Equipe en Pacengo del Garda, 24-26 marzo (Foto Tommaso Prinetti)

Universidad. «El tesoro que portamos»

Del 24 al 26 de marzo un grupo de responsables universitarios de CL se han reunido en Italia. Tres días compartiendo experiencias y preguntas que surgen en la vida de los ateneos

Rostros conocidos, rostros nuevos pero no ajenos, que se imponen mostrándome incansablemente esa familiaridad con un acontecimiento de gracia y libertad. Como decía Dima en la introducción, recordando el verdadero significado de ser responsables, «el punto de partida son aquellos para quienes lo que ha sucedido lo es todo. Están llenos de límites como todos, van cojeando como todos, pero se ve que su manera de afrontarlo todo es diferente».

Estos tres días han sido un camino de autoconciencia frente a las preguntas que más nos apremian. La primera provocación la lanzaba Alfiero: «Deseo vivir con esa mirada que he recibido, que ha entrado hasta la raíz de lo que soy, en todo lo que hago. Es como si hubiera sobre toda mi vida una pretensión totalizante». Otra amiga añadía: «Mi corazón pide ser él mismo ante cualquier circunstancia», para que, como decía Mateo, «en todas las cosas que toco, que vivo y que veo pueda resonar el eco de la eternidad».

Con todo este deseo de unidad en la vida, surgió la pregunta de cómo poder ser una presencia en el lugar en el que estamos. Como decía Federico, «quisiera que todos pudieran encontrar lo que me salva»; un deseo de darse que expresaba también Ida: «Comunicarnos a los demás nos permite cumplir el deber supremo de la existencia, que es el cumplimiento de nosotros mismos. La paz del corazón es proporcional a nuestra entrega. Sin embargo, cuando mido el tiempo y las energías que gasto se insinúa un hilo de amargura».

Foto Tommaso Prinetti

Nos hemos dejado desafiar por esa circunstancia que más nos toca vivir: la universidad. Hemos empezado preguntándonos qué era este lugar para nosotros. Durante la asamblea, Teresa decía: «Para mí, la universidad se está convirtiendo en una casa porque es el lugar donde puedo decir que he encontrado a Cristo». También lo es para Alessandro «porque me permite verificar lo que he encontrado». Pero «si de verdad quieres verificarlo», destacó Maria, «hace falta entrar de verdad en la realidad, constatarla, aunque eso suponga fatiga y batalla».

La verificación de lo que hemos encontrado también implica dejarse herir e interrogar por el dolor y por la soledad que vemos en un lugar tan querido para nosotros y que en los últimos meses ha sido escenario de casos trágicos. Desde la primera noche, nos invitaron a medirnos con preguntas que no redujeran el alcance del momento histórico que estamos viviendo. «Decimos a menudo que “la universidad debe cambiar”, pero esa es una postura infantil. En cambio, deberíamos preguntarnos cómo podemos cambiar nosotros la universidad. ¿Qué tenemos que decir, que ofrecer, para que la universidad sea un lugar hermoso, verdadero, un camino de conocimiento de la verdad y de la vida? ¿Cuál es el tesoro que portamos? ¿Cómo nos ponemos delante de nuestros compañeros de clase?».

También nos impactó la mirada de Vasili Grossman, interpretada la noche del sábado por Irene Muscarà en un espectáculo teatral sobre Todo fluye, dilatando aún más el deseo de mirar al otro –empezando por nuestros compañeros de clase– con profundidad, mirar lo humano del hombre, que es el único remedio ante la indiferencia que caracteriza la mayor parte de las relaciones. De hecho, ante la pregunta y el deseo que muchos expresaban de reconocer a «Cristo en todo», don Francesco decía que «Cristo no es algo que se añade a la realidad, sino la profundidad de la realidad, es aquello de lo que la realidad nos viene». Esta mirada llena de caridad permite descubrirse «apasionado por el otro solo porque existe», añadió Michele. Este es el único punto de partida posible para un cambio cultural.

Dos amigos que conocieron hace poco escribieron a Maria y Federico respectivamente: «En ti veo una chispa que despierta el corazón sepultado por la apatía. Hoy he descubierto que tengo un corazón»; «Estando con vosotros, de repente tienen sentido todas las cosas que he buscado durante años». Elia, testimoniando su experiencia como presencia en la universidad con los Católicos Populares, contó que después de su discurso de apertura del curso en la Estatal de Milán, los rectores de varios ateneos le confesaron que nunca habían oído a un joven hablar con esa perspectiva sobre el tema de la persona en la universidad. «¿Cuál es esa perspectiva nueva?», preguntó don Francesco: «El amor a la persona. Por eso la universidad es una casa, lugar de verificación, pero también tierra de misión».

¿Pero de dónde nace esta mirada nueva? Ante esta pregunta, hay dos datos que personalmente no puedo negar: mi deseo y mi límite. Deseo poder amarlo todo sin condiciones, mirar la realidad como la miraba Cristo y como la miran aquellos que para mí son signo de Cristo. Deseo mirarlo todo como yo he sido mirada. Sin embargo, todos los días me enfrento a mi incapacidad. La realidad entera es demasiado y continuamente estoy a la defensiva. ¿Acaso es posible vivir unida y no tener que defenderme?

Foto Tommaso Prinetti

La respuesta llegó con la intervención de varios amigos. Giovanni decía: «Se me hace evidente que yo no hago las cosas, sino que las cosas suceden mientras yo respondo». O Elia: «Pensando en lo que decían los rectores, me daba cuenta de que la desproporción se debía al hecho de que ese discurso no era mío, mejor dicho, era mío porque me pertenecía en el sentido más profundo del término. Pero mi perspectiva sobre la persona y sobre la universidad no me la doy yo, tiene un origen que no es mi persona». Y Tancredi: «¿Cómo no dejarse vencer por la incapacidad? Reconociendo que tú eres como eres por aquello a lo que perteneces. Y quien se encuentra contigo, se da cuenta».

Cuántas veces, para no ponerme en cuestión, transformo un diálogo que busca la verdad en un monólogo donde me adueño de mi verdad. Sin embargo, «nosotros no poseemos la verdad, sino que ella nos posee». Como rezamos en los laudes por la mañana, «prosigo mi carrera por alcanzar a Cristo, por quien yo ya fui alcanzado». Ingrid, una chica de Guatemala que atraviesa por una situación de pobreza y dificultad, decía: «Yo no tengo nada, no soy nada, pero soy tuya, oh Cristo, y eso me basta». La capacidad de estar unido y de amar no es tanto un “ser capaz” sino un “estar lleno”.

La exigencia de amar, de estar unida, se convierte entonces para mí en una nostalgia, una exigencia de mendigar la presencia de Cristo. Tal vez, sin darme cuenta, todo lo que hago y lo que hacen todos ya está lleno de esta nostalgia, de este deseo de ser amada por ese amor. Qué gracia tener una compañía donde se desvela la verdad, donde puedo reconocer lo que hay dentro de la realidad y de nosotros mismos para que la pregunta siempre vaya dirigida a su interlocutor.

¿Pero qué sostiene este camino? La respuesta se me hace evidente en las palabras de don Giussani en un encuentro con universitarios que hemos redescubierto estos días: «No son nuestra actividad ni nuestra inteligencia las que forjan nuestro futuro, sino nuestra unidad. (…) Aquí radica la paradoja fascinante del cristianismo, que pone de manifiesto la esencia última de la religiosidad (que es la esencia última del hombre, su razón, su sentido): que uno se hace a sí mismo, es decir, se libera, obedeciendo. De forma análoga, el movimiento se experimenta como libertad, plenitud, gusto y paz, en la medida en que se vive esta obediencia, esta referencia, en la medida en que no se vive autónomamente».

Sofia, Milán