(Foto Unsplash/Clark Young)

Los frutos más potentes de una educación

Dos alumnos con muchas dificultades cambian su actitud en clase. Así lo contaba un profesor en la última asamblea de educadores de Comunión y Liberación

Soy profesor de música en un colegio y de instrumento en una escuela musical. Quiero contar dos episodios que me han devuelto con más verdad esta frase de Luigi Giussani: «Solo el amor, solo el afecto da a luz una educación… El verdadero motivo de la comunicación es un afecto».

Con el curso ya empezado, llegó una alumna nueva de primero con un grave problema psicológico. Siempre estaba triste y enfadada. Se pasó meses sin abrir la boca. Mis compañeros y yo nos sentíamos impotentes ante todo el dolor que transmitía. Además, estaba en una clase complicada. No podíamos hacer otra cosa que acogerla cada día como la alumna más esperada e intentar quererla con todo lo que era. Hace un mes me dijo: «Profe, he escrito una canción». Me inventé algo para dejar la clase parada un momento y escucharla. Inesperadamente, me cantó toda su historia, su dolor y su deseo. No solo eso. Unos días más tarde se atrevió a cantarla delante de sus compañeros. Estallido en el aula. Fue una de las cosas más conmovedoras que he vivido en veinte años dando clase. ¿Y qué habíamos hecho para ello? Nada más que comunicarle, cada uno con su asignatura, una pasión, un afecto y una estima que no son nuestros, sino que llevamos encima porque alguien nos ha mirado así.

Me venía a la cabeza otra frase de don Giussani: «Que encontrándonos con un hombre o una mujer, de nuestra edad o más joven, se sienta como aferrado en lo más hondo, rescatado de su aparente insignificancia, debilidad, maldad o confusión, como invitado de improviso a las bodas de un príncipe» (Mensaje a la peregrinación de Macerata-Loreto 2003).

Segundo episodio. El año pasado “heredé” a un alumno marroquí que no sé muy bien cómo fue a parar a mi escuela musical, creo que no lo sabe ni él. Practica poco y suele venir a clase sin ensayar y sin ganas. Prácticamente no tiene ganas ni de sacar el instrumento. Un día lo vi pasar por el patio en pleno invierno vestido con la camiseta de Marruecos, ¡en manga corta! Como era el Mundial de fútbol, le mandé un mensaje de ánimo para su selección. En la siguiente clase se presentó con las partituras que le había pedido y me dijo: «Todos me regañaron por mi camiseta, usted ha sido el único profe que me ha entendido». La cosa se fue repitiendo y yo seguí haciendo lo mismo. Afortunadamente, Marruecos llegó a la semifinal y en diciembre él tocaba realmente bien, estaba tan contento por sus progresos que me dijo: «Ahora entiendo esa frase de un amigo suyo que me mandó escribir en el cuaderno al empezar el curso: “No esperéis un milagro, sino un camino”. ¡Es verdad!». Trabajar con él sigue siendo duro, sobre todo los miércoles a última hora, de cuatro a cinco de la tarde. A veces creo que necesitaría una grúa para moverlo, pero incluso esos días nunca sale corriendo sino que me espera y me acompaña a la salida mientras me cuenta sus cosas, me ha hablado del Ramadán, de la necesidad de creer en algo. hasta tal punto que me sentí libre para invitarle al Triduo de los bachilleres.

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Los frutos más potentes que veo en mi trabajo nacen de la comunicación de mí mismo, es decir, de comunicar la gracia que he recibido y que me hace estar en clase, inesperadamente, seguro, paciente, creativo, disponible para valorarlo todo, «para que alguien pueda enamorarse lo mismo que me ha enamorado a mí», como decía Andrea Aziani.
Giovanni