La plaza de San Pedro durante la audiencia de Francisco con CL (Foto: Massimo Quattrucci)

Mi audiencia en el aeropuerto

Laudes, testimonios, cantos, la voz de Giussani y las palabras del Papa. Alberto partía hacia Japón y siguió la audiencia en una sala de Malpensa. Al subir al avión se preguntaba: «¿Qué será ese “mucho más” que se espera de mí?»

La espera previa al encuentro con el Papa la viví acompañado por el reclamo que me hizo un amigo muy querido: «Debemos prepararnos y rezar porque allí se juega de manera explícita nuestra relación con el Misterio». Desde ese día dejé de hacer hipótesis con posibles versiones de lo que podría pasar y me puse a rezar todos los días por el evento y por la responsabilidad de Davide Prosperi.
Al mismo tiempo se abrió una brecha en mi escepticismo, que tantas veces acaba siendo una forma de pereza, de indolencia monstruosa, una mirada sin la presencia del Misterio.

A través de esa brecha se insinuaba una perspectiva inesperada: que el momento presente en nuestra historia era una radicalización de la llamada original. Así, ante ese reclamo a la responsabilidad personal con el carisma, he percibido que todo lo que encuentro debo hacerlo mío de verdad: desde una sugerencia que secundo a la iniciativa de hablar o callar, hasta el último pensamiento de la noche. Como una llamada a la virginidad (aunque estoy casado), como una urgencia y una fascinación porque todo mi ser sea para Dios, como la Virgen.

Viví el encuentro del 15 de octubre en una sala del aeropuerto de Malpensa, pues tuve que salir de viaje a Japón por trabajo. Los laudes del sábado resultaron especialmente propicios para abrir mi corazón: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». «Sión decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura?». Toda mi ansiedad de estos meses se disipaba al hallar espacio en esas palabras, convirtiéndose en pregunta.

Me conmovieron los dos testimonios y los rostros de un pueblo entero en tensión. Cuando habló el Papa tomé algunas notas en mi cuaderno de trabajo. Me impresionó su valoración de Giussani como portador de un carisma original, como educador y como hijo de la Iglesia. Me impactó el agradecimiento que mostró varias veces por el movimiento, por Julián Carrón y por la generosidad de tantos. Oír al Papa destacando la originalidad del carisma, su vivacidad y viveza, me hizo recordar la frase de san Pablo VI a Giussani: «Siga adelante así, este es el camino». Entre todos, el reclamo al amor de Giussani por la libertad, su anticonformismo absoluto, su pasión por cada uno cobraron vida en mi memoria. Luego, la invitación a la unidad, pero sobre todo que espere de nosotros «mucho más»: es la petición de no quedarse en mezquindades y divisiones (que son propias del maligno) y no perder el tiempo, sino retomar siempre la originalidad del carisma. Su manera de subrayar el dinamismo existente entre institución y carisma me hizo pensar en mucha gente de nuestra historia que hemos tenido y tenemos ante nuestros ojos. Por último, su invitación a unirnos a él en su labor profética por la paz halló en mí una correspondencia inmediata. Quiero retomar cada una de sus palabras, sin ansia alguna de dialéctica, sino por agradecimiento.

Después me subí al avión repitiéndome el verso de Montale –«entre los hombres que no se vuelven, con mi secreto»–, pensando qué querrá decir para mí ese «mucho más». Me gustaría que fuera todo, pues esa es la forma más próxima al cumplimiento de lo imposible.
En esta incorporación progresiva al ser de Cristo que me parece que es la vida, quiero estar alerta y custodiar el impacto de estas horas en una espera llena de silencio y esperanza.
Alberto, Osaka (Japón)