(Foto: Christian Lue/Unplash)

Un trozo de cielo

Ida conoce a Giuseppe, un preso en la cárcel de Bollate. Él lee El sentido religioso y empieza a ir a la Escuela de comunidad… Su testimonio y una poesía

Como voluntaria de la asociación “Encuentro y presencia”, conocí a Giuseppe, preso en la cárcel de Bollate. Al cabo de un tiempo después de conocernos, Giuseppe expresó su deseo de conocer el pensamiento de don Giussani. Le regalamos El sentido religioso y se quedó literalmente atónito por su lectura. Siempre venía a nuestros encuentros después de haber leído y subrayado uno o varios capítulos, haciéndonos preguntas sobre lo que no había entendido o sobre cómo lo que leía juzgaba ciertos aspectos de su vida en la cárcel. Ya lo ha leído seis veces y lo sigue leyendo, a veces un párrafo o tan solo una frase, es su oración matutina. También ha invitado a otros presos a unirse a nuestros encuentros, que siempre hacen referencia precisamente a El sentido religioso. Lo que ha sucedido lo cuenta él mismo en esta carta.
Ida


Llegué a Bollate el de enero de 2022. Me trasladaron inesperadamente desde la cárcel de Mantova. En ese momento me sentía un poco aturdido y confuso. No es que la experiencia de Mantova hubiera sido inolvidable, al contrario, pero en cierto modo te acostumbras hasta al sufrimiento, aceptas la condición de desventaja y privación, intimidación y violencia, porque al menos ya lo conoces. Cuando te llevan a otro lugar piensas que puede ser aún peor o que puedes perder hasta las pequeñas cosas que has obtenido, la estabilidad mínima que has alcanzado. El primer impacto en Bollate fue un nuevo aislamiento y otros dos test de Covid. Pensaba para mis adentros que la historia volvía a comenzar, todo otra vez partía de cero.
Luego vino el traslado de sección y dos cambios de celda en tres días, lo que complicó bastante la adaptación. Todavía me estaba preguntando cómo podría moverme, qué podría hacer, qué podía esperar, cuando me pasaron de una sección de 15 personas a otra de 400 presos.
Llegué así a finales de 2022. Leía mucho y rezaba, y por fin llegó algo nuevo: una visita externa, la primera que recibía. Con el Covid las cárceles se han vuelto aún más aisladas e impenetrables de lo que ya son normalmente. Desde que estaba en Mantova no había podido estar con nadie, ni siquiera con mi familia, así que la curiosidad por saber quién había llegado, cruzando el telón que me envolvía y separaba de la sociedad, supuso un factor nuevo y placentero.
Me esperaba algún familiar, amigo o compañero de trabajo… Pues no, se trataba de Ida, una voluntaria de una asociación que no conocía. La conexión había sido posible por alguien que en su momento me había ayudado a buscar trabajo y que llevaba muchos años en Comunión y Liberación, alguien que al enterarse de mi traslado se había puesto en contacto con esa asociación.
Hoy puedo decir que he sido la “diana” de una afortunada coincidencia. Desde el primer momento fue un encuentro importante, desde el primer día marcó mi vida en prisión y se ha convertido en el momento prioritario de todas mis actividades en la cárcel. Durante estos meses se me ha dado la posibilidad de tener un encuentro quincenal con los voluntarios de esta asociación, pero sobre todo hemos empezado una Escuela de comunidad en la cárcel, en la séptima planta, en la que por ahora participan nueve presos.
Un pequeño milagro que ha sido posible por la disponibilidad y generosidad de los voluntarios, su sacrificio y dedicación, que les llevan a superar todos los obstáculos y dificultades que la cárcel ofrece a cualquiera que se acerque.
Para nosotros, la Escuela de comunidad se ha convertido en el momento más importante de la semana, por encima de cualquier otro evento, como el teatro, la biblioteca, las clases de informática o las actividades musicales. ¿Por qué? Porque conocer a estas personas ha sido fundamental para despertar en nosotros a esperanza, el deseo y la oración, que nos hacen afrontar con asombro cada día que comienza.
La jornada ya no arranca marcada por la angustia o la tristeza, la aridez en las relaciones con los demás presos, las rejas que se presentan no solo como un obstáculo físico a tu libertad sino también como un límite infranqueable que ponemos a nuestro conocimiento y a nuestra conciencia, frenando nuestro encuentro con otros y con Otro.
Reconquistar la serenidad de levantarse por las mañanas conscientes de lo mucho que se puede hacer, escuchando a los compañeros que tienen dificultades, rezando la oración de la mañana o el rosario por la noche, haciendo el trabajo que se nos propone, hasta el que parece inútil… Como nos cuenta Ida muchas veces, Ivan Denisovich, en el libro di Solzhenitsyn, se propone hacer «el muro más bonito del mundo», aunque se da cuenta perfectamente de que no servirá para nada.
La Escuela de comunidad se ha convertido en nuestro pequeño trozo de cielo, donde todavía nos reconocemos libres, como personas que no deben eludir sus compromisos ni crearse coartadas para retiradas estratégicas.

Trozo de cielo

En la oscuridad de la celda el tiempo va rigurosamente marcado,
ni impulsos ni felicidad, no podrá rozar el cielo tu mano.
Gestos, acciones, ideas y miedos, una gris melancolía deja todo cubierto,
esperas inerte a que pase el tiempo, anestesias tu mente pero no eres experto.
Levantas la mirada al otro lado de la reja, ves un trozo de cielo azul asomar,
una ráfaga de aire fresco entra en los pulmones, qué bello es respirar.
Te quedas sorprendido y asombrado, también aturdido, por ese trozo de cielo para ti reservado:
espíritu prisionero, náufrago sin brújula, la vida llama, no te ha abandonado.
Soy débil de espíritu, frágil, el miedo me persigue en cada momento,
resisto, lo noto, el desánimo me causa desaliento,
pero… un trozo de cielo trae el azul sobre mí.
El ave fénix renace de sus cenizas, la vida se regenera y vuelve a empezar,
reflexiona y cultiva la esperanza, Su llamada no puedes ignorar.
…Y después… un trozo de cielo, a lo alto, sobre ti…
Giuseppe, Bollate