El faro en la isla de Texel, Países Bajos (©Unsplash/Marieke Koenders)

«Aquí y ahora, en esta playa»

Excursiones a pie y en bicicleta, conversaciones y encuentros. «En un crescendo continuo de gratitud». Las vacaciones de la comunidad holandesa, donde «no se pierde el tiempo ni en el desayuno»

Somos tres amigos del movimiento en Amberes. Después de Pascua, uno de ellos, con el que estaba creciendo una mayor familiaridad, decidió volver a su país de origen. El tele-trabajo y la distancia social impuestos por la pandemia complicaron la posibilidad de verse. Ante mis ojos se iba abriendo paso el desierto, y se sumaban a ello las dificultades que atraviesa el movimiento…

Así fue como llegué a la isla de Texel donde se celebraban las vacaciones con los amigos de Holanda. Necesitaba volver a ver al Señor actuando, e inesperadamente me abrumó. Ya desde la primera noche, entre nosotros –140 adultos, con jóvenes y niños– se respiraba un clima de espera y deseo de estar juntos. Al día siguiente, desayuné con un amigo que debido a su enfermedad no había podido estar en el momento inicial. Su mujer y yo le contamos lo que más nos había impactado y mientras le leía una frase de mis apuntes, pensé con sorpresa: «¿Qué lugar es este, donde no se pierde el tiempo ni en el desayuno para afrontar las preguntas más urgentes?».

Luego salimos de paseo por la campiña holandesa, unos en bici y otros a pie. Por la noche me encontré con Teresa, que acababa de volver del campamento con los bachilleres españoles y le pedí que se encargara de traducir el momento de testimonios del holandés al italiano. Su padre contó en la asamblea: «Estoy muy agradecido por estos días que me han hecho tomar conciencia de que el cumplimiento de la promesa es algo real para mí. Viendo a mis hijos crecer adhiriéndose a la propuesta del movimiento, me doy cuenta de que soy un humilde colaborador de Su obra y un espectador de ese cumplimiento».

El tercer día, excursión al faro, cuarenta kilómetros en bicicleta, en fila, de dos en dos. Nada más arrancar, encuentro a mi lado a Francesco. «He llegado a las vacaciones completamente exhausto. Ni siquiera quería venir porque pensaba que pasar tiempo con 140 personas no era el mejor remedio para mi cansancio. Pero nada más pisar el hotel, pensé: esto es lo que verdaderamente necesitaba. De pronto me sentí unido y en paz».

Tras aparcar las bicis, mientras nos dirigíamos al faro para comer, se sumó un amigo suyo a la conversación y nos contó cómo había vivido los últimos meses. «La soledad está vencida en el yo. Cristo vuelve a empezar ahora contigo, en esta playa», me dijo, y añadió: «¿Tú quieres volver a empezar con Él?». «¡Sí!». En un instante recuperé las energías para «decidir» y enseguida nos dimos cuenta de que hay Alguien presente entre nosotros, que viene a tomar de nuevo la iniciativa, con ese atractivo humano y a la vez divino que tiene lugar ante nuestros ojos. Cristo, al que hacía tiempo que había relegado fuera de la realidad, volvía a mi vida cotidiana. Todo el peso con el que llegaba a las vacaciones había servido para que mi grito se hiciera más urgente. Después, el paso de los días ha supuesto un crescendo de gratitud por cada uno de nosotros.
Carta firmada