La audiencia del 15 de octubre por internet en las Bahamas

Florida. «Una ternura que viene a mi encuentro»

Siguió la audiencia con el Papa al alba, en una playa de las Bahamas. Así cuenta su experiencia en la plaza de San Pedro Carie, militar de la aviación americana

A las tres y media de la madrugada del 15 de octubre me desperté en una oscura habitación de hotel, me lavé los dientes, me vestí, llené un termo de café y salí al encuentro del Papa. No estaba en Roma, sino en una isla de las Bahamas, pero intentaba que eso no me entristeciera.

Cuando llegó el anuncio de que el Papa quería recibirnos el día del centenario de don Giussani, estuve a punto de comprar un billete de avión en ese instante. Pero cuando me enteré de que la programación de mi nuevo equipo preveía un viaje a la isla para unas maniobras en octubre, entendí que no iba a poder estar en la plaza de San Pedro junto a decenas de miles de amigos que no conozco. Durante los meses previos al 15 de octubre, cada vez que alguien hablaba del encuentro con el Papa me invadía la desilusión, pero en mi interior también se abría paso una curiosa invitación para estar atenta a lo que Él está haciendo conmigo y para mí, ahora. Uno de los mejores amigos que Él me ha dado me dijo una vez: “Carie, o Él ha perdido tu rastro, y en ese caso no es el Señor del universo, o bien esta es la manera en que te hace ser más tú misma”. Las circunstancias inevitables se convierten en el camino más inequívoco a seguir.

Carie durante la audiencia del 15 de octubre

Antes de que rompiera el alba me puse en camino a la luz de las estrellas hacia la Beach House, uno de los dos bares que hay en la isla. Cuando llegué, la plataforma todavía estaba sembrada por restos de la fiesta de la noche que acababa de terminar. Retiré algunas botellas de certeza, preparé un sitio para poner mi ordenador y me preparé para seguir la oración matutina, los cantos y los videos de don Giussani. Con la misma sorpresa y estupor del 7 de marzo de 2015, cuando estuve sentada en tercera fila, volvía a estar esperando al Papa, no para un gesto formal, sino llena de afecto filial. El “Acontecimiento”, una palabra que se hizo carne para mí entre los brazos de la columnata de San Pedro, cambió todo el curso de mi vida, y en un patio de las Bahamas, en la oscuridad, me hallaba ahora rezando con fervor por todos los amigos que se encontraban en ese momento en la plaza, por mí misma y por todos los que tenía cerca, para que su Acontecimiento pudiera surgir de nuevo en nosotros como un bello día. Me acerqué a la pantalla buscando entre la multitud rostros de amigos que habían ido desde Estados Unidos, Canadá y otros países, y reía con gusto cuando identificaba a alguien. Mirando intensamente cada rostro, conocido o no, me daba cuenta de que cada uno puede repasar su historia a través de rostros y testigos, llegando así hasta la vida y el “sí” de don Giussani. El hilo de la plenitud, de la ternura por mi vida y mi experiencia del ciento por uno pasa por una cadena de rostros, preferencias, afectos y encuentros concretos que llegan hasta don Giussani. Si yo espero al Papa, la Iglesia que “me sale al encuentro”, es porque he heredado ese amor de don Giussani a través de esa cadena de amigos.

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No puedo expresar cómo me sentí y la tristeza por habérmelo perdido permanece. Pero puedo decir que lo que viví y lo que estoy viviendo no es un premio de consolación. El testimonio de 60.000 peregrinos, cuyas historias tienen el mismo acento que la mía, la ternura del Papa y su estima por nosotros, que le lleva a no usar medias tintas, a corregirnos con franqueza y claridad, que se acerca a mí y «me conoce, conoce mis traiciones y me quiere lo mismo, me estima, me abraza, me llama de nuevo, espera en mí, espera de mí», como nos dijo hablando de Cristo la última vez que nos recibió, estas cosas me hacían saltar de la silla, invadida por esa «inquietud profética y misionera» que siento «arder en mi corazón». ¡No quiero quedarme parada!
Carie, Jacksonville (Florida – Estados Unidos)