«Un más allá que nos atrae»

Desde siempre, el movimiento propone vacaciones en la montaña «porque es una ocasión muy concreta para educarse en la realidad». Una carta de los amigos de la Compañía de la Cima

Hace unos días, la prensa italiana ha vuelto a mirar a la montaña debido a un debate sobre la oportunidad de mantener o no la presencia de las cruces en las cumbres. Al margen de la polémica, nos parece interesante retomar los motivos de nuestra atracción por la belleza de la montaña.
La montaña nos atrae. Buscamos la paz y el silencio de las cumbres, deseamos sumergirnos en el paisaje natural y subir a la cima con amigos. Cuando llegamos a un punto panorámico en el que la mirada se abre a lo que tenemos debajo, nos damos cuenta de que los aspectos contradictorios de la vida tienden a recuperar su lugar, sus dimensiones adecuadas. Es así: desde lo alto se ve mejor.

Contemplar con asombro los montes que se elevan hacia el cielo, las cumbres que no hemos escalado y deseamos alcanzar hace vibrar nuestro corazón. Un corazón que anhela algo definitivo, que aún no conocemos del todo pero que no deja de atraernos. La vida consiste en ir más allá, más allá de nuestro límite para llegar a la meta, al cumplimiento, a la cima. Cuántas veces me he encontrado con las reacciones de los alumnos después de una larga caminata cuya banda sonora continua era: «¿cuánto falta?», «¿cuándo paramos?». Al llegar a la meta los he visto desviar la mirada desde su propio instinto hacia la realidad que les rodea y afirmar conmovidos: «¡qué bonito!», «¡gracias!», o quedarse en silencio llenos de asombro. Hay un recuerdo especial que tengo grabado. Hay un mirador en el Mont Blanc, el Mont Fortin, al que se llega tras una larga subida por el Vallone di Chavannes; lo estaba recorriendo con un grupo de alumnos mayores. De pronto, cerca de la meta, el mirador asomó y se impuso un silencio cargado de asombro.

Sé por experiencia que en la vida de nuestro movimiento las vacaciones han sido y son una gran ocasión educativa, pero también de encuentro con otros que participan por primera vez en un momento comunitario. ¿Por qué en la montaña y no en otra parte? Nos lo explica don Giussani: «La elección de la montaña para las vacaciones no es casual. Un ambiente sano y la belleza imponente de la naturaleza favorecen siempre la renovación de la pregunta por el ser, el orden, la bondad de la realidad –la realidad es la primera provocación con la que se despierta en nosotros el sentido religioso–. Con la disciplina necesaria, siempre rigurosamente cuidada (la disciplina es como el cauce de un río: el agua corre allí más pura, más límpida, más rápida; la disciplina es necesaria para reconocer el sentido de todo), las vacaciones en la montaña se proponen para experimentar como una profecía, aunque sea fugaz, de la promesa cristiana del cumplimiento, como un pequeño anticipo del paraíso, y cada detalle debe mostrar esa promesa y realizar ese anticipo».

Para muchos, la montaña tiene un profundo significado religioso: es el lugar de la ascensión, de la ascesis. Basta pensar en la subida a la montaña del Purgatorio para Dante. El poeta no avanza en solitario, sino acompañado de su guía. Subida, ascesis, cima, cielo, paraíso: todas ellas palabras que nunca “cierran” sino que abren a un más allá, a una pregunta. He tenido la gracia de mirar muchas veces la realidad desde lo alto, observar a mis compañeros de ascensión y también a mí mismo no pensando en una conquista sino conquistados por la belleza, cargados de una pregunta por Aquel que hace la realidad entera, y también a mí.
Aquí, volviendo por un instante al debate sobre las cruces en las cumbres, puedo afirmar que para mí han sido una ayuda tanto en la subida, porque indican la meta, como en la llegada porque nos recuerdan que debemos dar gracias (nunca es obvio que vayamos a llegar, sobre todo cuando el camino es complicado).

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No puedo concebir el Cervino sin pensar en la cruz plantada allí arriba. ¡Qué gratitud llegar hasta allí! Qué regalo ponerse a salvo junto a la cruz y agradecer a quien la haya puesto allí, recordar a nuestro amigo Luigi Maquignaz que escaló el Cervino en innumerables ocasiones y que celebró allí, con motivo del centenario de la unidad de Italia en 1961, la Santa Misa “en la catedral más bonita del mundo”, como le dijo Juan Pablo II. El propio don Luigi, dialogando con Giacomo Sado en un libro entrevista, afirma: «Al llegar a la mítica Aiguille Noire de Peuterey (en el macizo del Mont Blanc), la majestuosa grandeza del lugar es un espectáculo impresionante. Ese día tuve como una sensación de vértigo. Me sentía tan pequeño como una hormiga y tenía la impresión de que las montañas me estuvieran abrazando. Una escalada puede ser realmente una metáfora de la vida. Y la montaña, la forma en que el Absoluto se nos manifiesta».

Seguro que uno de los momentos fundamentales de nuestras vacaciones, llenas de encuentros, juntos y momentos de convivencia, son las caminatas por la montaña. A mí me apasiona la montaña desde que iba de excursión con los bachilleres y luego lo seguí haciendo con mis amigos. Con ellos comprendí que nuestro método educativo valora el gesto completo, que lo es si está cargado de razones. Entonces la excursión se convierte en una ocasión muy concreta para entender ciertos aspectos fundamentales de la vida, como por qué vale la pena seguir. Se sigue a alguien que conoce el camino porque se quiere llegar a la meta, se sigue su paso porque ayuda a subir. Tal vez podrías subir más rápido que los demás, pero te quedas en la fila con toda tu riqueza y ayudas a los demás… y ambos salís ganando.
Nos vemos en el Meeting de Rímini, en la exposición “La compañía de la cima”.
Roberto Gardino y sus amigos de la Compañía de la Cima