Visita al Santuario de María Consoladora en Paljurska

«Ese hilo sutil que nos une»

Bulgaria, Grecia, Kosovo, Rumanía... Las pequeñas comunidades del movimiento en los Balcanes se reúnen en Macedonia para unas vacaciones

«Estos también son felices». Ese era el comentario de la hija de 12 años de una amiga de Kosovo durante las vacaciones en Macedonia. Precisamente, “macedonia” es la mejor palabra para describir la diversidad de nacionalidades y experiencias que reunió a amigos procedentes de Bulgaria, Grecia, Kosovo, Macedonia, Rumanía… Con un precioso testimonio online improvisado desde Turquía. Se trata de comunidades pequeñas que viven el encuentro con Cristo y las relaciones que nacen de él como algo esencial que se transmite en nuestra forma de mirarnos y escucharnos.

Ettore Pezzuto, responsable del movimiento para las comunidades europeas, y Stefano Pasquero, misionero de la Fraternidad San Carlos, nos guiaron en estos tres días para redescubrir la propuesta del movimiento. Qué espectáculo descubrir que el sutil hilo conductor que tenemos en común –debido a la escasa familiaridad entre gente que no se veía presencialmente desde 2019– bastaba para sentirnos tan cercanos. Una breve excursión hasta el Santuario de María Consoladora en Paljurska, por donde se dice que pasó san Pablo, también fue una ocasión para conocernos mejor. La asamblea nos ayudó a abrir el corazón, mostrando los frutos que nacen de un seguimiento sencillo a Cristo, amando el camino en el que nos ha puesto y viendo cómo la provocación del Papa nos anima a reconocer que la Iglesia –es decir, nosotros– vive porque en ella Cristo vive “aquí y ahora”. Nuestra amiga polaca, que vive en Grecia, nos dejó desarmados cuando dijo: «Al conoceros he experimentado la felicidad de la que habláis. Ahora puedo mirar todo lo que me rodea. Encontrarme con vosotros me ha despertado una sensibilidad y una mirada que no sabía que tenía».

«Estos también son felices»: es la indicación sencilla de quien ve el factor que nos mantiene unidos y nos permite vivir así, y que no es la suma de nuestras capacidades. También cuando hablamos de realidades muy pequeñas, como una familia en Kosovo u otra en Atenas… Pero entonces, ¿cómo no perderse? ¿Cómo mantener este afecto sin una relación cotidiana, sin ni siquiera poder quedar a tomar un café juntos?

Federica, conectada desde Turquía, donde vive, nos hablaba justo de esto. Ella, que lleva muchos años en el movimiento, también estaba sola en una metrópolis como Estambul, y se planteó la pregunta: «¿Cómo dialoga lo que yo he encontrado con lo que estoy viviendo ahora?». El punto de partida, añadió, es lo que hay: pequeño, distinto, a veces no inmediatamente correspondiente, pero ahí te pones en juego y vuelves a empezar tal como Cristo te sale al encuentro. Entonces descubres que ahí está todo lo que necesitas, que la relación con tu fe pasa a través de tu vida cotidiana.

Igual que Federica, nosotros también vivimos en países diferentes y alejados, ¿cómo nos podemos ayudar entonces en nuestra vida diaria? Mirándonos unos a otros nos descubrimos llamados, como nos dijo el Papa el pasado 15 de octubre, a no perder «la fascinación del primer encuentro». La unidad en nuestro carisma y los rostros de estos pocos (pero buenos) amigos son el lugar en el que experimentamos ese abrazo esencial. Como decía Ettore, compartimos a Cristo y nuestra unidad es el don de su Espíritu. Stefano nos recordaba que la correspondencia no es un sentimiento sino un juicio, y esto es algo importante que llevarse a casa.

Ahora estamos deseando volver a vernos porque no podemos seguir a Cristo prescindiendo de este camino, de esta gente, de nuestro movimiento. La nuestra es una “macedonia” de personas que hacen visible la presencia invisible de Dios.
Paolo, Atenas (Grecia)