Audiencia con Comunión y Liberación (Foto: Roberto Masi/Fraternità di CL)

El viaje a Roma desde el mundo entero continúa…

Algunos testimonios de los que llegaron desde todos los rincones del planeta para participar en la cita en la plaza de San Pedro con el Papa el 15 de octubre

BRASIL
Ir a Italia desde Sao Paulo solo para participar en un encuentro y volver al día siguiente no era mi ideal de cómo pasar unos días de vacaciones y gastar mi dinero. Pero cuando don Aurelio nos sugirió entusiasmado la belleza de juntarnos en torno al sucesor de Pedro para expresar nuestra gratitud por don Giussani, decidí partir. ¡Y gracias a Dios que lo hice! Ha sido probablemente el encuentro más hermoso de mi vida. Allí me di cuenta de cómo y cuántas veces Cristo me ha cuidado, sobre todo en estos 43 años de movimiento, mostrándome un cristianismo capaz de afrontar sin miedo los dolores que Dios nos pide vivir, y también de experimentar una alegría profunda. Un cristianismo no formal, siempre nuevo y capaz de responder a mi vida. El carisma de Giussani me ha devuelto al corazón de la Iglesia cuando empezaba a dejar de reconocer su valor. La audiencia con el Papa me lo ha mostrado perfectamente: oír directamente de sus labios lo que espera de nosotros, cómo nos mira y lo que espera ha sido como oírle hablar conmigo. Escuchar los cantos en tantas lenguas, con gente de nacionalidades distintas, me ha hecho entender que no solo había una gran unidad entre nosotros, sino que tenemos la misma humanidad, que ha encontrado la misma respuesta: Él.
Cecilia, Sao Paulo

PORTUGAL

«En el sí de cada uno de nosotros es donde se concreta, en efecto, el seguimiento a la Iglesia que deseamos expresar con la presencia de todos nosotros unidos en la plaza de san Pedro el 15 de octubre», nos decía Davide Prosperi antes de la audiencia con el Papa. No puedo encontrar una manera más sintética de describir lo que me pasó ese día en Roma. Ya sabía que podía ser una ocasión para mi maduración, pero ese crecimiento siempre llega de manera inesperada. A lo largo de la mañana, delante de esa “unidad imposible” que tenía ante mis ojos, ante la belleza del gesto y la paternidad del Papa, me conmoví, invadido por el deseo de amar este lugar. Pensaba: «Esto es la Iglesia. Este es el objeto de mi esperanza. No hay nada abstracto. La Iglesia son estas personas que, como yo, en un momento dado de su vida han tenido la gracia de tener un “bello día” donde el deseo que las invadía se topó con Otra cosa. Y hoy están aquí conmigo, cada una con su historia particular, pero habiendo encontrado la misma Presencia». Mirando al Papa, me sorprendí reconociendo que «eres tú quien me guía, eres tú quien sostiene el camino que hago con mis amigos del movimiento». La fascinación de descubrir la familiaridad con este lugar me ha hecho sentir un profundo vértigo porque tenía delante el modo en que Cristo entra en la historia. Como recordaba el Papa hablando de don Giussani, «mantuvo siempre con firmeza su fidelidad a la Iglesia, (…) porque creía que es la continuación de Cristo en la historia». Si yo no hubiera dicho “sí”, si no lo hubieran dicho mis amigos portugueses y los demás que estaban con nosotros en San pedro, si no lo hubiera dicho el propio Papa y toda la compañía de los creyentes, Cristo dejaría de ser una Presencia presente en la historia de la humanidad. ¿Cómo es posible que esta nada que soy pueda ser tan valiosa para la historia del mundo? Cristo es quien hace grande la vida y la experiencia que tenemos de Él en esta compañía que es la Iglesia.
Pedro, Lisboa

REINO UNIDO

El sentimiento que domina después del fin de semana pasado en Roma es la gratitud: al Papa, para empezar, por concedernos esta audiencia y por sus palabras; a don Giussani, por su “sí”, que permitió al Espíritu Santo trabajar a través de él; y también al Señor, por haberme hecho encontrar este carisma. El viaje a Roma fue muy emocionante. Iba lleno de curiosidad por saber lo que el Papa nos diría. Qué regalo, desde que llegamos a la plaza de San pedro, encontrarnos con tantos amigos del mundo entero. El comienzo de la oración común, a las diez de la mañana, cambió el clima por completo y puso delante de todos el motivo por el que estábamos allí, como peregrinos, dando gracias por la vida de un hombre que nació hace cien años y nos permitió encontrar a Cristo.
Luego, la llegada del Papa fue un momento de gran alegría y unidad, una unidad generada por el hecho de que estábamos juntos delante de él, con él. Cuando empezó a hablar me sentí abrazado como por un padre que comprende mis dificultades, pero que me dice que deje de preocuparme y que la Iglesia, que es Madre, quiere ayudarme a vivir mi experiencia de manera más plena.
Francisco nos dijo muchas cosas, todas dignas de meditar y profundizar. Pero algunas las percibí verdaderamente como punto de partida para un trabajo sobre mi propia vida. La primera fue su insistencia en que los tiempos de crisis son tiempos de recapitulación y crecimiento. Esto obliga, como me ha pasado a mí, a volver al origen de mi encuentro, hace más de treinta años, a “mi primera Galilea”, como decía el Papa. Debo redescubrir que ese mismo encuentro, ahora, en las dificultades que atravieso, hace realmente hermoso el camino.
También me impactó que el Papa dijera que espera mucho más del movimiento y que el potencial del carisma está aún en gran parte por descubrir. Palabras que percibí como una auténtica promesa para nuestra vida. Si ya estoy viviendo una experiencia tan bella, ¿qué otra cosa puedo esperar descubriendo cada vez más del carisma?
Por último, me llamó la atención su reclamo a la responsabilidad personal frente al propio destino, y el hecho de que solo somos mediadores para otros en el encuentro con Cristo. ¡Qué confianza en el corazón de cada uno! Es la misma libertad que don Giussani mostraba continuamente ante todos aquellos con los que se encontraba, una libertad que debo aprender.
Después de la audiencia, la peregrinación de la comunidad británica continuó con una misa juntos después de comeré, seguida por un tour por Roma y una cena. Por la noche, nos sumamos a otros amigos en una parroquia de la ciudad para compartir una velada de cantos. Había cientos de personas del mundo entero. Terminamos cantando Romaria, una canción brasileña dedicada a la Virgen. Mientras tanto, miraba los rostros de los que estaban allí, de edades y procedencias muy diferentes. Cada uno estaba allí porque de algún modo había sido tocado por el carisma de don Giussani. Y mi corazón se llenó de gratitud por formar parte de esta historia.
Amos, Londres

ARGENTINA
Llegar a Roma desde “el fin del mundo” es una travesía, pero me conmovía constatar que nuestro deseo de estar allí presentes era más fuerte que todas las dificultades y también la belleza de hacerlo en compañía de amigos después tantos años y tanta historia cotidiana, ¡qué sorpresa encontrarse aún juntos y agradecidos de esta historia, más que nunca!
Llegamos el viernes y fuimos directamente a la sede para probar los cantos argentinos para el día siguiente. Es algo que nunca deja de sorprenderme, ¡cantamos los mismos cantos en todo el mundo! Y en todo el mundo, en cualquier comunidad, por pequeña que sea, ¡el canto tiene un lugar privilegiado!
El sábado temprano nos apuntamos para ingresar con el coro y acudir a la cita con “Pedro”, que ciertamente como una roca asegura que toda nuestra existencia individual, familiar y comunitaria forme parte misteriosamente de la Presencia de Cristo en la historia. No podíamos estar allí más que como hijos agradecidos y como mendigos de esta Presencia que hace nuevas todas las cosas y que es la Vida de nuestras vidas.
Gustaba de escucharnos rezar, hacer silencio, cantar y festejar. Gustaba porque pensaba que cada uno podría dar sus razones personales para estar allí de ese modo, seguramente cada una de esos miles de personas podían contar cómo su vida ha sido conquistada por este acontecimiento y por qué había decidido estar allí presente. No somos un pueblo “de arriar” –como se dice aquí para referir el hecho de apresurar o instar al ganado–, somos un pueblo educado en la libertad y estamos persuadidos por propia experiencia de que solo libremente y por atracción la fe se vuelve nuestro mayor tesoro. Y allí estábamos, juntos –que no podía darse por descontado dado todo lo que estamos viviendo–, alegres y deseosos, ¡esperando! En un determinado momento, luego de los cantos más alegres, se hizo un gran silencio, signo evidentísimo de la gran espera que estábamos viviendo.
Llegó Francisco, un hombre común con su propio camino rico en humanidad, es decir, en razón y afecto, en discernimiento y adhesión, en acogida y decisión, en obediencia y libertad.
Un argentino como nosotros, que ha sido mirado, preferido y tomado por la misericordia de Dios para guiar la Iglesia, para nuestro bien y el de todo el mundo.
Este hombre es ahora un gigante con la grandeza del Espíritu Santo, con la grandeza de quien en su pequeñez dice sí a un designio misterioso y «se deja abrazar y hacer fecundo el terreno de su corazón, para que se cumpla la obra de Dios en el mundo».
Me encontré unida fraternalmente con quienes guiaban el gesto y sobrecogida cuando escuché los testimonios de Rose y Hassina. ¡Qué potencia infinita tiene en una vida particular acoger la propuesta amorosa más apasionada que pueda existir!
Luego las palabras de Francisco, tan cargadas de conocimiento de don Giussani, y también de la historia y del presente de nuestro movimiento, cargadas de afecto, de confianza, ¡de necesidad! Nos compartió con el corazón en la mano su preocupación, su “susto” por un mundo cada vez más violento y al mismo tiempo sus profecías –especialmente la profecía por la paz– en las que nos invita a acompañarlo. Nos dice que el potencial de nuestro carisma está todavía en gran parte por descubrir y que aún puede hacer florecer muchas vidas yendo «al encuentro de las aspiraciones de amor y verdad, de justicia y felicidad que pertenecen al corazón humano y que laten en la vida de los pueblos». Nos invita a que «arda en nuestros corazones esta santa inquietud profética y misionera», a que no nos quedemos parados. Como un padre sabio nos indica aquello que debemos agradecer, custodiar y atender.
Qué gracia inmensa acoger juntos esta provocación, este relanzamiento; y cuánta gratitud por compartir entre amigos, en compañía, aquello a lo que nos invitaba Davide en su carta de preparación para este momento, «el deseo que nos anima desde el fondo del alma para ofrecer, en la concreción de nuestra existencia, la contribución de nuestra fe en beneficio de todos nuestros hermanos los hombres, y seguir mendigando, en primer lugar por nosotros mismos, a Aquel que es el único que puede saciar la sed del corazón humano: Jesús de Nazaret».
Carolina, Ingeniero Maschwitz