© Wikimedia Commons / Sanbelgallo

México. Mirar más allá del sentimiento

Las noticias que llegaban del huracán que asoló Acapulco pusieron ante los ojos de Regina el desastre que suponía haber perdido el hotel del que vivía toda su familia. Hasta que poco a poco se fue abriendo paso una tímida luz…

El drama que estamos viviendo en Acapulco mi familia y yo, que somos originarios del puerto y tenemos dos hoteles en la zona antigua, ha sido desde el inicio de incertidumbre y angustia. Yo me enteré del huracán Otis por unos amigos. Enseguida le escribí a mi hermana, ella estaba en Cancún y me dijo: «Estuvo horrible, no me he podido comunicar con nadie». Su esposo estaba allá junto con mi hermano, su esposa y otra cuñada. Cuando logramos comunicarnos, la descripción de ellos fue: «No hay nada, no hay nada». El sentimiento de tristeza en ese momento dominaba en ambas, ella se puso a llorar y no se le podía ni entender, me decía: «¿Qué vamos a hacer, si de esto vivimos?».

Nunca me imaginé la gravedad hasta que empecé a ver las noticias. Todo estaba destruido y vandalizado; tiendas y supermercados. No había quedado nada. Entonces empecé a pensar qué haríamos. Este fue el patrimonio que mi padre nos dejó, yo tengo mi consultorio dental pero mi hermana, que es la que administra el hotel, depende totalmente de ello. No podía pensar con claridad. Pasaron los días, no llegaba la luz, el agua, la comida, la gasolina, todo estaba incomunicado. Empezaron a llegar los empleados del hotel, pero no podíamos localizar a dos de ellos. Tardamos cuatro días en encontrarlos, vivimos mucha angustia. Las personas que viven alrededor se fueron a resguardar al hotel. Es devastador escuchar las historias de cada una de las personas que han vivido esto. Mi hermano, al darse cuenta de que ha perdido todo, quedó en shock.

El trabajo de la Escuela de comunidad me ha ayudado en este tiempo a ver que el sentimiento muchas veces niebla la razón y te paraliza. Eso nos pasó a toda mi familia. Ahora que miro esta circunstancia hasta el fondo, me doy cuenta de que el sentimiento de tristeza e impotencia, que es muy humano, no me dejaba razonar y hacer un juicio adecuado. Había que ponerlo en su justo lugar (como nos dice el texto) y poder mirar más allá, ponernos en movimiento. Hablé con mi hermana y le dije: «Empecemos por poner en orden lo principal, que todos tengan qué comer y beber (familia y empleados), así como a los que hemos albergado de los alrededores. Después limpiemos todo (porque estaban entre árboles, basura, agua llena de mosquitos, sin luz) y vamos a pedir ayuda a nuestros amigos». Desde la Ciudad de México, logramos llenar tres camionetas de víveres y otras cosas necesarias que nos pidieron como machetes, escobas, una motosierra, artículos de limpieza, pañales para bebé, leche y artículos de higiene personal. Sé que esto no es de un mes, ni de seis meses, a lo mejor de años. No sabemos qué vamos a hacer, cómo lo vamos a resolver. Por ejemplo, el problema de los sueldos de los empleados de los hoteles, pero estamos permitiéndoles quedarse en el hotel, así como a personas que se quedaron sin techo.

Gracias a que estoy en este camino, reconozco en la petición y el trabajo de Escuela de comunidad la única forma para poder orientar y acompañar a mi familia, donde a veces domina la desesperanza. Entiendo que mi presencia es para mostrarles esa esperanza que falta, pues Él nunca abandona a su pueblo.

Regina, Monterrey (México)