Quique con su familia el día de su profesión

Renacer en un abrazo

Publicamos la carta que escribió Quique Bicand después de su última visita a su madre enferma, «un viaje providencial para volverme de nuevo “cristiano”»

A primeros de diciembre del año pasado volví a España para pasar unos días con mi madre, gravemente enferma de Alzheimer, antes de que dejara de reconocerme. Mi primer encuentro con ella en la residencia fue realmente chocante. Llevaba al menos dos años sin verla y me encontré delante de una “viejecita” tierna y adorable, que ha dejado de ser autónoma y que está tan cansada de cuerpo y de mente que ya ni siquiera puede hablar y mantener los ojos abiertos.

Cuando nos quedamos solos aproveché para decirle: «Mamá, he venido sobre todo para darte las gracias por lo mucho que me has querido a lo largo de mi vida, pero también para pedirte perdón porque nunca he sabido ser un buen hijo». Ella abrió los ojos por un instante y de pronto respondió: «Oye, ¿no te das cuenta un poco tarde?». ¡Y dicen que ha perdido el uso de la razón! Me “mató” literalmente, sentí que me hundía en la nada ante la verdad pura y dura –¡dicha además por tu propia madre!– de mi incapacidad para amar como yo quisiera. Llorando le respondí: «Mamá, tienes razón, pero yo te he amado siempre, como he podido». Tras unos segundos de silencio, volvió a abrir sus ojos vivaces y me dijo: «¡Yo también, tonto!».

En ese momento, mirándola a los ojos (y dejando de mirar mi ombligo), todo cambió inesperadamente al darme cuenta de que mi nada, toda mi impotencia y fragilidad, y por tanto todo mi yo es abrazado por un tú, por un amor que me precede y que no depende en absoluto de mi respuesta: “ser hijo” está antes que “ser bueno”.

Este encuentro ha supuesto un punto de inflexión, un auténtico renacer, porque me ha permitido volver a entender cuál es el verdadero punto de partida, cuál es el criterio de juicio para poder mirar bien y comprender la realidad: sin una conciencia clara de tu nada (de tu impotencia) y sin la gratitud de saberte amado, ¡no se entiende nada de nada! Las dos cosas van juntas, es decir, experimentas un dolor por tu propio ser como nunca habías sentido antes; sin embargo, es un dolor que ríe (L. Giussani), porque está abrazado por la misericordia de Otro.

Este viaje ha sido realmente providencial para mí. Es como si el Señor me estuviera esperando allí para responder a todas mis preguntas, al malestar y al pesar que llevaba dentro de mi corazón desde hacía tiempo; para volverme de nuevo “cristiano”, pues me he dado cuenta de que en el fondo había cambiado de método sin querer: pensaba que todo dependía de mi esfuerzo en vez del reconocimiento alegre y agradecido de Su amor. Todo esto me ha convencido aún más de que, si eres fiel a tu verdadera necesidad y pides con sencillez de corazón (sin pretender que suceda lo que tú imaginas), el Señor te responde cuando menos te lo esperas, incluso en el momento en que menos lo mereces.

Agradezco infinitamente a Dios que me haya hablado de manera inequívoca a través del signo que es mi madre.
Quique