Juegos durante la fiesta

Malasia. Los orígenes de una amistad

Juegos, cantos, un testimonio y buena comida. Crónica de una jornada de fiesta con amigos y compañeros para descubrir el sentido de la verdadera libertad

Durante los últimos años, mi familia se ha convertido en un pequeño foco de atracción para gente de distintas procedencias en Malasia: gente de la parroquia, gente del trabajo, gente del vecindario, mis antiguos alumnos de catequesis y sus familias, y por supuesto el grupo de CL.

Aprovechando la llegada del padre Michiel –que vino a predicar los ejercicios espirituales–, se me ocurrió organizar una fiesta e invitar a todos los amigos que hemos encontrado en estos años. La invitación decía, de un modo muy sencillo: «Los orígenes de una amistad». Subtítulo: «Juegos, canciones, un testimonio y buena comida». Aunque solo una pequeña parte de los invitados llegó a venir, por diversos motivos, más de treinta personas, entre jóvenes y adultos, nos reunimos en un paisaje precioso en el lago de Putrajaya, donde reservamos un mirador municipal.

La idea de este momento nació de mi deseo de poder decirle a toda esta gente quiénes somos, a pesar de todas las veces que me doy cuenta de que me he autocensurado en este sentido. Después de muchos nervios, primero por la “amenaza” de la administración de no darnos acceso al sitio (el día antes se acordaron de que no debían habernos concedido el permiso porque había una celebración pública) y luego por la incesante lluvia de aquel día, por fin todo se fue resolviendo. La guardia urbana hizo incluso horas extra por nosotros y la lluvia, casi milagrosamente, cesó justo antes de empezar.

Quise empezar el gesto con estas palabras: «Todos estamos aquí porque alguien nos ha invitado y libremente hemos dicho sí. Ahora tratemos de descubrir qué o quién nos ha juntado hoy aquí». Enseguida empezaron los juegos, donde jóvenes y adultos compitieron al máximo para ganar. Desde el primer momento, gente que nunca se había visto ya reían y bromeaban como si se conocieran de toda la vida.

Luego hubo un momento de cantos: espirituales y de nuestra historia. No todos los conocían, pero todos se animaron a cantar juntos. Llegó el momento del testimonio, que dimos mi mujer y yo, partiendo de nuestro encuentro con el movimiento en Brasil, hace 25 años. Todo empezó con la sencilla invitación de un compañero de trabajo. Invitación que se repitió muchas otras veces a lo largo de nuestra vida, llegando hasta ese momento. Me sentía libre e invité a todos a la Escuela de comunidad para profundizar en el origen de nuestra amistad.

Después de tres horas intensas, llegaron los guardias para recordarnos que había que cerrar. ¡La gente no se quería ir! Llegaron entonces las primeras sorpresas: uno de mis chavales de catequesis, ya un hombre adulto que había decidido seguir otro camino, me dijo: «Perdona por todas las veces que no te he dado las gracias por no rendirte conmigo. Me gustaría estar con vosotros». Ha pedido empezar la preparación del bautismo.

Al día siguiente recibí montones de mensajes de agradecimiento. Una madre, preocupada por su hijo, decía: «Gracias por la atención y el amor que nos dedicasteis anoche. Y gracias también por la invitación especial que hicisteis a mi hijo y a su novia. Mi corazón vibra al verlos tan presentes. Sin duda, el Espíritu Santo estaba presente, actuando en cada uno de nosotros de maneras distintas».

Otro amigo me decía: «Lo de ayer fue muy bonito, me ha animado mucho y me ha abierto un horizonte más allá de mis problemas. Mi mujer y mi hijo también están muy contentos. Esta mañana se respira un aire distinto en casa. ¡Gracias!». Mientras le respondía, mi hija adolescente me daba los buenos días con un largo abrazo. «¡Gracias a vosotros! Aquí también se respira un aire nuevo».
Francesco