Chile. «Ese don que ya vivimos»
Las vacaciones de la comunidad de CL a los pies del volcán Chillán, con excursiones, testimonios y música. La evidencia de «una Presencia que está sucediendo ahora»Entre el 1 y el 6 de febrero, un grupo de aproximadamente 150 personas del movimiento nos dimos cita en unas cabañas a los pies del volcán Chillán para las vacaciones familiares. Bajo el lema “Una nueva forma de mirar”, en los testimonios y presentaciones que escuchamos fue evidente que esta nueva mirada sobre la realidad no proviene de nuestras fuerzas, sino de una Presencia que ya acontece en nuestra vida que nos dona esta nueva mirada.
La evidencia de esto fue clara al escuchar el testimonio de Rosetta Brambilla (que pertenece a los Memores Domini y ha vivido ya 60 años en Belo Horizonte, Brasil), al compartirnos parte de la correspondencia que mantuvo con don Giussani en sus primeros años de misión: «Confía en la fuerza de Dios que siempre sabrá hacer que puedas recuperarte de todas las debilidades y superar todas las oscuridades. Cristo es aquello para lo que todo está hecho y Cristo es la razón de tu vida: dedícate a él con decisión total».
La centralidad de la relación con el Misterio fue la clave de lectura para realmente escuchar algunos cantos rusos, parte de la colección Spirito Gentil, que unos amigos nos propusieron. En esta música proveniente de una cultura tan alejada de la nuestra, redescubrimos el valor de la comunidad, nacida de mirar juntos al Misterio. Se canta juntos por la conciencia de comunidad que se tiene, al punto de que un solista «es capaz de olvidar su melodía si la comunidad coral no está cantando al mismo tiempo», comenta en una entrevista un cantante ruso sobre estas piezas de carácter folclórico. Es como si el yo tuviera una voz que se vuelve aún más bella, que le da su identidad, solo cuando pertenece a una comunidad que le recuerda la melodía que solo él puede cantar.
En la presentación del libro autobiográfico de Takashi Nagai Lo que no muere nunca, nos encontramos nuevamente con una cultura lejana para nosotros y descubrimos a un joven médico que, viviendo a fondo su corazón y su razón, frente al hecho cristiano no puede más que preguntarse de dónde viene esa nueva vida que ve acontecer en Urakami, la ciudad católica donde cayó la bomba atómica en 1945. A través de la relación con Midori (quien luego se convertirá en su esposa), Takashi se convierte. Una mirada nueva sobre las cosas va entrando poco a poco en su vida, reflejándose en la forma en la que él se va relacionando con la realidad. Al caer la bomba atómica, Takashi encontró su casa en ruinas y los restos carbonizados de Midori con su rosario cerca. Sería una reacción humana adentrarse en la tristeza y el abatimiento tras un suceso como este. Pero después de la bomba, Takashi manda plantar mil cerezos en los cerros de Urakami para transformar la superficie devastada en un «campo de flores». Existe una Belleza que no muere. A pesar de estar postrado a causa de la enfermedad, pasa sus últimos años entregando su vida, enseñando a sus estudiantes, acompañando a la comunidad de Urakami, y escribiendo varios libros y ensayos donde relata su relación con el Misterio.
En un diálogo sobre educación con Luisa Cogo (Memor dedicada durante 40 años a la educación en Italia), descubrimos que somos capaces de decir sí a la realidad cuando hay una sobreabundancia en el corazón, que cuando uno descubre su identidad, para qué está hecho, es capaz de acompañar a otros para que sean más ellos mismos. Es por eso que para educar se necesita una persona, en palabras de Giussani, una autoridad, es decir, alguien que te haga crecer. El conocimiento es un proceso afectivo, es por esto por lo que no se puede educar por imposición, sino por una propuesta que sea fascinante, atractiva, para abrir la libertad del otro. ¿Cómo mantener la tensión tras nueve horas de trabajo frente a los chicos? ¿Cómo educar sabiendo que yo mismo estoy lleno de límites? Luisa nos ayudó a entender que solo manteniendo vivo el deseo de encontrarse con ellos, manteniéndose acompañados, y sobre todo no quedarnos mirando nuestro ombligo (no detenernos demasiado en nuestros límites), es posible educar. Pero lo más relevante es que no somos nosotros los que nos cambiamos a nosotros mismos (¡y mucho menos a los chavales!), sino que el Señor que ya camina con nosotros.
En dos presentaciones musicales, amigos músicos nos dieron su tiempo y sus dones para hacernos gozar de la belleza de cantos escritos por Antonio Anastasio (sacerdote de la Fraternidad San Carlo, muerto por COVID durante la pandemia), y cantos de autores chilenos como Tata Barahona, El Árbol de Diego, Víctor Jara y Nano Stern. En estos amigos se hizo evidente la mirada hacia una Belleza que va más allá de la melodía que cada uno de ellos puede tocar.
De la evidencia de esta nueva mirada en los cantos, presentaciones y testimonios que escuchamos, surgió un fruto en forma de deseo, expresado durante la asamblea final: la unidad de la vida, de nuestra comunidad, haciéndonos eco del llamamiento que el papa Francisco nos hizo en Roma en octubre de 2022. El padre Lorenzo nos ayudó a entender que la unidad es un don de Cristo que ya hemos recibido, y que por tanto ya vivimos. La unidad es un regalo y la contribución que podemos ofrecer es abrirnos a recibir la Belleza de Cristo, de la que nace la belleza de la comunión. En palabras de don Gius, de una de las cartas que Rosetta nos compartió: «Ama a Jesucristo, Rosetta, con todo tu ser y ten caridad con todos – hasta romperte el corazón». La forma concreta como uno se abre a esta Belleza es con el perdón, pues en cierto modo traicionamos la unidad todos los días. Necesitamos exponernos todos los días, volver todos los días a la mirada a Cristo, no para cambiar lo que no soy, sino para llegar a ser verdaderamente lo que soy. Porque solo el cántaro disponible para ser llenado es luego capaz de regar y hacer geminar la tierra y sus semillas a su alrededor.
Bárbara, Chile