La misa celebrada en el convento

Andrea Aziani, el tiempo y la memoria

Ochenta amigos de la comunidad universitaria de la Estatal en los años 70 se reúnen para recordar a “los que nos han precedido en el cielo”

Van llegando todos un poco a la carrera, recorriendo a pie el último tramo de subida. Somos unos ochenta, reunidos en Bernaga, pequeño centro entre la Brianza y Lecco. En lo alto de una colina, se erige aquí el monasterio de las eremitas ambrosianas. La mayoría de los rostros no son jóvenes, de hecho se oye susurrar: «No recuerdo quién era ese……»; «Perdona, ¿cómo se llamaba aquel…?», «Estudiaba filosofía o políticas…». Muchas risas y algunas bromas recordando la vida pasada en la Universidad Estatal de Milán. «Aquel examen que hicimos en la calle…»; «los golpes que nos dieron repartiendo aquel manifiesto sobre el divorcio…».

La cabeza se llena de hechos, rostros, manifestaciones, elecciones, seminarios, estudio, Escuela de comunidad. En definitiva, la vida de los años 70 en el claustro, en un ambiente social complicado, donde nació una amistad y una pertenencia a la experiencia del movimiento de CL que nunca han menguado. No han faltado alegrías y penas al encontrarse medio siglo después, pero todos tenían la sensación de haber estado siempre juntos.

Hace unos meses, Claudio, que conserva ese espíritu de barricadas y una capacidad de iniciativa de corazón brianzolo, lanzó en un chat la propuesta de volver a verse. Destinatarios: los amigos de la comunidad del CLU de la Estatal. Asunto: recordar a los nos han precedido en el cielo, entre ellos Andrea Aziani, cuya causa de beatificación se ha abierto y que fue responsable de la comunidad de 1974 a 1976. Un total de 29 nombres que enumeró Pierluigi Banna, joven sacerdote y también antiguo alumno, durante la misa celebrada en el convento, que nos ayudó a no quedarnos en lamentos estériles ni en la melancolía propia de los “¿te acuerdas?”.

Andrea Aziani

«La memoria cristiana es distinta del recuerdo humano –dirá Banna en la homilía–. El recuerdo se desvanece con los años, trata de arrancar del paso del tiempo lo que resulta más incómodo, queriendo conservar por todos los medios, como un monumento, solo lo más noble. Qué distinta es la memoria cristiana, que ahora celebramos y vivimos. En el tiempo que pasaba entre la Ascensión y Pentecostés, los discípulos recordaban, como nos enseñó a hacer don Giussani, ciertos detalles que cambiaron su vida para siempre. A través de esos detalles, su vida entraba en la memoria eterna de Dios, se hacía partícipe de una “alegría plena” que el Hijo, con su humanidad, hizo resplandecer en la tierra. Se trata de detalles mínimos, pero por los que pasaba lo eterno. Del mismo modo creo que para vosotros también ciertos lugares, ciertos momentos, ciertos rostros, ciertas conversaciones de la época universitaria quedaron grabados de forma imborrable en vuestra vida, porque representan la forma que Dios eligió para hacernos partícipes de su alegría plena».

Momento de diálogo con la madre Alessandra

La confirmación llegó justo después en un breve diálogo con la madre Alessandra, una amiga de la comunidad de la Estatal que, al empezar tercero de filosofía, decidió entrar en el convento de las eremitas. Corría el año 1975. En el tiempo que nos concedió hablándonos detrás de una reja, nos contó varios detalles de aquellos años. «Elegí esa universidad para estar lejos de curas y monjas», dice para nuestra sorpresa, pero dándonos al mismo tiempo un ejemplo de libertad y humanidad sincera. «Andrea fue decisivo para mí. No de primeras, a decir verdad, porque con las chicas siempre era un poco esquivo (aunque a mí siempre me trataba con gran ternura llamándome Sandrina). La verdadera relación con él se dio durante algunos encuentros que tenía don Giussani con los que verificaban su vocación de entrega total al Señor. En varias ocasiones vi en Andrea, por cómo hablaba, por su atención a cada detalle, que era el Espíritu Santo quien actuaba».

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La madre Alessandra nos repartió a todos la copia de una tarjeta que Andrea le envió el 17 de mayo de 1978. Llevaba dos años en Siena, a donde se había trasladado por una sugerencia de don Giussani. Un día fueron a verlo unos amigos y al despedirse, en una tarjeta con la imagen del púlpito de Nicolò Pisano, Andrea escribió: «Los años pasan, pero el tiempo que transcurre ahonda la memoria de lo que ha sucedido. El afecto a Él nos elige y nos reúne. Sigamos testimoniando lo que Él es para nosotros». Una tarea que cada uno de nosotros sintió como verdadera y propia en nuestra vida en el mundo de hoy.
Enrico, Varese