Gente de Praga rinde homenaje a las víctimas en el lugar de la masacre (Foto Ansa/Epa/Martin Divisek)

Praga. «Un punto de esperanza para todos»

Rostros confusos por la calle, misas por las víctimas y generosas donaciones. A pocos días del atentado en la universidad, la carta de un sacerdote de la Fraternidad San Carlos en la capital checa

Querido Davide, te escribo estas líneas para ordenar y compartir contigo algunas ideas y hechos que han surgido a los pocos días del terrible atentado en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Praga. La mañana siguiente iba en el tranvía al hospital donde soy el capellán y era inevitable ver la confusión en la cara de la gente. El clima prenavideño que todos los años nos distrae con sus adornos y sus luces había sido barrido de golpe por la locura cometida por un chaval jovencísimo que se puso a disparar aleatoriamente, primero a sus compañeros y luego a la gente que iba por la calle, con el único objetivo –como dejó escrito él mismo– de matar al mayor número posible de personas.

La prensa chava decía que era un estudiante modelo con excelentes reconocimientos académicos, pero todos lo consideraban un chico introvertido, taciturno y poco sociable. Me pregunto quién puede saber el vacío que sentiría por dentro, sus preguntas y sufrimientos. Me pregunto si un hecho de este tipo brota de una exasperación que se vuelve loca hasta el punto de acabar siendo trágica, debido a la acumulación de dolores, sufrimientos y decepciones que viven cada vez más jóvenes.

En un diario digital leí que Praga está considerada como una ciudad romántica y serena, un lugar tranquilo y seguro, pero no creo que se pueda reducir lo que es esta ciudad a sus techos dorados y a sus románticas vistas, como un suceso como este solo fuera un punto negro que hay que intentar olvidar para no desfigurar una “isla feliz”. Praga es una ciudad como todas, un lugar donde viven hombres y mujeres que todos los días buscan a tientas el sentido de la vida en sus relaciones y en su trabajo. Praga no es una bonita postal que se ha estropeado de repente: lo veo a diario en clase, en el hospital, en la parroquia o con nuestros amigos de la comunidad del movimiento. Aquí, como en todos los lugares del mundo, la gente, aunque no lo sepa, no vive con el ideal de una vida cómoda en un mundo amortiguado, sino con la necesidad de encontrarse con alguien que le haga compañía, una amistad verdadera y eterna como la que solo Cristo puede ofrecer. Necesitan encontrar la verdad.

Muestra de ello es el gran eco mediático que ha tenido la misa por las víctimas que el arzobispo de Praga celebró en la catedral dos días después del ataque. Ese mismo mediodía las campanas de la ciudad tocaron a difunto y todos guardaron un minuto de silencio. Nosotros también celebramos una misa con la comunidad en la que participó más gente que nos agradeció el gesto. ¿Por qué daban las gracias? Me hizo pensar mucho una mujer que nos dijo que estaba agradecida porque sola no habría sabido cómo afrontar la confusión que este hecho le había provocado. Sus palabras me hicieron entender que todos los análisis psicológicos y sociológicos, por justos que sean, no bastan para explicar lo que ha pasado ni mucho menos pueden acompañar a personas confusas que piden justicia.

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Me impresionó que, en muy pocos días, en la cuenta corriente de la fundación benéfica de la universidad los checos hubieran donado millones de coronas para las familias de las víctimas. ¿Acaso esta conmovedora gratuidad no indica la religiosidad propia del ser humano, a pesar de que la mentalidad mundana se empeñe en silenciarla?

El dolor por lo que ha pasado es inmenso y humanamente insoportable, pero es verdad lo que nos dijo un amigo al empezar nuestra misión aquí, hace ya más de veinte años: «Por el encuentro que habéis tenido, custodiad la conciencia de que lleváis a la sociedad un punto de esperanza para todos los hombres».
Stefano Pasquero, Praga (República Checa)