Foto Unsplash/Nathan Dumlao

Bastan tres amigos convencidos de lo que viven

Elecciones universitarias en Roma. Federico está preocupado porque en un ateneo con más de cien mil alumnos, solo tres acuden a la cita electoral. Pero una conversación con una chica de la lista rival cambia su perspectiva

Algo increíble sucedió en la semana del 7 al 11 de noviembre durante las elecciones de los órganos colegiados internos en la Universidad de la Sapienza en Roma.
El lunes por la mañana quedamos para reunirnos con la gente y presentar nuestra lista. A las ocho, éramos tres. Iba pasando el tiempo y seguíamos siendo tres, en un ateneo que cuenta con casi 130.000 matriculados, y cuando nuestra lista Objetivo Estudiantes cuenta con treinta candidatos.
La rabia se apoderó de mí. ¿Qué estábamos haciendo mal? ¿Por qué nadie se implicaba? A medida que avanzaba la jornada, iba peor. No pasaba nada y mi enfado iba en aumento. Así pasó el lunes, con esta herida, esta aparente negación de todo el trabajo realizado en los dos últimos años.

El martes quedé con una amiga que nos había conocido en un encuentro durante la campaña electoral para el Consejo Nacional de Estudiantes Universitarios. No sé qué ve en mí, pero desde entonces me llama siempre que tiene algún problema.
Me contó en el bar sus dificultades siendo candidata en una lista de izquierdas que no se lleva precisamente bien con nosotros. De pronto apareció Alessandro, amigo mío y candidato de Objetivo Estudiantes en Física.
Alessandro solo conocía a esta chica por lo que yo le había contado pero ella no tardó nada en hablarle de sí misma, de su preocupación por el mundo, del dolor que le causan las injusticias que suceden diariamente, de su deseo de estudiar para combatirlas… Pero sus compañeros de lista, en cuanto perciben estos pensamientos, la alejan de la lucha electoral o le reprochan que lo que debe hacer es ponerse a trabajar y ella nos decía: «De vez en cuando solo necesito respirar, pero tal vez no me conviene ser yo misma». Antes de irnos, añadió: «Cada vez que hablo con vosotros, me paso el día pensando en lo que me decís. ¡Vosotros sois tan humanos!».

Todas mis paranoias y rencores desaparecieron de golpe. El mundo no necesita cientos de soldados a la caza de votos. Basta con tres amigos que parten de la certeza de lo que viven para encontrarse con todos, para comunicar algo verdadero a cualquiera, incluso a alguien que al principio –tal vez incluso sin darse cuenta– pueda tener cierto prejuicio negativo. Después de escucharla, Alessandro la invitó a ir con él a la caritativa y ella dijo inmediatamente que sí, sin pedir más información. Me pareció increíble.

Los días siguientes han tenido la cara y los ojos de esta amiga, de este encuentro que me hace tan evidente por qué estamos en la universidad. Luego llegaron los amigos de Milán que venían a ayudarnos. No nos conocían de nada, pero estuvieron con nosotros tres días.
Empecé la semana con energías renovadas. No dejaban de sucederse encuentros inesperados y estupendos. Como con una chica iraní que ha dejado de creer en la política. Estuvimos media hora hablando de su vida y al final nos dijo: «Solo por cómo sois, me habéis devuelto la confianza en la política». O un chico que dijo: «Llego aquí dos años y sois los primeros que se me acercan».

Las elecciones acabaron con un gran resultado. Hace dos años sacamos dos representantes, ahora once. Nuestra amiga de la lista de izquierdas escribió en Instagram: «Hoy he ganado mucho, muchísimo, más que en otras elecciones, porque ha ganado la humanidad, la amistad y el bien que me rodean. Creo que estoy empezando a aprender qué es lo que cambia el mundo: gente con este corazón».
Se me ha hecho evidente que ella y yo no tenemos nada en común, excepto el hecho de que al acabar el día ambos apoyamos la cabeza en la almohada y queremos ser felices, es decir, tenemos en común el corazón. Sabiendo esto, me puedo encontrar con cualquiera. Cuando no dependes de ideologías ni ideas abstractas, sino de otro –¡Otro!–, la gente se da cuenta.
Federico, Roma