrí de qué modo había dejado la impronta de su carisma en mi vida gracias al padre Renzo Baldo. El Bien, la Verdad y la Belleza. La libertad y la apertura de nuevos horizontes son sus regalos para mi vida. Ayudándome, en momentos complicados, a ponerme en relación con el Bien Supremo que es Jesús. Su belleza en nosotros es el mayor don que podemos ofrecer a los demás. Con sencillez, es lo que puedo compartir desde lo más hondo de mi corazón, asegurando nuestra oración por todo el movimiento.
Sor Cecilia, Monasterio Nuestra Señora de las Nieves y Santa Teresita, Bariloche (Argentina)



«Nos indicó un método: mirar la realidad»

El centro educativo Juan Pablo II en Salvador de Bahía nace de una conmoción del corazón ante un suceso de 1993: la matanza de unos meninos de rua (niños de la calle, ndt.) por parte de la policía en Rio de Janeiro. Esa conmoción dio vida a un deseo que pudimos contar a don Giussani gracias a la ayuda de un gran amigo y él indicaba un método a quien le preguntaba sobre cómo hacer, dejando la libertad de elegir dónde y qué realizar, partiendo siempre de la realidad, tan necesitada de ayuda, acompañando de manera discreta las necesidades y corrigiendo. Para empezar, don Giussani nos propuso hacer un viaje para visitar los lugares donde estaban presentes las obras vinculadas al movimiento y que luego le contáramos lo que habíamos visto. Al volver de ese viaje, tras contarle lo que habíamos visto y vivido, nos dio las gracias por el relato sin añadir nada más. Quien se esperaba una “tarea” que hacer, se encontró así teniendo que volver a preguntar a don Giussani cómo moverse para secundar su deseo. Él sencillamente indicó como criterio el de elegir el lugar que más le había impactado. De ahí la elección de Salvador. La idea inicial de hacer un ambulatorio médico fue sustituida por el proyecto de un centro educativo para niños, gracias también a los amigos de AVSI, que ya estaban presentes en Salvador y conocían la realidad local. Veinte años después, el centro continúa con su actividad, mucho más desarrollada.
Cinzia, Salvador de Bahía (Brasil)


«Mis preguntas eran legítimas y esenciales»

Para mí, encontrar el movimiento de CL en 1976 fue como tener la posibilidad de ver que las preguntas sobre el sentido de la vida, el porqué de las cosas, no solo eran legítimas sino esenciales, se ponían en primer plano. Que la vida, la amistad, la unidad entre las personas que conocía, chavales de mi edad o algo mayores, eran el vehículo de la respuesta: una hipótesis de respuesta inédita, imposible para mí. Lo comprendí siguiéndolos. Después de 45 años es como entonces. Ese imposible es el rostro alegre de esa Presencia que camina conmigo cada día, el rostro de mis amigos de siempre y tantos nuevos que he encontrado.
Flaviana, Taranto


«De él aprendí a “poner el corazón” en cada cosa»

Hoy, a mis 55 años, con tanta conmoción y certeza, puedo decir que don Giussani es para mí un padre. Un verdadero padre que supo hablarle a mi corazón y lo despertó hace más de cuarenta años. De él aprendí a “poner el corazón” en cada cosa que hago, porque en cada acción y en cada circunstancia vuelve a acontecer la presencia del Señor. Mi vida ahora es un continuo diálogo con el Señor, que nunca me deja sola y que me hace estar alegre y feliz.
Paola, Milán


«La nostra strada bella»

El Gius es un hermoso camino. Fue el primer camino que nos dio a conocer, construyó nuestras vidas y las hizo florecer, con amigos, con la vocación al matrimonio y el amor al movimiento. Sigue siendo así aún hoy y cada vez es más verdadera la presencia de Cristo en nuestra vida.
Cinzia y Marco, Milán


«Un “trabajo de verificación” continua»

El carisma de don Giussani devolvió gusto y alegría a mi ser cristiana. Mi vida era como en blanco y negro y de repente se llenó de color y de luz. Jesús aquí, presente y encontrable ahora, responde a las preguntas más verdaderas de mi corazón, en toda circunstancia. Con los años, se ha convertido en un descubrimiento maravilloso, cuyo aspecto más fascinante es un “trabajo de verificación” continua sobre el terreno, que me desafío y me hace sentir en casa en cualquier circunstancia y con cualquiera. Don Giussani me educó con su misma vida, enseñándome a mendigar a Cristo como el propio Cristo mendiga mi corazón, y sigue haciéndolo en esta compañía que ha recogido su herencia.
Cristina, Bergamo

«Su paternidad y mi matrimonio»

Me urge contar un episodio que habla de su paternidad, entre los muchos que recuerdo. Una semana antes de mi boda, de repente, mi hermana murió durante una excursión en la montaña. Al día siguiente, don Giussani me llamó por teléfono y me dijo: «Qui propter nos homines et propter nostram salutem incarnatus», recordándome que el Señor ha venido en medio de nosotros para nuestra salvación. Me dijo que no tuviera miedo y que fuera a verlo a Milán. Retrasamos la boda dos meses y en ese tiempo iba a verlo a Milán. Le pregunté si la muerte de mi hermana era un signo de que no debía casarme. Nunca olvidaré la respuesta, con su tono impetuoso. «No se va contra las circunstancias ni contra la historia. Que tienes a tu novia y que vas a casarte es lo que dice la realidad. La muerte de tu hermana es la ocasión de tomar eso en serio hasta el fondo». Pocos meses después celebraría mi matrimonio.
Massimo, Reggio Emilia

«Más que un amigo, más que un padre»

Conocí a don Giussani a los 18 años. En esa época tenía inquietudes a las que no sabía poner nombre, nada me satisfacía y nadie podía responder. Giussani las conocía, las llamaba «corazón» y sobre todo me mostró que él vivía esa misma tensión hacia una satisfacción plena. Hoy, a los 53 años, Giussani me sigue educando en este conocimiento de mí mismo, en relación con la realidad del Misterio presente anclado en mi vida, que ahora reconozco que tiene un nombre: Jesucristo. La Escuela de comunidad es para mí el instrumento más valioso y útil del carisma vivo de Giussani. Leo, medito, verifico viviendo, la utilidad que tiene para mi vida lo que se nos dice, presto atención y aprendo de las muchas experiencias inesperadas de los demás, y siento vibrar en mí su corazón y el mío, ¡como un solo corazón! En definitiva, cambio.
Hoy Giussani es para mí un amigo, más que un padre, es como si fuera yo mismo.
Silvio, Carate Brianza

«Uno que me quería»

Conocí al Gius en los años setenta, en las diaconías de los universitarios de CL. El primer tema que salía se convertía en la cuestión sobre la que discutíamos hasta tarde. Era sorprendente que, afrontando un tema marginal, llegara a abrir horizontes inmensos. Los juicios que daba, aunque no se dirigieran directamente a la solución de los problemas que teníamos, los resolvían. Escuchaba todo lo que pasaba, y llegaba a los juicios más decisivos por la observación más banal. Cada uno se acerca a los grandes hombres por lo que son capaces de hacer, pero para comprender me bastó encontrar a uno que me quería y al que traté con el mismo respeto deferente y sincero con que trataba a mi padre.
Mario, Legnano

«Cuánta vida dentro de esta vida»

Personalmente, nunca conocí a don Gius, pero en 1987 conocí en el Politécnico a mis amigos de toda la vida. Y mi vida tomó un rumbo inimaginable. Conocí a Giussani con la Escuela de comunidad, el CLU, los encuentros de literatura, la música, los libros del mes, las vacaciones, los amigos curas que nos acompañaban cuando éramos estudiantes… ¡Un mundo lleno de promesa! Han pasado muchos años desde entonces, esta historia me ha educado (y todavía me educa) enseñándome a prestar atención, a mirar la realidad, para darme cuenta de que no hay un minuto que sea igual a otro. Incluso cuando no puedo más y me hundo porque “(Tú) enrollas mi vida como una tienda de pastores…”, no puedo dejar de darme cuenta de cuánta vida hay dentro de esta vida.
Mariapaola, Milán

«Un modo de anunciar el Evangelio que me atrae»

Yo estaba en la famosa clase de 1E, donde llegó por primera vez. Me dejó impactado, pero al cabo de un tiempo me alejé. Gracias a mi amigo Pigi Bernareggi, que me invitó a las vacaciones, me reencontré con don Giussani. Lo que más me impactó fue la “vida” del movimiento –sostenida sin duda por don Giussani, por sus palabras– pero me impactó lo que pasaba, la manera en que se vivía esa semana. Eso fue lo más importante. Lo que me impactó era la vida que don Giussani generó. En el fondo, siempre ha sido así. Ahora puedo decir que sus palabras, como dice Carrón, las “transporta”, son la manera en que anuncia el Evangelio, que me atrae y me sigue atrayendo. Las dos cosas que pienso cuando veo a don Giussani son la vida que ha creado, la fraternidad que ha creado y que seguimos disfrutando ahora, y su manera de anunciar el Evangelio.
Dino, París